2. False Alarm
4 de septiembre de 2022
HEATHER
Los llamados primeros siete segundos determinan la primera impresión que tienes sobre una persona a la que acabas de conocer. Cuando la vi por primera vez me dio la impresión de que era una mimada en una familia perfecta. Pero al dirigirme esa mirada fiera y hablar por primera vez, una chispa de fuego asomó en sus ojos. Una chispa que, por curiosidad, decidí agrandar. Linda, aunque tuviera cara de ángel, parecía cargar con muchas cosas reprimidas dentro. Y claro, una rebelde como yo era una mala influencia que podía sacar lo peor de las personas. Y si quería sacar a la verdadera Linda, debía ejercer mi profesión.
Heather, doctorado en problemas, especialización en drama y gran dosis de humor negro. Así me describía mi madre. Cuando estaba de humor. De humor negro. Porque es negra. ¿Lo pillas? Bueno, déjalo.
A lo que iba. Al verla sentí unas ganas inmensas de ser su amiga. Por fin había alguien en el pueblo que soltaba la misma aura negativa que yo. Alguien que podría comprenderme. Pero para ser amiga de una persona, hay que conocerla. Y la mejor manera de conocer a una persona reprimida que busca la perfección, era sacarla de sus casillas. Lo leí en uno de los libros de mi padre, así que algo de verdad tiene que tener.
Dejé de hablar conmigo misma (cosa que hago a menudo, no estoy loca) y respondí al mensaje de mamá con un audio.
—Sí, va a venir conmigo. Voy a pasar a casa a cambiarme.
Era verdad que mi madre me había obligado a llevarla conmigo a conocer a los demás adolescentes hormonales del pueblo. Pero al verla por segunda vez, yo también estuve de acuerdo.
Linda me miró con el ceño fruncido y meneé la mano en señal de despedida. No esperé que me respondiera y crucé la calle con bici en mano para entrar en casa. La dejé apoyada en la valla. No había nadie en el interior, así que subí corriendo hasta mi habitación y comencé a prepararme. Me hice un par de trencitas pequeñas en el flequillo, me puse un vestido negro y mi chupa de cuero. Para resaltar, cogí cuñas blancas que se ataban en el tobillo y cubrían los dedos.
Me retoqué el maquillaje y decidí que esa noche los dioses se iban a arrodillar ante mí. Con esa autoestima, salí por la ventana como en las pelis, porque si mamá o papá me veían así vestida iban a hacerme un exorcismo o algo. Mi familia era más bien recatada.
Crucé corriendo hasta la acera de Linda, descalza y con las cuñas en mano.
Al tocar el timbre apareció con un vestido rojo de terciopelo, que cubría sus mangas y dejaba ver el inicio de su pecho con un escote recto. Ahora se parecía menos a un ángel. Si le tapabas la cara hasta podía pasar por Papá Noel.
Es broma.
Llevaba el pelo rubio en bucles, cayendo por su espalda, con dos pequeños moños en la coronilla. Y los labios pintados de un rojo agresivo, como el de su madre.
—No sabía si era una fiesta formal, pero por si acaso...
¿Por si acaso? Parecía una diosa. Mi autoestima acababa de bajar de forma estrepitosa.
—¿Qué te ha dicho tu madre? —inquirí refiriéndome a lo de salir de fiesta conmigo.
—Nada, le caes bien —soltó con sarcasmo y se puso a andar con la cabeza bien alta.
Me reí con sorna.
—La fiesta es por el otro lado.
*
Habían pasado quince minutos y Linda no decía ni una palabra. Empezaba a darme cuenta de lo difícil que sería acercarme a ella. Esto no lo predecían los libros de mi padre.
—Eres muy callada, ¿no? —traté de relajar el ambiente. Para mi alivio, contestó.
—Solo hablo cuando es estrictamente necesario. —Lo dijo mirando al frente sin emoción alguna.
—Empiezo a pensar que no eres una tiquismiquis, sino que tienes daddy issues —traté de incitarla a mantener una conversación. La vi apretar los labios con fuerza. Probé de nuevo—. ¿Dónde está tu padre, por cierto?
—¿No te han enseñado un mínimo de educación? —estalló con voz suave, pero sentí que se reprimía los gritos.
—Osea que tienes daddy issues —me confirmó—. Pues, ¿de dónde eres?
—De Sundale.
