S i e t e

La aventurilla bajo la lluvia tuvo sus consecuencias: me resfrié.

El virus llegó con fiebre, dolor de cabeza intenso, perdida casi total de mi voz y casi puedo jurar que alucinaba. Escasamente dormía y según mi padre, me quejaba en la inconsciencia.

En mis delirios el rostro de Gabriel llegaba a mi mente. Sonreía en esa imagen y rememoraba la comodidad general en su compañía. Yo socializada en todas partes, nunca fui tímido pero era distinto con él, era como si lo conociera de toda la vida y fuera incluso más sencillo que con los demás.

Diego y mi papá se turnaban para cuidarme y eso empezó a molestarme, me hacían sentir como un niño pequeño.

—¿Quieres agua? —preguntó mi gemelo.

—No.

—¿Sopa?

—No.

—¿Algo?

—Diego, no quiero nada. Ya estoy bien.

Eso era casi cierto. Aún me dolía la cabeza pero ya era completamente consciente de mi estado.
Fue en el cuarto día que recibí visita. Era Gabriel.

—¿Cómo es que tú no te enfermaste? —reclamé y procedió un estornudo de mi parte.

—Sí me enfermé, pero sano más rápido. Ayer ya estaba como nuevo.

Lo observé un segundo cuando se acercó a mi ventana para mirar a través del cristal. Pensé en el último día que lo había visto y a comparación de ese momento, en realidad no sentía nada raro por él; solo era un chico más. Un amigo más.
Abrió la oscura cortina y la luz iluminó toda mi habitación, me cegó momentáneamente y entrecerré los ojos, Gabriel rió.

—Del uno al diez, ¿Qué tan enfermo estás?

—Uno. O dos.

—Eso suena bien, vámonos.

—¿A dónde?

—Hoy Luka está en la piscina del gimnasio, vamos allá. Él ya pagó el turno y pueden entrar máximo cinco por ese costo.

Había escuchado de Luka, era su mejor amigo. Lo dudé, ni siquiera me había duchado y le había prometido a papá no salir aún. Él estaba trabajando y yo estaba solo. Quizás si dejaba una nota de que me iba...

—No debería salir aún.

—¿Porque se lo prometiste a papá? —burló con sarcasmo. Entorné los ojos—. Vamos, dijiste que eras un delincuente.

—Y tú dijiste que tu abuela era más delincuente que yo.

—Mi abuela no se detiene por un resfriado. Vamos, ¿Dónde está tu ropa?

Miró alrededor y abrió la primera puerta que era casualmente el armario (ni tan casualmente, era la única puerta en realidad). Agarró una camiseta al azar y unos vaqueros, me los lanzó a la cara y se dirigió a la puerta.

—En cinco minutos afuera.

Dio un portazo leve y se perdió en la sala. Me senté del todo en mi cama y sonreí. Suspiré, me asusté, y simplemente lo dejé pasar. No era nada.

Los pasos aunque silenciosos, hacían eco en el enorme lugar donde estaba la piscina. El cieloraso era alto y al ser el último piso del gimnasio, dejaba entrar la luz del sol por el techo de acrílico. Apenas y se veía un cuerpo nadando de acá a allá y de vuelta, no le vi la cara hasta un buen rato después en que Gabriel le habló.

—¡Hola! —gritó el chico desde el otro lado de la piscina, devolviendo el saludo de mi compañero.

Vi una cabellera rubia oscura por la humedad que luego se hundió para nadar desde abajo hasta nuestra posición. Al salir a la superficie le sonrió a Gabriel y luego me miró a mí.

—Él es Denny —informó—, del que te hablé.

—Hey —respondió—, soy Luka. Gabriel dijo que casi mueres de un resfriado.

—Algo así.

Reímos. Aunque mi mente solo asimilaba el insignificante hecho de que le había hablado a su mejor amigo de mí, eso era... agradable.

—¿Se van a meter?

—Sí. ¿Hasta qué hora la tienes? —dijo Gabriel.

—Como hasta las cinco, ¿Qué hora es?

—Las tres. Hay tiempo.

Diciendo eso, fuimos a los vestidores. Había llevado una pantaloneta y Gabriel tenía una en el casillero que poseía en el gimnasio. Evité deliberadamente mirarlo, no quería tentar a la suerte y sentirme miserable después de eso.

El agua hacia que todo lo demás se olvidara; había aprendido a nadar con Diego cuando teníamos quince años pero desde ese entonces no había estado en una. La piscina era enorme y parecía que los tres estábamos en mundos diferentes, ni siquiera nos encontrábamos dentro de los metros cúbicos de agua. Me metí lo más hondo que pude y avancé hacia uno de los límites, entonces choqué, más bien mi mano chocó con otro cuerpo. Antes de salir a la superficie, mi inconsciente rogaba que no fuera Gabriel.

Eso de desear algo nunca funciona, el destino se encarga de hacer lo opuesto.

Pasé mis manos por mi cara esclareciendo mi vista y lo primero que reconocí fue una enorme y blanca sonrisa. Por un segundo, me idioticé mirándolo, un segundo que bastó para regañarme por ello... aunque no dejó de sonreír y sentía que esa sonrisa iba dedicada a mí; me alejé de un brinco hacia atrás.

—Lo siento.

—Uno pensaría que eso no sucede en una piscina tan grande —dijo—, pero ya ves.

Me zambullí de nuevo para tapar mi sonrojo con el agua azulada. ¿Por qué me coloraba cuando decía eso? ¿Por qué quería seguir viéndolo sonreír? Desde el primer día había admirado la facilidad en que curvaba su sonrisa a todos, hasta había deseado que todos sonrieran así porque el mundo sería mejor con sonrisas así.

Estaba en esa etapa de la vida en que se descubren cosas sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el cielo, sobre la familia, sobre el aire, sobre todo... Dónde descubres lo que es un beso, una caricia, un sentimiento, el rencor, el amor. Luego de mi fracaso (que en realidad no fue un fracaso importante) con Kelly me pregunté si yo no podía amar, o si el amor era o no para mí. Había concluido que llegaría después una chica con quién sintiera todo eso que hace frenética la adolescencia.

La orientación sexual no define a una persona, no la hace ser más o menos de quién es o sería siendo heterosexual pero aún así no es fácil aceptar ser diferente a todos. Porque el mundo podrá decir que no es discriminación, la gente podrá repetirse hasta el cansancio que en pleno siglo XXI ya es visto como normal o incluso se podrán validar toda cantidad de derechos, pero nunca va a ser visto como algo natural en su totalidad.

Dentro de mi mente de adolescente, pensaba que el tener o no otra orientación sexual era un camino que se elegía a voluntad, pero no era así y una parte oscura y sincera de mi mente me decía que la respuesta era tan clara como la salida del sol al amanecer pero el resto de mí quería seguir ignorándola, porque no estaba bien. No consideraba que estuviera bien.

Los chicos no podían gustar de otros chicos.

¿Qué dirían todos?

¿Como poder querer el camino azul cuando el aceptado es el gris?

No podía. Me negaba.

Luka salió de la piscina, era un chico dentro de lo que cabe atractivo para cualquier perspectiva y sin embargo fue igual que ver a Joshua o a Diego. Luego salió Gabriel y el caso en mi mente se cerró.

No me gustaban los chicos, me gustaba Gabriel.

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