Parte II (2) (7 de 15)
Al día siguiente se llevaron a cabo los juegos de guerra en el cuartel, para los cuales Lincoln fue asignado como segundo al mando del equipo naranja bajo las ordenes del sargento Hartman.
¡Bang! ¡Bang! ¡Kaboom!
El coronel, que también participaba como líder del equipo naranja, supervisaba los movimientos de sus subordinados desde un puesto de vigilancia en compañía del sargento.
–Esas bombas de harina no me emocionan –comentó tras enfocar la acción con unos binoculares–. Extraño cuando usábamos municiones vivas, era como en las películas.
–Equipo –instruyó en cambio el suboficial a travez de un walkie talkie–, avancen al noroeste veinte metros.
–Avancen al noroeste veinte metros –repitió Lincoln que iba liderando al grupo en el campo de batalla.
–Nor, noroeste, cinco metros –indicó el sargento seguidamente.
–Nor, noroeste, cinco metros –repitió Lincoln.
¡Bang!
–Diablos, me dieron –refunfuñó Coop al ser alcanzado por una de las balas de pintura del equipo contrario–. Voy a morir aquí, en la sombra.
–¡Vayan al punto de reunión! –siguió instruyendo el sargento a travez de su walkie talkie–. Bravo, fuego de protección alfa, flanco derecho.
–Al punto de reunión –volvió a repetir Lincoln–, bravo, fuego de protección alfa, flanco derecho.
–Estás haciendo gala de liderazgo, soldado.
–Hago gala de liderazgo.
¡Kaboom!
–¡WAAAAAHHH...! –gritó un enclenque recluta, quien por accidente pisó una mina terrestre que lo cubrió enteramente de harina–. ¡Soy alérgico a los productos de trigo!
–Esto será fabuloso –rió Clarence al momento que siguió a Lincoln y sus compañeros a ocultarse estratégicamente atrás de una roca–. Mírenlo, se hincha como un globo. I ji ji ji ji...
–Oigan –avisó Craig–, ahí viene un vehículo del equipo azul por el camino.
–Líder de escuadrón –se oyó indicar al sargento a travez del walkie talkie–, intercepta el vehículo.
–¡Señor, si, señor!
Dicho y hecho, Lincoln salió del escondite a plantarse en medio de la carretera para hacer detener el vehículo, dejando que este chocase contra su persona.
¡Kapoow!
–¡Hay, no! –exclamó el recluta del equipo azul que se bajó a auxiliarlo–. Dios mío, ¿estás bien?
Siguiendo adelante con la estrategia, los otros reclutas del equipo naranja aprovecharon la distracción para salir de su escondite y rodear al integrante del equipo azul apuntándole con los rifles de pintura.
–Es adorable ese anciano –sonrió el sargento desde el puesto de vigilancia, al avistar con los binoculares a Lincoln incorporándose nuevamente para de ahí apuntarle también con su rifle al recién capturado.
–Vienen más vehículos del equipo azul –avisó Craig al que lideraba el escuadrón–, ¿corremos?
–Sargento, sargento... –llamó Lincoln a su superior por el walkie talkie... Que quedó completamente averiado por el choque de hacía un momento.
–Olvida al sargento, di que corramos.
–Sargento, sargento...
Pero Lincoln no tomó en cuenta la tan acertada sugerencia de su compañero, ya que se había acostumbrado a seguir las ordenes ciegamente sin cuestionar nada y consecuentemente esto le había echo dejar de usar el sentido común.
–¡Idiotas! –gritó el sargento desde el puesto de vigilancia–, ¡muévanse!
–¿Qué esperas? –le insistió Craig a Lincoln, puesto que sin su orden como lugarteniente el equipo no podía proceder–. ¿Podemos irnos?
–Sargento –lo siguió llamando por el walkie talkie destartalado–, sargento...
En pocos segundos, el equipo naranja fue rodeado por los integrantes del equipo azul quienes les apuntaron con sus armas de pintura.
Y Lincoln, por su puesto, se limitó a esperar las instrucciones de su superior, actuando como todo un autómata descerebrado sin voluntad propia.
–Sargento, sargento...
***
Ese mismo día, en Royal Woods, la familia Loud asistió al juicio de Lynn padre, que desde el principio parecía tenía todas las de perder con todas las acusaciones en su contra.
–Vi al acusado entrar a travez del firewall del servidor proxy y borrar los archivos SPD sin dejar una sola huella –declaró una de las personas que subió al estrado.