—¿Por qué una persona con sentido común se muda de la playa a un pueblo de mierda como este?
No contestó. Simplemente se encogió de hombros, pero sin parecer despreocupada.
Cuando llegamos a la casa de Betty, noté que Linda se removía nerviosa. Entre mi interrogatorio y la gente a nuestro alrededor creo que la asusté un poquito.
—Si me necesitas estaré en la cocina.
Al instante me miró como un cervatillo acorralado.
—Que es broma, si te dejo sola mi madre me mata —la tranquilicé.
No soy tan mala persona, en realidad.
Decidí cambiar de táctica. Iba a ser amable. Y buena. Quizás en un ambiente cordial sería más fácil que entrara en confianza conmigo. Iba a conseguir que fuera mi amiga costara lo que costara. No soportaría quedarme toda la vida en el pueblo sin haber disfrutado de verdad. Y no me malinterpretes, Betty era una buena amiga de la infancia, pero su educación era más recatada y con ella no podía vivir verdaderas locuras, más allá de tocar el timbre de una casa y salir corriendo.
Yo quería sentirme rebelde, como las heroínas de los libros, con moralidad gris, que salvaban el mundo y tenían un estilo envidiable. Muchas de ellas pertenecían a bandas criminales y se infiltraban en sitios como rebeldes de una causa recién adquirida por conflictos políticos y cosas así. ¿Por qué no podía ser igual en la vida real? ¡Bendita ficción!
Betty se acercó ese momento a recibirnos y noté que Linda entraba en tensión. ¿Qué demonios le pasaba? Con su vestido blanco satinado se abalanzó sobre mí en un efusivo abrazo. Betty solía ser muy abierta y cariñosa.
—¿Una fiesta con alcohol en domingo, día de iglesia? —bromeé y ella lo aceptó y se encogió de hombros complacida. A veces creo que no entiende el sarcasmo.
—Que diosa estás hecha hoy, Heather. —Sonrió y se quitó un largo mechón negro de la cara. El blanco del vestido la hacía ver súper pálida ya que su piel era de un tono semejante al papel.
—Pues tú pareces la niña del pozo. —Entonces sí se rio—. Esta es Linda, nuestra nueva vecina —aproveché para presentarla.
Betty le tendió la mano y le sonrió con amabilidad. Me gustaba que tuviera tan buen corazón. La confianza que tenía con sus padres conseguía que la dejaran hacer fiestas como estas de vez en cuando, a cambio de buenas notas y responsabilidad por su parte. Como decía, a veces conseguía volverla algo rebelde, pero delante de sus padres eran una santa. Yo no podría fingir tan bien. Y eso que había leído todos los libros de psicología que mi padre se dejó en casa cuando mamá y él se divorciaron.
—Encantada —dijo gritando porque alguien había subido el volumen de la música.
Eché un vistazo a la sala. Sonaba False Alarm y las luces de colores bailaban por toda la sala llena de gente de mi altura más o menos. En las mesas y en las manos descansaban vasitos rojos de plástico, antes de volver a las bocas de sus propietarios y ser engullidos de golpe.
Linda forzó una sonrisa que quizás Betty tomó como natural, porque se puso entre nosotras y nos cogió de los brazos.
—¿Vas a ir a nuestro instituto? —preguntó y recapacitó con rapidez sin dejar que contestara—. Bueno, obvio que vas a ir a nuestro instituto, si es el único que hay en Mooredale. A no ser que estudies en casa. ¿Estudias a distancia o algo de eso?
Linda parpadeó por la sobrecarga de información. Betty se dio cuenta.
—Perdón, es que no suelen venir extranjeros y estoy emocionada —dijo con un temblor de excitación.
—No, voy a ir al Moorenight con vosotras. —Esa era la primera vez que Betty la oía hablar.
—Dios, me gusta tu voz, eres súper mona.
Betty, ¿qué haces? A ver, es un rayo de sol, pero nunca la he visto tan emocionada por nada.
—Bueno, si vas al instituto no estaremos en la misma clase —intervine—. Linda tiene un año menos que nosotras.
—Bueno, siempre podemos vernos en los recreos. —Tiró de nosotras y nos llevó a la cocina, para tendernos después dos vasos—. Puerto de Indias. Típico, pero sube bien.
