Parte III (1) (11 de 15)

Parte III: Lincoln vuelve a casa

–... Entonces –recapituló el señor Loud todo lo acontecido hasta el momento en esta saga–, después de ser acusado, mi esposa se quedó sin empleo y tuvo una crisis nerviosa. Y, como si eso no bastara, a una de mis hijas se le ocurrió darle una lección a su hermano, y para eso todos pretendimos ponernos en su contra diciendo que daba mala suerte, lo que lo hizo huir y enlistarse en el ejército, y no sabemos donde está. Lo que nos tiene a todos muy preocupados, y uno se siente muy impotente, ¿entiendes?

Parada ante la entrada de su casa, estaba la pequeña Meli Ramos, luciendo un lindo uniforme de las Bluebell Scouts. A su lado tenía un carrito cargado con varias cajas de galletas.

–Si, entiendo –asintió la niña después de escuchar todo lo que tuvo que decir–, pero yo no pongo los precios, señor. Son cuatro billetes por caja, tómelo o déjelo.

–Hay, está bien –accedió el hombre a regañadientes–. Quiero una de menta con chispas de chocolate.

–Aquí tiene.

En cuanto dieron por terminada la transacción, la pequeña exploradora se retiró a seguir vendiendo galletas en las otras casas. En ese instante Lynn vio regresar por el otro lado de la acera a su esposa e hija quienes aquella misma tarde habían ido a hablar con un administrador del ejército. Primero llegó Rita, y después Lori... Que estaba siendo llevada a la fuerza por dos militares.

–¡Quítenme las manos de encima! –vociferaba embravecida mientras forcejeaba por librarse de su agarre–. ¡Su autoridad termina donde empieza nuestra propiedad!

Cuando llegaron al porche, los dos militares soltaron a la histérica muchacha que sin mas entró a la casa dando zancadas, seguida por su angustiada madre.

–¿Qué hizo? –le preguntó el señor Lynn a los militares.

–Destruyó por completo una oficina –respondió uno de ellos manteniendo una pose y un tono de voz formal–, hizo amenazas explícitas contra las fuerzas armadas, atacó mi región genital, y capturó la misma.

–Oh... Escuchen –preocupado, el señor Loud sacó un par de billetes de cinco que quiso ofrecer a los militares a modo de compensación–, ¿puede haber una manera de arreglar esto?

–Señor –advirtió el militar–, si se acerca a menos de quinientos metros de mi perímetro, se me autorizó a usar la fuerza.

–Está bien –asintió el hombre nervioso y cerró la puerta.

–Mamá –se acercó a preguntarle Lynn a Rita en el estar de la casa Loud–, ¿qué pasó?

–Te diré lo que pasó –se ocupó de responder la mayor de sus hermanas–. Les dije que mi hermano menor de edad se enlistó en el ejército bajo un nombre falso y fue enviado a combatir. ¿Y sabes que dijeron? Dijeron que si averiguamos que nombre usó nos lo podían devolver en seis meses. ¡SEIS MESES! ¡Literalmente, nos lo pueden devolver en seis meses!

–No sé si está molesta porque lo matarán o porque alguien más lo hará por ella –le susurró Lana a Lola.

–Tranquila, hermana –dijo Luna tomándola de la mano que tenía cerraba con tenaz firmeza al grado que parecía que sus venas estaban a punto de reventar–, alterándote así no conseguirás nada. Así que trata de relajarte, chica, que te enterrarás tus uñas en la palma otra vez, cálmate, y dejemos que el ejército...

–¡No confió en el ejército! –rugió Lori arrojando con violencia aquello que tenía en su puño cerrado–. Por lo tanto esta familia lo buscará. Y no confió en esta familia, por lo tanto yo lo buscaré.

Luego de esto, Lucy se agachó a recoger las medallas que su hermana arrojó al piso.

–¿Dos corazones purpura y una estrella de bronce?

–Y me imploró como un bebé –gruñó la más mayor.

–El ejército –bromeó Luan seguidamente–, ¿qué esperan de alguien que le da un arma a Lincoln?

