S i e t e
Hay una sensación fastidiosa y extraña que todos por ley de la vida debemos afrontar y es la de saber que perdimos. Que se pierde un juego, un amor, una discusión... lo que sea, saber que te aferraste tanto a una idea pero que al final no tenías ni la más mínima razón te hace sentir patético desde el comienzo hasta el fin de tu alma.
Cuando Gabriel salió, el eco del portazo pareció extenderse por unos segundos seguido del repiquetear de mi corazón en los oídos. Los ojos se me aguaron de la ira y quería golpear algo, quería golpearme a mí mismo por ser tan imbécil.
Sin embargo, cuando pude recobrar la respiración normal pude pensar en lo que Gabriel me dijo.
«No es así como funciona». Ese era el puto problema, ¿cómo funcionaba? No tenía ni la más remota idea, teniendo en frente mis experiencias amorosas previas, siendo la más reciente con Kelly, ¿qué podía saber yo de cómo funcionaba? ¿por qué Gabriel sí sabía cómo funcionaba y yo no? ¿Por qué él estaba menos perdido que yo si se suponía que todo era nuevo para nosotros? Para ambos. Quería meterme en la mente de Gabriel y hallar el cómo hizo él para aceptarlo tan rápido porque esa parte egocéntrica de mí quería que él encontrara difícil aceptar la homosexualidad como yo, pero se notaba que para él había sido tan sencillo como decidir entre pizza de pollo o de piña. No era justo, si yo sufría con ello, ¿por qué él no?
Mi ansiedad estuvo presente por casi una hora luego de que él se fuera. Mis manos temblaban y me costaba quedarme quieto así que recorrí la casa como tres veces de arriba a abajo. Esa sensación de perder va acompañada de la de saber que debes dar el paso y disculparte; es como la derrota que llega y reemplaza el orgullo porque así debe ser y ya.
«Si piensas que te hace menos persona quererme, no deberías estar conmigo». Esa frase era la que más resonaba en las paredes de mi cerebro, buscando lógica, verdad o contradicción a ellas. Eso era ridículo, ¿menos persona? Imposible. Gabriel me hacía mejor persona; una más feliz, más segura, más sonriente, ¿cómo esa fuente de alegría podría hacerme sentir menos persona? Si las personas fueran luz, yo sería luz de vela y él sería una enorme bombilla eléctrica. Él era eso: electricidad que me iluminaba. No podía estar sin él. No quería estar sin él.
Intenté llamarlo a su celular pero estaba apagado. Era de esperarse. Llamé a su casa, mientras timbraba intentaba hallar una excusa de mi necesidad de hablar con él pero no alcancé a idear nada cuando respondieron.
—¿Hola?
—Buenas tardes, ¿podría comunicarme con Gabriel? —Creía que era su hermana pero no estaba seguro.
—Eres Denny, ¿no? —respondió con tono animoso—. Habla Natalia.
—¿Cómo estás, Natalia? —pregunté por cortesía.
—Ahí vamos —respondió simplemente—. ¿Y tú?
No quería ser grosero pero realmente me valía cinco hablar con ella.
—Genial. Oye, ¿Gabriel está?
—Aaggg, no me hables de él. Llegó como una furia a la casa hace un par de horas, le hablé y casi me grita sin razón. Al final gruñó que se iba y se fue. Sabrá Dios qué le pasa, a veces creo que...
Ups, la llamada se cortó.
Me preocupé porque no tenía cómo hablarle, no sabía donde estaba y no tenía ni la más lejana idea de dónde podía hallarlo. Aún sabiendo que tenía el teléfono apagado intenté tres, cuatro, ocho veces más y nada. No había almorzado pero estaba sin apetito, solo quería hablar con él. Disculparme y borrar esa discusión. Papá no llegaba del trabajo y esa soledad me fastidiaba más los nervios.
Cerca de las nueve al fin entró una llamada a mi teléfono. Estaba acostado mirando al techo y el sonido del celular me sacó de mis pensamientos. Casi pego un grito al cielo cuando vi que era Gabriel.
—¡Gabriel! ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestas? ¿Estás bien? —atosigué en preguntas nada más contestar—. Lo siento. Perdón...
—Denny, cálmate. Estoy bien, solo salí a tomar aire.
