Revelaciones
Los niños jadeaban con pesadez; era indiscutible que el ejercicio les estaba pasando factura. Sin embargo, todos sonreían; realmente había sido un tiempo agradable el que tuvieron. Ni siquiera las quejas de Rusty por no poder atrapar a alguien, o el pequeño ataque de asma que tuvo Clyde a medio juego impidieron que los niños aprovecharan al máximo el enorme patio trasero de la casa de Lincoln. También fue una suerte que nadie chocara con una de las mesas que estaban colocadas por el césped; más de una vez, el peliblanco aguantó la respiración al ver que varios de sus amigos pasaban peligrosamente cerca de la mesa que tenía el pastel de chocolate. Al final, nadie resultó lesionado, y las golosinas seguían intactas. Una victoria más para el muchacho.
Lincoln se repuso más rápido que sus demás amigos y aprovechó el cansancio de éstos para observar un momento a Lucy. Verla saliendo de su zona de confort había sido algo interesante para él, por no decir sorprendente. Desde que la conocía, y aún antes de siquiera hablarle por primera vez, siempre la veía sentada en una banca durante el recreo: sola, alejada del Sol. No es que ella no hiciera algo, siempre leía. El contenido de sus libros era muy diverso: desde terror, hasta suspenso; desde drama, hasta aventura; y desde fantasía, hasta romance.
Recordó como la chica le confesó entre tartamudeos y sonrojos lo mucho que disfrutaba de leer novelas románticas; entre más hablaba, más confianza iba adquiriendo y explicaba con lujo de detalle aquellas historias que habían llegado a embelesarla de un modo que ella no podía comprender. Poco a poco, Lincoln también fue interesándose en aquellos libros que tanta felicidad le traían a su pequeña amiga, y cuando menos lo esperó, ya tenía en su propio librero varios títulos que Lucy le había recomendado.
Si era honesto consigo mismo, confesaría que, al principio, sólo empezó a leerlos para seguir hablando con aquella enigmática chica. Él tenía otros gustos literarios y libros favoritos, más los que compartía con su hermana. Sin embargo, los temas de conversación de Lucy eran realmente interesantes, y su forma de expresarse le parecía sumamente linda; nada parecido a la forma de hablar de sus demás compañeras —Haiku siendo la única excepción de su generación—.
Quizá fue casualidad, destino, suerte, o cuestión de gustos; pero al muchacho le terminó gustando genuinamente la literatura que la chica amaba. Era algo inexplicable para él en realidad, pero sabía que, por medio de todos esos mundos que ahora compartía con la niña, estaba conectado con Lucy de alguna forma. Era su lenguaje. Un idioma exclusivo para los dos.
Eran historias tan ricas y excelsas que imponían su importancia. Algo digno de Lucy, pensó. Sin embargo, también debía de admitir que todos esos libros no se parecían en nada al que él una vez le devolvió, el día que hablaron por primera vez.
El día que conoció a Lucy Loud y la vio mostrar emoción por primera vez: tristeza.
Lincoln no se consideraba un genio, pero ver a una niña llorando con la cabeza entre las rodillas significaba algo para él.
Agradecía el hecho de haberla conocido y convertirse en su amigo; sin embargo, las imágenes de su rostro empapado en lágrimas y sus labios temblorosos de tanto llorar seguían haciendo eco en sus recuerdos. Tocaban fibras sensibles dentro de su corazón; fibras que le causaban una serie de sensaciones no muy agradables: desde impotencia por haber presenciado la desdicha, hasta furia por recordar la razón del estado de la niña.
Él nunca entendería cómo es que alguien podía encontrar sentido alguno en atormentar a personas que no les han hecho nada. Y menos a una niña como Lucy.
Lincoln cerró los puños con fuerza y apretó la mandíbula de tal forma que su músculo masetero era muy prominente. Ésto no pasó desapercibido por Clyde.
—Amigo, ¿te encuentras bien? —preguntó, con la respiración aún un poco entrecortada.
El aludido salió de sus recuerdos, cerró los ojos e inhaló profundamente hasta inflar por completo el pecho. Una vez que dejó salir todo el aire, miró a su amigo y respondió con tranquilidad:
—Sí, estoy bien. ¿Por qué preguntas?
—No, por nada. Es que parecías un poco..., no lo sé, ¿molesto?
—No, nada de eso, Clyde. Simplemente corrí muy fuerte y me empezó a doler un poco el costado, pero ya me siento mejor. Igual, gracias por preocuparte.
El chico de lentes le dedicó una mirada escéptica al peliblanco. Lincoln siempre había tenido una buena condición física, así que no sabía si le decía la verdad o no; era muy bueno actuando. Sin embargo, decidió dejarlo pasar. Después de todo, era su cumpleaños y cada uno de ellos se estaba divirtiendo; no había razón para que su amigo se molestara.
—Muy bien, Lincoln. Sólo no te fuerces de más, ¿está bien?
—Seguro, amigo. Lo tomaré con calma.
Luego de eso, Lincoln se incorporó, apoyando sus manos sobre sus rodillas y caminó hasta quedar junto a Lucy.
—Hey... —saludó él, con una voz calmada y sentándose junto a ella.
—H-Hey... —contestó con una sonrisa, aun tratando de recuperar el aire.
No estaba corriendo, pero el corazón de Lincoln palpitaba como si lo estuviera haciendo. Con sólo ver la sonrisa de la niña se ponía así; y aunado a eso, estaba el hecho de que diminutas, pero igualmente perceptibles, gotas de sudor bajaban lentamente por su cuello, dejando tras de sí finos caminos húmedos en su piel de porcelana, los cuales reflejaban el brillo del Sol. Su pecho subía y bajaba de forma irregular, logrando así que su negro cabello se meciera en varias direcciones, haciendo que unas cuantas gotas de sudor fueran rociadas a su alrededor; sus rosados labios estaban entreabiertos y dejaban entrar y salir el aire de manera rítmica; y su vestido, el cual antes estaba algo suelto, ahora se amoldaba perfectamente a la figura de su cuerpo gracias a que se pegaba contra su piel.
