S i e t e - G a b r i e l

El corazón me latía con frenesí y tenía las palmas sudadas. Me miré en el espejo varias veces y seguí observando la imagen nerviosa y llena de temor que me devolvía el reflejo. Me miré a los ojos y me repetí que debía conservar la calma, que esto era algo que iba a pasar tarde o temprano y que el momento había llegado.

Ese evento al que todos los seres humanos le tenemos miedo por la expectativa de cómo puede salir, me había alcanzado y lo tenía a solo unos minutos.

Iba a conocer a mi suegra.

Cuando Denny me habló en la noche del sábado en que decidió contarle a su familia, se escuchaba emocionado... no, lo que le sigue a eso. Hablamos solo por teléfono pero tal era su tono que prácticamente me dibujaba en el aire su sonrisa, creo que incluso estaba llorando y por eso su voz que estaba algo ahogada en uno que otro fragmento de lo que me contaba que sus padres le habían dicho, me conmovía. Estaba tan feliz por él y por su familia y por su hermano... y por mí.

Pero la felicidad se me opacó cuando el ir a conocer a su madre se volvió algo real. Sé que es horrible, pero pensé que Denny al final se iba a arrepentir de decir algo, así que no esperaba en realidad que llevarme a su casa fuera algo próximo.

Cuando ese domingo el timbre de mi casa sonó, me puse de nuevo en alerta. Denny había dicho que me iba a recoger a las diez y llegó un poco luego de eso, traía el auto de su padre y una sonrisa de oreja a oreja.

Dado que mi mamá estaba a solo unos metros de la puerta, tuvo que reprimir algo de su emoción y no tocarme en absoluto, solo un saludo verbal y se despidió de ella al salir. Subí a su auto y arrancó de inmediato; unas diez calles más adelante se detuvo en una bahía de una calle no tan concurrida, se desabrochó su cinturón de seguridad y se inclinó hacia mi lado para darme un beso.

Cuando cerré los ojos y los segundos que duró el beso, me olvidé del miedo de ir a donde su madre. Me olvidé de todo, a decir verdad.

—Te amo —dijo en una exhalación y me besó una vez más. El aroma delicioso de su colonia me invadió. Se repitió varias veces la acción, diciendo lo mismo entre beso y beso —. Te amo. Te amo. Te amo.

—Estás contento —apunté —. Más que eso. No creo que haya palabra alguna para describir tu estado de ánimo.

—Algunas se acercan: feliz, emocionado, dichoso, radiante, alegre, eufórico, enamorado hasta la última célula, con ganas de saltar, así que "saltarín" supongo que también encaja.

Dijo más palabras en diez segundos que yo en diez minutos promedios y reí de observarlo, pero no con burla sino con entusiasmo. Lo adoré y lo observé en silencio, mordí mi labio y un suspiro se me escapó.

—¿Qué?

—¿Sabes la cantidad de veces que te he visto así de contento?

—¿Llevas cuenta de eso?

—Con esta van cuatro veces —contesté, indiferente a su sarcasmo —. La primera fue en San Valentín; cuando me desperté en aquel mirador lo primero que vi fue tu cara y tenía esa misma expresión que tienes ahora. La segunda fue en mi cumpleaños, igual amanecimos juntos y antes de bajar del campamento, tenías esa expresión. Y la tercera fue el día siguiente de que le contaras a Gris que eres gay, ¿recuerdas que te dije que parecías un demente y que me asustabas? Pues ahí tenías esa expresión.

—No sé cómo lucía las otras veces —murmuró tras una pausa —, pero sí sé que hoy me siento mucho más feliz que nunca. Y tú eres gran parte de eso, eres un noventa y cinco por ciento parte de eso.

—¿Y el otro cinco?

—Mis padres, Diego, Gris y el resto de mi vida.

—¿Solo les dejas el cinco? —pregunté en tono burlón.

