Epílogo (16 de 15)
Epílogo
El señor Lynn preparó una cena especial esa misma noche para celebrar el regreso de Lincoln, en la que sus padres y hermanas se disculparon repetidas veces con él, prometiéndole nunca más volver a presionarlo y tratarlo de ese modo, así fuese sólo para escarmentarlo.
La alegría había retornado a la ruidosa casa, y a partir de entonces los Loud se esforzarían por salir adelante. Esperaban con el tiempo poder superar todas las adversidades que se habían presentado, unidos, todos juntos, como familia, como siempre debió ser.
Pero sobre todo, esperaban que el infame asunto de la mala suerte hubiese quedado enterrado en el pasado, sintiéndose a su vez agradecidos de que tal idiotez de su parte no hubiese llegado a mayores consecuencias.
Parecía que esta vez las cosas si habían vuelto a ser como antes en la casa Loud, ahora que el hijo prodigo estaba de vuelta... Pero nada más alejado de la verdad; y ahora mismo sabrán porque.
Ni sus padres ni hermanas contaban con que la experiencia lo había cambiado. Pero Lynn Jr. sería la primera en percatarse de ello una madrugada que despertó; no porque no pudiese conciliar el sueño, sino porque así lo había planeado premeditadamente.
A esa hora se iba a transmitir un partido muy importante, que de ninguna manera se podía perder. Por eso mismo programó la alarma de su teléfono, al que conectó los auriculares que se puso antes de acostarse. De este modo la alarma no despertaría a Lucy al sonar.
Lo mejor, era que papá había preparado un suculento pastel de chocolate la noche anterior. Si se escabullía con sigilo, teniendo cuidado de no despertar a nadie, sin ningún problema podría disfrutar el juego mientras tomaba buena parte de una de las rebanadas sobrantes.
A Lynn le contentaba poder volver a su rutina de siempre, ahora que podía dar por expiada su culpa. Su hermano estaba nuevamente en casa, sano y salvo y en una sola pieza.
Lastima por la pobre castaña, que ingenuamente asumía que con ello el daño estaba reparado.
Tras salir de su habitación, se desplazó silenciosamente por el pasillo y bajó las escaleras de puntillas. Al llegar a la primera planta se escabulló hasta la cocina. Cabe mencionar que no encendió la luz al entrar y por eso fue que en principio no se dio cuenta de nada.
En plena oscuridad abrió la puerta de la nevera, cuya luz interior alumbró brevemente lo que tenía por delante, se sirvió la rebanada más grande de pastel en un plato y también un vaso de leche para acompañar.
Mas cuando volvió a cerrar el refri con la planta del pie y se dio la vuelta, por poco deja caer el pastel y la leche a causa del sobresalto.
En la cocina había alguien más. Si no lo había visto antes, era precisamente porque las luces estaban apagadas. Sin embargo, su silueta si se alcanzaba a distinguir por entre la penumbra, gracias a la escasa luz de luna que se filtraba a través de la ventana situada por arriba del fregadero.
Luego de recuperarse del susto que se llevó, la muchacha puso la leche y el pastel encima del mesón más cercano y estiró su brazo hacia el interruptor para encender la luz.
Quien estaba sentado a la mesa de la cocina era su hermano de blancos cabellos. Su cara mostraba una expresión adormilada y, de alguna forma, muy despierta a su vez. Lo unico que tenía puesto encima eran sus calzoncillos y un par de calcetines.
Algo curioso, era que también llevaba su placa de identificación del ejercito colgada al cuello; un detalle de lo más peculiar, tanto como el hecho de que no se había servido una rebanada de pastel.
Fue por esto que Lynn decidió llamarlo en voz baja. En ese estado no podía asegurar si estaba dormido o despierto. Su rostro, sombrío e inexpresivo, recordaba al de un sonámbulo que se levanta en plena noche. De ser así, debía tener cuidado de no sobresaltarlo.
–Lincoln...
La voz de su hermano, al contestarle, sonó triste y apacible.
–Hey, Lynn.
–Eh... ¿Qué haces despierto a esta hora? –fue lo que se le ocurrió preguntar a la deportista–. Son las tres de la mañana.
En respuesta, la boca de su hermano se torció en una sonrisa forzada que no mostraba nada de alegría.
