V e i n t i s é i s

Esta noche quiero salir contigo.

Le sonreí al aire con el teléfono pegado a mi oreja y la voz gruesa de Gabriel entrándome por los oídos. Estaba en el auto encendiendo el motor mientras veía a Gris despedirse de su mejor amigo y de Diego, a solo unos pasos de allí.

—¿A dónde quieres ir? Y hoy debes invitar tú —advertí.

Escuché su hermosa risa fuerte y clara.

Creo que debemos llevar nota de cuándo invito yo y cuando tú, como para que no haya injusticias por ese lado —argumentó—. No sé, vamos a donde quieras... ningún bar, no quiero fiesta hoy.

—¿Quieres ir a misa entonces?

Si me llevas tú, entro a donde sea —respondió coqueto a mi sarcasmo—. No sé, puedes pensarlo. Pásate más tarde y miramos para dónde vamos.

—En una hora estoy ahí —aseguré—. Ponte decente.

Si no me amas en mis fachas de estar en la casa, no me mereces.

Y acto seguido, me colgó. En ese momento escuché el seguro de la puerta del copiloto y Gris entró, acomodando su chaqueta y luego se puso el cinturón.

—Déjame adivinar, hablabas con Gabriel.

—¿Muy obvio?

Gris torció el gesto, manteniéndose pensativa aunque mi pregunta era retórica.

—Sí, un poco. Ojalá estar enamorado pudiera disimularse.

Era sábado y habíamos salido en grupo a comer pizza, Diego y Marco (el amigo de Gris que también llevó a su novia) habían llevado moto así que cada uno se fue por su lado. Ya con Gris dentro del auto, busqué salida del estacionamiento y nos pusimos en dirección a su casa.

—Esa chica es agradable —mencioné, refiriéndome a la novia de Marco.

Gris sonrió. Yo le sacaba el tema porque en la pizzería noté que al parecer no le había gustado mucho esa chica, y para corroborarlo, con un tono de desdén, respondió:

—Sí, creo que pueden durar bastante, ella parece buena persona.

—¿Tienes algún tipo de trauma con las chicas que cortejan a tu amigo? —solté medio en burla, medio en serio.

Iba a contradecirme, pero prefirió resoplar y mirar por el cristal de su ventana.

—¿Es tan obvio?

—Sí, un poco —repetí su respuesta—. Ojalá el estar celoso pudiera disimularse.

Ella rió por lo bajo y negó con la cabeza. Yo sabía que sus celos no eran románticos, sino más bien posesivos con el que —según me había contado— había sido su mejor amigo por años.

—Es que me cuesta asimilarlo. Él ha estado siempre solo conmigo... no sé...

—Si te hace sentir mejor, no se te nota. —Blanqueó los ojos y me reí—. En serio, una persona que no te conozca, no puede ni suponer que estás celosa de la novia de tu amigo.

—Me estás mintiendo descaradamente.

No lo hacía. De verdad, solo lo supe porque de algún modo yo también experimenté cierto rechazo hacia Ángela, la chica en cuestión, y lo atribuí a que a Gris no le gustara. En general, no la vi dejar de sonreír ni perder la amabilidad en ningún momento y era algo que le admiraba, recordé la vez en que salí con Gabriel y su hermana y la amiga de esta, yo sé que no fui capaz de disimular mi desagrado a la tal Caroline, la cita de Gabriel, aunque era diferente, no lo pude ocultar, y ella sí.

Gris se hundió en su asiento y se quedó ensimismada en la carretera que pasaba a cincuenta kilómetros por hora. A unos metros de llegar a un semáforo, lo vi cambiando a amarillo y ralenticé la velocidad; frené cuando cambió a rojo y quedamos detrás de un auto azul.

Me giré a mirarla y con la ayuda del sol, un brillito deslumbró en su cuello. Hablé por instinto:

—Qué bonita cadena.

Ella llevó sus dedos al dije que colgaba y sonrió con nostalgia.

—Gracias. Fue un obsequio.

Juro que no tenía más intención que hacer una charla amena mientras llegábamos a su casa al alargar mi mano y tomar la delgada cadenita en mi mano, no pensé que fuera a pasar nada extraño, pero sí que pasó.

