T r e c e
Miraba la cadena sobre mi cama sin atreverme a tocarla. Pudieron ser minutos u horas las que pasé solo mirándola como si esperara que me dijera los secretos del cielo si la intimidaba lo suficiente. Ya la noche había llegado y con ella la tranquilidad de mi habitación; no había revisado ni mi celular por la intriga de esa bendita cadena.
Cerré los ojos y la tomé. No estaba loco, esa cadena estaba impregnada de cariño y más fuerte que el fraternal de los amigos. La observé por detrás, como Gabriel había dicho y miré el grabado: «Denny». Creo que eso me dolió más.
Estuve tentado de agarrar el auto de papá a las diez de la noche e ir hasta la casa de Gabriel a pedir una explicación pero no tenía premisas válidas para hacerlo. Me recosté y me dormí, me sentía exhausto.
A dieciocho kilómetros de mi casa, más o menos treinta minutos en carro había una cancha pública de fútbol y baloncesto. Desde que había salido a vacaciones no había jugado y sentía la necesidad de hacerlo. Miré la cadena por encima de mi hombro y la ignoré, tomé mis llaves y salí de casa ese oscuro domingo. En un semáforo en rojo, saqué mi celular por primera vez y había un mensaje desde el día anterior. A eso de las once de la noche.
«Podías solo decir que no te había gustado la cadena»
Decidí responder. Ya estaba más calmado y con los pensamientos más claros.
«No es eso. Lo siento, está genial. No te dije gracias, así que... Gracias, Gabriel»
Arranqué de nuevo pero a los pocos segundos, el teléfono vibró. Me orillé en una bahía para responder.
«Entonces, ¿Qué pasó?»
«Nada. Perdón por ser grosero. Quizás era la nostalgia de ser más viejo xd»
«Eso se siente a los cuarenta, no a los dieciocho»
«De nuevo lo siento» Respondí.
La pantalla de mi teléfono se volvió mi único punto focal esperando la respuesta. No tardó.
«¿Qué haces?»
«Voy al sur a la cancha de Trhidex, voy a entrenar un rato»
«¿Ya estás muy lejos?»
«No. Recién salí de casa.»
«¿Me recoges? Quiero jugar también.» Escribió.
Y diez minutos después, Gabriel estaba en el asiento del copiloto vestido deportivo al igual que yo. No hablamos en el camino de nada importante y el tema de mi actitud estúpida, pasó a nada.
La cancha estaba desolada, quizás porque no hacía buen día, estaba seguro de que iba a llover en algún punto y pedía al cielo que no fuera mientras estábamos allí.
Saqué el balón y empecé a dar tiros a la canasta desde el centro de la cancha; Gabriel llevaba su balón también y hacia lo propio en la canasta opuesta. Estábamos cerca pero espalda con espalda, y así, sin siquiera vernos, habló:
—¿Vas a decirme qué te molestó? —Solo preguntaba, no exigía nada y no respondí, como si no lo hubiera escuchado. Intentó de nuevo:— Juega conmigo entonces.
Giré y dejamos ir su balón para jugar con el mío. Driblaba esquivándolo y me dejó hacer una canasta, sin embargo, al intentar de nuevo, me interceptó el balón y a gran distancia lanzó y encestó.
Eso, por algún motivo, me molestó.
—Habías dicho que no tenías talento —farfullé y camine para levantar el balón del suelo.
—Mentí. Solo no me gusta ser competitivo —confesó—, por eso el maestro de educación física no sabe que sé jugar bien. Pero ahora lo vale. Un juego, Denny, debes decirme qué te molestó. Por cada canasta, me respondes una pregunta.
Dejé el balón quieto en mis manos y lo miré directamente a los ojos. Me retaba con una seriedad atípica en él y consideré lo que implicaría decirle mi locura con el don de sentir los objetos.
—¿Y si gano?
—Lo dejo pasar. No sacaré más el tema.
Empecé a rebotar el balón de mi mano izquierda a la derecha sin dejar de mirarlo, dando pasos cautelosos hacia atrás.
—¿Por qué es tan importante?
—No me gusta que se enojen conmigo sin decirme el motivo.
Un solitario trueno sonó a los lejos, demasiado lejos como para preocuparnos de mojarnos pronto. El ruido fue casi un toque tétrico al reto de Gabriel. Él quería jugar; bien, quizás podía obtener respuestas por los lados aunque arriesgando mi amistad con él.
—Acepto. Pero tú debes responderme igual si pregunto algo.
Nada más decirlo, con la agilidad de un profesional me quitó el balón y dribló hacia el otro lado, lanzando perfectamente y anotando. Resoplé realmente fastidiado.
—Punto para mí —alardeó—. ¿Qué sucedió ayer?
Cerré los ojos un segundo; sabía que debía responder, pero no debía explicar.
—Fue por la cadena.
—¿Qué con ella?
—Lo siento. Solo una pregunta por canasta. —Sonrió de lado con suficiencia, con una pizca de emoción por el reto implícito y asintió.
