Parte II (3) (8 de 15)
Siguiendo adelante con lo del juicio, todo marchaba de mal en peor para el desafortunado señor Loud, cuya situación si que había empeorado bastante, ahora que el incógnito que había prometido ayudarlo terminó por hundirlo.
–Damas y caballeros del jurado –prosiguió la fiscal con su testimonio–, escucharon una cantidad enorme de evidencias en contra del acusado. Déjenme resumirles lo que sabemos hasta ahora; tres miembros de la junta directiva testificaron que el acusado entregó declaraciones fiscales alteradas, el siete de agosto; el vicepresidente de finanzas escuchó al acusado planear esconder fondos de la compañía en el extranjero, el cuatro de diciembre; el jefe de operaciones lo vio romper documentos en las escaleras, el diecinueve de febrero; y, el veinticuatro de junio, el director de informática testificó que el acusado le mostró fotos de su nuevo yate al que llamó: por encima de la ley. Ahora, el ocho de julio, el analista en jefe rompió en llanto cuando escuchó el plan del acusado para defraudar a la compañía por millones de dólares, el cual consistía en entrar a la red de la empresa y alterar las cifras de los ingresos para depositarlos en una cuenta en el extranjero...
Y mientras la fiscal continuaba señalando los montones de falsas evidencias que lo inculpaban y eran tomadas por reales, quien se suponía era su abogado defensor dormitaba roncando a todo pulmón en lugar de pensar en algo que lo pudiese ayudar.
***
A esa misma hora, en el campo de batalla de los juegos de guerra, el Sargento Hartman se reunió con los líderes del equipo azul en su tienda.
–De acuerdo, terminemos con esto –dijo resignado–, el equipo naranja se rinde.
–Hartman, puedes decirlo con sentimiento –rió el capitán del cuartel quien era el que lideraba al equipo azul.
–Si señor –asintió.
–Eso nos deja con el asunto de la apuesta. Creo que puedo esperar verte temprano por la mañana marchando en la explanada usando zapatos negros de tacón alto y un corpiño. Siempre he preferido el rojo, pero quién soy yo para decirte como se viste una dama.
De repente, el cañón de un tanque se asomó por la entrada de la tienda, tomando así por sorpresa a los lideres del equipo azul y al sargento Hartman.
Seguidamente, varios reclutas del equipo naranja ataron los amarres de la tienda a la parte de atrás de unos vehículos que echaron a andar para así desmontarla y dejar expuesta la base del equipo azul.
–Capitán, le sugiero que se rinda –advirtió Lincoln a quien, para orgullo del sargento Hartman, vieron a bordo del tanque con el que llegó a emboscarlos, pues él había sido la mente maestra que ideó el plan con el que los naranjas se estaban alzando con la victoria–. Y si no, tengo suficiente harina en el cañón para preparar quinientas tartas.
–Está bien, no dispares –accedió el líder del equipo azul poniendo sus manos en alto–. Nos rendimos en este instante.
–... Ah, ahí está.
Igual, Lincoln se encogió de hombros.
–Muchachos, disparen.
¡BANG!
***
Aquella noche, previa a que se siguiera adelante con el juicio y se dictara sentencia, el señor Lynn se reunió una vez más con su abogado y varias de sus hijas para entre todos revisar la evidencia y así tratar de pensar en alguna solución.
–Entre tantoz mentirozoz debemoz encontrar algo para dezmentir al menoz a uno de elloz –sugirió Lisa.
–No se emocionen todavía –les aconsejó el señor Hutz para su pesar.
***
Minutos después de que el abogado se retirara, la pequeña Lana acudió a la recamara de su madre a ver como estaba. Fue entonces que se encontró con toda una inmensa montaña de peluches fabricados a mano. Ya no sólo eran puros conejos, sino que además había sumado a otros animalitos del bosque a la colección. Entre estos había un castor rechoncho con camiseta rayas y una osa parda vistiendo una sudadera amarilla con las siglas de Royal Woods impresas en el pecho.
–Mamá –llamó la niña a la mujer que seguía completamente ida y sólo se dedicaba día y noche a jugar con sus animalitos de peluche–, ¿vas a venir a cenar?
–En un momento –la oyó contestar bajo la montaña de muñecos de felpa–, le estoy tomando la temperatura a Brie. Blanch creé que tiene un resfriado de ambrosía.
–Eh... ¿Brie es la conejita que pinta o la que habla con sus hermanos por mensaje de texto?
–No, Brie es la que cocina, y fíjate que a una compañía de dulces le interesa su receta de caramelo.
–Mamá –entró entonces Lori a intervenir–, sé que literalmente lo estás pasando mal y que tu pequeño proyecto es terapéutico para ti; pero papá está en graves problemas y tienes que empezar a ayudar.
–Hija, sé que es una crisis, pero créeme, hago todo lo que puedo. Por eso gasté dinero extra en hilo de mejor calidad. Así no importa cuánto lo agites, los ojos de botón no se desprenden. Después de lo que pasó en las olimpiadas, Bertha tiene que superar su marca en atletismo.
Lori y Lana se miraron, todavía más preocupadas, sin saber que decir.
Al mismo tiempo, Lynn Jr. entró al comedor y se sentó a la mesa, seguida por Lucy a quien le tocaba usar la botarga de ardilla.
–¿Puedo comer patatas? –preguntó Lynn a su padre, en el momento que este decidió servir la comida, que dadas las circunstancias tal vez sería la ultima que tomaría en compañía de su familia.