—Y a veces menos. Antes de decirle a nadie sobre lo que soy, imaginaba el perder su cariño y era soportable, me imaginaba triste pero no derrotado por siempre, en cambio contigo... te perdí por un tiempo y no pude con eso. Amo a mi familia pero de haber salido las cosas mal, habría podido vivir con ello pero no puedo imaginar vivir sin ti.

Es un hecho que cuando una persona está enamorada es fácil visualizar paisajes de felicidad a largo plazo; es decir, nadie entra en una relación romántica con la expectativa de que acabe en un par de meses o un par de años, lo que hace que una relación comience es la esperanza de que dure una vida. A veces, no obstante, los paisajes se desdibujan con el tiempo, con los planes, con la vida misma y lo que se creía fijo, se derrumba en menos de nada y solo queda el recuerdo de lo iluso que puede ser un corazón cuando lo toman por la derecha.

Denny y yo nos habíamos ido de cabeza a una relación amorosa con la cualidad de esos amores esperanzados. Hasta ese momento parecía que la vida nos sonreía de frente y resultaba incluso más y más fácil crear esos paisajes coloridos de felicidad. No quería que nada nos separara. No sabía qué iba a pasar en unos meses o en una década, no sabía si con el paso de los años él iba a ser mi novio o iba a ser un recuerdo pero no me importaba. La sonrisa que Denny tenía esa mañana de domingo era tan deslumbrante que alejaba cualquier sombra de mal presagio que pudiera atreverse a aparecer.

Me besó una vez más en ese auto, acarició mi mejilla, me sonrió, me deleitó con su sabor, con su voz, con su alegría. Hizo que lo amara más de lo posible y que mis nervios por el encuentro de ese día se fueran por la borda del precipicio al que me llevaba cuando me decía que me amaba.

El trayecto hasta casa de su madre fue más largo de lo que pensé pero lo sentí corto y cómodo. Abrimos las ventanas del auto y el aire parecía despabilarme cada vez que ese temorcito quería reaparecer.

La casa de la señora Keiller era acogedora, pero no tanto como ella misma.

Al verme se presentó con afecto como Margareth; sus ojos resplandecían del mismo tono azul de sus dos hijos y cada paso que daba tintineaba el choque de sus pulseras en las muñecas. Le dije mi nombre y Denny intervino después de eso:

—Él es mi novio, ma.

Por primera vez eso en mis oídos no sonó extraño ni malo ni atemorizante, sonó perfecto, sonó maravilloso y sonreí con toda la sinceridad y el amor que tenía. Su madre me abrazó como si me conociera de toda la vida y en ese abrazo sentí todo el apoyo que nos faltaría si el mundo nos daba la espalda.

Luego almorzamos juntos, solo los tres y ella estuvo muy interesada en mí. En mi estudio, en mi familia, en mis gustos, mi edad y entre otras cosas, mi signo zodiacal.

—Ambos son signos de fuego —comentó en medio de una risa sorprendida cuando le dije que yo era Aries y ella apuntó que su hijo era Sagitario —. Los signos del mismo elemento son siempre compatibles.

Denny no dudó en mostrar su escepticismo con su gesto y luego con su voz:

—Dudo que la astrología tenga algo que ver, ma.

—Yo creo que la astrología influye en todo —rebatió ella —. Y hasta el momento no ha pasado nada que me haga creer lo contrario.

—¿Y si él hubiera sido signo de tierra y yo de fuego? —dije. Denny me observó con recelo, como fastidiado de que le siguiera la corriente a su madre.

A mí me gustaba creen en muchas cosas y si bien el horóscopo y los signos zodiacales no son una de esas cosas, siempre es fascinante escuchar a alguien que sí cree en ello. A veces hasta llegaba a creer en cosas así, dependiendo de quién me hablara del tema; la pasión al hablar de algo es la mejor táctica de convencimiento.