Abrazarla. Deseaba abrazarla como nunca lo había hecho. Si era suertudo, también pediría poder besarla y nunca dejar que ella se separara de él. «¿Por qué será?», se preguntó. Era una sensación que no recordaba haber experimentado en el pasado, totalmente ajena a él. Sin embargo, no la sintió como algo malo; de hecho, fue algo curioso. Era como sentir un hormigueo que recorría todo su cuerpo, uno que empezaba desde la punta de los dedos de sus pies, que pasaba por toda su espalda como una corriente eléctrica, y que terminaba en su cabeza como un anestésico. Y el proceso iba de vuelta, con la diferencia de que ahora le dejaba una sensación de calor en el pecho y estómago.
«¿Qué hago? ¿Qué se hace en una situación así?»
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchó a la niña toser un poco.
—Lucy, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
—S-Sí —dijo entre pequeños espasmos—. E-Es sólo que no estoy muy acostumbrada a hacer tanto ejercicio. Y menos bajo el Sol.
El chico frunció el entrecejo ligeramente. «Debí imaginarlo. ¿Por qué no me di cuenta? Si tan sólo hubiera sido más considerado...»
Lincoln se levantó y una vez que estuvo frente a Lucy, le extendió la mano.
—¿Lincoln? —preguntó ella, confundida por la acción del muchacho.
—Debemos ir a una de las mesas —dijo con simpleza—. Tienen sombrillas y podrás descansar ahí.
—No, no. En serio, no hace falta. Mírame —se levantó con cierta torpeza y le dedicó una tímida sonrisa—, te digo que estoy bien.
—Y yo te digo que vayamos a una mesa para que descanses —la tomó de la mano y empezó a caminar con ella detrás de él—. Vamos.
Las mejillas de Lucy adquirieron un tono carmín; ya no dijo nada, y sólo se concentró en la mano de Lincoln. Quería deleitarse con la sensación de la palma del muchacho contra la suya. «Su piel es tan cálida», pensó.
Llegaron a una mesa redonda cubierta por un pulcro mantel blanco y con una enorme sombrilla atascada en el centro, la cual, aparte, estaba rodeada de sillas del mismo color y decoradas con moños naranjas. La niña se sentó por órdenes de Lincoln y esperó a que el muchacho regresara, pues éste había entrado corriendo a la casa. Al volver, él llevaba en las manos un vaso de cristal que contenía un líquido de un intenso color rojo.
—Ten —le ofreció el vaso a Lucy.
La chica aceptó la bebida —ella dedujo que era una bebida— y le dio un sorbo. Un segundo después, sus ojos se abrieron en gran medida y dijo:
—Lincoln..., esto es...
—Sí. Es jugo de naranja roja; o bueno, jugo de «sanguina». En realidad no sé cómo le digas tú, je, je.
La sanguina era de sus frutas favoritas, y él tuvo que entrar a su casa para traerle ese vaso sólo a ella. La chica dividía su atención entre el jugo y Lincoln, hasta que se atrevió a hablar.
—P-Pero, Lincoln, n-no era n-necesario que me trajeras e-esto. Un refresco era más que suficiente —dijo muy apenada.
—Por mí no hay problema, Lucy. ¡Lo digo en serio! Si tanto te gusta ese jugo, entonces no debería haber problema, ¿o sí? —sonrió—. Además, cuando acompañaba a mi mamá a hacer las compras, vi que las naranjas estaban maduras. Entonces me dije a mi mismo: «¿Por qué no?», y las compramos.
—Pero, Lincoln...
—Pero, nada —la interrumpió—. Te lo repito: por mí no hay problema, Lucy.
La niña bajó la mirada, totalmente avergonzada, y sin embargo, feliz. «Es tan bueno conmigo. En serio es el mejor chico de todo el mundo», pensó, mientras intentaba darle un pequeño sorbo al jugo; era difícil beber cuando no podía dejar de sonreír. Desistió a su intento cuando vio a Lincoln voltear en otra dirección y preguntar con una voz rara:
—Y dime..., ¿te gustó? ¿No está muy dulce, o muy amargo?
—Me encantó, Lincoln... Muchas gracias —dijo con la voz entrecortada, mientras se acercaba al chico y le daba un fugaz beso en la mejilla.
Aquel suave y efímero contacto fue más que suficiente para llevar a Lincoln al límite de sus emociones. Volteó a ver a la niña, pero se topó con la sorpresa de que ella ya no se encontraba junto a él. Giró su cuello en varias direcciones, hasta que pudo ver que ella corría con ambas manos tapándole el rostro. Incluso desde esa distancia, notó que las orejas de la niña estaban coloradas. Seguramente había sido algo muy vergonzoso de hacer. Sin embargo, sonrió. Se tocó la mejilla, justo en el lugar en donde ella lo beso. «Y dime, Lucy..., ¿acaso yo te gusto?», se preguntó.
—Lo digo muy en serio, Zach. Comer primero el postre es mucho mejor.
—Pero el postre es la mejor parte de la comida. ¿No crees que es mejor dejarlo para el gran final, Rusty?
—Si tienes el estómago lleno, entonces ya no lo disfrutaras como se debe. Es simple lógica.
—El problema es la simpleza de tu razonamiento...
—¡Hey! ¡Oí eso! ¿No me crees? Preguntémosle a Liam. ¿Tú que crees, amigo?
—Mmm... No lo sé. Ninguna opción me parece buena o mala. Al final, terminarás comiendo lo mismo.
—¿Para qué te pregunte a ti? Bueno, ¿tú qué piensas, Clyde?
—Pues las dos opciones son correctas. Digo, ¿qué pasa si a una persona le gusta más la comida que el postre? Podría incluso escoger no comer postre.
—¿Lo ves, Rusty?
—¡Cállate!
Lincoln veía divertido la discusión que estaban teniendo sus amigos. Le sorprendía su capacidad para discutir de cualquier tema, por trivial que pareciera. Recordó como en una clase de matemáticas habían discutido sobre cuál color de pluma era mejor; durante el almuerzo, cuál era el alimento más letal en la cafetería; durante los chats en grupo, cuál era el mejor color; y un sinfín de ejemplos más. Le hubiera gustado entrar al debate, pero su mente estaba muy ocupada pensando en lo que había pasado hace menos de diez minutos. En su mente recreaba una y otra vez la sensación de los labios de Lucy sobre su piel; desde su perspectiva, había sido una experiencia realmente hermosa y quería volver a experimentarla. Si era suertudo, ahora él podría ser quien besara a la chica. Ya fuera en la frente, las mejillas, o en los...
