O n c e - G a b r i e l
Tenía la mente en otro lado, alejada de cualquier cosa que involucrara poner atención a las clases y sacar buenas notas; llevaba elevado en mis pensamientos poco más de una semana. Exactamente desde ese sábado en que todo se jodió con Denny. Era miércoles, en tres días era San Valentín y odiaba cada puto cartel con corazones que ponían en los pasillos de Crismain. Aun así, intentaba disimular mi claro despiste y ¿qué mejor manera que burlarme de mi mejor amigo?
—Wow, así que ahora eres culto. —Luka rodó los ojos, fastidiado. Me estaba contando que iba a llevar a la "novia" de turno al cine y aunque yo sabía que en general a él le gustaban esas cosas, era divertido reírme de ello—. El gran Greisnar no va a llevar a una chica a la cama, sino a un teatro.
—Imbécil —siseó.
Solté una carcajada y pasé la mano por su cabello, solo para fastidiarlo más. Luka llevaba un par de semanas detrás de una chica nueva en el instituto; nadie sabía nada de ella más de que era nueva y recién mudada a la ciudad pero parecía agradar a la mayoría y, a la minoría, intimidarlos. La chica era linda aunque no era la más a la moda que digamos; Luka dentro de su manera de llevar los amoríos frecuentes, demostraba que esa pelirroja le interesaba de verdad, yo prefería no opinar ni para bien ni para mal porque conocía a mi amigo y pensaba que en realidad no la quería sino como un reto más ya que ella parecía ser reacia a sus "encantos".
—Vamos, sabes que bromeo —afirmé—, esa chica te gusta, entiendo. ¿Qué van a ver en el teatro?
Me observó entrecerrando los ojos, casi preguntando con ellos si iba a salir con alguna broma a su respuesta o era en serio. Mi gesto lo tranquilizó y bajó la guardia.
—Una obra de Shakespeare. —Había un tinte ensoñador en sus palabras pero evité hacer bromas al respecto; en especial porque no me dio tiempo pues me preguntó:— ¿Y tú? ¿Qué harás en San Valentín?
Es increíble lo rápido que se puede evocar un recuerdo, un rostro, unas manos, una voz y unos ojos azules y aniñados que brillaban cada que me veía.
—Quizás comer pizza en mi casa con mamá.
—¿Tu cita de San Valentín es tu madre? —cuestionó incrédulo.
—No; mamá saldrá con unas amigas. Estaré solo.
—Hay más de cien chicas en este instituto y tú estarás solo, ¿es en serio?
—No se me da tan fácil conquistar como a ti, Luka, ¿qué quieres que haga?
—Invita a cualquiera, vamos, cualquiera te dirá que sí.
El timbre, cual campana, me salvó de seguir con la conversación indeseada con mi mejor amigo. No podía decirle que no iba a invitar a cualquiera chica de cara linda porque estaba en medio de un casi desamor con un chico.
No hay manera más efectiva de saber lo mal que estás que cuando te das cuenta de que alguien no sale de tu mente y que cada parte de tu estado de ánimo depende de su relación; pensaba en él hasta que me dormía y me despertaba alucinando con que sus ojos estaban allí a mi lado. Creo que en la mente de nadie cabe la idea de enamorarse para que luego te digan que hallaron a su alma gemela en alguien más; fue... fue un asco, si soy sincero y sin conocer a aquella chica la odié aún cuando no soy rencoroso. No tanto.
Lamentablemente el enamoramiento también viene con la capacidad de buscar la felicidad ajena por encima de la propia y solo quería que Denny estuviera bien y dadas las circunstancias y el hecho de que Denny pensaba aún que ser gay era malo, lo de su alma gemela fue como la oportunidad perfecta de ser normal. Pero eso no me aportaba nada a mí más que ese vacío que sentía por su ausencia.
Tenía un permanente cosquilleo en los dedos por querer escribirle y un permanente cosquilleo en los labios por querer besarlo. El orgullo mezclado con la tristeza no me permitía solo hablarle, y sinceramente, estaba seguro que de volver a hablar, era su responsabilidad hacerlo porque fue él quien con su magia nos separó.
El bendito sábado de San Valentin llegó y como estaba planeado y sin inconvenientes, me quedé en casa. Mi hermana salió con no-sé-quién y Luka salió con su amiga. Compré pizza y me senté en mi viejo sofá. Estando ya un par de horas en la misma posición pude entender lo obvio de la situación: que era un sábado, era San valentín y estaba tan solo y triste como podría.
Siempre me he considerado de ese porcentaje de personas que solo aprenden por medio de las experiencias; digo, si cuando llueve no me mojara, no creería que el agua es húmeda; siguiendo esa lógica, solamente porque lo viví, puedo decir que una acción, una persona y una sonrisa son capaces de voltear tu mundo en un par de segundos.
Denny llegó a la puerta de mi casa con un jean azul y una camisa blanca que hacía ver sus ojos más azules que el cielo del mediodía. Sus manos ocultas en sus bolsillos y una duda persistente en sus ojos me hicieron querer lanzarme a abrazarlo pero solo me crucé de brazos en la entrada de mi casa. Denny carraspeó una, dos y tres veces. Fueron cuarenta y siete segundos eternos en que no podíamos decirnos nada. Finalmente, me decidí a empezar yo...
—¿Qué...?
—¡No me vayas a echar! —chilló. Su arranque de euforia nos hizo reír a los dos—. Me refiero a... pues a eso, no me vayas a echar.
—No sería capaz —confesé—. Solo iba preguntarte qué haces acá.
—Yo... bueno, es San Valentín y... no sé, salí en el auto y acá estoy. Podría decirse que el auto se condujo solo hasta acá.