–Temo que eso de dormir es algo que quedó en el pasado para mi, querida hermana –contestó, con esa misma voz serena y melancólica–. Cada vez que cierro los ojos, veo sus caras otra vez.
Lynn se rascó la cabeza al no entender en ese instante de que estaba hablando.
–¿Las caras de quienes?
–Cowboy, Frozono, Pyle...
Lo siguiente que dijo Lincoln resultó todavía más confuso para ella, pero muy significativo para él.
–Uno lucha por sobrevivir en este sistema. Desde el primer minuto te despojan de tu individualidad, te arrebatan tu nombre y lo remplazan con apodos ofensivos o burlones. Su misión final es que seas otro ladrillo más en el muro, otro engranaje del sistema, así funciona. Soportas semanas de abusos y humillaciones y te transforman en una maquina de matar perfecta, completamente deshumanizada. ¿Y todo para qué?
Sin mas cogió la botella medio llena que tenía a mano y le dio un buen trago; cosa que escandalizó bastante a Lynn. Lo que estaba bebiendo su hermano, menor de edad, no era jugo de manzana precisamente.
–¡¿Pero que rayos?!... –apenas consiguió exclamar para llamarle la atención–. ¡Lincoln!
–En Afganistán tus amigos pueden recibir un disparo o volar en pedazos –siguió hablando con voz briaga y balbuceante. A pesar de ello se apreciaba coherencia en sus palabras–. Algunas veces, cuando la gente va a Afganistán, regresan sin dedos, sin brazos, sin piernas a sus casas, junto a sus madres; a veces ni siquiera regresan. Eso es malo... y es todo lo que tengo que decir al respecto.
Lincoln volvió a asentar el whisky encima de la mesa. Acto seguido elevó la mano que tenía oculta por debajo; ante lo cual Lynn ahogó una exclamación e instintivamente retrocedió asustada hasta el umbral.
Lo que empuñaba en su diestra por el mango: era el revolver que el señor Loud había comprado hacía un par de años como medio de protección para su familia. De más estaba preguntar si lo había sacado de la caja de seguridad, tanto como estaba de más preguntar si había sustraído la botella de la licorera de mamá y papá. Aunque de muy poca relevancia en aquella situación, que se había vuelto bastante tensa, la verdadera incógnita a cuestionarse era cómo se las había ingeniado para conseguirlo.
Con esto, la confusión de la muchacha dio lugar a una horrible sensación de temor que le traspasó la carne y la invadió hasta los huesos. Más por el hecho de que Lincoln tuviera un arma, lo espantoso en ese momento fue la naturalidad con la que abrió el tambor y vació sus balas en la palma de una mano. Seguidamente agarró una y la alzó a la altura de sus ojos, en los que se reflejaba una morbosa fascinación.
–Todo suena tan poético si te detienes a pensarlo, Lynn –comentó al hacer esto–. Una vida, una bala. La guerra no es más que un sucio juego de azar en el que todos participamos. Pasas al frente, tomas un boleto y esperas tu turno de hacer girar la ruleta; pero lo que nunca te dicen es que la casa siempre gana.
–De acuerdo...
Despacio, su hermana mayor dio un paso adelante, teniendo cuidado de no alterarlo con ninguno de sus próximos movimientos.
–¿Por qué no nos tranquilizamos un poco y...?
¡Crash!
La castaña se echó para atrás y dejó escapar un agudo grito aterrado que hizo despertar a todos en toda la casa.
Tras haber arrojado la botella contra una pared, el peliblanco se puso en pie de un salto y se aproximó a confrontarla, teniendo sujetado aun el revolver vacío por el mango.
–Estás viendo a un fantasma, un esqueleto –clamó embravecido–, se han llevado todo. Ahora no soy más que una sombra de lo que antes fui.
Sin decir más, Lincoln retrocedió y volvió a dejarse caer en la silla, en tanto sus padres y el resto de sus hermanas se levantaban de sus camas e iban saliendo desordenadamente de sus habitaciones queriendo averiguar a que se debía tanto escándalo.
De pronto Lynn creyó entenderlo todo, y sintió que el corazón se le hacía trizas. Tenían a Lincoln de regreso en casa, pero aquello no bastó para reparar el daño que ella misma causó.