—¿Tomar...? ¿Tomar aire? Dios, me tenías con los nervios de punta. Imaginé que te habían secuestrado —bromeé, sonriendo un poco sintiendo el alivio inmediato de escuchar su voz.
—Estoy bien —repitió—. Estoy de hecho cerca de tu casa, en el parque a tres calles. ¿Vienes?
Ya iba en la puerta cuando colgué; le dije a papá que iba a la tienda un segundo y llegué a donde estaba Gabriel. Lo abracé como si llevara un mes sin verlo. Dudó al devolverme el abrazo y temí que estuviera aún furioso y que quisiera terminar conmigo.
—¿Ves? Estoy bien —murmuró en mi hombro. Me negaba a soltarlo aunque él empezó a intentar alejarse—. Hey, estoy bien.
—Lo siento mucho —dije sincero aún sin levantar o alejar mi rostro—. Exageré con lo de Charlie, exageré con lo de que no está bien que me defiendas; amo que lo hagas. No quiero que dejes de hacerlo, no quiero que te alejes, no me haces menos persona, todo lo contrario...
—Ya, Denny. Déjalo así.
—Lo siento, Gabriel —insistí. Gabriel hizo fuerza y me alejo, rompiendo nuestro contacto.
—Yo tampoco dije cosas agradables. También es duro para mí, quiero que sepas eso.
—No debí...
—Déjame acabar —interrumpió, tomó aire y continuó—. Es bastante difícil para mí aceptar que soy... lo que soy, aún me pesa un poco la decisión que tomamos de intentar algo y a veces cuando veo lo sencillo que sería estar con una chica y ya, me arrepiento de todo. Siempre espero una señal divina que me diga que está mal estar contigo y entonces poder decirte que te pierdas, que no te quiero en mi vida.
La verdad no siempre es fácil de decir ni bonita de escuchar. Sus palabras me dolían pero me hacía bien saber que no era el único que tenía esos pensamientos con respecto al rumbo de nuestra relación.
—Es...
—Siempre espero la señal, Denny —intervino de nuevo—, y sé que también tú lo haces. Sin embargo, siempre me digo «Hoy cuando lo veas, ya no lo vas a ver cómo antes y podrás ser normal porque solo era una etapa», pero entonces me sonríes, entonces me besas, entonces me hablas y eso es todo. Tu mera compañía es la señal que recibo siempre que me dice que siga porque en definitiva es importante y no una puta etapa. ¿Entiendes?
Había escuchado que pasados muchos años de relación, las mentes empezaban a sincronizar pensamientos, las ideas fluían al tiempo y se pensaba similar. Gabriel y yo teníamos menos de cuatro meses juntos y parecía que esas palabras eran sacadas del archivo escondido de mi pensamiento.
—Cada palabra —aseguré—. Entiendo cada palabra...
—Aún creo que andas perdido en la vida —dijo en tono jocoso— pero quiero estar a tu lado para hallar la dirección correcta. Si me dejas.
Suspiré de alivio.
—Pensé que ibas a terminar conmigo —confesé en medio de una risita, él rió conmigo—. Podemos esperar la señal divina juntos, total y si nos ve a ambos le dé más miedo aparecer.
—La unión hace la fuerza, ¿no?
Y nos sonreímos y quise besarlo pero estábamos en la calle y sabíamos que no era buena idea. Así que eso fue todo: una sonrisa cargada de palabras silenciosas y una caricia de dos segundos que hice a su mejilla.
A las diez de la noche, rodeados de un ambiente tibio en un parque a tres calles de mi casa, me olvidé del asunto de Charlie Dimas, de mi temor a ser el débil y de la necesidad de Gabriel de protegerme.
A las diez y diez minutos de la noche me decidí a contarle a Diego que era gay y que tenia novio y que estaba enamorado.
La segunda semana de clases pasó volando entre mis ansias de hablar con Diego y el sábado. No presté muchísima atención a las clases lo cual me saldría caro en los exámenes de mayo, no escuché con atención lo que Joshua me contó de su relación con Diana, no supe si habían vuelto o qué y luego me sentí mal amigo; no llamé a Diego en toda la semana para no arrepentirme de contarle y mi sonrisa estuvo ausente desde el lunes hasta el viernes de esa semana. Ayudaba a papá en su empresa unos días a la semana repartiendo el correo a los empleados y estuve distraído todos esos días, apenas y lograba entregar bien lo que correspondía.