Tuve un deja vú de cuando unos meses atrás Gabriel me había dado la cadena con el balón de baloncesto marcado con mi nombre y al tenerla en mis manos sentí una especie de quemazón por toda la energía que transmitía y supe que me quería. Ese recuerdo parecía ahora muy lejano pero al tocar la cadena de Gris, sentí algo muy similar, solo que no incluía a Gabriel, sino a Diego.

Hay dos tipos de ceguera emocional: esa de la que eres consciente pero prefieres omitir, es en la que la venda a los ojos te la pones tú mismo aún cuando todos a tu alrededor te suplican que te des cuenta de todo; y la ceguera por distracción, esa en la que nadie te tapa los ojos, pero la verdad está detrás tuyo y no volteas solo un poco para poder verla, ni lo notas, pero todo está ahí. En mi caso voy a endosar esa ceguera más al egocentrismo al que estuve sometido por varios meses al estar única y exclusivamente pendiente de los problemas emocionales propios, en otras palabras, estaba tan preocupado por ahogarme en un vaso de agua, que no noté que la escalerita para salir estaba a dos pasos de distancia.

Mis dedos acariciaron con delicadeza la cadena por unos veinte segundos, en los que enderecé la espalda y, en modo automático e irreal, absorbí todo lo que emanaba de ella, como una canción a todo volumen entrando por los oídos.

Gris se removió incómoda y no supe si fue algo de mi comportamiento lo que hizo que se alejara. Estaba asimilando lo que acaba de sentir y no tuve mucho qué decir, así que, aun sabiendo la respuesta e involuntariamente, pregunté:

—¿Quién te la dio?

—Ya cambió el semáforo.

La miré a los ojos y vi temor en ellos, no podía saber si ella sabía lo que yo había sentido pero asumí que no debía presionarla hasta reflexionar bien todo el asunto.

Arranqué sin decirle nada más y en pocas calles, en las que el silencio fue tenso e incómodo, llegamos a su casa. Se bajó de inmediato y huyó tras despedirse fugazmente.

Me quedé allí estacionado por unos minutos intentando procesar todo y de repente arranqué con el tumbo claro.

Toqué la puerta con fuerza y Gabriel salió con su usual sonrisa, sonrisa que se desvaneció al ver mi rostro.

—¿Qué...?

—¿Estás solo?

—Sí, mi mamá no tarda, está en el supermercado y...

Lo ignoré y entré bruscamente a su casa, directo a su habitación. Escuché la puerta cerrarse y luego vi a Gabriel entrar y de nuevo, cerrar la puerta. Lo solté de repente:

—Mi hermano está enamorado de Gris.

El agua caía helada y atenazadora. Llevaba poco más de quince minutos en la ducha pensando en todo y considerando la situación. Al tocar la cadena de Gris fue como un pinchazo en mi mano entera, la energía de Diego salió de allí disparada como si mi tacto hubiera activado un interruptor y todo mi cuerpo se llenó de emociones ajenas.

Yo consideraba que amaba a Gabriel más que a nadie en el mundo y aun así, tuve que reconocer que el amor que Diego había dejado en esa cadena sobrepasaba con creces lo que yo sentía por Gabriel. Era más que amor, era una adoración profunda, un respeto, una admiración enorme, no creo que haya un amor más profundo en el mundo que el que al parecer Diego le tenía a la rubia que era mi alma gemela.

Intenté buscar en mi mente señales o miradas o palabras que me hubieran podido decir que eso sucedía entre los dos, pero simplemente no hallaba —o me negaba a hallar— nada. Nunca había percibido una mirada fuera de lugar o una insinuación inapropiada en los dos (aunque eran contadas las ocasiones en que estábamos los tres por mucho rato), y aún así, había una parte, un eco lejano en mi cerebro que me decía «¿En serio no lo viste antes?»

Lo más curioso del asunto, era que el sentimiento era correspondido.

Yo era consciente de lo hipócrita que era, pero por un buen rato metido en mis pensamientos, me sentí sumamente traicionado por Grishaild. Nunca tuvimos nada, pero yo había creído siempre que era mi culpa y si bien, en parte lo era, también se debía a que ella se había enamorado de Diego.

¿En qué momento pasó? me pregunté.