–Puedes comer todo lo que quieras, hija, si estás dispuesta a trabajar por ello –respondió el deprimido hombre–. Sólo vive tus sueños y nunca los sueltes. Debí decírselos hace mucho tiempo. Y cuando escriban una carta por enojo, guárdenla un día, tal vez no piensen lo mismo en la mañana, y jamás inviertan en la carrera de YouTuber de un amigo, jamás... ¿Saben qué?, no tengo hambre. Ven, hijo, te enseñaré a afeitarte.
Lucy apretó la cabeza de la botarga y reculó temerosa de ser descubierta, ante lo cual Lynn tuvo que inventar una excusa.
–Pero papá, ¿no ves que el apestoso sólo tiene un pelo de bigote? Uno solo. No creo que se lo quiera afeitar si es lo único que tiene.
Su hermana disfrazada asintió inmediatamente dandole la razón.
–En ese caso... Ven tú, LJ. Así podrás enseñarle a tu hermano cuando tenga barba y yo... Vamos, ¿si?
De nuevo, la joven deportista miró a su hermana oculta bajo la botarga, quien nuevamente asintió con la cabeza y le hizo un gesto para que lo acompañara.
–Genial –dijo, y así ella y su padre se encaminaron hacia las escaleras.
–Cuando des propina en los estacionamientos –le aconsejó su padre camino al baño en la planta alta–, siempre dobla bien un dólar, así cuando ya vean lo que les diste estarás lejos.
***
Más tarde, en el cuartel, luego de que se dieran por finalizados los juegos de guerra, el sargento Hartman procedió a revisar las camas y casilleros de sus subordinados quienes se formaron en sus pijamas frente a las literas, tal como acostumbraban a hacer cada noche. Si bien haber ganado los juegos de esa tarde lo tenía de buen humor, durante aquella revisión de rutina tuvo lugar cierto incidente por el que todos acabaron pagando muy caro.
–Recorta esas uñas... –ordenaba conforme pasaba a inspeccionar a cada uno de sus subordinados–. Pata mugrosa... Reviéntate esa ampolla... Santo Dios del cielo.
Cuando llegó el turno de Clarence, Hartman detuvo su paso y se inclinó a ver el candado abierto en el casillero del fofo recluta.
–Recluta Pyle –reclamó enfadado–, ¿por qué tu casillero está sin candado?
–Señor, no sé, señor –respondió atemorizado Clarence, quien para esos momentos ya no era el muchacho tan optimista que una vez fue cuando se enroló.
–Recluta Pyle, si hay algo en este mundo que odio es un casillero sin candado y abierto, ¿sabías eso o no?
–¡Señor, si, señor!
–¡Si no fuera por pendejos como tú, no habría robos en este mundo!,¡¿verdad?!
–¡Señor, no, señor!
–A un lado.
Clarence le cedió paso al sargento, quien de modo muy agresivo agarró el baúl y lo vació en medio del dormitorio.
–Bueno, ahora cerciorémonos si algo se extravió... –bramó furioso, cuando entre las cosas de Clarence dio con algo que si lo hizo acabar de perder su buen humor–. Santo Dios... ¿Pero qué es esto?... ¡¿Qué es esto, recluta?!... ¡¿Qué es esto, recluta Pyle?!
–¡Señor, una rosquilla de azúcar, señor! –respondió Clarence en cuanto su superior puso ante su cara el biscócho que encontró escondido de contrabando.
–Con que es una rosquilla.
–¡Señor, si, señor!
–¡¿Cómo llegó hasta aquí?!
–¡Señor, yo la traje del comedor, señor!
–¡¿Está autorizado a comer en las barracas, Pyle?!
–¡Señor, no, señor!
–¡¿Está autorizado a tragar rosquillas, recluta Pyle?!
–¡Señor, no, señor!
–¡¿Y por qué no, recluta Pyle?!
–¡Señor, porque estoy un poco gordo, señor!
–Porque eres un asqueroso gordo marrano, recluta Pyle.
–¡Señor, si, señor!
–¡¿Entonces por qué hay una rosquilla de azúcar en su casillero, recluta Pyle?!
–¡Señor, porque tenía hambre, señor!
–¡¿Tan sólo por eso, recluta?!
De ahí, el sargento se giró a mostrar la rosquilla a Lincoln y el resto de los reclutas que si se esforzaban en el entrenamiento.
–El recluta Pyle se deshonró así mismo y ha deshonrado al pelotón. He puesto todo de mi parte, pero he fracasado. He fracasado porque ustedes no me han ayudado. Ninguno de ustedes ha podido darle al recluta Pyle la motivación apropiada. Así que a partir de hoy, cada vez que el recluta Pyle la cague, no lo voy a escarmentar a él, los voy a escarmentar a ustedes. ¡Y según calculo, señoras, todos ustedes me deben lo de una rosquilla de azúcar! ¡Ahora, todos al piso!
Con esto, Lincoln y el resto de los jóvenes reclutas tuvieron que tomar posiciones para empezar a hacer lagartijas. A continuación, Hartman se aproximó a embutirle la rosquilla azucarada en la boca a Clarence.
–Abre el hocico, ellos pagarán por ti, trágatela. ¿Listos?... Empiecen.
Como tal, Clarence no tuvo de otra que comerse la rosquilla delante de Lincoln y sus compañeros, que en cambió se vieron forzados a ejecutar una ardua secuencia de flexiones conforme oraban repetidamente:
–Un, dos, tres, cuatro, a la milicia amo yo. Un, dos, tres, cuatro, a la milicia amo yo. Un, dos, tres, cuatro, a la milicia amo yo. Un, dos, tres, cuatro, a la milicia amo yo. Un, dos, tres, cuatro...
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