—También habría funcionado aunque quizás no con tanta facilidad —aseguró —. En sí no hay signos incompatibles, solo que a algunos se les hace más fácil congeniar que a otros. Por ejemplo tu hermano —Miró a Denny —. Él es fuego, igual a ti, valga la obviedad y Grishaild es agua. Y con solo pasar unos minutos con ellos puedes notar a leguas que son diferentes en cada cosa, completamente opuestos y aún así ahí están funcionando, puede que con más discusiones mínimas o problemas, pero con el esfuerzo de ambos está funcionando.

Denny pareció bajar su antipatía general con el asunto cuando la lógica de su madre lo hizo sonreír.

Luego de almorzar estuvimos los tres en su sofá por horas que parecieron minutos, recuerdo pensar que la señora Keiller era la mujer más amable que había conocido en mi vida. Y la más vivaz y jovial; parecía que todos los problemas y pensamientos críticos que podrían tener las personas de su edad, la eludían al ver sus ganas de seguir siendo y pensando joven.

Cuando volví a casa, la noche se acercaba pero antes de bajarme del auto, miré a Denny.

—Tu mamá me agrada muchísimo.

—Y tú a ella. Creo que le caíste mejor que yo.

—Quizás ella también es signo de fuego —bromeé, ganándome su mirada de enojo —. Gracias por llevarme... es la primera suegra que conozco. —Finalmente lo hice reír y negó con la cabeza tras resoplar.

—Espero que la última.

—Espero que la última —repetí —. Ojalá el día que conozcas a la tuya nos vaya así de bien.

Su gesto se enserió y se tornó en uno un poco compasivo. Mi mano estaba sobre mi pierna y él ubicó la suya encima.

—Esperemos que sí. Pero por ahora no hay que pensar en eso, todo a su tiempo.

—Suenas como un abuelo.

—Tengo momentos de madurez —bromeó.

Apreté su mano y lo miré a los ojos azules algo oscuros por la falta de luz del día.

—Te amo, Denny. Que nunca se te olvide.

—Tendrás que decirlo con frecuencia para que no se me olvide, suelo ser muy despistado.

—Cada día si es preciso. 

Luego de la tarde en que conocí a la mamá de Denny, miraba con más frecuencia a la mía. Me preguntaba qué pensaría ella de la señora Margareth si la llegara a conocer; por fuera eran completamente opuestas e intuía que por dentro iba a ser igual. Empecé, de manera inconsciente e involuntaria, a compararlas. Me cuestioné varias veces si ella me diría algo similar a lo que la señora Keiller le dijo a Denny cuando le contó de mí. Quise saber si mi mamá también invitaría a Denny a almorzar y lo vería como mi novio y charlaría con él hasta que anocheciera. Imaginé incluso cómo se vería mi mamá vestida como la señora Keiller, era una imagen divertida.

Me pregunté muchas cosas pero sabía que la única manera de responderlas era dando el paso a la sinceridad, supuse que no tenía nada de malo. Mamá me amaba y me gustaba —y necesitaba — creer que ese amor iba a ser más grande que cualquier cosa que quisiera confesarle.
Sentía la necesidad de hablar con alguien al respecto, alguien ajeno a Denny. Denny ya había cruzado esos puentes y había salido ileso pero a decir verdad era el único caso que conocía de esas "salidas de clóset" y no podía tomar la decisión de hacerlo yo sin consultarlo al menos con alguien más. La única persona que me vino a la mente al considerar esa cuestión era una hermosa compañera de cabello azulado y sonrisa amable.

Aunque ella era un par de años menor que yo, estaba avanzada en la clase de física, así que yo compartía esas clases con ella, y afortunadamente, la última de ese jueves también, y como si fuera una señal divina, la maestra nos colocó una actividad en pareja. Karla era el tipo de chica que no era enemiga de nadie, que no tenía recelos con nadie y por ende, le era indiferente formar el equipo con cualquiera, así que cuando la miré y a señas le dije que trabajara conmigo, no vio problema.