Gabriel estuvo reflexionando conmigo por varias horas, y el plan de salir se canceló para quedarnos hablando del reciente descubrimiento.

—Enamorado —repetí por décima vez—. Diego. Gabriel, es ¡Diego, enamorado!

—Vaya, no lo había escuchado las primeras cien veces —ironizó—, creí que hablábamos de helado.

Blanqueé los ojos y me puse de pie, frente a su cama, donde él estaba sentado.

—No entiendes, Gabriel. Es Diego, el ser humano más inexpresivo y egocentrista del mundo, a él el mundo le vale un cuerno y ahora ¿resulta que está enamorado?

—La gente no se enamora porque quiere.

—Pero... ¡es Diego!

—Y tú eres Denny, un hombre que no supo que era gay hasta que se enamoró y acá estamos —dijo—. No estás en posición de ponerte incrédulo con los amores ajenos.

Sentí su respuesta como un regaño y me indigné, poniendo las manos en mi cintura y reclamando:

—Oye, oye, oye... es diferente.

—¿Por qué?

—Porque Gris es mi alma gemela y Diego es mi hermano gemelo.

—¿Y?

—¡Y es raro!

—¿Tienes celos, acaso?

—No son celos.

—¿Entonces qué importa con quién está Gris?

—¡Ella es MI alma gemela!

—¿Y quieres estar con ella o qué? —respondió.

—¡No!

—¿Entonces?

—¡Y es mi hermano menor!

—Por tres minutos —argumentó—. Y si es tan atractivo como tú, no veo lo raro en que alguien se fijara en él y menos aún tu alma gemela. Si lo vemos desde un punto de vista artístico, es casi poético.

Su lógica era estúpida y entonces exploté:

—¡¿Por qué ninguno me lo dijo?! He estado con ella mucho tiempo y jamás se le cruzó decírmelo, a mi hermano le he contado todo desde que podemos hablar y tampoco me lo dijo. ¡¿Es que nadie confía en mí?!

Dicen que la rabia hace que una persona grite las verdades que la calma oculta, y escucharme a mí mismo me hizo darme cuenta de mi verdadero problema con todo el asunto. Me sentía traicionado, pero no porque alguien se hubiera enamorado de quien fuera sino porque parecía que nadie confiaba en mí lo suficiente.

Gabriel se calló un momento y luego me invitó a sentarme a su lado, lo que hice con la mirada un poco perdida y nublosa.

—Denny, ponte en su situación —pidió—. Imagina que te enamoras de alguien pero ese alguien ya tiene una especie de "dueño" y ese dueño es Diego, ¿se lo habrías ido a contar?

—Sí, claro.

—¿Y confías plenamente en tu hermano?

—Sí.

Gabriel se rió entre dientes.

—¿En serio? ¿Cuándo le contaste de lo nuestro?

—Es diferente.

—Es igual. —Gabriel buscó mi mano y la entrelazó con la suya—. Mira, no sé muy bien cómo es el rollo entre ellos dos, y de hecho tú tampoco lo sabes, pero debes pensar que si decidieron ocultarlo fue por amor y respeto a ti. Tú tampoco le has contado a Diego de mí y es por miedo, no por falta de confianza.

Lo medité varios largos segundos.

—Se aman —susurré luego de una pausa. Él asintió sin responder—. Y no están juntos por mi culpa.

—Oye, nadie se ha muerto, no lo digas tan trágicamente.

Sonreí y aunque yo tenía la vista en el suelo, Gabriel mudó su mano a mi mejilla y empujó un poco para dirigir mi vista a su rostro. Lo vi sonreírme y pensé en ese momento que si Diego y Gris sentían lo que yo al verse entre ellos, era ilógico que no estuvieran juntos.

—¿Sabes lo que esto significa, Denny? —Negué con la cabeza, lo suficientemente perdido en sus ojos como para pensar en una respuesta acertada—. Ya no tienes la necesidad de aparentar un compromiso con Gris frente a él, puedes... contarle que...

—¿Qué estoy contigo? —pronuncié, aterrado.

—¿Por qué no? Sería un acto de bondad y de ayuda para con tu hermano y para con Gris... piensa que si Diego se siente culpable amándola pensando que tú te enamorarás de ella, ese sentimiento de culpa se irá si le dices que nunca podrás amarla.

