Parte II (4) (9 de 15)

Ya bien entrada la madrugada, Lincoln y sus compañeros reclutas se levantaron de sus literas en silencio. Después, cada uno de ellos envolvió una barra de jabón en una toalla, de modo que estas se pudieran usar como armas contundentes.

De ahí se fueron acercando sigilosamente hasta la litera de Clarence, que era el único que seguía dormitando profundamente. Resulta que todos habían acordado de antemano darle una dura lección por haber hecho enojar al sargento Hartman y hacer que este se desquitara con ellos.

Con cuidado, Craig y otros tres chicos pasaron una sabana por arriba del gordo Clarence y Coop se posicionó por atrás de la cabecera de su cama con un estropajo en mano que usó para amordazarlo, al tiempo que los otros cuatro lo sujetaron con la sabana y los demás llegaron de tres en tres a surtirlo de golpes en el pecho y el abdomen con los jabones envueltos en toallas.

¡Pow! ¡Pow! ¡Pow!...

Pobre Clarence, apenas si tuvo chance de despertarse sollozando por los golpes que le vinieron a dar, mas no pudo oponer resistencia o siquiera gritar por ayuda dado que Coop lo tenía bien amordazado con el estropajo y Craig y los otros chicos lo tenían bien sujetado con la sabana.

–Hazlo –le susurró Craig a Lincoln cuando llegó su turno de golpearlo–. ¡Hazlo!

En principio, el peliblanco sintió lastima y dudo en agredir a su obeso compañero, pero tampoco quería defraudar a los otros; y es que, hablando de defraudar, situaciones como esas le hacían recordar porque era que estaba allí en primer lugar.

Recordó como es que su hermana Lynn lo traicionó y como toda su familia le dio la espalda. Lo habían defraudado tal como él no quería defraudar a sus colegas.

Con esto en mente, de todos Lincoln fue quien terminó agrediendo al pobre Clarence con más golpes, cargados enteramente con toda la furia y frustración que tenía acumulada. El castigo que le brindó al pobre chico fue tal que incluso un par de sus compañeros tuvieron que ir a detenerlo para que no se le pasara la mano... Y a partir de allí es que todo empezó a ir cuesta abajo.

–No lo olvides –amenazó Coop a su víctima antes de quitarle la mordaza y volver a su litera–, fue una simple pesadilla, marrano.

En las horas restantes de la noche, Lincoln no pudo pegar ojo por culpa del remordimiento de consciencia y los constantes gemidos y sollozos de un apaleado Clarence que se quedó estremeciéndose de dolor en su cama.

***

A esa misma hora, allá en la casa Loud, de igual forma, el señor Lynn tampoco pudo conciliar el sueño esa noche. A esa hora se hallaba sollozando en su jardín, ante la nefasta idea de que pronto sería encarcelado.

–Papá –lo llamó Luna quien salió a verlo en compañía de Lisa y Lynn; esta ultima tenía el rostro cubierto con varios trocitos de papel higiénico para tapar las múltiples heridas de la afeitada–, hice café, ¿quieres un poco?

–Gracias... –respondió disimulando el llanto lo mejor que pudo–. Estaba cantando, siempre tengan una canción en el corazón, niñas.

Luna asintió y se aproximo a darle la taza de cafe a su afligido padre.

–Gracias... –suspiró y tomó un sorbo–. ¿Saben qué es lo peor?, que siempre detesté ese trabajo. En realidad siempre quise ser chef, sólo que... Bueno, tenía una gran familia que alimentar. Ah, pero no vayan a pensar que los estoy culpando a ustedes. Esto que pasó, fue sólo una desgracia que le pudo suceder a cualquier otro, ninguno de ustedes tiene la culpa de nada, mucho menos Lincoln... ¿En serio, aun creé que esto pasó por culpa de su supuesta mala suerte? ¿Es por eso que no se ha quitado ese ridiculo traje aun?

–Eh... Si... –mintió Luna con pesar.

A esas alturas ya no quería seguir con la otra farsa, pero sabía que tampoco le podía contar la verdad a su padre ya que con eso se angustiaría más de lo que ya estaba.

–Y mejor no vayas a seguir insistiendo en hacer que se lo quite –añadió Lynn apenada–, ya dijo que no lo iba a hacer hasta que todo se arregle y se asegure de que no da mala suerte.

–Hay, mi pobre hijo –se lamentó el hombre–. Sólo quería ayudar a darle una lección y ahora él es el que cree que da mala suerte.

–Lo siento mucho, papá –se disculpó la afligida castaña–, esto es mi culpa, no debí sugerir que le jugáramos esa tonta broma en primer lugar.

