T r e s

Solamente llegamos a su casa. Creo que Gabriel solo quería probar su moto donde fuera y por eso pasó por mí, pero no importaba, me encantaba estar con él.

Fue muy incómodo que al entrar me encontrara con su hermana. No había visto a Natalia desde nuestra fallida cita hacía unas semanas y no sabía si estaba enojada o no conmigo. Le sonreí, dispuesto a fingir que nada había pasado, después de todo yo era un amigo de su hermano así que iba a verme seguido por allí. A primera vista, no estaba resentida o enojada.

—Hola, Denny —saludó amablemente, se acercó y me atrajo para chocar nuestras mejillas. Sonreía y parecía indiferente a lo que había pasado—. Hace mucho no te veía, ¿Cómo has estado?

—Bien, Natalia. ¿Qué tal tú?

—No he estado mal —replicó risueña. Pensé que era demasiado amable y sonreía tanto como su hermano—. Oye, ¿Cuándo salimos?

No supe interpretar muy bien su invitación, no sabía si lo decía en plan de amigos o en plan coqueto; aunque mi duda no expuesta se resolvió cuando me guiñó un ojo.

Salirse por la tangente se me hizo la única salida.

—Debemos hacer un plan grupal, tengo dos amigos y a ellos les encantaría...

—No. Me refiero los dos, una cita.

He considerado siempre una especie de tabú el que una chica sea quien dé el paso en una posible relación, no es que sea malo, es que los hombres –o por lo menos yo– nos apendejamos cuando estamos ante una propuesta así porque en cierta medida a una mujer le afecta más el rechazo que al hombre. O eso pienso yo.

La seguridad de Natalia me bloqueó un momento en que solo la observé, pidiendo a gritos mentales una respuesta amable que incluyera un "no". Tengo ese problema: no sé decir que no; y estaba a punto de acceder cuando Gabriel intervino.

—Sale con alguien, Natalia —dijo con familiaridad, como si se burlara de su hermana—. No va a salir contigo en ese plan.

Natalia le sonrió a su hermano como si no quisiera dejarse avergonzar de él y me pregunté si él la había avergonzado antes con alguna persona. Lo más probable era que sí, es decir, eran unidos y al parecer bromistas entre ellos.

—Solo le estoy pidiendo una cita, no matrimonio.

—No va a salir contigo —repitió Gabriel. Esa chispita de posesión que cargaban sus palabras me hizo sonreír—. No molestes.

—¿Eres su padre? No seas cansón —replicó Natalia, con una mueca de fastidio—. Además, lo invité a salir a él no a ti. —Volvió la vista a mí y recompuso la sonrisa—. Entonces, ¿es cierto eso?

—Sí. Salgo con alguien.

—No te estoy pidiendo matrimonio —desdeñó impertérrita al rechazo, con una mueca amigable—. ¿Qué tan importante es tu chica?

Ahí me di cuenta de que Natalia era así con todo el mundo y muy dentro de mí sabía que así, habladora y segura, me agradaba más y que podía ser una buena amiga. Era de las que se tomaba todo con una sonrisa y esa era la gente que necesitaba en mi vida. Solté una risita.

—Mucho, solo salgo con... ella.

Natalia estaba junto a Gabriel y la sonrisa de satisfacción de él cuando dije eso no me fue indiferente. Agaché la mirada, tan avergonzado como incómodo.

—Exclusividad, ¿eh? Qué lástima —dijo Natalia. Suspiró exageradamente y se encogió de hombros—. Bueno, ya qué. Tú te lo pierdes.

—Sí, supongo.

—¿Te das cuenta de que es el segundo de mis amigos que te rechaza? —picó Gabriel a Natalia. Ella ni se inmutó.

—Con Luka aún tengo oportunidad —dijo simplemente, aunque su tono dejaba claro que no era en serio—. Consigue más amigos y tráelos, y de preferencia solteros.

Diciendo eso agarró su chaqueta que reposaba en una silla y se encaminó a la puerta.

—Mamá está donde la vecina —informó antes de salir—. Algo como que van a compartir recetas de no-sé-qué. Adiós, Denny. —Me guiñó un ojo y salió riendo.

—¿Tu hermana es así de loca siempre? —pregunté camino a su habitación donde siempre jugábamos en la consola, aunque yo no es que fuera gran partidario de perder horas frente a una pantalla pero lo hacía por él.

—A veces es peor —admitió, tirando sin cuidado su maleta en la cama. Hice lo mismo—. Es de esas que logra tener cuento con muchos pero ningún novio. Yo digo que quedará solterona y con gatos por siempre.

—Me agrada. Esa gente que se la pasa riendo es... —Fui interrumpido por un corto y sonoro beso en los labios. Tragué saliva cuando se alejó— agradable —concluí.