—¡Lincoln!
El repentino grito de Rusty hizo que el aludido se sobresaltara ligeramente. Dirigió su vista al pelirrojo.
—Dime.
—Te estaba preguntando sobre si tú prefieres comer el postre antes o después de la comida.
«Pero claro... Se trataba de eso.»
—Pues, yo estoy acostumbrado a comer el plato fuerte primero, y el postre después. Aunque, si son ocasiones especiales, me permito comer dulces antes de la comida... Claro, sin que mis padres se enteren...
Sus amigos le dedicaron miradas burlonas.
—¡¿Quién lo diría?! —exclamó Rusty—. El buen Lincoln también rompe las reglas.
—¿Qué sigue, amigo? —se metió Zach—. ¿Robar autos?
—Mi tío que está en la cárcel empezó haciendo eso —dijo Liam, en un tono afligido sumamente exagerado.
—Los chicos de estos días ya no respetan las reglas... —finalizó Clyde con los ojos cerrados, negando con la cabeza y cruzando los brazos.
De repente, los niños empezaron a reír, haciendo que Lincoln los mirara de forma estoica.
—Ja, ja —dijo sin emoción—. Muy graciosos. Ahora por eso no comerán pastel.
Esto hizo que todos se callaran y pusieran una cara de total seriedad.
—... Así está mejor. Pero ya, hablando en serio, ¿no quieren comer algo? Hay dulces, palomitas y... ¡helado! —gritó la última palabra lleno de angustia, mientras se iba corriendo en dirección de la mesa de dulces.
Al llegar, soltó un gruñido y se masajeó el rostro con frustración tras ver el estado del helado: estaba completamente derretido. Él pensó que primero comerían y después se divertirían; sin embargo, tras su juego de atrapadas y la plática con Lucy, se olvidó completamente de él.
—Oigan, ¿qué le pasa a Lincoln? —preguntó Haiku algo sorprendida tras regresar del baño.
—Lo que pasa es que el helado que íbamos a comer se derritió —aclaró Clyde, sin despegar su vista del chico.
—Oh..., ya veo... —Haiku vio con cierta pena al chico, pues recordó que él, unos días atrás, le había preguntado sobre cuál era su sabor de helado favorito, y de paso, cuál era el de Lucy.
Lincoln no pudo haber sido más obvio: había escogido el sabor favorito de cada uno de sus amigos para darles gusto.
Quiso acercarse para intentar calmarlo y decirle que no había problema, pero alguien se le adelanto.
—Linky, ¿estás bien?
El chico se quitó las manos del rostro al escuchar aquel llamado y observó con detenimiento a su hermana: se veía preocupada.
—Sí, Carol, estoy bien. Es sólo que se derritió el helado y... ¡Argh! ¡Fui tan descuidado!
La muchacha se limitó a acariciar el cabello de su hermano. Esta acción pareció calmar a Lincoln. Las caricias de Carol siempre le habían gustado; parecían tener un efecto mágico sobre él. No importaba si se sentía triste o enojado, ella siempre lograba hacerlo sentir mejor.
De repente, otra persona habló:
—Lincoln, yo creo que aun podemos comerlo.
El chico volteó y vio a Lucy con las mejillas rojas y agarrando su vestido con ambas manos. Sonrió. «Con que ahí estás. ¿En dónde te habías metido?»
—No lo creo, Lucy; ya está totalmente derretido. Sería como comer sopa —dijo—. Quizás si lo metemos al congelador...
No terminó de hablar, pues Lucy se acercó a la mesa, tomó una cuchara y un envase de helado de fresa —su favorito, aunque nunca lo diría en voz alta— y lo probó.
—¡Mmm! Está rico.
Los demás niños se acercaron a la mesa y cada uno tomó un envase con el sabor que más les gustaba y empezaron a comer.
—Es como una bebida azucarada, sólo que más espesa —dijo Haiku.
—Sopa de helado... Me agrada —añadió Clyde.
—Es mucho mejor que el pudín de la granja —intervino Liam.
—¿Qué decías sobre el postre antes de la comida, cuatro ojos? —se burló Rusty.
—Esto no vale. Es un bocadillo, nada más —contradijo Zach.
Lincoln vio a sus amigos con una sonrisa. Sin embargo, seguía algo disgustado por el resultado. No quería que sus amigos tuvieran que conformarse. Carol interrumpió sus pensamientos.
—Vamos, hermanito. Quita ese ceño de tu linda cara. ¿Por qué no mejor comes y te relajas?
—Aun creo que podemos meter el helado al congelador.
La chica sonrió.
—¿Por qué? El helado derretido es mucho mejor —agarró un envase de sabor chocolate y lo abrió—. Además, así puedo hacer... ¡esto! —tomó un poco de helado y lo embadurno en la nariz del chico.
—¡Carol! —exclamó, pero riendo a fin de cuentas—. ¡No hagas eso!
—Está bien, está bien. Igual logré lo que quería.
Observó un momento más a su hermano y, sin vacilar, inclinó ligeramente su cuerpo hacia adelante y le dio un pequeño beso en la punta de la nariz. Lincoln se sobresaltó un poco.
—C-Carol..., ¿por qué hiciste eso? —preguntó algo sonrojado y mirando a los lados; al parecer nadie lo había visto. Se extrañó; las muestras de afecto de su hermana nunca lo ponían nervioso.
«¿Que por qué lo hice? La respuesta es obvia, Linky...»
—El helado se veía rico —soltó una pequeña risita y volvió a entrar a la casa.
Lincoln siguió con la mirada a Carol, hasta que ésta ya no se encontraba en su campo de visión. «Te hubieras quedado un poco más, hermana...», pensó.
De repente, sintió que alguien jalaba su camisa. Volteó y vio a Lucy mirándolo directamente a los ojos.
