U n o

El calor de su mano envolvía la mía mientras caminábamos de vuelta a su casa. Era nuestra segunda cita y me preguntaba por qué la había invitado en primer lugar. Recordaba que me había parecido realmente hermosa cuando entró al salón de química a mitad de año por un traslado repentino. Su cabello era castaño y no sabría decir cómo es exactamente pues siempre lo llevaba recogido. Sus ojos eran de un bonito café oscuro que brillaban con cada miraba que me daba.

Quedaban tres semanas de año escolar y terminaba tercero, al fin solo estaba a un año de distancia de terminar la preparatoria y hacer algo con mi vida. No es que eso me emocionara tampoco bastante, digo ¿Quién a sus 17 años sabe qué hacer con su vida? Nadie.

No era mi primera novia, había tenido dos más en el trascurso de mi vida desde los quince y nunca había sido nada serio con ninguna. En todo caso ¿Qué tan seria puede ser una relación en la adolescencia? Creo que son contados los casos en que las relaciones de tan jóvenes prosperan con el tiempo.

Nos detuvimos. Sabía que quería besarme, yo quería besarla. O eso creo. ¿Quería besarla? Claro, ¿Por qué no iba a querer? Tenía un par de amigos que babeaban por ella, era muy hermosa. Sí, eso. Hermosa y amable. Amable y hermosa y con una voz dulce que solo inspiraba cariño. Sí, bella. Quererla era fácil, muy fácil. Ella tenía todo. Y además yo le gustaba. Sí, me lo había dicho.

Fue natural. Me acerqué y la besé. Una, dos, tres veces. Suavemente y con cariño, no tengo ni idea de cómo beso, pero yo imaginaba que bien, ¿alguien puede saber cómo besa? No, imposible. Podría preguntar, pero podrían mentirme. Nadie sabe cómo besa, es ilógico. Pero sí se puede saber qué se siente. No sentí nada. No era ella, sus labios eran suaves y cálidos, además de que sabía como a cereza, ¿o fresa? Pudo ser cereza. O fresa.

¿No se suponía que al menos el corazón se me aceleraba? Miré a Kelly, ella sonreía. ¿Ella sí había sentido algo? Pude preguntarle, pero me podría mentir. El problema de las personas es que pueden mentir, pero es una ventaja también porque yo también puedo mentir. Pudo haberme preguntado también, no le habría dicho que no sentí más a que si hubiera besado una pared, le habría mentido. Ella también podía. No dije nada. Ella no dijo nada. Entró a su casa y me fui.

Eran cerca de las cinco de la tarde de un domingo, no hacía frío pero tampoco era cálido. Estaba templado, sin viento, sin sol solo estaba el día y ya. Como yo, no me sentía mal pero tampoco bien, solo iba caminando y ya. Kelly me había gustado desde el primer día, ¿por qué no sentí nada? Quizás por el clima, estaba templado y podría templar las emociones. Pudo ser eso, no lo sé.

Pensé en Camille y en Amber, las dos chicas que había besado en mi vida anteriormente. Ambas eran amigas mías de años así que fue diferente, ya las conocía antes de salir con ellas y fue normal pero extrañamente tampoco había sentido nada. ¿A qué sabían sus labios? ¿Los de Amber o Camille? No tenía ni idea, no había grabado ese recuerdo. Pensé en los de Kelly de sabor fresa o posiblemente cereza, sabían bien, pero ¿Por qué no sentí nada? ¿Sería yo de esos chicos que no siente? ¿De esos que son incapaces de realmente sentir algo? ¿Sería una etapa?

Yo que sé. No sabía nada, aunque tampoco me importaba; había escuchado que los chicos maduran más tarde que las chicas, quizás yo aún no estaba en esa etapa en que empieza a atraer realmente el sexo opuesto. Sí, quizás era cuestión de tiempo. Llegué a mi casa y saludé a papá.

—¿Cómo te fue, Denny?

—Bien, supongo.

Un grito de la sala lleno de euforia me hizo correr hasta allá para sentarme junto a mi hermano y retarlo en Fooball en la consola. Sin quitar los ojos de la pantalla me dio el otro control.

—¿Besaste a la chica o qué?

—Sí.

—¿Y? ¿Besa bien? —Pausó el juego para mirarme meneando sus cejas. Entorné los ojos.

—No es asunto tuyo.

Me empujó y reanudó la partida. Su pregunta no era indiscreta, pero no supe qué responder. Ni yo me tenía respuesta; Diego la conocía, estudiábamos juntos y también pensaba que era bonita, él la invitó a salir pero ella se negó, conmigo sí accedió. Mi hermano y yo éramos muy diferentes y mi personalidad y la suya chocan cada que tienen oportunidad; lo cual es paradójico considerando que nuestro aspecto es exactamente igual.