El sábado llegó y todo se detuvo un segundo en mi organismo unos momentos antes de agarrar las llaves del auto de papá para ir al apartamento de Diego. Me senté en el puesto de cuero, sintiéndolo frío y desagradable, tomé el volante y noté que me sudaban las manos, tragué saliva y la garganta se sintió seca. Me tomé tres minutos para respirar, metiendo la cabeza entre mis manos apoyadas en el volante, mirando mis rodillas. Arranqué y llegué a la casa de Gabriel; quería presentarlo luego de confesarme con Diego.
Mi novio tomó el asiento del copiloto pero ni siquiera levanté la mirada, apenas supe de su compañía por el sonido de la puerta al cerrarse; había estacionando a una calle de su casa para que él se subiera. Apenas escuchaba mi propia respiración y entonces sentí unos labios en mi mejilla.
—¿Sabes? Desde que supe que me gustabas te he visto hermoso y me encantas cada día más —dijo—, pero ahora debo decirte que pareces un zombie o un fantasma y luces terrible.
Como todo un zombie, puse mecánicamente mi mano sobre mi mejilla donde me había besado. Intenté sonreírle pero no me salió, no podía ni mirarlo. Mi vista estaba fija en el tablero del auto. Muy, pero muy lentamente Gabriel movió mi mentón hacia su rostro y sus labios llegaron a los míos. Cerré mis ojos y aún aferrando el volante, le devolví el beso.
Sabía a menta, ese sabor característico de la pasta dental. Sabía a cariño, ese sabor característico de Gabriel.
Eso me trajo de vuelta a la realidad del todo y los nervios se perdieron cuando la razón se esfumó en el placer de su boca. Subió su mano a mi cabello y la deslizó de a poco por mi nuca hasta arañar suavemente mi cuello con sus uñas mandando un corrientazo maravilloso a todo mi cuerpo, la piel se me puso de gallina y mis dedos se desentumieron para poder llegar a su cuello. Envolví a Gabriel con mis brazos, ansioso de perder todo el espacio que nos separaba, su lengua entró en mi boca acariciando la mía de una manera que debería ser ilegal. El espacio en el auto empezó a ser sofocante y cada hormona de mi cuerpo tenía el nombre de Gabriel grabado y la necesidad de Gabriel a mil.
Hay un punto en que las emociones dejan de ser propias y quedan a merced del que promete el mayor de los placeres sin decir nada. Pudo ser la suma de mis nervios con la excitación que Gabriel causaba en mí, pero él empezó a ser el dueño de todo lo que yo era en ese momento. Decidió terminar el beso y refunfuñé aún con los ojos cerrados, buscando sus labios de nuevo. A cambio de hallarlos, los sentí en mi mejilla, en mi mentón y un poco más abajo, donde inicia el cuello. Suspiré audiblemente y el idiota se separó.
—El color volvió a tus mejillas —comentó sonriendo—, creo que demasiado. Estás... emmmmm...
No dijo nada y relamió sus labios para luego morder el inferior. Dios, no podía seguir mirándolo sin viajar a mil fantasías que me avergonzaban. Eso contribuía a mi sonrojo y de paso al suyo, así que asumí que pensaba lo mismo.
—¿Estoy que?
—No hay un adjetivo que te describa. —Desvió la vista a la ventana, y concluyó—: Pero «precioso» se acerca bastante.
—Sí... claro. Como sea, buenos días.
—¿Cómo estás, Denny? —respondió, aceptando el cambio de tema—. ¿Aún quieres hacerlo? Hablar con tu hermano.
—Sí... —susurré sin gran convicción.
—Entonces vamos, estaré contigo.
Solamente el tenerlo conmigo hizo que el valor volviera a mis entrañas. Sabía que tenerlo allí haría las cosas algo más sencillas y necesitaba ese apoyo para poder hacerlo. Iba a salir del clóset con mi hermano gemelo y le iba a presentar a mi novio, ese era el plan. En mi mente sonaba sencillo.