Su enredada manera de explicarlo me hizo sonreír.

—¿Entonces es solo un acto de bondad para con mi hermano?

Él esbozó una sonrisa traviesa.

—Bien, también es por mí. Quiero conocer a tu hermano.

Mis pensamientos volvieron al presente y apagué la llave de la ducha que ya llevaba muchísimo desperdiciando agua y salí. Me miré en el espejo y por un momento vi la imagen de Diego, vi unos ojos culpables y tuve un recuerdo de hacía tan solo un par de días cuando me había dicho que una chica le gustaba; más que eso, la impresión fue de recordar mi propia reacción al escuchar lo enamorado que Diego estaba y lo empeñado que estaba en el hecho de que esa chica ya tenía a alguien, además de la importancia que le daba a alejarse por respeto a ese alguien.

Darme cuenta de que esa chica era mi Grishaild me hizo decidirme definitivamente a lo que había estado pensando toda la noche: debía hacerle saber a Diego de la situación y esperar a que, a pesar de todo, pudieran estar juntos.

El plan original no era precisamente decirle que era gay, solo iba a comentarle que estaba enamorado y ya luego le diría de quién. En mi cabeza, los acontecimientos se daban así: iba a decirle primero a Gris que ya me había enterado de su secreto, ella lo iba a negar porque se sentiría culpable, pero luego de decirle todas las cosas bonitas que Gabriel había dicho la noche anterior y todo eso, lo iba a aceptar, entonces íbamos a idear juntos un plan para decirle sutilmente a Diego que ellos tenían vía libre y por allá en un par de semanas o meses, iba a decirle que yo era gay e iba a llevar a Gabriel a conocelo, pero ya cuando las culpas y posibles rencores estuvieran del todo fuera de Diego.

Sin embargo, como siempre pasa, lo que imaginé no se acercó a la realidad.

Luego de vestirme ese domingo, a eso de las once, decidí ir a casa de Gris, conduje con calma y con la satisfacción de que le iba a dar una especie de buena noticia y toda la cosa. Cuando frené frente a su casa, apagué el motor pero al ver a Gris que estaba a mitad del andén, medio desorientada y con los ojos algo idos, me bajé corriendo del auto para llegar a ella, parecía que estaba a unos segundos de un desmayo. Lo primero que hice fue tocarle las mejillas, intentado que me mirara a los ojos para ver si tenía algún mal y salir corriendo a urgencias.

—¡Denny!

—¡Gris! ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Qué...?

—Denny, debes decirle a tu hermano que eres gay —soltó sin más—. Él debe saber que no vas a poder amarme, que yo no voy a poder amarte. Lo lamento muchísimo, sé que lo que pido es demasiado pero él no puede con el cargo de culpa y yo tampoco porque no es mi culpa haberme enamorado de él —confesó— y sé que tienes tus motivos para ocultarlo pero temo que se vaya si no le dices... Te quiero a ti Denny, lo sabes y sé que me quieres también, así que te pido por favor que le cuentes...

Soltar todo tan deprisa, hizo que su rostro se tornara rojo.

—Respira...

Noté sus ojos cristalizados y un temblor persistente en sus manos, estaba desesperada y si bien entendía muy poco de su afán, me preocupé por ella...

—No, Denny. Recién estuvo acá y... y lo besé y luego te vio y se fue... —Negó con la cabeza, apretando los párpados, mientras yo intentaba llevar el hilo de sus palabras—. Aquel día que se fue a Ángeles fue porque nos besamos y no puedo dejar que se vaya de la ciudad de nuevo... Tu mamá sabe que lo amo y que...

—Y que él te ama a ti —interrumpí, con tono calmado, intentado bajarle un poco la histeria. Se notaba realmente avergonzada y culpable y no me gustaba verla así. Gris me miró con unos ojos cuestionantes y suplicantes al mismo tiempo—. Mi mamá no me dijo nada, tu collar me lo dijo. Jamás había sentido tanto amor concentrado en un objeto y menos viniendo de Diego —confesé.

Ya tendría tiempo después para pensar en el hecho de que había sido a causa de un beso entre ellos el que Diego se hubiera ido de la nada a Ángeles.