Llenó el resto de mi vaso con Sprite y me lo tendió. Lo acepté y le hice un chinchín. Linda removió un poco el vaso y la vi dudar, pero después se lo tomó de un trago, dejándonos estupefactas. Al momento apretó la cara e hizo una mueca. Betty exclamó horrorizada:
—¡Pero aún no le había echado Sprite, te lo has tomado a palo seco!
Madre mía. Ahí estaba esa chispa rebelde. Sonreí y tomé dos tragos de mi bebida.
—Déjala ser feliz, Betty. Venga, vamos a bailar —propuse.
Fuimos al salón, donde la música tapaba todas las conversaciones y comenzamos a movernos un poco. Linda se mantuvo rígida, pero balanceó un poco la cabeza. Teníamos suerte de que la casa de Betty estuviera a las afueras del pueblo, cerca del bosque y lo suficientemente lejos de la iglesia. La canción terminó y comenzó a sonar Oxytocin de Billie Eilish. Miré con sorpresa a Betty, pues la canción tenía muchas referencias a pecados.
—Mis padres no están en casa —gritó con una pizca de malicia que no terminó de cuajar, porque ella en sí era una santa.
Me di cuenta de que la diferencia más grande entre Linda y Betty era que Linda parecía ser rebelde y trataba de parecer inocente, y que Betty era inocente y trataba de ser rebelde. Que me aspen si me equivoco.
Entonces pasó lo impensable. El alcohol comenzó a hacer mella en Linda y ella se soltó un poco, sus hombros se relajaron y empezó a bailar como nosotras. Un chico pasó con dos vasos en cada mano, llenos de un líquido marrón, Linda le quitó uno y se lo bebió de un trago. Después hizo lo mismo con el otro, haciendo oídos sordos a las protestas del chico.
—¿Linda? —No pude evitar que se me escapara, pero por fortuna nadie lo escuchó por el ruido.
Ella por su parte se animó y yo decidí seguirle la corriente. Todas empezamos a bailar, incluso con pasitos prohibidos, ya que el alcohol liberaba la mente del miedo. Esa noche íbamos a ser chicas malas. Prorumpíamos en risas, tropezones y gente que cantaba a voces la canción (sorprendente que se la supieran), para a la mañana siguiente volver a sus atuendos recatados y su semblante serio. Me encantaba cuando la gente se abría y demostraba su verdadera naturaleza, mucho más interesante que aquella personalidad que fingían tener. ¿Por qué no podía ser así siempre?
En un momento de auge, Linda se alejó unos centímetros de nosotras, quedando justo en medio de la pista y se puso a bailar sola, con los ojos cerrados.
—Bad things —gimieron los altavoces y entonces ocurrió.
El mundo se puso a cámara lenta y todas las luces apuntaron hacia ella, parpadeando al ritmo de la música, que se oía muy lejana. En cada parpadeo la esencia de Linda cambiaba. Las luces rojas hacían que su vestido fuera blanco y pareciera un ángel y cuando cambiaban a las azules, el vestido se tornaba negro y los dos moños de su cabeza se transformaban en cuernos. Levantó los brazos y se pasó las manos lentamente por el pelo. Entonces sus ojos se abrieron y mostraron su interior lleno de fuego. El maquillaje brillaba sobre sus párpados y llenaba de destellos esa zona. Cuando brillaban, sus ojos se mostraban inocentes y piadosos, y después se fundían en total oscuridad de un negro profundo. Me sonrió. Lentamente se mordió el labio y yo tragué saliva. A su alrededor desapareció todo, solo su mirada maliciosa contra la mía, llena de ansias de entrar en su cabeza y descubrir sus secretos.
De pronto la vi poner una mueca extraña y entonces la magia se rompió. El mundo volvió a su velocidad habitual y ella se dobló en dos sin poder evitarlo.
Vomitó todo lo que había bebido sobre la alfombra del salón.
Nota de la autora
¡Hola! Me alegro de que hayáis decidido seguir disfrutando de la historia. Como veis es bastante más liguera que mis novelas anteriores. No tiene mayor próposito que el de entretener y enseñar algunas cosillas que he aprendido de psicología jaja. Espero que os estén gustando los personajes, y ahora que habéis conocido la mente de Heather, notéis el contraste entre ella y Linda. ¿Alguna vez habéis ido a una fiesta así? ¡Hasta el domingo que viene!
Tercer capítulo: 18 de septiembre de 2022
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