Estacioné a una calle del edificio donde Diego residía porque justo enfrente estaba prohibido y no había parqueadero adentro para visitantes. Al apagar el motor el silencio nos sumió, el corazón me palpitaba desbocado pero estaba decidido. Gabriel tomó mi mano.
—¿Entro contigo?
—Por ahora no. —Lo miré a los ojos y veía algo de compasión en ellos, era lógico que tuviera miedo por mí pero sabía que intentaba con todas sus fuerzas disimularlo—. Voy a hablar con él primero... le cuento y... y no sé, cuando sea el momento de presentarte, te llamo.
Es el apartamento 1202, prende acá la música mientras.
Asintió, dedicándome una de esas muecas que enamoran, haciéndome sonreír.
—Va a salir bien —alentó—. Diego suena como un buen tipo, entenderá.
—Eso espero.
Abrí la puerta y me bajé, antes de cerrarla Gabriel habló de nuevo.
—Hey, Denny... —Me agaché para observarlo, él estiró su cuello hacia mi puerta—. Te quiero muchísimo.
Recuerdo pensar en ese momento que si Diego lo tomaba mal, valía cinco limones porque Gabriel me quería y eso valía más. Valía todo.
Subí el elevador con las manos en los bolsillos, mi respiración estaba más tranquila y estaba completamente seguro de contarle todo a Diego. Llegué a su puerta y tras una inhalación profunda de oxígeno, toqué.
Ahí fue donde todo se complicó.
Como Gabriel dijo: esperábamos señales.
Señales que me hicieran ver que estar con él era un error, que ser gay era una equivocación; llevaba semanas esperando una señal divina diciéndome eso pero ya había asumido que no habría tales señales y que fuera lo que fuera, estar con alguien a quien amas no podía ser malo, independiente de las circunstancias.
Todo ese optimismo tuvo su punto de quiebre cuando la señal divina llegó a mí como un balonazo en el rostro.
Los ojos negros de Gabriel me hacían preguntarme cómo funcionaba todo en mi vida, pero esos ojos negros que había tras la puerta de Diego parecían tener todas las respuestas a cada interrogante de mi existencia.
Ese primer roce de miradas me quitó toda ansiedad de la mente y todos los nervios del corazón; esos ojos oscuros que contrastaban con una cabellera rubia me trajeron tranquilidad y sé que ella también sintió ese algo porque la estupefacción y la comodidad se trasmitían en su mirada.
Abría y cerraba su pequeña boca con disimulo tratando de decir algo, mas nada salió. En una respuesta involuntaria de mi cuerpo le sonreí de lado, queriendo conocerla, queriendo escucharla, queriendo todo.
—¿Cómo...? —articuló la linda chica rubia, sin embargo, la voz de Diego saliendo de su habitación la interrumpió.
—¿Si era la señora...? —No sé a quién esperaba pero al verme, Diego mostró suma seriedad, mirándola a ella y luego a mí— ¿Qué haces acá?
—Vine a... —Apreté mis manos dentro de mí chaqueta para tapar su temblor; estaba sorprendido y a cierto nivel, molesto con Diego por no haberme contado que conocía a esa chica—. No sabía que tenías visita.
La enfoqué a ella, más que nada para comprobar que esa conexión de hacía un segundo no era imaginaria. No lo era, aún me parecía hermosa y única. La chica estiró su mano a mí y me emocioné de poder tocar su piel, asegurarme de que era real. Experimenté un escalofrío al sentirla.
—Soy Grishaild, una compañera del colegio.
Grishaild, me pareció divino ese nombre a pesar de su rareza.
—Denny —dije—. Denny Keiller.
—Sí, él es mi hermano —aseguró Diego, casi para hacerse notar entre ambos porque parecía que lo habíamos sacado de la conversación.
Ella nos miró a ambos y sus ojos denotaban su sorpresa, no sabía si era por lo mismo que yo sentía pero la duda se disolvió cuando dijo las siguientes palabras:
—Son gemelos.
Esa frase que habíamos escuchado un par de veces con Diego nos sacó la tensión y reímos. Ella se sonrojó y me pareció adorable.
La magia estaba en nuestra familia, sí; no obstante había cosas con las que era escéptico, entre ellas el amor a primera vista.
Grishaild rebatió mi incredulidad de una manera muy peculiar.
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