–Ah, claro –habló esta vez Rita, quien pasó a lanzarle una mirada inquisitoria a todas sus hijas, incluyendo a Lori. Pero sobre todo a cierta castaña, que fue a la que miró a los ojos directamente y fulminó con la mirada, pareciendo como si quisiera prenderle fuego con la mente–. Es culpa del ejército que maten a su hermano.

–No, Rita –intervino Lynn Sénior–, no podemos culpar a las niñas por obligar a Lincoln a usar el traje de ardilla; no podemos culpar a LJ por idear esa tonta broma y provocar esta tragedia.

–¿Qué? –gimió la mencionada cuya cara perdió color.

–A su edad no son más que una lluvia de hormonas y un asqueroso egocentrismo –siguió diciendo su padre–. Todas son unas bestias inmorales.

–¡No las defiendas, Lynn! –repuso su molesta esposa–. ¡Rayos!, ojalá pudiéramos castigarlas, pero sería muy hipócrita de nuestra parte ya que nosotros también tuvimos la culpa de esto. Pero a partir de ahora dejaremos de ser tan permisivos con ustedes, ya lo verán.

El hombre suspiró y, sin agregar nada más, se retiró a la cocina.

–Prepararé la cena.

–Te ayudo –lo siguió su mujer.

–Genial –refunfuñó Lola–, goulash de malas.

–Gracias, Lynn –protestó Lana soltándole un codazo en las costillas a la deportista.

–Oigan, no me vean a mi –reclamó en defensa suya–. Todos estuvimos de acuerdo en hacer que Lincoln usara el traje de ardilla.

–Pero tu fuiste la de la idea –le señaló Lola.

–Y ahora el pobre Linky está en peligro –dijo una muy angustiada Leni.

–No se preocupen –insistió Lynn aunque, honestamente, no estaba del todo segura de lo que decía–, el apestoso va a estar bien, sólo tiene que esconderse y no hacer nada estúpido.

Habiendo dicho esto ultimo, tanto ella como todas sus hermanas se miraron entre si más preocupadas que nunca.

–Ay, Dios –masculló Lucy con un hilillo de voz.

***

Mientras tanto, al otro lado del mundo, el joven Loud descendía en paracaídas hacia el campo de batalla. En mente repetía una y otra vez todo lo que había aprendido en su entrenamiento, para así motivarse a la hora de entrar en acción.

≪Soy una maquina de combate afinada, soy una máquina de combate afinada, soy un robot... Los robots son geniales... Ace Savvy luchó con uno... Me gusta Ace Savvy... Y el pastel... Pastel... Pastel... Pastel... ¿Por qué pienso en pastel? Tenía que pensar en otra cosa... ¿Rimaba con pastel?... ¿Hotel?... ¿Miel?... ¿Papel?... ¿Pastel?... Pastel... ¡Pastel!... No... Pastel... Ace Savvy... Robot de combate... Maquina de combate, afinada... Soy una maquina de combate, soy una maquina de combate afinada, soy una maquina de combate afinada...≫.

Al aterrizar se desentendió del paracaídas y corrió empuñando su rifle al campo de batalla.

¡Ratatatatatata...!

¡KABOOM!

–¡WAAAAHH...!

Pero en cuanto atestiguó los genuinos horrores de la guerra, sumado al hecho de que, ni bien tocaron el suelo, su compañero Coop fue acribillado a balazos y Craig tocó una mina terrestre que lo hizo volar en miles de pedacitos, fue ahí que al fin Lincoln tuvo un arrebato de sensatez.

Si, le había quedado claro desde el principio que el asunto de la mala suerte había sido una farsa para darle una lección, y aun así había tenido derecho a indignarse, pues había sido una broma de muy mal gusto.

Pero lo que acababa de pasar, además de recordar el modo que el chico Clarence había sido llevado hasta su limite y quedado tan perturbado que acabó volándose la tapa de los sesos, todo eso le hizo tener una mejor perspectiva de las cosas.

Con todo esto se dio cuenta de lo mucho que se había precipitado al huir de casa, de que de todos sus planes de respaldo este era el más estúpido que en su miserable vida hubiese ideado, que no tenía nada que hacer allí y que si seguía vivo era porque había tenido mucha suerte.

Pero también supo que la suerte no le iba durar, pues también se acordó de que seguía siendo un niño, un niño muy estúpido que estaba corriendo directo hacia su propia muerte.

