Parte III (3) (13 de 15)
Lynn Jr. seguía trabajando como voluntaria en la sección de veteranos de la casa de retiro Cañón Sunset. El trabajo, como tal, era de lo más tedioso, agotador y repulsivo. Mas, de todas formas, la chica daba lo mejor de si con tal de expiar la culpa por haber hecho que su hermano huyese de casa y se enrolara en el ejército.
Sin embargo, hubo un momento que quiso poner una queja respecto a como se manejaban las cosas en ese lugar.
–¿Qué rayos les pasa a todos? –se aproximó a preguntarle a Sue, a la hora que esta a se ocupaba de darles sus pastillas a cada uno de los residentes–. Están como zombis.
–Es el medicamento que deben tomar –explicó la enfermera–. Excepto Seymour, él ya venía así.
–Oiga, no creo que deba darles tanto –le señaló Lynn–. Le estuve leyendo al señor Bernie por media hora y le salió una abeja de la nariz.
–Creéme –aclaró Sue con calma–, es mejor para todos tener a estos hombres tan calmados como sea posible.
Una vez la encargada se retiró a seguir con sus labores, Lynn observó a su abuelo, quien permanecía sentado en una silla de ruedas situada frente a una de las ventanas, totalmente inerte, con la mirada totalmente ausente y la boca abierta de par en par.
–Hey, Pop-Pop... –se acercó a hablarle. Ahí notó que el abuelo sostenía una raqueta de Ping pong en su mano–. ¿Quieres jugar?
Como respuesta a su invitación, el fornido anciano emitió un gemido y un hilo de baba se escurrió por la comisura de sus labios.
–Tomaré eso como un sí.
Dicho esto, Lynn empujó la silla de ruedas de su abuelo hasta el un extremo de la mesa de Ping pong que había en la sala.
–Vamos. ¿Sabes qué?, puedes hacerlo, tengo fe en ti, ¿si? Te voy a ayudar sin importar cuanto me tarde –dijo en lo que tomaba otra raqueta y una pelota y se posicionaba al otro lado de la mesa–. Tal vez te sientas ignorado aquí, tal vez sientes que no existes, pero yo sé que existes, abuelo, déjame ayudarte.
Por desgracia, en cuanto Lynn hizo botar la pelota, esta fue a caer directamente en la boca abierta de su amodorrado abuelo quien se empezó a atragantar, por lo que rápidamente tuvo que ir a auxiliarlo.
***
Al caer la tarde, el señor Loud y el resto de sus hijas esperaban preocupados en la sala de su casa. Leni, como todas las veces, se ocupaba de cuidar a Lily, y Lola... Ella extrañamente sostenía una llamada por teléfono que decía era muy importante.
–Ya llegaron –avisó la niña del vestido rosa una vez colgó y afuera se escuchó aparcar a Vanzilla... Y también a un camión del que bajaron diez hombres fornidos a quienes Lori les permitió la entrada.
–Cariño, esto es una locura –le insistió Rita a su hija mayor en cuanto esta entró encabezando al grupo.
–Por allá –señaló Lori a las escaleras, a lo que los cargadores subieron a la planta alta.
–¿Dónde estaban? –se acercó molesto el señor Lynn a interrogar a su esposa e hija–. Se fueron todo el día, no avisaron, estaba muy preocupado...
Lori enarcó ambas cejas cuando las apuntó acusatoriamente con una rebanada de pizza mordida.
–Tenía que comer, chicas –aclaró en su defensa–, soy un ser humano.
–Disculpa el retraso, papá –se excusó Lori seguidamente–, pero es que fuimos a vender el auto.
–¡¿Que qué?!
–Bueno, traté, pero, literalmente, nadie quiso pagar una escupida por esa chatarra. Así que tuve que vender nuestras cosas de mayor valor.
–Oigan, ¿qué están haciendo? –le reclamó Luan a uno de los cargadores, a quien luego de eso vio bajando con la caja de su muñeco de ventrílocuo y el maletín con su indumentaria de comediante.
Después de él bajó uno de sus compañeros cargando la maquina de coser y las mejores telas de Leni. Luego le siguió uno que llevaba el jeep de juguete de Lola y otro con dos jaulas en las que albergaban las crias de lagartijas, serpientes y los otros reptiles mascotas de Lana.
De este modo, el grupo de cargadores fueron sacando las cosas más preciadas para las hermanas Loud y las cargaron en el camión. Se llevaron los instrumentos y amplificadores de Luna, el equipo deportivo de Lynn, el busto y el ataúd de Lucy, el equipo de laboratorio de Lisa, la cuna y casi todos los juguetes de Lily y, por supuesto, todos los dispositivos electrónicos de Lori, con excepción de su teléfono móvil, que sabía iba a necesitar, pero no para hablar con Bobby exactamente.
Para cuando los hombres terminaron con su labor, el resto de las hermanas Loud ya estaban echándole reclamos a la más mayor por haber vendido sus cosas, salvó por Lola quien le recibió un fajo de billetes al jefe de los cargadores.