—Escuché que esta profesora odia a tu mejor amigo —dijo, en un intento de romper el hielo. Asentí.

—Y es cierto. Luka a veces es arrogante y esta profesora, al parecer, no aprecia ese tipo de gente.

—Yo le caigo bien.

—Todos, Karla —repliqué risueño —. Todos le caemos bien... Menos Luka.

Durante los cincuenta minutos de la clase hablamos de cosas sin importancia y de terminar la actividad bien para evitar repetirla o una nota baja. Cuando entregamos nuestras hojas, la maestra nos dejó salir; fuimos la cuarta pareja en salir.

—¿Quieres ir a hacer algo por ahí? —ofrecí. Ella me miró con extrañeza —. Un helado, tal vez... quiero preguntarte algo.

Me observó en silencio por varios segundos, seguramente preguntándose qué tendría yo que preguntarle considerando que apenas y cruzábamos el saludo diariamente. Como el timbre aún no sonaba, no había tanta gente en los pasillos, y el silencio era formado por el eco de las voces de los salones a puerta cerrada.

—De acuerdo. Vamos entonces.

Salimos juntos de la preparatoria. Caminamos sin decir nada unas cuantas calles hasta que ella se sentó en una banca de madera junto a la vía en medio de la calle. A unos metros había un paradero y una señal de pare.

—Dime entonces.

—Tal vez te suene raro —empecé —... pero, ¿no te dieron nervios cuando le dijiste a tu mamá que eras lesbiana?

Rió de inmediato y sin tomar actitud seria del todo, habló:

—No. Ella lo supo desde siempre, ¿no te lo dije la vez pasada?

—Sí, de hecho sí —confirmé.

Lo recordaba perfectamente pero no tenía ni idea de qué era exactamente lo que le iba a preguntar, así que solo salió eso. Karla giró su rostro al frente, a la vía, donde buses, taxis y algunas bicicletas transitaban. Cruzó sus tobillos y sus manos sostenían su mochila que estaba sobre su regazo. Mi vista también estaba en la vía y con toda la calma del mundo, ella preguntó:

—¿Quieres decirle a tus padres que eres gay?

Ni siquiera me tomé la molestia de inventar que necesitaba el consejo "para un amigo", como siempre que se quiere ocultar un secreto. Tal vez fue por saber con quién hablaba, pero no me sonrojé ni me avergonzó admitirlo:

—Sí. No sé si sea hora o si debo esperar.

—¿Esperar a qué? ¿A que se te quite lo gay? —Rió con ganas, como si fuera el mejor de los chistes. Luego con un tono sarcástico, agregó —: Lamento decepcionarte, pero mi tía lleva esperando como diez años a que se me quite y nada ha pasado; mi mamá y yo empezamos a perder las esperanzas de que me heterosexualice pronto.

A pesar de que estaba realmente serio con el asunto, no pude evitar reír de su manera ligera de tomarse el tema.

—¿Nunca tuviste ni un poquito de miedo?

—¿De qué?

—No sé... —Me sentía estúpido. Preguntarle a alguien cuya madre ya la ha apoyado sobre lo que se siente no ser apoyado era absurdo; era como pedirle a un manzano que explicara cómo se sentía dar peras... si los árboles hablaran —. Mencionaste una tía. ¿Nunca tuviste miedo de que tu tía no te apoyara?

—El apoyo de una cincuentona, solterona, amargada, fumadora y que le da la mitad de su sueldo a la iglesia evangélica, me importa muy poco a mí, una joven hermosa, de dieciséis años, empezando su vida y feliz de ser lesbiana.

—Imagina que es tu mamá entonces.

—Mi mamá siempre me apoya.

—¡Imagina que no! —exploté. Ella rió y yo hice lo mismo —. Si ella no lo supiera, ¿sería difícil para ti decirlo?

—¿Para ti lo es?