***
–En realidad no le entendí –declaró posteriormente otro de los testigos de cargo–, pero dijo que una empresa falsa nos serviría para lavar todo el dinero que nos lleváramos.
***
–¡Puedes amenazar a mis hijos todo lo que quieras! –lo acusó un tercer testigo que lo señaló con un dedo igual de acusatorio delante de todos en el tribunal–, ¡no me importa! Pero tengo que decir la verdad.
Nervioso, el señor Loud miró a los integrantes del jurado, entre los cuales se contaban al señor Quejón, Flip, Scoots y su novio Tyler, la maestra Bernardo, el señor Bolhofner, el director Huggins, Stan Stankco, el acaudalado Tetherby Tetherball, el exterminador que contrató para matar arañas en su casa, el entrenador Pacowski y Vic, el ayudante de la alcaldesa Davis.
Toc, toc...
Luego de que el juez hiciera golpear su mazo arriba del estrado, el director Huggins, que fungía como presidente del jurado, le lanzó la misma mirada inquisitiva que los otros once integrantes y masculló:
–Yo te odió.
–Por amor de Dios, haga algo –rogó el acusado a quien se suponía era su abogado defensor, quien sólo cabeceaba en su silla amenazando con quedarse dormido.
–Tenga paciencia –lo tranquilizó el señor Lionel Hutz–, existe algo llamado demasiadas evidencias. Con el tiempo se aburrirán.
***
–La fiscalía llama al señor Christopher Savino –anunció la fiscal poco después.
Tras lo cual ingresó un hombre calvo de barba corta al tribunal, a quien Lynn Sénior reconoció como el incógnito desahuciado con el que se había visto en la biblioteca.
–Es él –le susurró esperanzado a su abogado–, es mi amigo.
Así mismo, el hombre aquel subió al estrado para dar su testimonio, con el que el señor Lynn esperaba fuera a exonerarlo tal como se lo prometió el día de su encuentro.
–Me preocupaba lo que diría al subir al estrado –empezó Savino con su declaración–; pero en el fondo sabía que debía decir la verdad. Hay una conspiración en todo esto, y fue organizada: por ese hombre.
Al instante, todos en el tribunal soltaron una exclamación.
–¿Señaló a un hombre exactamente detrás de mi? –preguntó Lynn Sénior entre susurros a su abogado, quien para su desgracia negó con la cabeza.
***
–... Y cuando terminó de romper los documentos –acabó de declarar el tal Savino en contra del señor Lynn, en vez de exonerarlo como había prometido–, nos propinó el golpe final de otro chiste racista.
–No hay más preguntas –anunció la fiscal, con lo que el testigo procedió a retirarse.
–Resulta que viviré –se acercó a avisarle en voz baja al desdichado acusado–, se equivocaron de radiografía. Cuando te dan un susto como el mío, entiendes que es importante no ir a la cárcel. Suerte.
Habiéndose retirado la única esperanza que le quedaba para salir impune, Lynn Sénior palideció y quedó aturdido de horror.
En eso, su esposa le pasó una nota de papel que se apresuró a abrir creyendo que podría tener algo que les fuera de utilidad. Mas, en el papel tan sólo había un dibujo de un conejo con polera lavanda coloreado con crayones y una nota amistosa que decía: Hola conejito.
***
Mientras todo esto sucedía, allá en el campo de los juegos de guerra, los líderes del equipo azul procedieron a interrogar a Lincoln para saber sobre sus tácticas.
–¿Cuáles son tus ordenes, recluta? –inquirió uno de los líderes al peliblanco a quien tenían atado a una silla.
–No sé, pregúntenle al sargento –fue lo que contestó.
–Dinos tus señales y frecuencias.
–No sé, pregúntenle al sargento –volvió a contestar.
–No tenemos que hacer esto por la mala –sugirió otro de los líderes enemigos–. Respiremos y relajémonos un poco. ¿Quieres tomar agua?
–No sé, pregúntenle al sargento –respondió Lincoln por tercera vez.
–¡No digas eso! –rugió el primer líder que ya se estaba impacientando–. Esto no será una guerra real, pero tengo un día libre que depende de esto y una novia en la escuela de modelaje. ¡Escuela de modelaje! ¡Habla ahora o haré tu vida un infierno en la tierra!