—L-Lincoln... —llamó.
—Dime —contestó con una sonrisa.
—Muchas gracias por el helado. Pero ¿cómo sabías que me gustaba el de fresa? No recuerdo habértelo mencionado.
Él volteó a ver de reojo a Haiku, y ella le sonrió. Regresó su atención a Lucy.
—Tengo mis métodos, je, je.
La niña iba a decir algo más, hasta que escuchó un fuerte ruido de salpicadura. Todos voltearon a ver el origen del sonido y vieron a Rusty totalmente manchado del rostro con helado de vainilla, mientras que Zach se limitaba a reír.
—¡Tenías razón, Rusty, el postre al inicio es de lo mejor! —dijo el chico pelirrojo de lentes.
El chico de las pecas se limpió la crema de la cara y, sin mediar palabra, salpicó una cucharada de aquel postre en dirección de su atacante. Zach se hizo a un lado y el proyectil de comida impactó justo en la cara de Liam. Éste se molestó y regresó el ataque. Para cuando menos se lo esperaron, los tres chicos ya se encontraban en una lucha de comida en donde no había otro objetivo más que vengarse del otro.
—Oye, Lincoln, ¿los detenemos? —preguntó Clyde a su mejor amigo.
—Mmm... —zumbó Lincoln con cara pensativa, pero luego dijo—: No.
Y sin decir nada, acercó su mano derecha (la cual estaba empapada de helado) al rostro de Clyde y la embadurno completamente, mientras le dedicaba una sonrisa gatuna. El chico, al no poder ver, se limitó a hundir su mano en su respectivo envase y salpicó a su alrededor, esperando haberle atinado a Lincoln. Sin embargo, lo único que logró hacer fue manchar a los otros tres muchachos que se encontraban en su respectiva lucha. Soltaron un grito de guerra, y comenzaron con el asalto. Eran todos contra todos. O bueno, todos menos Haiku, Lucy y Lincoln.
El chico se limitaba a reír, mientras tomaba a las dos chicas de las muñecas y esquivaba aquellos cremosos proyectiles.
—¿Por qué no te unes a la lucha, Lincoln? —preguntó Haiku.
—Porque no quiero que manchen mi camisa —contestó.
—Entonces, ¿por qué manchaste a Clyde? —insistió.
—Pues..., digamos que fue un impulso, je, je.
La chica negó con la cabeza, pero lo hizo con una sonrisa. De repente, se libró del agarre del muchacho y ella misma esquivaba con gran agilidad los disparos, a la vez que dejaba solos a sus dos amigos.
Lucy intentaba seguirle el paso a Lincoln, pero no era tan rápida como él. No obstante, aquello no impidió que se dejara llevar por el firme, pero igualmente gentil, agarre del muchacho. Se concentró tanto en las sensaciones que aquello le provocaba que, sin darse cuenta, terminó con el rostro manchado de helado de limón.
—¡Lucy! —exclamó Lincoln—. ¿Estás bien? ¿No te lastimaron?
—Estoy bien, no pasó nada —contestó riendo. Aquella pelea de comida le pareció sumamente divertida; nunca había hecho algo parecido—. Eso sí, ¿me dejas usar tu baño para limpiarme? No quiero quedar pegajosa.
—Sí, sí, seguro —la acompañó hasta el ventanal trasero de la casa y con una mano le indicó—: Es la puerta junto a la entrada principal.
—Muchas gracias —dijo, y se retiró.
El peliblanco se quedó parado junto al cristal, observando el interior de su casa por un momento, hasta que escuchó que alguien hablaba:
—Ay, viejo... Sí hicimos un desastre... —dijo Zach, observando el césped.
—Sí —secundó Rusty, pero volteó a mirarlo y puso una mano sobre su hombro—. Bueno, te deseo suerte limpiando, amigo.
—¿A qué te refieres con que «me deseas suerte»? Tú también participaste en la guerra.
—Sí, pero fuiste tú quien empezó.
—¿Y por qué no limpian entre los dos? —sugirió Liam.
—¿Y por qué no mejor tú limpias? —refutó el pelirrojo más alto.
Esto llevó a una discusión en dónde los tres muchachos intentaban echarle la culpa al otro y obligarlo a limpiar, a la vez que intentaban salvarse ellos mismos. Lincoln decidió no darle importancia al altercado. Pensó que no era imperativo limpiar el helado del jardín; se derretiría de todos modos. Más bien, sus pensamientos seguían enfocados en Lucy; estaba sola, dentro de su casa. Si la interceptaba en el camino de regreso, quizá podría hablar con ella, confesarle sus sentimientos y pedirle que fuera su novia.
Estaba decidido, no podía dejar que la cobardía fuera más fuerte que él. El día había sido increíble, y no dejaría que su oportunidad se desperdiciara. ¡Ella le había regalado un libro de poemas y lo besó en la mejilla! ¡Aquello tenía que significar algo bueno!
Recordó todos los recesos de la escuela en los que él se había sentado con ella para hablar; todas las pláticas que tuvieron sobre sus libros predilectos; las veces que él le contaba sobre cómics y videojuegos; las ocasiones en que ella le recitaba los poemas que escribía en el transcurso del día; y se armó de valor.
Corrió la puerta de cristal y dio la excusa de que tenía que ir al baño, pero nadie volteó a verlo. Sus tres amigos pelirrojos seguían discutiendo, mientras Clyde y Haiku intentaban detenerlos. Sus labios se curvaron lo suficiente para formar una pequeña, pero perceptible sonrisa. «No me extrañaran si me ausento unos cuantos minutos.»
Entró a la casa.
—No, no, no, no —decía Lucy en voz baja, totalmente angustiada.
Luego de entrar al baño y lavarse el rostro para quitarse el helado de encima, cayó en cuenta del hecho de que, junto con él, también se había quitado la base blanca que cubría el golpe que Lori le dio. Para su mala fortuna, la piel seguía tan roja como hace horas. No le sorprendió, pues todo el día había sentido punzadas de dolor que iban y venían en su mejilla; era más que obvio que la piel no perdería ese color. Con un broche en forma de Luna se sujetó el pelo y trató de observar su rostro lo mejor posible. Sí, incluso los chicos que usaban lentes podrían distinguir unas marcas de dedos.