A continuación, Lincoln cogió una de las balas, la puso nuevamente en el tambor del revolver, lo cerró otra vez y lo hizo girar de un manotazo.
Justo en ese momento, Lori y Lucy fueron las primeras en llegar a asomarse por el umbral de la cocina, seguidas por Rita y el señor Lynn, a tiempo para atestiguar el horrendo panorama.
–Lincoln... –imploró Lynn, a nada de echarse a llorar–. Deja esa arma, por favor...
–No –se negó tajantemente.
Una vez el tambor dejó de girar, el muchachito inclinó la cabeza para atrás y elevó el revólver, en un gesto que aparentemente indicaba que iba a ponerse el cañón sobre el mentón.
–¡NO!
Su hermana no quiso arriesgarse a averiguar que pretendía hacer exactamente. Antes de ello prefirió arrojarse contra su propio riesgo, a tratar de arrebatarle el revólver y evitar que cometiese una locura.
–¡Suelta eso, Lynn!
–¡NO!
Hubo un breve forcejeo a partes iguales, en el que Lincoln supo darle pelea a Lynn, ahora que contaba con más fuerza y resistencia resultante del tiempo que se estuvo entrenando en el cuartel.
¡Bang!
En medio del forcejeo se les escapó el unico tiro, que por fortuna sólo alcanzó al vaso de leche que la castaña se dejó encima del mesón. Todo esto ante las espantadas caras del resto de los Loud, quienes aguardaban inquietos y expectantes en el umbral de la cocina.
Finalmente, tras esmerarse mucho en ello, Lynn consiguió hacer que Lincoln cediera y el arma resbalara de sus manos y cayera al suelo. Ocasión que aprovechó para apartarla de un puntapié hasta el umbral, en donde Lucy se apresuró a agacharse para recogerlo y pasárselo a su padre.
–¡Devuélvanmelo!
Furioso, Lincoln apartó a Lynn y se lanzó a tratar de recuperarlo.
–¡Claro que no!
Pero ella actuó con mayor rapidez al embestirlo y derribarlo. Tras lo cual lo puso boca arriba, se sentó sobre su vientre y lo retuvo agarrándolo firmemente de las muñecas.
–¡Quítate, vaca! –forcejeó Lincoln–. ¡Tengo que reunirme con mi pelotón, los muchachos me necesitan!
–¡Basta, Lincoln! –le gritó Lynn a la cara, conforme empezaba a sollozar–. Tú no eres un soldado, eres un muchacho... Eres... Mi dulce hermanito...
Al oír esto, el susodicho dejó de luchar, al tiempo que tres lagrimas tocaban sus pecosas mejillas y su frente ligeramente bronceada. Entonces se le quitó de encima y lo ayudó a ponerse en pie otra vez, pero no lo dejó ir así nada más.
–Se acabó –dijo manteniéndolo agarrado de los hombros con manos temblorosas–, ya no hay más traje de ardilla... Tú irás a la escuela, jugarás videojuegos, leerás tus cómics en ropa interior y seguirás metiéndote en problemas con tus tontos planes. Vas a tener una vida normal.
Dicho esto lo trajo hacia ella y lo abrazó afectuosamente, buscando así expresarle lo muy arrepentida que estaba por todo el daño que le había hecho, así como el apoyo incondicional que le brindaría de aquí en más.
–Entiéndelo, se acabó. Ahora estás en casa.
***
Y esa, mis estimados lectores y lectoras, es la explicación no canónica de porque nuestro peliblanco preferido ha mantenido un perfil tan bajo en las temporadas más recientes, ahora que está pasando por un arduo proceso para superar esta crisis.
Esperemos que se pueda recuperar muy pronto para que retome su protagonismo y vuelva a darle su toque de antes a la serie original.
De resto, quiero agradecer a todos los que le brindaron apoyo a este proyecto. Ciertamente no esperaba que fuese a tener tan buena recepción.
De corazón, espero que les haya gustado leer esta historia, tanto como a mi escribirla. De ser así, les ruego que sean generosos y no se olviden de dejar su voto y su review diciéndome que les pareció. En verdad lo apreciaría muchísimo.
Un saludo a todos ustedes de parte de su buen amigo: StarcoFantasma.
Nos leemos en la próxima ; )
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