—Pero no te dije que me lo había dado él —susurró, culposa.

—Es mi hermano, linda. Yo sé cuáles son sus energías y al igual que aquella flor amarilla, esa cadena grita «Diego» y también dice lo mucho que te ama.

Un tiempo atrás, ella me había negado que la flor amarilla era de Diego, me había dicho que la había ganado en una feria, sin embargo me pareció apropiado mencionarlo para dar credibilidad a lo que le decía... aunque ella sabía que todo era cierto.

—Denny... tienes que...

—Cálmate, linda. Venía a hablarte de eso. De hecho, no pensé que fueras a admitirlo tan pronto, pero eso me ayuda. Quería pedirte que habláramos con Diego; no sé cómo no me di cuenta antes pero ustedes están hechos el uno para el otro.

La ironía de que en la literalidad, era yo el que estaba hecho para ella, me hizo esbozar una sonrisa. Ella no sonrió, quizás demasiado estresada para pensar en nada, solo se abalanzó a mí, y poniéndose en puntas, me abrazó.

—Llámalo. Antes de que huya en ese trasto del demonio.

La calma que al parecer había conseguido sembrarle a Gris, volvió cuando no obtuve respuesta de la llamada, timbró cuatro veces y se fue a buzón de voz.

—No contesta. Vamos a su apartamento —sugerí.

La vi correr a su casa mientras yo me subía al auto y lo encendía. Cerró su puerta, puso seguro y se subió a mi lado, arrancamos hacia el edificio donde Diego vivía y no vimos su moto por ahí. Le preguntamos al encargado de la recepción si Diego ya había entrado y dijo que no lo había visto desde la mañana cuando salió.

Volvimos al auto, Gris se veía cada vez más impaciente.

—¿Y ahora?

Gris suspiró, estando encogida en el asiento del copiloto; de repente enderezó la espalda y sus ojos se abrieron mucho.

—¡Ya sé! Prende el auto, ya sé dónde está.

Dada la aparente urgencia de todo el asunto, no objeté y conduje de acuerdo a las indicaciones de la rubia que me hizo girar varias veces y me pidió que acelerara en dos ocasiones. Cuando nos alejamos bastante, empecé a dudar de a dónde me llevaba.

Una vez volteamos por una esquina, las edificaciones empezaron a hacerse más escasas hasta que llegamos a un estacionamiento enorme y solitario frente a una bodega enorme en el fondo que lucía abandonada. ¿A qué rayos me trajo acá?.

Gris susurró un "Es acá", y, a mitad del enorme lugar, frené. Entonces el pánico llegó cuando vi la moto de Diego unos metros más adelante y caí en cuenta de que de hecho iba a contarle a mi hermano... lo que fuera.

Cuando le dije a Diana y a Joshua, ambos por aparte, tuve el hombro de Gabriel para desahogarme después, sin embargo, no creía que pudiera reponerme de una mala reacción de mi propio hermano y sentía que necesitaba a mi novio a mi lado para hacerlo, y en el peor de los casos, tenerlo tomado de la mano mientras mi hermano se molestaba.

No. Necesitaba a Gabriel a mi lado o no iba a poder.

Apagué el motor y Gris desabrochó su cinturón, entreabrió la puerta y me miró. Yo tenía mi vista en la moto de Diego, pero sentía la suya en mí.

—Denny, ¿qué pasa?

—No puedo —confesé, en un hilo de voz—. Debo prepararme para contarle... no... no puedo.

Escuché que Gris suspiró.

—Vamos, Denny. Es tu hermano, te ama... lo entenderá.

—No puedo, Gris. Te doy el permiso de decirle —aseguré—. Solo cuéntale y dile que yo luego hablo con él... perdón, necesito tiempo para encararlo. Necesito a Gabriel y... lo siento.

Yo sabía lo cobarde que era pedirle a alguien que saliera del clóset por mí, pero quería dejarles a ellos la vía fácil y tranquila sin meterme yo en sus asuntos. No era justo con ninguno. Y seré sincero: el que ella le dijera sonaba más atractivo para mí que ir yo mismo a decirle.