–Aquí está –dijo entregándole después el dinero a Lori–. Es todo lo que me dieron. Pero tengo más en mi oso de peluche. Iré por el.
–Gracias Lols –lo recibió su hermana quien se puso a contar los billetes, al tiempo que afuera de la casa se escuchaba arrancar al camión–. Si, ve por el. Lo voy a necesitar.
Luego miró al resto de su desconcertada familia.
–Compré un boleto de avión a Kabul –aclaró mostrándoles el pase de una vez, para luego subir a su habitación.
Al poco rato, Lola la alcanzó en el pasillo de arriba y le entregó otros cuantos billetes.
–Aquí está, cuatrocientos dólares.
–Gracias.
Lori se los recibió igualmente, luego entró a su recamara, sacó una valija del armario y se puso a improvisar una maleta de viaje con las mudas de ropa necesarias y sus artículos de aseo personal.
–Hermana, ¿qué rayos haces? –le preguntó Luna en cuanto la alcanzó y se asomó al umbral de la habitación junto con el resto de la familia.
–¿Qué les parece que estoy haciendo? –contestó en lo que se sentaba en su maleta para terminar de cerrarla–. Iré a buscar a Lincoln.
–¡¿De qué estás hablando?! –inquirió su padre–. No te irás así nada más.
–Es lo que yo digo –secundó Rita–. Es una locura.
–Claro que lo haré –replicó su hija–, soy la mayor, es mi deber cuidar de todos ustedes. Mañana mismo volaré a Kabul y si no consigo nada con el ejército contrataré a un interprete y los lugareños me ayudarán. Si hace falta, me haré amiga de los caciques, son muy organizados.
–No –negó su padre–, definitivamente no te damos permiso de hacer esto.
–Pues suerte tratando de detenerme, que ya tengo dieciocho y puedo tomar mis propias decisiones –fue lo que respondió con altanería–. No me importa si me corren de la casa por esto, lo encontraré, chicos, ya verán.
–¿Cuando salió un cu-cu de tu cabeza y empezó a cantar? –inquirió Lynn Sénior otra vez.
–Eso es lo que, literalmente, pasará si no hacemos nada, papá.
–Lori, no puedes hacer esto.
En afán de hacer entrar en razón a su hija, el hombre se aproximó a arrebatarle su boleto de avión y lo rompió en pedazos hasta hacerlo confeti ante sus ojos.
–En algún momento tienes que dejar tu ego y dejárselo a los profesionales –la amonestó inmediatamente después.
–No lo haré, papá –replicó con voz alterada.
–Lori, cariño –dijo Rita–, tienes una confianza loca y ardiente en ti misma que te ayuda a hacer maravillas en esta casa de locos, y esta familia muchas veces depende de ello, estaríamos perdidos sin ello. Pero a veces esa confianza loca y ardiente es muy... ¡Loca y ardiente!
–Tienes que aceptar que hay personas que pueden hacer cosas que tú no, chica –la apoyó Luna.
–Cirujanos, científicos... –enlistó Luan contando con los dedos de una mano.
–Carol Pingrey, que puede grabar tu nombre en un grano de arroz –añadió Leni.
–¡¿Cómo rayos lo hace?! –preguntó Lori a gritos, con un creciente sentimiento de impotencia y frustración en todo su ser.
–Nadie sabe –dijo el señor Lynn abrazando a su hija para consolarla–. Cariño, cariño, escucha. Te damos nuestro absoluto permiso de no ser la responsable de tener todo bajo control esta vez. Sé que será difícil, pero todo va estar bien, estoy seguro.
–¿Que dices? –le sonrió su madre–. ¿Confías en nosotros?
***
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, Lori se hallaba a bordo de un vuelo internacional con rumbo a medio oriente.
Aunque su padre le había roto su boleto de avión, la muchacha pudo comprarse otro, gracias a que el buen Clyde McBride accedió a prestarle dinero de su fondo universitario ni bien lo puso al tanto de la situación.
***
Mientras que su hermana iba en camino a rescatarlo, un muy debilitado Lincoln se abría paso tambaleándose por un árido desierto bajo un ardiente sol abrasador. Todo esto después de haber conseguido escapar de milagro de aquel otro lío en el que se había metido anteriormente.
–No lograré... –jadeó–. Seguir... Adelante...
Finalmente, su cuerpo entero cedió al cansancio y acabó por desplomarse de cara sobre la arena, esperando morir irremediablemente de deshidratación para posteriormente ser devorado por los zopilotes que ya volaban en círculos por arriba de su cabeza.
Pero justo cuando pensó que todo iba a acabar, su borrosa vista volvió a aclararse y algo de lo más extraño sucedió; y fue que, aproximadamente a medio metro de distancia de donde estaba, una mano cadavérica, necrosada y putrefacta emergió de la tierra frente a sus ojos.
