Parte III (2) (12 de 15)
Al día siguiente, Lynn Sénior acudió en persona a la oficina de reclutamiento en Michigan a indagar información sobre su hijo perdido.
–Hola –se aproximó a saludar a uno de los suboficiales a cargo del lugar–. Eh, tal vez pueda ayudarme, mi hijo es menor de edad y creo que pudieron haberlo reclutado... Miré, es él...
–Ah sí –asintió el suboficial en cuanto el señor Lynn le mostró una foto en la que salía en compañía de Lincoln, a quien reconoció de buenas a primeras–, el recluta Warren, alias Jay Leno... ¿Su hijo, dijo?
–Si.
–Vaya, creí que era su padre. De hecho aquí todos pensamos que era un anciano que sabía mantenerse saludable.
–Suele pasar, es por el cabello blanco.
–Déjeme ver... Lo enviaron al cuartel estatal, le daré la dirección.
–Se lo agradesco, de veras –sonrió aliviado el señor Loud–, no entiendo que pudo orillarlo a cometer una locura como esta.
–La verdad es que el ejército de hoy tiene un paquete muy atractivo –comentó el suboficial en lo que anotaba la dirección en una hoja de papel–, salario competitivo, prestaciones, universidad...
***
En menos de cinco minutos, el señor Lynn hablaba por teléfono con su esposa, en afán de convencerla de dejarlo enlistarse a él mismo.
–Rita, aun no he firmado nada, sólo escúchame –le habló a su móvil, con el suboficial sonriendo expectante a sus espaldas ante la idea de haber convencido a otro pobre incauto de enrolarse–. Sólo son dos fines de semana al mes y calificaríamos para un préstamo hipotecario... Si, hay una ligera posibilidad de servicio activo, pero el sargento Rick espera que los eventos globales se estabilicen en meses...
***
Por su parte, ese día Lynn Jr. acudió a la casa de retiro Cañón Sunset, específicamente a una sección cuyo letrero anunciaba en la entrada: Hospital de veteranos.
Una vez adentro, lo primero que hizo fue aproximarse a hablar con la enfermera a cargo del lugar, una mujer robusta de brazos y piernas cortas llamada Sue, tal cual rezaba su gafete.
–Disculpé.
–¿Qué quieres? –preguntó la enfermera, que se mantenía ocupada yendo de un lado a otro a darles de tomar sus pastillas a cada uno de los ancianos que residía en esa sala.
Algo que Lynn no pudo pasar por desapercibido era que la mayoría de todos allí tenían sus miradas ausentes y babeaban cuales zombies amodorrados. Por ahí incluso advirtió que uno de los residentes le apuntaba a una pecera con el control de la televisión.
–Doscientos canales –oyó que se quejaba el viejo–, y sólo veo peces.
–Soy Lynn Loud Jr. –se anunció la joven deportista en cuanto pudo captar la atención de la encargada–. Me toca lunes, miércoles y viernes de tres a siete.
–Nadie se ofrece de voluntario aquí –rió Sue como si le estuviesen jugando una mala broma–. Todos van al glamoroso trabajo de unidad de quemaduras.
–Sólo quiero ayudar a los veteranos –insistió.
–¿En serio?
La robusta enfermera se puso en jarras, frunció el ceño y esbozó una picara sonrisa burlona.
–¿Crees que puedes ayudar por aquí? –preguntó en tono desafiante–. ¿Qué tal si le das al señor Albert un baño de esponja?
–¡Pero si es mi nietecita!
En ese momento, el abuelo Albert se abrió paso por la sala y se acercó a hacerle una caricia en la cabeza a Lynn con una de sus manos sudorosas. Por supuesto que a él no lo habían puesto al tanto de la reciente desaparición de Lincoln. Aquello había sido sugerencia de Lisa quien se asustó ante la idea de que su viejo corazón no lo pudiese resistir.
–Hola, Pop-pop –lo saludó.
–Que alegría verte. De haber sabido que ibas a venir, me hubiese arreglado.
Y se notaba, pues lo único que usaba ese rato eran un par de calzoncillos y unas pantuflas.