Asintió con su cabeza dándome la razón pero sin prestarle mayor importancia; puso sus manos en mi cuello y me besó de nuevo. En muchos aspectos Gabriel era igual a lo poco que conocía de su hermana: era impulsivo y seguro. No temía excesivamente al rechazo y en vez de mirar la partida de póker de lejos, él apostaba todas sus fichas. Me agarré a su camiseta, tratando de no dejar espacio entre ambos aunque ya de por sí el espacio era limitado. A esa distancia podía oler su perfume y el aroma de su piel y saborearlo en cada suspiro.

—Así que... hola. No debería tener que esperar tanto para saludarte —dijo sobre mis labios. Mi boca se extendió horizontalmente tanto como mis facciones permitieron—. ¿Qué tal el primer día?

—Nada fuera de lo normal. Excepto que mis mejores amigos ya no están en pareja pero esa es otra historia...¿Qué tal el tuyo?

—Me inscribí de nuevo a baloncesto, estuve con Luka un rato, casi no compartimos clases. Hay una chica nueva de la que todos hablan.

—¿Es muy bonita? —aventuré—. Me refiero a que, ¿por qué todos hablan de ella?

—Solo la vi de lejos, no cruzamos clases hoy. Pero hablan de ella porque tuvo un cruce de palabras en una clase con Luka. Parece que la maestra los puso juntos a trabajar como castigo pero ella es medio nerd y eso.

—¿Y eso qué tiene de importante?

—Luka es algo así como el popular. Todos conocen su vida así que todos se meten en cualquier cosa que él haga.

No imaginaba lo horrible que sería ser popular. Digo, Diego y yo lo éramos pero de otra manera, una menos nociva. Ser popular era como tener una persona documentando cada paso que das para luego expandir la voz y que todos lo supieran solo por el morbo que genera la vida de otra persona. 

Solo había visto a Luka aquella vez en la piscina y apenas y cruzamos palabras, ni siquiera guardé bien su rostro en mi mente; digo, si él me hubiera visto ese día estoy seguro de que habría preguntado que quién era yo y viceversa.

—Es decir que tú también eres popular.

—No tanto —dijo. Nos habíamos sentado en el suelo, frente al televisor, igual que cada vez—. Cuando uno no hace nada destacable o que incite al chisme, no estás en boca de todos. Yo soy más reservado, en cambio Luka... está con una chica un tiempo y luego con otra y las que llevan los chismes siempre son chicas así que por eso andan pendientes de él, solo para saber quién es la nueva y quién tiene la próxima posibilidad con él.

—No me gustaría estar en boca de todos por estar con una y con otra —desdeñé, sintiendo una ligera punzada de desagrado por ese amigo de Gabriel.

—Ya tiene la reputación de mujeriego, ¿qué puede perder? A mi no me agrada mucho eso tampoco, pero es mi amigo, así que... nada que hacer. 

—¿Y qué hay de ti? —pregunté, codeando su costado—. ¿Qué reputación cargas?

—No la de un mujeriego, eso es seguro. —Reímos al tiempo, llenado el espacio entre ambos—. Solo tenía roces con varias chicas en fiestas, recuerdas eso. Así que realmente no llegué a hacerme esa reputación de novio temporal de muchas ya que jamás me vieron con una por ahí agarrado de la mano y todo eso.

—Claro... —Lo sabía. Yo sabía que él se besaba con cuanta chica bonita se le atravesara, yo lo hacía de vez en cuando también, pero igual me chocó que lo dijera. Ese disgusto tiene nombre, lo sé, pero no lo iba a admitir.

—Aunque ya no lo hago —siguió el tema. Yo, muy racionalmente, había volteado los ojos al otro lado—. Hace unas semanas dejé esos roces con desconocidas.

—Genial.

—¿No quieres saber por qué? —Buscó mi mano con la suya, ambas en el suelo y las entrelazó.

—Como quieras.

A veces me odiaba a mí mismo por no poder actuar acorde con la dignidad o la razón. A veces el orgullo era mayor, mi mente decía: «¿Qué te pasa? No te enojes sin causa, imbécil» pero mis ojos se entornaban y mi boca se estiraba con ese gesto de indignación que era tan irracional como mi enojo.

—Salgo con alguien —dijo—. Se enoja por bobadas aunque yo sé que son celos.

Yo, Denny Keiller, haciendo gala de mi madurez profunda, le saqué la lengua. Su risa retumbó en las cuatro paredes y su eco llegó a recorrer mis venas, alegrando todo a su paso (excepto mi gesto enojado). Seguía amando su risa.

—No son celos —objeté.

—Y tú no eres ni mínimamente importante para mí.

—¿Qué...?

—Pensé que jugábamos a decir mentiras.

Esa capacidad de hacer sonreír sinceramente con un par de palabras era un don que Gabriel tenía, al menos conmigo le funcionaba; y teniendo en cuenta lo que hacía, lo que decía, cómo me besaba, cómo me hacía sentir importante y cómo me sonreía como si yo fuera la única persona en su mundo, era imposible no quererlo.

Siendo realistas, ¿quién podría culparme de enamorarme de Gabriel Sanders? 






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