Seguidamente oyó unos gemidos y gruñidos de ultratumba que dieron paso a un genuino muerto viviente en avanzado estado de descomposición que terminó por salir enteramente del suelo y empezó a arrastrarse torpemente en su dirección como en las películas.
–Hay no –gimió Lincoln, quien para ese punto de la partida ya no podía distinguir entre la fantasía y la realidad–, ya he visto esto antes en televisión. Primero se comerá mi cerebro y entrañas, y dejará mi carne a los buitres.
–Oye, eso es repugnante.
Su sorpresa inmediata fue mayúscula, cuando el zombi respondió protestando con una voz civilizada y entendible, en vez de sólo gruñir y babear como esperaba que lo hiciera.
Y como si todo lo que presenciaba de por si no fuera ya lo suficientemente extrañó, el zombi llegó hasta él, pero no se puso a mordisquear su vientre o su cuello como también se lo esperaba. En lugar de eso se puso en cuclillas y siguió hablándole en tono amigable.
–Dime una cosa, niño, ¿es esta la manera de empezar tu mañana?
Con suma dificultad, Lincoln levantó la cabeza y miró por encima del hombro carcomido del muerto ambulante. A unos escasos metros de distancia, rápidamente vislumbró a la familia Yates charlando felizmente, todos ellos sentados en torno a una mesa adornada con un pulcro mantel a cuadros, en la que se servía un apetitoso y abundante desayuno que incluía pan con mantequilla y mermelada, huevos con bacon y salchichas, hotcakes con aderezo de máple y zarzamoras y, lo más importante, cereal de una caja con una peculiar forma de lapida de cementerio en la que aparecía impresa la foto de aquel zombi.
Con esto se dio cuenta que lo que veía no se trataba más que de una alucinación, pero no una alucinación cualquiera, puesto que el muerto viviente que tenía en su presencia era ni más ni menos que...
–El zombi del cereal –exclamó sonriente.
Tras lo cual la alucinación de mascota publicitaria volvió a erguirse, se puso en jarras, lo miro fijamente a la cara y dijo:
–Lincoln, no puedes rendirte, tienes que levantarte, tienes que continuar.
–No sabes por lo que he pasado... –se aquejó–. Persecuciones, disparos... Una boda... Y cuando notó que yo no era chica... No estaba decepcionado.
–Hijo, sé que es difícil –lo alentó el zombi–, pero todo lo que vale la pena lo es. ¿Cuando las ganancias estaban bajando, los Zombie Bran se rindieron? Por supuesto que no, le pusimos más delicioso sabor a cada cucharada.
–No puedo moverme... –gimió de dolor.
–Tienes que moverte, Lincoln, tienes que volver a casa con tu familia, tus amigos y a tu país. Esta gente no tiene idea de lo que es el desayuno. Usan el arroz de la noche anterior y lo convierten en una pasta delgada. ¿Esa es tu idea de un desayuno?
–No... Pero...
El zombi entonces metió una de sus putrefactas manos en el agujero de su cabeza para escarbar ahí adentro y sacó un puñado de una extraña materia rosada y pegajosa, que parecía eran sus sesos pero en realidad era cereal remojado con leche, y que extendió a ofrecérselo al desfallecido peliblanco.
–¿No quieres volver a probar mis deliciosas hojuelas sabor a frambuesa con vainilla?
–Tú sabes que si quiero...
–Lincoln, escúchame, ahora hay 20% más de malvaviscos de mora azul en cada caja.
–Mis piernas...
–Tiñen la leche de color azul...
–¡Así el cereal es más dulce y sabroso!
Decidido a que tenía que regresar a su nación a como de lugar, para probar su cereal favorito otra vez, Lincoln agarró un segundo aire con el que se pudo poner en pie nuevamente y continuar su camino.
–Casa, allá voy.
–Estoy orgulloso de ti, hijo –lo felicitó la alucinación, que lo acompañaría los próximos veinte minutos hasta encontrarse con el bebedero para ganado de una granja en el que podría rehidratarse.
–¿Que le pasó a la chica zombie? –le preguntó Lincoln hasta mientras–, era sexy.
–Si, es cierto; pero no aumentó la preferencia del producto en niñas de tres a dieciocho años ni un solo punto.
***
Así, en dado momento, Lincoln llegó hasta una estación de tren en donde astutamente consiguió esconderse en una caja de madera que fue embarcada en uno de los vagones y llevada hasta un puerto en el que fue subida a un gran buque de carga que luego la llevó hasta otro puerto de donde salió a ser transportada en una caravana de camellos... Que lamentablemente acabó hundiéndose en el mar por razones más allá de la lógica y la comprensión humana.
Pero Lincoln sobrevivió y siguió navegando sobre el lomo de una tortuga marina... Que para su mala suerte lo llevó de vuelta a su punto de partida en el primer muelle en Kabul.
Sin embargo, ni con esto pensaba rendirse hasta regresar a casa.
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