Pese al asco que le produjo ver el asqueroso cuerpo fofo, peludo y sudado de su abuelo, además de resentir el potente hedor de sus axilas, Lynn le plantó cara a Sue para hacerle saber que estaba dispuesta a cumplir con tan denigrante labor.
–Claro –asintió.
–¿O prefieres cortarle las uñas de los pies al señor Bernie? –sugirió la enfermera.
Tras lo cual ambas miraron a otro anciano que tenía puestos sus pies descalzos arriba de una mesa, de modo que a simple vista se podían apreciar sus gruesas y mugrientas uñas que parecían las de un ave de rapiña.
–Lo haré –volvió a acceder Lynn, ante la expresión sorpresiva de la enfermera.
–O puedes empezar haciendo cómodos o tronando ampollas –la desafió nuevamente.
En este punto, la castaña resolvió dejarle en claro lo muy comprometida que estaba a ayudar, puesto que la noche anterior lo había consultado con la almohada y llegado a la conclusión que así se redimiría por sus acciones.
–Oiga, creo que puedo ahorrarnos tiempo a ambas. Así es como me imagino esto: Usted pensará en labores cada vez peores y, ¿sabe qué?, las llevaré a cabo, todas, sin importar nada, ¿por qué?, no importa, tengo mis razones. Así que adelante, usted ordene.
–... Eso le quita un poco de diversión, pero está bien –terminó accediendo Sue.
Ipso facto, la enfermera guió a Lynn a uno de los botiquines y le entregó una bolsa para enemas, una manguera de un metro y una cánula que sacó de allí.
–Empieza con las lavativas del señor Seymour.
–Será un placer, Madame –respondió la joven cortésmente, para luego ir a cumplir con la tediosa tarea que le fue asignada.
***
De vuelta en medio oriente, allá en plena zona de guerra, Lincoln se abría paso por un camino desértico, disfrazado ingeniosamente con un burka que era la ropa tradicional con la que las mujeres de esos países islámicos estaban obligadas a ir cubiertas de cuerpo entero.
Poco después consiguió robar una bicicleta que usó para seguir adelante en su camino de regreso a su país... Para lo cual se valía estúpidamente con la caricatura de un globo terráqueo con cara y manos enguantadas impresa en un pedazo de caja de galletas de animalitos que encontró en un basurero. Pues no disponía de otra cosa.
***
Nuevamente en Michigan, Estados Unidos, Rita y Lori acudieron al cuartel estatal con la dirección que el señor Lynn les dio consiguiendo, luego de convencerlo de no cometer la estupidez de enlistarse como había hecho Lincoln.
–Buenas tardes –las recibió en su despacho el Sargento Hartman, a quien vieron con un brazo enyesado producto de la herida de bala recibida semanas atrás–, ¿en que puedo ayudarlas?
–Se trata de mi hijo, Lincoln –explicó Rita tomando asiento delante del escritorio del suboficial–, lo conocen como Warren, alias Jay Leno.
–¿El recluta Leno es su hijo?–indagó Hartman bastante sorprendido, a la vez que Lori le hacía entrega de una foto con la imagen de su hermano–. Vaya, por un momento creí que...
–Si, ya sé, seguro creyó que era mi padre o mi tío.
–Literalmente pasa más a menudo de lo que cree –explicó Lori–. Es por el cabello blanco.
De todas formas, el sargento, emocionado, se puso en pie y se inclinó a estrechar amistosamente la mano de la señora Loud.
–Déjeme darle la mano. Anciano o no, este sujeto es el mejor soldado que este viejo perro del ejército haya tenido el privilegio de comandar, todo un líder nato. Quisiera tener cien más como él, es un buen muchacho.
Siendo ellas ahora las sorprendidas, Rita y Lori se miraron la una a la otra sin saber que opinar al respecto.
–Si, bueno... –respondió primeramente Rita–. Estamos de acuerdo.
–Será un honor ayudarlas en lo que sea –les sonrió el sargento Hartman–. Ustedes díganme.
–El problema es que, literalmente, se enlistó bajo un nombre falso –siguió explicando Lori–, huyó de casa, ni siquiera tiene dieciocho años.