Su ritmo cardiaco aumentó al pensar que ahora todos verían la bofetada. No quería arruinar el ambiente tan lindo que reinaba en la fiesta. Lincoln y Haiku se habían esforzado tanto para incluirla en las actividades y juegos que ella llegó a hacerlo con naturalidad. Aparte, los amigos de Lincoln eran muy agradables, pues no la excluyeron en ningún momento; no sabía si era por cortesía, o si en verdad todos lo hacían de corazón, pero lo agradecía enormemente.
Se tapó el rostro con ambas manos, mientras hacía un esfuerzo titánico por no llorar. «Sí salgo así, echaré a perder todo lo que Lincoln hizo para hacerme sentir bienvenida... —de repente recordó algo—. A menos que...»
Su bolso. Lo había dejado en un sillón, cerca de la entrada principal. Ahí tenía un pequeño juego de maquillaje y un tubo de base blanca. Si iba corriendo, quizá nadie la notaría. Tendría que aprovechar su sigilo al máximo para que ni los demás niños ni la familia de Lincoln la vieran en ese estado. Ella no era una experta maquillista como Leni o Lola, pero al menos tenía que intentarlo. Abrió la puerta del baño, pero en vez de encontrarse con el camino libre, se topó con Lincoln, quien tenía una mano levantada, lista para tocar.
El rostro del chico al principio sólo demostraba sorpresa, pero entre más veía a Lucy, más se iba deformando su expresión en una de horror puro.
—¡Lucy! —gritó—. ¡Lucy, tu ojo! ¡Tu ojo está lastimado!
La chica estaba petrificada.
—¡No, es peor que eso! —continuó—. ¡Te sangró por dentro! ¡Está totalmente rojo! ¡Tenemos que llevarte al hospital!
—N-N-No, Linc...
El chico no la dejó terminar y la tomó de la muñeca, jalándola para ir a buscar a su padre.
—Si salimos justo ahora podremos llegar a tiempo —dijo para sí—. La atenderán y se pondrá bien. No le pasará nada a Lucy. No le pasará nada.
—Linc...
—¡Maldita sea! ¡El helado debió caerle en el ojo! —gruñía—. ¿Quién fue? ¿Zach? ¿Liam? ¿Rusty, quizá?
—¡Lincoln! —exclamó ella, finalmente oponiendo resistencia al chico—. No te enojes, por favor. No fue el helado ni nada de eso. Estoy bien.
—¡¿Bien?! —rebatió él—. ¡¿Le dices a esto bien?! —señaló su ojo derecho—. Lucy, ¡el ojo te está sangrando! En tan sólo unos minutos se ha puesto así. No sé qué tan grave sea, y la verdad es que no quiero averiguarlo —retomó su camino—. Ahora, vamos.
—¡No, Lincoln! —suplicó ella, aferrándose a una pared—. ¡Te estoy diciendo que estoy bien!
—¡Pero Luc...! —el chico giró su cabeza para tratar de convencerla, pero al ver más de lejos el rostro de Lucy, notó que no sólo su ojo estaba rojo; su mejilla también estaba colorada, y no era causado por aquellos sonrojos que él tanto amaba. Era la marca de una mano.
«Le pegaron... Alguien le pegó», pensó.
Tomó a la chica de los hombros y dijo con lentitud:
—Lucy..., dime quién lo hizo...
—¿Eh?
—Dime quién fue el desgraciado que te pegó.
Los padres del muchacho, hasta dónde él recordaba, siempre habían sido sumamente amorosos y pacientes a la hora de educarlos a él y a su hermana. Claro que había días en los que ellos se enojaban y alzaban la voz, pero nunca en la vida se habían atrevido a ponerles un sólo dedo encima. Invariablemente les recordaban que ellos dos eran los tesoros más grandes que hubieran podido desear, y que no se lo perdonarían si se atrevieran a lastimarlos.
Lincoln había sido educado así: no comprendía la violencia irracional, no comprendía que alguien se atreviera a lastimar a una persona más indefensa que ella...
No comprendía —ni mucho menos perdonaría— que alguien se atreviera a lastimar a su Lucy.
Por su parte, la chica sintió que el corazón se le cayó al suelo. Jamás había visto a Lincoln tan enojado... Y lo peor de todo es que era su culpa. O al menos, era lo que ella sentía.
—N-Nadie me pegó —mintió ella, mirando al suelo—. Fue un accidente. Sólo eso.
—Un accidente... Con que un accidente... —repitió él, su tono de voz carente de emoción—. Lucy, un accidente es rasparse la rodilla al tropezar; es golpearse la cabeza o el rostro con un poste en la calle por no ver tu camino; es caerse de las escaleras o de la bicicleta... Eso es un accidente —tomó la mejilla de la niña en su mano y la acarició con su pulgar—. No esto.
Volvió a mirar el estado de su ojo derecho y apretó su puño izquierdo con fuerza.
—Aparte... —dijo entre dientes—, mira cómo te dejaron el ojo.
Nuevamente tomó la muñeca de Lucy, giró su cuerpo y decidió continuar con la búsqueda. Sin embargo, volvió a obtener el mismo resultado, pues ella se quedó exactamente en el mismo lugar, mientras miraba el piso y temblaba. Estuvo a punto de hablar, pero guardó silencio de inmediato al escuchar el lloriqueo de la niña. La vio tan pequeña y frágil que, sin dudarlo ni un instante, se acercó a ella y la abrazó. Ella sólo atinó a devolver la muestra de afecto y hundir su rostro en el pecho de él.
Lucy se sentía desconsolada, atrapada en una horrible pesadilla. Justamente lo que no quería que Lincoln supiera, terminó siendo revelado ante él, y de la peor forma posible. Deseaba que la tierra se la tragara en ese mismo instante; necesitaba alejarse de aquella realidad que se erigía ante ella. Pero no había opción; tras ver el estado tan alterado del muchacho, supo que no tenía otra alternativa más que decir la verdad.