–No, el unico que tiene la culpa aquí soy yo por seguirte el juego y dejar que esto pasara, LJ. Debí ser un mejor padre y hablar con él en lugar de hacerle eso. Prométanme, niñas, que harán todo lo posible por hacerlo entrar en razón ya que yo no pude hacerlo.

–Lo prometemos –asintió Luna cada vez más apenada.

–Rayos, quise renunciar a ese empleo hace diez años, cuando dejaron de pagar los días de enfermedad. Quise renunciar hace un año, cuando nos obligaron a aspirar nuestros cubículos. Hay, si lo hubiera hecho, hubieran usado a otro peón y no me vería en este problema... O debieron despedirme, era un pésimo empleado, nunca leía un memorando, llegaba tarde, dejaba que ustedes hicieran desastres en la oficina los días de lleva a tu hijo al trabajo, les consta que faltaba los viernes. ¿Que les pasa a estas personas?... Quiero que me prometan, niñas, que aprenderán de mis errores, no se conformen.

–No lo haré –afirmó Luna. Igualmente Lisa y Lynn asintieron con la cabeza.

–Bueno –dijo resignado el señor Lynn antes de retirarse a sus aposentos–, iré a hacerle el amor a su madre por ultima vez.

–... De todaz formaz yo no iba a dormir hoy –acabó por comentar la niña genio.

Después de eso, Lori salió al jardín en compañía del resto de las hermanas, incluyendo Lucy que aun llevaba puesta la botarga de ardilla.

–Lisa, tenemos que hablar –dijo entregando un papel a la chiquilla de lentes–. Literalmente, lo hemos evitado, pero es hora de enfrentar la verdad. Necesito que falsifiques la firma de papá en este documento que declara a mamá mentalmente incompetente. Así cuando papá vaya a la cárcel, Leni y yo seremos legalmente emancipadas y yo tendré la custodia de las pequeñas.

–Que gracioso –comentó Luan–. Siempre imaginé a mamá en la cárcel y a papá en el manicomio. Que vida.

–No puedo falzificar la firma de papá –se negó Lisa rotundamente–. Yo hago la de mamá, Lincoln haze la de él.

–¿Qué? –protestó Lori–. ¿Cómo es esto posible? Todos aquí deberíamos hacer ambas. ¿Qué les dije de provocar redundancias en el sistema?

–¡Ezperen...! –interrumpió Lisa, a quien de pronto se le ocurrió algo–. No puede zer... Pero claro...

–¿Qué cosa? –preguntó Lola, siendo la primera en notar que en su rostro se dibujaba una sonrisa de esperanza.

–Tengo que hablar con la unidad paternal, ahora.

Lisa entró a toda prisa a la casa y se encaminó directamente a la recamara de sus padres... Sólo para volver a salir inmediatamente a encontrarse con sus hermanas en el jardín.

–Mejor en veinte minutoz.

***

Pocas horas después, en el cuartel, Lincoln y sus compañeros se levantaron mucho antes de que sonara la diana, pues tenían otro importante asunto que atender aparte de haber castigado a Clarence.

Para esto, todos y cada uno de los reclutas salieron a hurtadillas del dormitorio y se escabulleron hasta la habitación del mismísimo sargento Hartman. Todos con excepción del gordo dientón que seguía sollozando de dolor en su litera a causa del la paliza que le habían dado.

Al poco rato, Craig y Coop llegaron con una enorme caja de madera que vinieron sacando de la bodega. En cada una de las caras de la caja, escrita en letras mayusculas de color rojo, aparte de un rotulo de advertencia adjuntado en la tapa, venía etiquetada la palabra: Dinamita.

Una vez el grupo estuvo reunido, Lincoln –que era el que lideraba la operación– cogió un broche para el pelo, que días antes había encontrado en el bote de basura afuera del despacho de la teniente, y lo usó para desasegurar la puerta como había aprendido de su hermana Leni. Así todos pudieron entrar a hurtadillas, siendo Coop y Craig los últimos ya que ellos eran los que iban cargando la caja de madera.

Ya estando todos adentro, el grupo de reclutas se reunieron en torno a la cama del sargento que dormitaba profundamente, dándoles espacio a Coop y Craig para que pudieran depositar la caja en el suelo con extremo cuidado.

Tras esto, Lincoln le indicó con un gesto a Craig que le pasara una caja de cerillos, mientras que Coop se ocupó de destapar cuidadosamente la caja, procurando a su vez no hacer ruido.

Con el cerillo encendido en mano, Lincoln entonces se agachó y encendió las mechas que había dentro de la caja, al tiempo que sus compañeros retrocedieron algo temerosos de que la operación que estaban ejecutando fuese a salir mal.