–Tenemos que saber donde está para encontrarlo y repatriarlo de inmediato –imploró Rita.
–Lo siento, señora –se excusó Hartman con pesar–, no puedo ayudarlas, es clasificado, lo lamento. Si su hijo está en una misión secreta, y no digo que lo esté, ni que exista alguna, pondría en riesgo dicha misión, si es que hubiera alguna. Temo que mis manos están atadas.
–... Mamá, ¿podrías dejarme a solas con el señor un segundo? –pidió Lori a Rita.
Luego de meditarlo brevemente, su madre accedió a su petición. En cuanto se hubo retirado, la mayor de las hermanas Loud miró seriamente a los ojos al severo sargento Hartman.
–Mire –dijo con calma–, sargento, no somos tan diferentes. Si lo piensa, literalmente, tenemos el mismo trabajo; usted comandando a sus soldados y yo como la mayor de un grupo de hermanos revoltosos. Nuestro deber es controlar a un montón de jóvenes irresponsables y soquétes y convertirlos en algo medio útil para el mundo.
–Es un reto de verdad –afirmó el suboficial que volvió a tomar asiento atrás de su escritorio.
–Hace unos días –rió Lori–, mi hermana Lynn, literalmente, trató de planchar su jersey mientras lo traía puesto.
–Uno de mis chicos interrumpió el ejercicio porque su rifle se le enterraba en el hombro –contó el sargento.
–¿E hizo que todos sufrieran por lo que hizo él?
–Desde luego; pero nunca dura, ¿o si? Es inaudito, el mucho castigo que requieren.
–Ni me lo diga. Me sorprende hacer alguna otra cosa... ¿Ha intentado lo opuesto?
–¿De qué hablas?
–Es muy simple, dele a uno privilegios especiales sin razón alguna.
–¿Y cómo funciona?
–Es muy bonito. Los otros no saben porque tiene privilegios, entonces hacen todo bien para ponerse a ritmo, y el de los privilegios se vuelve suspicaz y paranoico y empieza a delatar a los holgazanes.
–Oye, eso suena innovador. ¿Te importa si lo aplico?
–Para nada, será un placer. Y otro bueno, es dejar que piensen en sus propios castigos, así ejercitan su creatividad y evita que se unan contra usted.
–Grandioso.
–O también tome su desayuno, comida y cena y métalos en la licuadora hasta que quede una pasta gris y acabarán comiéndosela, eso es divertido.
–Espectacular, niña –la felicitó el sargento–, eres una artista.
–No, que va –rió la joven con modestia–, solamente una talentosa principiante.
Hartman tamborileó con los dedos y suspiró con mayor pesar.
–Quisiera ayudarlas en verdad... Quisiera poder... Abrir esta gaveta... y mostrarte la información que necesitas...
Indeliberadamente, abrió un cajón y sacó unos papeles que puso encima del escritorio.
–Pero no lo haré... Me siento tan frustrado, que me dan ganas de...
Luego se puso en pie, se alejó disimuladamente hacia la ventana del despacho y se giró a mirar al exterior con la mano sana puesta atrás de su espalda.
–Mirar por esta ventana por... No sé... Ciento veinte segundos... Ciento diecinueve... Ciento dieciocho...
Habiendo captado la indirecta, Lori no perdió tiempo en sacar su celular y tomarle fotos a los documentos que tenían la información que necesitaba para saber del paradero exacto de su hermano.
***
Por cierto que, hablando de su hermano, Lincoln no la estaba pasando nada bien en ese preciso momento, que se hallaba infiltrado en una boda islámica gracias al burka con el que se hacía pasar por mujer; cosa que no sería un mayor inconveniente, de no ser por el mínimo detalle que él era el que estaba ocupando el lugar de la novia; además de que su pretendiente, un musulmán barbón y adinerado que le cuadriplicaba la edad, ya se lo andaba comiendo con la mirada.
Pero eso no fue tan inquietante como el hecho de que, en plena ceremonia y sin ninguna discreción, el horrendo sujeto empezó a masajeárle la espalda de modo sugerente con una de sus peludas manos, la cual poco a poco hizo descender en dirección a sus caderas.
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