Gris se inclinó y me abrazó; toqué con cariño el brazo que me rodeó y cerré los ojos dos segundos, esperando que todo le saliera bien y lamentando mi cobardía de dejarla sola.

—Gracias, Denny. Vales oro —dijo en mi oído. Sonreí. Planeaba esperar a que ella se bajara y arrancar como alma que lleva el diablo de ahí a la casa de Gabriel, pero antes de salir, pidió:— Espérame acá por si algo pasa.

La vi salir y correr hacia la entrada de la bodega. Ella se veía minúscula al lado de la enorme estructura y atravesó rápidamente una puerta para luego perderse y dejarme en el silencio del desierto estacionamiento.

Estuve por diez minutos sentado en el auto y luego me bajé; me recosté en la puerta de atrás con el teléfono en la mano y aguardé, solo sintiendo el aire que soplaba. Pensé en varias reacciones que Diego podría tener y esperaba que el hecho de poder tener vía libre con su enamorada ayudara a mermar el impacto de la noticia.

Divagando en mi mente pensé si Diego la quiso desde el día en la conoció y por eso no me la presentó nunca hasta que nos conocimos de forma coincidencial, dudaba eso pues realmente parecían desagradarse en un comienzo; Gris se refería a él como el hermano equivocado que conoció antes que a mí, y él la trataba con condescendencia... aunque él era así con todo el mundo.

Recordé que un rato atrás Gris había dicho que mamá sabía de su enamoramiento y empecé a atar cabos de la charla que ella tuvo conmigo solo cuatro días atrás, había considerado que ella sabía que yo tenía a alguien —mujer—, pero en realidad me estaba hablando de mi hermano y de mi alma gemela, por eso decía que no esperara que las cosas que me salieran bien demasiado pronto con Gris solo por ser mi alma gemela. Yo le mentía a mi madre, Gris a Diego, Diego a mí y yo, a su vez, a mi mamá.

Nuestra familia se había vuelto una maraña de mentiras y enredos en cuyo centro estaba Gris y de allí salían todo tipo de ramificaciones, ella sabía unas, mamá sabía otras, Diego y yo guardábamos sentimientos, secretos... de repente extrañé esa relación libre de remordimientos o culpas que tuve con Diego por dieciocho años y tuve la incertidumbre de si, una vez aclarado todo, volveríamos a ser los mismos.

Deseaba que sí, amaba a Diego y no soportaría perderlo a él.

Dentro del silencio absoluto que dejaba que mis pensamientos gritaran, el tono de mi teléfono me distrajo. Miré la pantalla y la llamada venía de mi hermano. Pensé lo peor, pensé que me llamaba porque no quería verme aunque agradecí que de ser así, no me lo dijera en la cara. El pulso se me aceleró y tras dos tonos, contesté.

Denny...

Hola, Diego... ¿Gris ya te...?

Sí, ya me lo dijo —interrumpió.

—¿Me odias?

No sé si el tono de miedo era palpable en mi voz, pero era mejor salir de esa duda pronto.

No. Claro que no. Eres mi hermano y siempre lo serás.

¿No te molesta?

No.

Suspiré aliviado y una lágrima llena de tensión descendió de mi ojo derecho.

—¡Lamento mucho no habértelo dicho! Yo no sabía de ti y de Gris...

—No te preocupes —cortó de nuevo.

—Tú la amas y eso está bien porque ella...

—Podemos hablarlo después.

Quiero que los dos sean felices —insistí—. Te juro que...

Sí. ¡Denny, cállate! —gritó. Me mordí el labio para no decir más—. Solo iba a decirte que quiero que te vayas, yo llevo a Cristal.

Su tono fastidiado de siempre, me tranquilizó y tras acceder, colgué. Supuse que tenían muchísimo de qué hablar y al entrar al auto de nuevo, me permití sonreír y solté un par de lágrimas de felicidad. Me esperaba aún una extensa —o no tanto, considerando que era Diego— charla con mi hermano pero lo peor había pasado y había salido muy bien.

En el desorden que era mi vida, era bueno saber que ya un par de piezas estaban en su lugar y era aún mejor tener la certeza de que nadie las iba a mover de allí. 

Por cada capítulo que leen sin dejar su voto, un unicornio muere. 

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