—L-Lincoln... Sí, las marcas son de un golpe... —sintió como él apretaba más el abrazo—, pero mi ojo está bien.
El chico quitó su barbilla de la coronilla de la niña y, sin separarse de ella, la vio y dijo:
—Lucy, ¿cómo puedes decir eso? Tu ojo está completamente rojo, ¿no te das cuenta?
Ella apretó los labios. «Claro que me doy cuenta... Cada día de mi vida me doy cuenta...», pensó con amargura. Inhaló profundamente y, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, susurró:
—Mi ojo no cambió de color..., simplemente es así... Siempre ha sido así.
Se encontraban encerrados en el baño. Tras la revelación, la niña ahora fue quién jaló a Lincoln para que la siguiera y lo llevó a aquella habitación. Si continuaban hablando más tiempo en el pasillo, tarde o temprano, alguien más los vería.
El chico tenía mil y una preguntas en la cabeza, mas no sabía por dónde empezar. Además, no sabía si al preguntar la lastimaría; pero necesitaba saber la verdad del asunto. Inhaló y habló:
—Entonces..., ¿dices que tu ojo no está lastimado?
La chica no lo veía a la cara, no creía que podría hacerlo en ese momento. Se sentía tan ansiosa y asustada que pensó que se desmayaría ahí mismo. Habían sido tantas emociones las que experimentó en unos cuantos minutos que no sabía si sería capaz de explicarle correctamente la razón de su apariencia. Sin embargo, susurró:
—Sí, exactamente.
—¿Entonces? —insistió.
—Yo... Ehmmm... Cuando era bebé me enfermé de algo, ahora no recuerdo bien el nombre de esa condición, pero se suponía que tenía que curarse con el tiempo... —explicó, mientras la tristeza se iba haciendo cada vez más evidente en su voz—. En mi caso, las cosas se complicaron a tal punto que estuve a punto de perder el ojo. El doctor que me atendió logró que eso no sucediera, hasta evitó que llegara a perder la vista...; pero no pudo evitar que se quedara... así.
Al pronunciar la última palabra, Lucy no pudo evitar volver a soltar lágrimas de impotencia. Antes de que ella pudiera ocultar su rostro, Lincoln se acercó a ella para abrazarla; con una mano acariciaba su espalda, y con la otra su cabeza. La niña se aferró al pecho del muchacho y, silenciando su voz contra él, soltó un alarido que reflejaba todo el dolor que había sentido hasta ese momento: el de haber quedado con aquella apariencia, el de sentirse como una extraña en su propio hogar, el de ser vista como un fenómeno por varias de sus hermanas, el de que nadie aceptara su forma de ser ni sus gustos, el de no recibir la atención y el cariño que tanto añoraba de sus padres, y el de sentirse como un intento fallido por reemplazar a su difunto hermano.
Así estuvieron por cinco minutos, hasta que la niña se calmó. Lincoln en ningún momento se separó de ella. «Dime, ¿qué tanto, Lucy? ¿Qué tanto has sufrido hasta ahora?»
—¿Te sientes mejor? —preguntó él.
—Sí..., un poco.
Ninguno de los dos dijo nada más. El muchacho no pensó que sería pertinente decir algo más, pues no quería lastimar a la pequeña que tenía entre los brazos. Sin embargo, fue ella la que rompió con aquel silencio.
—¿Es horrible, no?
—¿Qué?
—Mi ojo... Todos en mi familia piensan que es horrible, y seguramente tú también lo crees.
Lincoln volvió a apretar los dientes. «¿Qué diablos le dicen en su casa? ¿Qué diablos creen que ella es?», pensó. Sin embargo, quiso ahondar un poco más en la situación y dijo:
—Lucy, no creo que ellos piensen eso.
—¡Lo hacen, Lincoln! —exclamó ella. Sus mejillas brillaban por las lágrimas derramadas—. ¡Por supuesto que lo hacen! ¡De lo contrario, nunca se pondrían nerviosos al verme a la cara ni me habrían cubierto los ojos con mi pelo!
Lincoln cerró los ojos e inhaló profundamente. «Entonces..., esa es la razón por la que tu flequillo te cubre el rostro...»
Lucy continuó.
—¡Desde que era pequeña, ninguna de mis hermanas mayores quería jugar conmigo! ¡Las menores intentan alejarse de mi porque, lo admitan o no, me tienen miedo! ¡Y mis papás...! Ellos... Cuando ellos me ven, pareciera que ven a un fantasma —sollozó—. Ni siquiera sé de quién fue la idea de cubrirme los ojos y teñirme el pelo...
El chico parpadeó un par de veces.
—Espera, ¿teñirte el pelo?
Ella asintió ligeramente.
—Lo que pasa es que tengo poliosis, Lincoln. Eso significa que hay partes del pelo que son totalmente blancos. En mi caso, son dos mechones grandes. Creo que son tan blancos como tu cabello.
No sabía que decir. Luego de aquellas revelaciones, Lincoln se quedó mudo. Su mente estaba hecha un caos total, a la vez que era invadido por un río de emociones tan contradictorias entre ellas. Por un lado, el amor, la ternura y la compasión que sentía por Lucy lo incitaban a tomar a la niña entre sus brazos y nunca dejarla ir; para mantenerla siempre segura. Por el otro, estaban la sorpresa y el asombro de descubrir tantas cosas nuevas de su personalidad y su apariencia; debía admitirlo, el ojo derecho de Lucy era impactante, pero no era algo «horrible», como ella describía; sólo era diferente. Y finalmente estaban la furia y el desagrado que sentía... contra la familia de la niña.
«¿Cómo pueden ser así con ella? —se preguntó—. ¿Cómo pueden tener miedo de una niña tan linda y tierna como Lucy?»
Inhaló y exhaló un par de veces para hacer a un lado todos sus pensamientos. Bajó la mirada para ver a la niña un momento y sonrió.
—Lucy, si soy completamente sincero contigo, debo decir que todas las cosas que me has dicho han sido una sorpresa —hizo una pausa y continuó—, pero no necesariamente son algo malo. De hecho, hasta creo que me han ayudado a conocerte un poco más... Me han ayudado a ver que eres incluso más bonita de lo que pensé...