Pero nada salió mal, afortunadamente. Una vez encendió las mechas, el peliblanco hizo cuenta regresiva con los dedos de su mano libre: 3... 2... 1...

Tras lo cual la diana del cuartel anunció la hora de levantarse, con lo que el sargento Hartman se despertó a tiempo para ver la sorpresa que sus subordinados le habían preparado.

Acto seguido, Lincoln sacó un pastel de cumpleaños con las velitas ya encendidas de la caja, a la vez que Coop, Craig y los demás reclutas lanzaron serpentinas y confeti al aire y empezaron a cantar en coro:

Estas son las mañanitas, que cantaba el rey David, a los sargentos queridos, te las cantamos a ti. Despierta, mi bien despierta, mira que ya amaneció. Ya los pajaritos cantan, la luna ya se metió...

***

De vuelta en el poblado de Royal Woods, al medio día se siguió adelante con el juicio de Lynn padre, quien a ojos de todos parecía que al final iba a ser declarado culpable, dado que cuando le tocó subir al estrado se puso a hacer una cosa y otra como queriendo ganar tiempo.

Bueno, probando... Bueno, probando...

El juez, cuya paciencia terminó por agotarse, lo amonestó para que diera su testimonió de una vez por todas.

–El micrófono funciona, la silla está perfecta, su cabello está bien, ¿podemos continuar?

En una de las bancas correspondientes a los espectadores, Leni arrullaba a Lily, a la que tenía envuelta en su mantita color lavanda; pues lo que su madre arrullaba a su lado, como si de un bebé genuino se tratase, era otro de los muchos conejos de peluche de su colección, al cual tenía envuelto en una mantita de color naranja.

–Bien, Lynn –procedió a interrogar el abogado defensor al acusado–, escuchamos muchos testimonios sobre lo que hizo en esta compañía. ¿Por qué no nos dice, en sus palabras, que clase de empleado era usted?

–Promedio –respondió–, si acaso.

–¿Le gustaría explicarlo?

–Cuando trabajas en una gran compañía sin rostro, como esta... ¿Han visto los documentales en los que la avispa paraliza a la oruga con veneno y le inyecta todas sus larvas? Se queda viva por semanas, completamente despierta, sintiendo todas las mordidas mientras las larvas la devoran por dentro. Me senté en un cubículo, todos los días, envidiando a la oruga, porque al menos salió en televisión. Detestaba ese empleo, era un pésimo empleado.

–Pero incontables testigos lo ponen como el hombre en el centro de una ingeniosa conspiración –señaló el señor Lionel Hutz–. Una y otra vez se le ubica en un evento crucial. ¿Tiene alguna manera de refutar esas afirmaciones?

–Pues no las tenía. ¿Quién se acuerda de lo que hizo el veintisiete de enero del 2012 o el quince de marzo del 2013? Pero mi hija descubrió algo. De pie, Lisa.

A continuación, Luna levantó a la chiquilla de lentes de las axilas y la sostuvo en alto ante todos los presentes en el tribunal.

–Sé que parece una niña normal –declaró el señor Lynn–, pero mi hija es una genio con los números, se los juro, su cabeza debería ser del tamaño de una sandía. Si le dicen cualquier fecha, les dirá que día de la semana fue.

–¿Y esto que tiene que ver con esto? –indagó el abogado.

–Bueno –el señor Loud señaló a la pizarra con las fotos truqueadas y los falsos documentos con su nombre que servían de evidencias en su contra–, ella descubrió que todos los días en el pizarrón fueron viernes, todos, revisen el calendario.

–Lo siento –prosiguió el abogado con su interrogatorio–, no entiendo porque es tan importante eso.

–Porque, no he ido a trabajar los viernes por dieciocho años.

–No fue a trabajar los viernes por dieciocho años –reiteró el abogado ante las exclamaciones de asombro de todos en la sala.

–¿Quedará en el expediente? –le preguntó Lynn Sénior entre susurros al juez.

–¿Tiene alguna evidencia que respalde esta loca afirmación? –preguntó seguidamente Lionel Hutz a su cliente.

–Si –afirmó el hombre. Acto seguido sacó el álbum de recortes que sus hijos le habían regalado en su ultimo cumpleaños–, cuando supe que buscar, vi que tenía todo lo necesario en este álbum de recuerdos.

–La fiscalía sostiene que le entregó a la junta directiva un juego de libros alterados el siete de agosto.

–Si.

Lynn sacó una foto fechada del álbum en la que aparecía usando un traje de vaca frente a las puertas de un parque de diversiones en compañía de Lana y Lola quienes lucían sus gorras con forma de ubre.