Se lanzó el balón de nuevo y sabiendo ya que él tenía sus habilidades, logré esquivarlo y hacer una canasta. Empezaba a respirar entrecortadamente pero todo cansancio había pasado a segundo plano.
—Punto para mí —dije. Estaba seguro de que ambos sabíamos que la discusión ya se había desviado del tema de mi comportamiento por el obsequio así que arriesgué—. ¿Por qué te fuiste de La purga aquella vez?
Pasaron dos segundos, su frente adquirió arrugas de frustración.
—Por el beso.
—¿Te enojaste?
—Lo siento. Solo una pregunta por canasta —repitió mi respuesta. Chasqueé la lengua pero asentí.
La lluvia se acercaba pero parecía darnos tiempo para hablar primero; la tensión subía conforme nuestros cuerpos entraban en calor por el movimiento; mi sudadera empezaba a sofocarme y un par de gotas de sudor bajaron desde mi frente pero el balón seguía rebotando, dejando su ruido carraspeante en cada contacto con el pavimento. Éramos los únicos en muchos metros a la redonda y el roce pregunta/respuesta siguió su rumbo.
—¿Te enojaste por el beso? —pregunté en mi siguiente punto.
—No contigo. —Dijo entre dientes. Se apresuró a aclarar antes de que yo preguntara de nuevo—. Solo una pregunta...
—Por canasta. Entiendo. —Lancé de nuevo y anoté, sin embargo, no pregunté nada directo—. Bien, es mi turno pero salgamos del juego.
Iba a contarle de mi don, iba a hacerlo. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Que me tomara por loco y se fuera.
—¿Qué quieres decir?
El juego como tal, siguió. Me veía incapaz de solo pararme frente a él y decirle eso que solo Diego y mi familia sabían. Necesitaba el balón en mis manos y mis piernas en movimiento para concentrar los nervios en otro lado.
—¿Crees en la magia? —No esperaba mi pregunta y se descuidó en un lanzamiento que hice y el balón impactó en su cabeza. Ni se inmutó.
—No creo en eso de cortar a las personas en dos.
—¿Qué tal en los dones?
—¿Como volar?
—No... —Entorné los ojos. Desistí por el momento, no podía luchar contra la incredulidad tan fácilmente—. Bien, cobraré mi pregunta mejor. ¿Con quién estabas enojado esa noche y por qué?
Me dio la espalda para poder lanzar el balón sin mirarme. No me acerqué a quitárselo, quería una respuesta. Unos tres metros nos separan, el sol opaco que precede a una lluvia lejana estaba a nuestras espaldas.
—Conmigo. Estaba enojado conmigo, porque recuerdo que fui yo quien te lo pidió.
Procedió un silencio de un par de minutos, Gabriel ya había girado y el balón había vuelto, ubicándose en medio de ambos pero estaba quieto en el suelo, como un perrito que debe decidirse por uno de los amos. Un auto pasó por la avenida distrayendo nuestro reto de miradas por un instante; tomé ese segundo para pensar en mis siguientes palabras.
—Vi la repulsión en tus ojos —acusé.
—Es cierto. —Tomó el balón y con toda la paciencia, lentamente y sin contrincante, anotó una vez más. No era necesario pero hacer las canastas era como un incentivo para decir lo que no se quería—. Mi turno, ¿eres gay?
—¿Habría diferencia alguna en tu trato conmigo si lo fuera? —Las palabras me quemaron y me asustaron a partes iguales, estaba admitiendo que era homosexual y no me sentía bien con eso.
—Dime qué pasó con la cadena. No me lo has respondido.
—Siento los objetos —solté de golpe. Me miró confundido, mi expresión era seria, sentía que por la evasión a mi pregunta, la respuesta era que sí, que sí variaba su trato porque sentía asco de los chicos como yo—. Emmmm... así como empatía pero con los objetos.
Veía la punta de mis tenis en la línea amarilla de la cancha, movía mis pies mandando el peso del cuerpo a uno y al otro. Estaba nervioso, metí las manos en los bolsillos de mi sudadera, no levanté la vista para nada, hasta que, luego de unos minutos, Gabriel volvió a emitir palabra.
—Los objetos no sienten. Son objetos —dijo, con esa mirada esperada de que me tomaba por un chiflado.
—La gente sí siente —aclaré— y es obvio que se apegan a los objetos. Yo percibo ese apego y el sentimiento que el objeto les evoca.
Quería golpearme a mí mismo por confesar semejante locura. Pero lo que colmó todo fue esa expresión en sus ojos: una decepción inmensa, esa que sientes cuando sabes que un familiar al que aprecias está enfermo y debe alejarse de ti. Una tristeza que atribuí a que él consideraba que yo siendo gay no podíamos ser amigos y más que nada, esa mirada que deja entrever una despedida.
—Piensas que estoy loco —dije al aire.