Se enserió tras una pausa, intentando ayudarme a buscar las palabras. Suspiré y asentí.

—Sí. Mi mamá no es precisamente de mente abierta.

—Mi experiencia no puede ayudarte mucho en eso, Gabriel... —admitió. Ya me había resignado a dejar el tema ahí porque ella tenía razón, pero antes de que me levantara de la silla, puso su mano en la mía y me hizo volver a sentarme —. Pero puede que otra experiencia que conozco, sí.

—Soy todo oídos.

—Con mi mamá vamos a la marcha del Orgullo cada año desde que tengo once años —comenzó —. En la marcha de este año, hace unos meses, conocimos a un hombre. Fue casualidad porque su camiseta era igual a la mía, no alusiva a la comunidad LGBTI sino a una banda de rock ochentera así que nos causó gracia y cuando él lo notó, empezamos a hablar los tres... no importa, el caso es que él iba solo y nosotras nos unimos a él. Tiene más de sesenta años y estaba muy interesado en mi mamá.

—¿Ese hombre fue a ligar a una mujer menor a la marcha del Orgullo? —me burlé.

—No. —Me dio un codazo exhibiendo una media sonrisa —. Estaba interesado en mi mamá por... bueno, por ser mi mamá y acompañarme a la marcha. Le dijo que la mayor muestra de amor que me daba era apoyarme de esa manera. Mi mamá se sonrojó, fue gracioso, pero yo estaba de acuerdo con él. Se llama Adam. Lo que creo que puede ayudarte, es lo que nos contó.

»Nos dijo que desde que tiene memoria sabe que es gay y que siempre tuvo miedo de decirle a su familia y por eso no lo hizo. Tenía sus novios siempre a escondidas y terminaba con ellos cuando ellos ya no deseaban esconderse como él. Dijo que así perdió al único que había considerado el amor de su vida. Nos contó que a sus veintinueve años, su madre empezó con las presiones para conseguir esposa y darle nietos; consiguió una novia para tapar la verdad y la tuvo por un par de meses, según él, ella era buena amiga y sabía que solo era una mentira pero se sentía culpable de mentirle a su madre.

»Nos dijo que su amiga fue como un ángel de la guarda que lo hizo decidirse por fin a contarle a su madre de su homosexualidad. Lo hizo casi a sus treinta y ella se puso furiosa. Es el mayor de cuatro hermanos y los otros tres ya tienen hogares con dos o tres hijos. Intentó hacer que su madre lo viera como él lo hacía pero fue inútil; tanto ella como su padre le dijeron que lo desconocían como hijo solo por ser gay. Ya no vivía con ellos pero le dijeron que ni siquiera aceptaban sus visitas porque era una vergüenza para la familia. Sus hermanos lo despreciaron igualmente.

Escuché con atención y sintiéndome peor de como estaba hacía unos minutos. Me era fácil imaginar una situación como la del tal Adam pero que era propia y escuchando esas palabras de mi madre. Me dolió el corazón por Adam y por el posible desenlace de la historia.

—Pobre hombre —murmuré.

—Sí, nos pareció terrible. Pero lo que te puede ayudar es lo que nos dijo después. Nos contó que perdió casi treinta años de su vida por ocultarse y estaba seguro de que así hubiera dicho todo a sus quince, a sus veinte o a sus cincuenta, habría sido el mismo resultado.

»Aprendió a vivir sin padres hasta que ambos fallecieron, luego aprendió a no tener hermanos, le costó varios meses y tristeza y dolor, pero ya sabe vivir con eso hace mucho; sin embargo, nadie le va a devolver todo ese tiempo. Nadie le va a devolver, palabras suyas —aclaró —, la sonrisa de los veinte que tuvo que ocultar cuando se besaba con su novio, nadie le va a regalar el placer de tomar a ese amor de su vida de la mano en la calle a sus veintidós años, nadie le va a obsequiar la sensación de gloria de amar a alguien por primera vez y gritarlo a los cuatro vientos. Su vida estuvo en pausa por mucho tiempo y cuando decidió darle rienda suelta, ya había perdido muchos años.