–Ese día fui a Lechenlandia con mis hijas las gemelas –declaró haciéndole entrega de la foto al abogado quien la puso en el pizarrón de evidencias bajo la fecha citada.

–¿Y el cuatro de diciembre que se supone ocultó el dinero? –preguntó a continuación.

–Fui a ver El show de horror de Huggie con mi hija Luna –confesó–. Muy buena para ser una obra universitaria.

De ahí sacó las entradas del álbum y se las entregó al abogado para que también lo adjuntara a la pizarra, en tanto la joven rockera hacía su pose de rock en señal de triunfo.

Y así, con cada fecha que señalaba el abogado, el señor Lynn sacaba pruebas de su álbum con las que desacreditar cada evidencia en contra suya, ya fuera con fotografías de recuerdos, boletos de cine o conciertos, entre otras cosas; además de que sus hijos corroboraban cada una de sus coartadas, pues también habían estado acompañándolo en varios de esos eventos.

Si acaso, a la única que le tocó mentir fue a Lynn cuando se le preguntó por la fecha en que su padre y hermano fueron a participar en el evento de padres e hijos del programa Leyendas del templo escondido, debido a que en esa ocasión la muchacha era la que usaba la botarga para hacerse pasar por Lincoln. Sin embargo, con o sin su testimonio, la foto que se mostró como evidencia fue más que suficiente.

–Diecinueve de febrero.

–Los permisos de conducir de los Go Kart Grand Premium –dijo en cuanto los sacó del álbum y se los entregó al señor Hutz–. El mío y el de mi hija Lynn.

–Veinticuatro de junio.

–Ahí estamos, mi hija Lori y yo –dijo entregando otra de las fotos de recuerdo que fue adjuntada en la pizarra–, en La villa de los peregrinos.

–Ocho de Julio.

–Cerraron la casa del terror por un ataque de pánico.

Con esto, el abogado sumó un recorte de periódico con la fecha señalada al tablero de evidencias. En este venía adjuntada una foto del aterrado hombre siendo sometido por unos paramédicos y, atrás suyo, aparecía Lucy palmeándose la frente.

–¿Qué? –dijo en su defensa–. Ese payaso con tenazas de barbacoa es aterrador.

–Y, por ultimo, veintiséis de agosto.

–Nos eligieron para ser voluntarios en el acuario.

–Ese hombre y su hija si que conocen el significado de valentía –comentó la maestra Bernardo, cuando a ella y los demás miembros del jurado les fue mostrada una foto en la que Lynn Senior aparecía parado arriba de unas escaleras situadas junto a un gigantesco tanque de agua salada. En sus manos sostenía por arriba de su cabeza a la pequeña Lily quien con su único diente tenía sujetado un pescado crudo que le estaba dando de comer a una enorme orca amaestrada.

–La orca hizo todo –dijo el señor Lynn con modestia–, nosotros sólo nos quedamos quietos.

***

Finalmente, con todas las evidencias que cercioraban sus coartadas, el juicio se dio por terminado, el juez dictó su sentencia final y, naturalmente, la familia Loud pudo celebrar que el señor Lynn hubiera quedado impune.

–Siento lo de mi pequeño sobresalto –se excusó Lionel Hutz con su cliente cuando este estrechó su mano en señal de agradecimiento–, pero deberían hablar más fuerte cuando dicen inocente. Me confundí.

–Cielo, ganamos el caso –se dirigió seguidamente el señor Loud a su esposa, quien por cierto ya no tenía la mirada ausente–. Ahora podremos seguir con nuestras vidas.

–¿No ibas a trabajar los viernes? –inquirió Rita con claridad.

Y es que, además de la suerte que tuvieron de saber como exonerar al padre, ese mismo día ocurrió otro milagro, el cual fue que la madre pudo reaccionar y volver a poner los pies en la tierra.

–¿Después de todos los sacrificios que hice por esta familia? –continuó molesta antes de que su esposo pudiera explicarse–. Por dieciocho años, trabajé turnos dobles, llevaba a los niños, limpiaba la casa, ¡mientras que tú y Lily estaban alimentando a Shamu!

–De echo, es Keiko II –rió Lynn Sénior nervioso. Lo mismo que Lynn Jr. que se alejó de la sala en cuanto pudo, antes de que su madre se pusiese más histérica y le exigiese a gritos que se quitase la cabeza de ardilla–. Es más pequeña, pero te moja igual en la primera fila. Es muy buena, te llevaré algún día.

Al final todo salió bien y las hermanas Loud supieron que ya no tenían nada de que preocuparse... Salvo por seguir encubriendo a su hermano desaparecido hasta que pudiesen encontrarlo.

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