Por lo que decidió actuar con mayor sensatez; o, bueno, tan sensatamente como su alterada mente se lo permitió en esos instantes.

Tan pronto como detuvo su paso, arrojó el rifle y su mochila para así aligerarse, se dio media vuelta y echó a correr en dirección opuesta al campo de batalla hasta perderse en el horizonte.

***

Al anochecer, en la casa Loud, Lucy entró en la recamara que compartía con Lynn, a la que vio sentada ante el unico escritorio que les tocaba compartir a ambas. Curiosa, se acercó a mirar por encima de su hombro y vio que estaba anotando algo en una libreta.

–¿Qué es eso?

–Hice una lista de todo lo malo que nos ha hecho Lincoln –contestó Lynn con el ceño fruncido.

–¿Una lista? –repitió la niña pelinegra.

–Estoy harta de tener que defenderme –protestó Lynn–, no importa lo que le hice a Lincoln, él nos ha hecho cosas peores y todo está aquí en esta lista.

–Entonces se valen las listas –reiteró Lucy.

Acto seguido, la gótica abrió uno de los cajones del escritorio y sacó una carpeta repleta de enlistados como el que estaba haciendo Lynn.

–Aquí tengo anotadas todas las veces que ustedes pasaron por encima de mi –le hizo saber tras abrir la gruesa carpeta y mostrarle su contenido–, cada postre que me han quitado, cada vez que me perdí mi programa de vampiros porque ustedes escogieron ver otra cosa y cada vez que rompieron mi busto de Edwin. ¿Qué tienes tú?

–Eh...

Pese a lo insignificante que sintió a comparación con lo que le mostró su hermana, igualmente Lynn repasó su lista y procedió a mostrarle todo lo que había notado allí.

–Tengo lo de las ultimas vacaciones que nos arruinó –empezó por señalarle–. Pudimos haber ido a la playa o a Lechelandia, pero terminamos yendo al Campamento Rascatraseros sólo porque el apestoso no pudo tomar una decisión.

–Si, pero a cambió de eso estuvo pendiente de que todas la pasáramos bien –le recordó Lucy–. Hasta peleó con un oso.

–Cierto...

Lynn negó con la cabeza, tachó lo que acababa de mencionar y pasó a señalar otra cosa.

–Pero también está lo de ese video humillante de todas nosotras que subió a internet.

–Y que compensó subiendo un video más humillante de sí mismo.

–Eh... Si... Bueno, pero solía ser muy egoísta con todas... Mira, aquí está anotado lo del incidente del punto dulce, la piscina que compró para él solo, y las ultimas vacaciones de primavera cuando hizo un enorme sandwich submarino y no me quiso compartir.

–¿Hablas del sandwich que tú igualmente te comiste para luego eructarle en su cara?

–¿Cómo sabes de...?

–Los estaba viendo por las ventilas.

–De todas formas, todo esto es peor que obligarte a usar un traje de ardilla por un día o dos.

A esas alturas Lynn supo que ni ella misma creía en sus propios argumentos.

–¿O no?

–No sé –Lucy se encogió de hombros–. ¿Acaso estabas enamorada de ese sandwich?

–¡Cierra la boca!, él se lo buscó. Es más, nos lo debía.

–Entonces si muere, estaremos a mano –asintió la menor hablando con tono sarcástico.

–¡Yo no dije que morirá! –rugió la mayor.

–Lynn, hablamos de Lincoln. Casi se mata con un cortaúñas.

–¡Sólo dije que se merece todo lo que le toque!... No, no es cierto.

La castaña suspiró apenada con sus propias palabras.

–Eso es algo que diría el apestoso, que si quería deshacerse de nosotras y convertir nuestras habitaciones en su parque privado –se lamentó–. Pero no soy Lincoln. ¿Si él es horrible, yo también debo serlo? Yo soy mejor.

–Vaya –la gótica negó con su cabeza decepcionada–, eres fratricida y además una cretina de primera.

Lynn se volvió a mirar a su pequeña hermana para reclamarle por haber dicho esto; pero Lucy ya se había retirado de la habitación sin emitir el más mínimo ruido como acostumbraba a hacer, para así dejarla a solas reflexionando con un creciente sentimiento de culpa en su interior.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top