No importaba que tuviéramos casi 18 años, aún dormíamos en la misma habitación. Un camarote: yo abajo y él en la cama de arriba. Eso no iba a durar, Diego se iba a mudar solo en un par de meses pero mientras tanto dormía conmigo la mitad de las noches. La otra mitad la dormía en su hogar, con mamá a unos kilómetros de allí.

Lo iba a extrañar. Recuerdo pensar justo esa noche en lo mucho que lo iba a extrañar. El silencio fue interrumpido por su voz.

—¿Qué te inquieta?

La magia solo aparece en los libros, pero mi familia la tenía incluida en el apellido así que era un contrato del que teníamos que hacernos cargo. No podíamos mover cosas con la mente aunque eso habría sido genial; no, eso no era.
Mi hermano podía sentir las emociones de los demás, era como si todos tuviéramos un letrero luminoso que dice «triste» o «ansioso» o cualquier estado de ánimo alrededor de la cabeza pero solo él fuera capaz de verlo. Yo pensaba que era genial, él no concordaba tanto. La mayoría del tiempo era genial.

—Odio que hagas eso.

Sabía que no era su intención pues realmente es involuntario pero sentía que era una violación a mi privacidad. Normalmente se puede ser íntimo en la mente pero con él siempre debía evitar mostrarle mis emociones, no es que fuera malo, es que a veces ni yo me entendía y él pretendía hacerlo.

—No es mi culpa. —Asomó la cabeza por el lateral de su cama para mirarme desde arriba. Mis manos estaban tras mi nuca y mis pies cruzados.

—Te irás a vivir solo —comenté.

Suspiré y sentí el temblor de mi cama cuando él se sacudió para bajar de la suya. Me hizo un gesto con la mano para que me moviera y le diera espacio. Eso hice. Se recostó a mi lado. Las camas eran las que teníamos desde niños y luego del estirón de los 16 años en el que llegamos al metro ochenta, nos quedaba pequeña. Sin embargo, en ese momento, cupimos los dos en un espacio de metro setenta por metro y diez.

—No estaremos lejos. Y puedes ir cuando quieras.

—No es lo mismo.

Yo soy el mayor por tres minutos y normalmente el más maduro pero en momentos así, él se volvía el adulto hablándole a un niño.

—¿Qué pasó hoy, Denny?

—¿Por qué?

—Sientes culpa. Estas confundido.

Odiaba eso. Lo odio aún. Es un asco.

—¿Sabes? Los hermanos normales no invaden las emociones de los demás.

—¿Quién te dijo que somos normales? Ser normal ya pasó de moda.

Todo lo tomaba por el lado bromista. Envidiaba eso de Diego. Podía estar en una mala situación y reírse de eso, yo no podía. Esto ni siquiera era una situación y ahí estaba yo quejándome internamente de mi falta de afecto a Kelly. Me codeó en la oscuridad. Me reí. Nos reímos. Me encanta reírme con Diego.

Kelly a mi mente de nuevo. Diego es mi hermano así que él entendería. Quizás hasta le pasaba lo mismo.

—Kelly es muy bonita —empecé.

—Lo sé. ¿Le viste las piernas? ¿Y el...?

—No vayas a empezar, Diego —atajé su comentario morboso. Me incomodaba que hablara de mujeres de esa manera, no es que fuera vulgar o grosero pero no sé... yo no las veía como él lo hacía.

—Bien.

—Creo que ya no me gusta —confesé. Silencio. Continué:—. No sentí nada cuando la besé.

—Quizás besa mal.

—No creo. Besa bien.

—Quizás no estabas de humor.

—Yo siempre tengo buen humor.

—Quizás te gusta otra persona.

—¿Te ha pasado? —pregunté.

—Claro. Me han gustado otras personas. ¿Recuerdas a Jeimy? —Empezó a divagar—. Me gustaba mucho y besaba delicioso. A ella le di mi primer beso, fue genial y... Espera, no hablamos de eso, ¿Qué con Kelly?

Suspiré. ¿Qué con Kelly? Sí, ¿Qué con ella? Quizás era muy complicado para que Diego lo entendiera. Quizás era muy sencillo para que yo lo entendiera. ¿Eso tiene sentido? No creo.

—Quizás solo no estaba de humor.

—Dijiste que siempre estás de buen humor.

—Hoy no. Pudo ser eso.

—Debió ser eso —convino.

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