»Nos dijo, con lágrimas en sus ojos, que hubiera querido tener la libertad que yo tengo y no hablaba completamente de la que mamá me da, sino de la libertad que yo misma tomo por mano propia porque sé que la merezco y que es mi derecho. Hoy en día Adam es libre con él mismo y aunque muchas personas le dieron la espalda, encontró otras con los brazos abiertos y más importante aún, está en paz con su interior. El amor de su vida ya no lo es y duda que vuelva a serlo, pero ya no esconde.

»De lo único de lo que se arrepiente es de haber tardado casi treinta años para ser quien era, de no haber dicho nada por estar esperando la valentía.

Cuando Karla terminó de decirlo, una lágrima se me escapó. Me di cuenta de que aún sin conocer a Adam, estábamos del mismo lado. El Adam de diecinueve años estaba, probablemente, afrontando las mismas dudas que yo a mis diecinueve años y al pensar en Denny solo estaba seguro de que no quería perderlo como él al amor de su vida. Eran situaciones diferentes, sí, pero me aterraba pensar en mí mismo a los treinta sin tener el recuerdo de besar a Denny en público sin temor.

Karla pasó su mano por su mejilla, limpiando también una lágrima, aunque sonrió en medio de esa nostalgia.

—Adam nos hizo llorar a ambas —recordó, riendo —. Pero es injusto, la verdad. La juventud solo la tenemos una vez, mis dieciséis o mis dieciocho no durarán por siempre, ni mis veinte ni mis veinticinco; no puedo... no podemos, ni tú ni yo ni nadie dejar la vida en pausa hasta el miedo nos abandone. El miedo es parte del ser humano, el miedo no se irá nunca, hay que dejar de tenerle miedo al miedo; al temor hay que abrazarlo y volverlo amigo para que a pesar de que quiera ensañarse en el corazón, no nos impida vivir. Adam es uno de tantos, ¿entiendes? Hay cientos, miles, puede que a tu alrededor existan docenas de personas escondidas y no es justo —repitió con más fuerza —. No puedes ni puedo hacer nada por ellas pero sí podemos hacer algo por nuestra propia vida.

Si alguien nos viera desde el exterior, pensaría que estábamos pasando por una terrible ruptura. Ambos teníamos el ceño fruncido y el llanto en las mejillas y, como si en lugar de rompimiento fuera una reconciliación, me acerqué y la abracé. Nos enrollamos en un abrazo que nos unió lo que este duró. Me sentí tan bien y tan pleno con sus brazos rodeándome y su voz aconsejándome, que me pregunté si esa sensación era al menos una partecita de como Denny se sentía con Grishaild al estar con ella.

—Si mi mamá llegara a reaccionar como la de ese hombre...

—Míralo así —interrumpió —: Amar es lo más maravilloso que se puede hacer, sea con familia, con novios, con mascotas... el amor debe ser buscado, el amor es una necesidad del alma, el amor es un don, un regalo, el amor es todo lo que está bien a los ojos de Dios y a los ojos de todos. ¿Estás enamorado?

Pensé en Denny e inmediatamente sonreí.

—Sí.

—Lo supuse. Entonces, tú estás amando; sin importar a quién, estás amando con el corazón. Y supón que tu madre se aleja cuando se entere de que estás enamorado de quien ella no espera. Tú seguirás amando y ella será quien se ponga del otro lado, ¿quién está actuando mal en esa situación? Y si te sale con esas cosas de Dios y sus normas, no te sientas mal ni que es incorrecto porque la Biblia lo dice; mejor pregúntate si la acción de abandonar un hijo es mejor que la de amar a un hombre. Pónte la mano en el corazón, Gabriel, ¿crees que si algo malo llega a pasar es tu culpa?