La chica subió la mirada rápidamente, se sentía incrédula. Jamás pensó que Lincoln la describiría como «bonita», y menos después de ver sus ojos.
—¿B-Bonita? ¿Yo? —preguntó con un hilo de voz—. Pero Lincoln... Mis ojos... Mi familia...
—Tus ojos son hermosos, Lucy —la interrumpió—. Tus ojos, esos que mantienes ocultos por la ignorancia de otros, son hermosos —acarició su mejilla—. Y no sólo tus ojos, toda tu persona es bonita: tu rostro, tu pelo, tu voz, tu personalidad, tus gustos. Todo, Lucy, todo.
El corazón de Lucy latía con todas sus fuerzas al escuchar todas y cada una de las palabras de Lincoln. Sentía como si hubiera muerto y resucitado en un mundo de ensueño; uno en donde la felicidad era intrínseca de ella. Dos ríos de lágrimas enmarcaban su pequeña sonrisa.
—Sólo hay algo que no me gusta... —dijo él.
—¿Q-Qué cosa? —preguntó ella, sonrojada por las palabras del muchacho, pero ligeramente agobiada por lo que fuera a decirle.
—Esto —señaló la mejilla izquierda de la niña—. No me gusta para nada que te hayan golpeado. Odio que te hayan lastimado... ¿Quién fue?
—Y-Yo... Yo tuve una discusión con una de mis hermanas y ella se molestó de más y me abofeteó. Pero el golpe no fue muy fuerte, Lincoln, te lo juro.
Lincoln la miró, escéptico.
—Entonces, ¿cómo explicas que los dedos sigan marcados en tu mejilla?
—Es porque tengo una piel sensible, causada por la misma poliosis.
El chico no cambió su expresión en lo más mínimo, haciendo que Lucy se empezara a poner nerviosa. Tenía piel sensible, sí, pero era una verdad a medias; el golpe había sido realmente doloroso y llevaba toda la fuerza de la adolescente. Sin embargo, lo que él dijo a continuación la sorprendió aún más.
—Fuerte o suave, piel sensible o no, nadie debería pegarte, Lucy.
Lincoln tomó el rostro de la chica entre sus manos. Ella lo observó, llena de expectación.
—Nadie —susurró. Y sin decir nada más, le dio un beso de cinco segundos en la frente.
Lucy tuvo que taparse la boca para no gritar de felicidad. «¡Me besó! ¡Me beso!», pensaba, mientras sus dedos se empapaban con el tibio líquido que salía de sus ojos.
Él volvió a abrazarla, tratando de transmitirle sus sentimientos. «No te preocupes, Lucy. Ahora yo te protegeré...»
Estuvieron así un par de minutos, hasta que escucharon que alguien llamaba a la puerta. Era Céline.
—¿Lincoln? —llamó ella. Sonaba preocupada—. ¿Estás ahí, hijo?
—Sí, mamá —contestó él.
—Oh, que alivio... —suspiró—. Hace unos minutos salí junto con tu padre y Carol para que partiéramos el pastel, pero no estabas ahí. Le preguntamos a tus amigos y nadie sabía dónde estabas.
—Lo siento, mamá.
—No importa, hijo. Tampoco fue tanto tiempo —replicó con calma—. Por cierto, ¿sabes en dónde está tu amiguita Lucy?
Los dos niños se miraron entre ellos, totalmente sonrojados.
—Ehmmm... Lucy está... arriba en mi cuarto —mintió. No le gustaba hacerlo, pero la situación lo ameritaba.
—Oh, ¿en serio? —preguntó, algo extrañada—. Y ¿qué hace ahí?
—Es que me pidió prestado un libro. La habría acompañado y se lo hubiera dado yo mismo, pero ya ves que estoy aquí —soltó una risa nerviosa—. Quizá no lo encuentra y por eso se está tardando.
El silencio reinó por unos cuantos segundos, hasta que la mujer volvió a hablar.
—Muy bien, hijo. Cuando salgas, ve por tu amiguita y salgan para el pastel. Después de todo, creo que elegiste ese sabor por ella, ¿no?
El rostro de Lincoln se coloreó de un rojo intenso. Céline continuó:
—Sólo apúrate, ¿sí? Ya quiero ver la cara de todos, cuando prueben el pastel que preparaste conmigo.
Sin nada más que decir, la mujer se retiró; dejando nuevamente solos al par. El corazón del peliblanco latía tan rápido que sentía que en cualquier momento iba a desmayarse. «¡Mamá! ¡No tenías que decir eso en voz alta!», pensó.
—Lincoln... —escuchó que Lucy habló con la voz temblorosa—, ¿es eso cierto? ¿Elegiste ese sabor... por mí?
Soltó un largo suspiró y asintió.
—Sí, lo hice. Y como también dijo mi mamá, la ayudé a prepararlo.
—Pero..., ¿por qué?
«Es ahora o nunca, Lincoln.»
—Yo... quería darte gusto. Me habías dicho que el pastel de chocolate es tu favorito y quise hacerlo p-para ti.
—¿P-Para mí? —tartamudeó.
—Sí, Lucy. Yo quería que te sintieras cómoda conmigo, que pasáramos un rato agradable juntos y que éste fuera un día memorable para los dos...
—S-Sigo sin entender... —en realidad lo hacía, pero estaba tan impactada como para creer que era lo que ella anhelaba con todo su corazón.
Lincoln cerró los ojos y, sin darle más vuelta al asunto, confesó:
—Lucy..., tú me gustas.
Aquella revelación fue demasiado para la chica, quien sintió que las piernas le flaquearon y estuvo a punto de caer al suelo; pero el chico la atrapó. Nunca creyó que él, Lincoln Pingrey, se le confesaría a ella, Lucy Loud. Antes creyó que había reencarnado en un mundo de ensueño, pero éste era un nivel totalmente diferente. Uno que ella ni siquiera consideró. Tantas noches ella había fantaseado con reunir el valor para confesarse al peliblanco, pero siempre terminaban ahí; porque lo que seguía no le gustaba para nada: era él, rechazándola. Pero no lo hacía por maldad, simplemente la chica llegaba a la conclusión de que alguien como él, jamás se interesaría en una chica como ella.