Inspiré hondo con pesadumbre y bajé la vista otra vez, los mechones húmedos de mi cabello me taparon los ojos y una gota se deslizó desde mi frente hasta la punta de mi nariz y cayó. Me sequé con la manga y eché mi cabello hacia atrás. Recuerdo que justo en ese momento pensé que debía cortarlo, que ya estaba indecentemente largo.
Reí sin ganas, y acorté los dos pasos hasta él; si el veía mi locura como motivo para dejar de verme, iba a decirle un par de cosas para no dejar pendientes y luego martillarme pensando en el «¿Qué hubiera pasado si...?»
—No es eso...
—No importa, Gabriel. Tus ojos lo dicen, crees que estoy demente, te repudia tener un amigo gay, que crea que siente objetos y claro está que no quieres tenerlo. —Tomé aire y al expulsarlo, sentí la garganta seca, en parte por el ejercicio y parte por la situación; me armé de valor para seguir hablando—. Yo... no sabía de nada hasta que te conocí y me gustaste.
Desvío la mirada. Me dolió.
—Denny...
—No te estoy pidiendo ni reclamando nada, Gabriel. Yo aún estoy tratando de asimilarlo así que no espero que tú lo entiendas. Solo te pido que no lo divulgues, hasta que yo no sepa cómo lidiar con esto, no quiero que el mundo se entere.
—Dime qué pasó con la cadena —insistió y retrocedió un paso, alejándose. Hice lo mismo.
—Traía cariño en ella. Por eso pregunté si era nueva o no. No importa, supongo que no siempre es confiable. Después de todo, sentir objetos no es normal y tú posiblemente ni me crees, así que ¿cuál es el caso?
Se decantó por dedicarme una mirada más, una mirada confusa y supe que era momento de irme. Di media vuelta y recogí el balón que estaba tras de mí, mis zapatos me pesaban con cada paso y tuve ese pensamiento fugaz de que debería haber llevado unas chanclas. Lo escuché hablarme y me detuve sin volverme.
—Esa noche estaba enojado conmigo —empezó a regañadientes. No volteé— porque me gustó.
Todo se paralizó, incluido mi cuerpo que no se dignó a girar. Apreté el balón en mis manos y escuché los raspones de las pisadas de Gabriel aproximándose y en unos instantes, lo tenia frente a mí.
—No sé por qué y eso me enoja conmigo mismo. La primera vez en la fiesta de esa chica... antes de ti había besado a esa ebria bonita y estuvo bien pero luego de ti... no sé...
—Esa vez también te fuiste.
—Sshhhhh —siseó—. Luego esa rubia te besó y sin querer arrugé la frente y opté por irme. Jamás había sentido ese... no sé, ¿rencor? En fin... todo estaba olvidado pero cuando te vi en La purga besando a esa, el rencor volvió y te pedí un beso. No imaginas el odio que sentí cuando recapacité en lo mucho que me había gustado.
—¿Por qué odio?
—Luego estaba mi hermana —continuó, omitiendo mi pregunta—. ¿Cómo era posible que odiara a mi hermana por ese instante solo porque te besaba? No era normal... no es normal...
—¿Por qué? —repetí.
Por ese lapso de seis segundos y por única vez desde que lo conozco, vi en él una debilidad mayor a la mía. Lo noté más perdido de lo que yo me sentía y entramos a la zona de vulnerabilidad juntos. Movía sus ojos en todas direcciones sin enfocar a ningún lado, mordía sus labios con impotencia y con decepción.
—Yo... no puedo ser gay, Denny —confesó con pesadumbre, como si apenas lo estuviera aceptando para sí mismo—. Soy el único hombre de la casa, mi padre era un militar que murió en servicio, mamá espera tanto de mí... No podría decepcionarla así... No puedo elegir esto.
—¿Elegir? —Bufé, echando la cabeza un poco hacia atrás—. Esto —Hice un círculo con mi dedo abarcándonos a los dos— no se elige, ¿Quién en su sano juicio elegiría la etiqueta de ser gay en un mundo que lo toma... como lo toma?
Tomó aire y se ubicó de nuevo frente a mí aunque dejando esta vez más espacio entre ambos. Sus ojos se habían cristalizado un poco y juro que nos odié a ambos por ser como éramos, por complicarnos la existencia con cosas que no debíamos sentir. A cierto nivel, llegué a pensar que él me había arruinado la vida y que yo había arruinado la suya.
—Me tomó dos noches convencer a mi mente de que esa ira eran en realidad celos —admitió.
¿Por qué amamos lo que nos destruye? ¿Por qué elegimos la felicidad efímera y los impulsos instintivos con tal de sentir ese chute de adrenalina que acelera el corazón y hace pensar que todo vale la pena? La estabilidad y la felicidad no siempre van de la mano y a veces, en el desbalance de lo ordinario está la chispa que enciende cada engrane del corazón.
Por otro lado, ¿Cómo podría ser destructivo querer y ser correspondido?
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