Tras esa breve explicación, vista desde unos ojos imparciales, estuve completamente seguro de mi respuesta y la dije con firmeza y con un nudo en la garganta:

—No.

Me regaló una mirada significativa y con su sonrisa me regaló más respuestas. El ruido de un claxon estruendoso de un bus nos desvió a ambos la mirada en su dirección y a eso le siguieron un par de minutos de silencio. Suspiré al cabo de ese tiempo y pregunté:

—¿Tú estás enamorada?

—Sí. Tan enamorada como se puede... —Soltó entonces una risita y antes de que le preguntara el motivo, explicó —: Se llama Gaby o Gabriela, pero prefiere Gaby. Qué curioso.

—Denny me dice Gaby a veces.

—¿Denny es tu novio?

—Sí. ¿Te digo algo raro? Eres la primera persona a quien le cuento de él.

Abrió bastante sus ojos entre sorprendida y compasiva.

—¿En serio?

—Y más raro aún, no me siento mal de decírtelo. En teoría no te lo dije, pero lo adivinaste, que es casi lo mismo... —Rió —. Aunque bueno, he prejuzgado que no ibas a tomarlo a mal.

—Obvio, la lesbiana entiende cómo te sientes —ironizó. Luego de una corta risa, preguntó —: ¿Ni siquiera Luka lo sabe?

—Especialmente Luka no lo sabe.

—¿No es tu mejor amigo? —preguntó.

—Lo es. Pero, ya sabes...

—Sí, el miedo —completó —. Entiendo.

—¿La familia de tu novia te ha recibido?

Solo entonces la tristeza le llegó a los ojos a la vez que negó con la cabeza.

—Ni de chiste. Para ellos soy "la amiga del cabello azul". Ella aún no abraza su miedo, pero no me molesta. La quiero muchísimo y eso no va a cambiar solo porque sus padres no lo sepan. Por ahora tenemos a mi mamá que es refugio suyo y mío y si las cosas se ponen feas algún día, tiene nuestro techo para refugiarse.

—Así estamos con Denny —murmuré, siguiendo el hilo de mis pensamientos —. Su madre lo sabe y su hermano y la novia de él. Todos me aprecian y si se desata la guerra en mi casa, sé que tengo a Denny.

—Y eso es suficiente.

Karla en ese momento fue el ser más amoroso que hubiera podido conocer, tenía una manera tan pura de hablar que daban ganas de rogarle al mundo que le ofreciera todo lo que ella pudiera querer alguna vez.

Le agradecí por escucharme y por ser, una vez más, esa voz de mi alma que la consciencia no se atrevía a escuchar en el interior.

Esa noche pensé en Adam, casi pude imaginar que oía de nuevo su historia pero de su voz; en mi mente no tenía rostro alguno al ser un desconocido, pero voz imaginaria sí. Era una voz gruesa, masculina y profunda pero baja y apagada, arrepintiéndose de sus errores de jóven y repitiendo su anécdota con la esperanza de impedir que alguien se equivoque de la misma manera.

Me pregunté si Karla, al igual que la amiga de Adam, era una especie de ángel guardián que tenía las palabras correctas.

Hay millones de vidas en el mundo y cada una ha librado, está librando o está por librar su lucha, unas más grandes que otras, unas más tristes que otras, pero luchas al fin y al cabo; aquellos de buen corazón como Adam que divulgan sus errores sin vergüenza a sabiendas de que otros pueden estarlos sufriendo, pueden ser pieza clave para vidas lejanas y perdidas como la mía.

Aprender a no tropezar con la misma piedra no debería ser algo personal, sino comunal. Somos muchas personas y con que una avise que hay una piedra enorme que se puede evitar, muchos no caeremos.

Adam había tropezado con una piedra enorme que le seguía doliendo y sin saberlo, a través de Karla, me había avisado para que yo no cayera igual que él. 

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