Que jamás se interesaría en un fantasma. En una criatura gris, rota y fea.
Pero aquí estaba, con Lincoln siendo el que le confesó que le gustaba. Si esto era un sueño, definitivamente no quería despertar.
—L-L-Linc-coln —balbuceó—. ¿L-Lo d-dices en s-serio?
—Totalmente —contestó, llenó de determinación.
—P-Pero..., ¿te das c-cuenta de a quién se lo d-dijiste?
—¿Sí? Me doy cuenta. Te lo dije a ti —contestó, confundido.
—Exacto... ¿Cómo puedes hacerlo?
—¿Eh? —preguntó, los nervios a flor de piel. Pensó que estaba siendo rechazado, hasta que...
—¿Cómo te puede gustar alguien... tan fea como yo?
El chico abrió los ojos al máximo. Luego, la tomó de los hombros.
—¡Lucy, tú no eres fea! ¡Eres hermosa! ¡Me pareces hermosa! ¿Acaso no te lo dije?
—Sí..., lo hiciste —dijo sin mirarlo—. ¡Pero es tan difícil creerte! ¡Tantas personas se han alejado de mí por temor! ¡Niños en la escuela me molestan y me llaman rara! ¡Mi propia familia me ve como una extraña! ¡¿Qué se supone que haga, Lincoln?! ¿Qué se supone que haga cuando tú me dices esto?
Él estuvo a punto de contestar, hasta que escuchó otra confesión de la chica.
—¿Qué se supone que haga... cuando el chico que me gusta me dice que siente lo mismo que yo?
—¿Eh? —alcanzó a pronunciar.
—S-Sí, Lincoln... Yo... Tú... Tú me gustas..., y mucho.
Fue todo. Con esas últimas palabras, los dos niños sintieron que se habían liberado de un peso enorme que habitaba en sus corazones. Cada uno de ellos, siendo prisioneros de sus dudas o inseguridades, fueron capaces de decir aquello que tanto anhelaban confesarse.
—Lucy, mírame —ella obedeció—. Sé que tienes miedo, y ahora puedo ver lo mucho que has sufrido...; pero créeme cuando te digo que lo que siento por ti es sincero. Jamás diría algo como aquello si no lo siento en realidad. Me gustas, Lucy —la volvió a abrazar—. Me gustas como no te puedes imaginar...
Ella se aferró a él.
—Yo también, Lincoln. Me gustas tanto que no sabría cómo demostrártelo.
Los dos se miraron a los ojos, perdiéndose en los orbes de cada uno; intentando penetrar en el alma del otro. Ambos querían labrar en sus recuerdos aquel mágico momento.
—Es mejor que salgamos, Lucy —susurró Lincoln, pegando su frente contra la de Lucy—. No sabemos si alguien más pueda venir.
—Seguro, Lincoln —contestó ella, con el mismo tono de voz.
El chico se dirigió a la puerta, quitó el seguro y, una vez abierta, le extendió la mano a la niña.
—Vamos —dijo él. Ella sonrió, tomó su mano y lo siguió.
Lo seguiría a donde fuera, siempre que sintiera que aquella gentil mano tocaba su piel. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió verdaderamente protegida y en paz. Era una emoción tan ajena a ella; pero no menos bella. Y también había otra, una que se alojaba exactamente en su corazón... Una emoción que, lo quisiera o no, se había hecho mucho más fuerte.
Llegaron al jardín, aún tomados de la mano; pero ninguno de sus amigos varones pareció darse cuenta, ya que en el momento en que vieron a Lincoln, se abalanzaron sobre él, empujándolo a la mesa para que cumpliera con la tradición de partir el pastel.
En realidad, sólo querían que se apurara para empezar a comer.
Lincoln volteó a ver a sus padres y pudo notar que ambos lo veían con una sonrisa. «Algo saben», es lo que pensó.
Luego, fijó su atención en Carol; pero ella no lo miraba, tenía su visón fija en el césped. Sus ojos se veían decaídos, tristes incluso. Sin embargo, al ver a su hermano, le dedicó la más hermosa de sus sonrisas, y él también lo hizo.
Siguió caminando, hasta llegar a la mesa.
Sus padres lo recibieron con un abrazo y un beso, mientras el hombre de la familia procedía a encender las velas. Todos los invitados se reunieron alrededor de Lincoln y empezaron a cantar. Unas voces más melodiosas que otras, pero igualmente animadas.
Todos se encontraban relativamente cerca del muchacho, pero quienes estaban prácticamente pegadas a él eran Lucy y Carol; ambas cantando con una sonrisa y aplaudiendo al ritmo de la canción. Vio de reojo a cada una, y sintió que su corazón desbordaba felicidad; pues a su lado estaban las mujeres que más amaba en este mundo.
Cuando la canción terminó, su padre habló:
—Anda, hijo. Pide un deseo.
Lincoln observó las llamas que se presentaban ante él. Cerró los ojos y pensó: «Deseo ser capaz de hacer felices a todos.»
Y con un largo soplido, apagó las velas; dejando sólo una estela de humo que se elevaba lentamente hacia el cielo.
Casi dos meses sin actualizar... Sé que algunos de ustedes —los que leen esta historia— querrán matarme por haber tomado tanto tiempo; pero créanme cuando les digo que han pasado muchas cosas, y no tenía cabeza para continuarla. Unas muy agradables, y otras no tanto. (¿Para qué me engaño? Fueron unas realmente desagradables?)
Pero la espera terminó. Espero que la extensión de este capítulo haya sido disculpa más que suficiente, y espero que lo hayan disfrutado. Sé que es más largo de lo normal, pero hasta yo debo decir que me siento muy orgulloso del resultado, je, je.
Si encuentran errores de redacción o faltas de ortografía, díganme cuales son; estoy dispuesto a recibir críticas.
Sé que no es obligación de nadie hacer esto, pero si es posible, por favor comenten la historia. Me hace muy feliz leer los comentarios de la gente.
Sin nada más que decir, me despido.
Dark Dragon Of Creation
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