–¡¿Creen que no quiero?! –contestó desesperado–. Esto es un asco, he sido buen soldado, apagué mi cerebro como quería el ejército. Todos dijeron que lo hacía bien, pero yo no. Ayudo a mi escuadrón, los chicos dependen de mi pero no puedo. Al diablo lo que quiera el ejército, estoy harto, encenderé mi cerebro de nuevo... ¿Funcionó?
–¿Qué funcionó? –preguntó confuso el otro líder del equipo azul.
–Un segundo... Creo que... No... Ya está... Si, ya está... ¿O no?... Ojalá hubiera más contraste.
–Oye –lo amenazó el primer líder–, actúa tan loco como quieras, pero tengo todo el tiempo del mundo y nadie vendrá a rescatarte. Ni tu sargento, ni tu escuadrón, y tu mamá no vendrá a limpiarte la nariz y cambiarte el pañal.
Con esta ultima mención, algo hizo clic en la cabeza de Lincoln. Se acordó de su madre y consecuentemente sus hermanas, pero principalmente de la más mayor que sabía como mantener el orden y la disciplina bajo régimen militar en la casa Loud.
–Lori... –exclamó para si mismo una vez sus interrogadores abandonaron la carpa y lo dejaron sólo–. Claro.
En ese momento, el chico dejó de ser el soldado autómata que había pretendido ser y volvió a ser el hombre del plan que pensaba por cuenta propia. De este modo, de buenas a primeras empezó a idear uno con el que podría ayudar a sus compañeros, gracias a su experiencia al formar parte de una familia tan grande y caótica como lo era la familia Loud.
***
Al cabo de unos quince minutos, los guardias en turno lo volvieron a arrojar dentro de la celda al aire libre en la que tenían prisioneros al resto de sus compañeros de escuadrón.
–Aguantó la respiración hasta que se puso morado y se desmayó –mencionó el un guardia tras haber depositado al inconsciente peliblanco en medio de la celda.
Para cuando se hubieron retirado, Lincoln abrió los ojos ante el resto de sus compañeros que permanecían maniatados contra el enrejado.
–Si –sonrió triunfante, luego de asegurarse de que no hubiera moros en la costa–, funcionó, genial, hace mucho que no lo hacía.
–¿Estás bien? –le preguntó Craig.
–Muy bien, tengo un plan para salir de aquí.
–Eso es imposible. ¿Qué no ves que estamos en una prisión?
–Error, no estamos en una prisión, estamos castigados, y siempre hay una manera de evitar los castigos. Puedes usar un pasadizo secreto, levantar tablas del piso, prenderle fuego a tu cama, pero hay dos cosas que no debes olvidar: una distracción y al más tonto le toca lo feo.
Lincoln apuntó con su vista a Clarence.
–Vas a comer tierra –le avisó–, como un kilo y medio.
–¿De que sirve la distracción? –le señaló Craig–, estamos atados.
–Tus hermanas no te ataron en un basurero el día de recolección.
Acto seguido, el líder de escuadrón mostró sus manos que había liberado de sus ataduras con la destreza de un escapista profesional.
–¡Tara! ¡Magia!
Inmediatamente después se acercó a agarrar a Clarence de los cabellos y lo puso de cara contra el piso.
–Empieza a comer, no sabe feo, te va a gustar.
***
–¡BUAAAGHH!... ¡AAAAGH!...
Otros veinte minutos después, los captores del equipo naranja se vieron en necesidad de sacar a los demás prisioneros para limpiar la celda, dentro de la cual el pobre Clarence no dejaba de vomitar y convulsionarse.
–Necesitamos unas palas –avisó el líder del escuadrón azul a sus hombres–, y traigan todos los baldes que encuentren.
En el momento indicado, Lincoln aprovechó que sus carceleros estaban distraídos tratando de ayudar a Clarence, para ahí dejar de fingir que estaba maniatado y escabullirse a sus espaldas.
Así, con un ágil movimiento se hizo con uno de los rifles de pintura que dejaron arrimado contra el enrejado de la celda y lo usó para apuntar al enemigo. De igual modo, sus compañeros a los que liberó previamente hicieron lo mismo y entre todos rodearon a los del equipo azul.
***
De esta forma, no pasó mucho antes de que los del equipo azul fueran amarrados y enjaulados en la misma celda en la que Clarence seguía vomitando como si no hubiera un mañana por culpa de toda la tierra que le fue obligada a comer.
–¡BUAAAGHH!...
–Mejor súbanse los pantalones –les sugirió Lincoln altaneramente luego de echar llave a la puerta y arrojar la llave muy lejos–. Aun le falta media hora.
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