Cambió el peso de su cuerpo a la otra pierna y carraspeó una vez más.
—Interesante. ¿Cómo está tu alma gemela?
Me fue imposible que esa simple pregunta saliera casual. Su sonrisa se fracturó y me arrepentí de haberlo dicho.
—¿Quieres... ir a algún lado o algo así? —evadió el tema.
—¿Y la chica? —insistí.
—Está celebrando posiblemente con su novio —admitió y no pude evitar alegrarme de oír eso—. Vamos, solo salir por ahí...
—Tú invitas esta vez —accedí.
—Me parece bien.
—No iremos en el auto, vamos en mi moto. —Su rostro se desanimó de inmediato y quise reírme de eso—. Considerando que estoy enojado contigo, tengo el derecho de elegir en qué irnos.
—A ti te concedo lo que quieras.
Y saqué mi moto, con él a mis espaldas. La decisión de tomar la moto y no el auto era expresamente para hacer que Denny me abrazara. Y funcionó.
Conduje por más de una hora y muchos minutos, minutos que se hicieron eternos y que hacían sentir que todo estaba bien encaminado aunque no supiera exactamente a dónde conducía. Salimos de la ciudad por la carretera principal hasta que algún pueblito nos recibió. Me detuve allí porque no quería ir más lejos, ya me sentía lo suficientemente alejado de la ciudad como para estar tranquilo con Denny. Al bajarnos, Denny hizo una mueca de dolor, agarrando su cintura dramáticamente.
—¿Muy largo el viaje?
—Un poco.
—Y nos toca volver, es otro viaje igual de amplio.
—No digas eso. Para volver falta.
—¿Cuánto nos vamos a quedar?
—Hasta que pienses que es suficiente —dijo, con una sonrisa pícara.
En eso se basaba todo: nunca era suficiente Denny. Nunca era suficiente tiempo a su lado.
Había una tienda con mesas en la parte de afuera, había poco sol, de hecho, no demoraba en irse, eran cerca de las seis y el aire corría fuerte pero cálido, agitando las ramas de los más altos árboles del parque contiguo. Pedimos dos cervezas heladas y nos sentamos en lados opuestos de la mesa, midiendo nuestras miradas desde la corta distancia.
—¿Dónde estamos? —preguntó de repente para iniciar la conversación que parecía no querer empezar por ningún lado. No despegué mis ojos de los suyos para responder.
—En una tienda en algún pueblo.
—Me aclaraste todo, gracias.
—¿Qué importa dónde estemos, Denny? Estamos juntos y solos. Por mí bien podría ser una alcantarilla.
—No se oye muy bien eso. —Hizo una mueca de asco y yo reí.
Siempre dicen que cuando uno la está pasando bien el tiempo para volando, sin embargo, descubrí que cuando uno desea que el tiempo se detenga, este lo hace. La mente es capaz de congelar un sonrisa y sus dos hoyuelos para tatuarlos en la memoria de largo plazo; cada centímetro del rostro de Denny quedó grabado en mi mente, desde el cielo de sus ojos, pasando por su nariz hasta las curvas de sus labios, pero nada vence a la belleza de su sonrisa. Denny me encandilaba con la chispa de su sonrisa.
La noche cayó y sin más remedio, tuvimos que volver a la moto y conducir de vuelta, sin embargo, estando en carretera abierta, donde todo es naturaleza a los lados, Denny me pidió que me detuviera. Nos quitamos los cascos y él se bajó, yo no lo hice, supuse que se había mareado o algo así, no habíamos sino tomado dos cervezas cada uno pero aun así...
Mareado quedé yo cuando me atontó con un beso a quemarropa.
Primero fue solo un beso robado y fugaz; me observó, midiendo mi reacción pero sin alejarse más de dos centímetros de mí; me pedía permiso con sus ojos y llevando mis manos tras su cuello y atrayéndolo, le respondí que sí; que quería y que podía besarlo. De repente las dos semanas sin él se borraron, todo el lío de él dejándome por una chica pasó a segundo plano porque la sensación de su piel sobre la mía era más fuerte. Todo lo que no se dice en palabras, quedó claro con ese beso, todo estaba bien gracias a ese beso. Fue un contacto necesitado y anhelando por ambos que de a poco se fue extinguiendo hasta que con un simple pico nos alejamos.
—Lo siento mucho —exclamó sin abrir los ojos; sin separarse de mí, yo no quería dejar de mirarlo nunca—. Yo te quiero, Gabriel. Muchísimo; no imaginas cuánto y por más que intento no dejo de pensar en ti y en lo mucho que me duele no tenerte cerca... perdón...
Lo sabía y no necesitaba que me lo repitiera así que lo callé con otro beso que fue fácilmente correspondido.
Sí, me había enamorado de Denny Keiller.
—Feliz San valentín —dije. Denny sonrió sobre mis labios.
Creo que ambos teníamos el "¿Y en qué quedamos entonces?" atorado en la garganta pero temiendo desvanecer esa nube que nos tenía arriba, no dijimos nada. Estábamos en un intermedio complicado, uno del que nadie nos podía aconsejar porque nadie lo había vivido, un intermedio entre el amor, el deseo, la magia y la maldición del destino.
De todas maneras, en el medio o más allá o más acá, estábamos juntos en una oscura carretera a las casi once de la noche y sin el menor afán de volver a casa, a la realidad.
—¿A qué hora se supone debes volver? —cuestionó, dejando un beso en mi mejilla.
—Hace como dos horas —confesé. Cerré los ojos y suspiré. La risa de Denny me hizo cosquillas justo detrás de la oreja—. Ya me van a castigar, ¿qué más da?
—Entonces... ¿quieres volver ya o...?
—No —atajé—. Vamos. Súbete.
—¿A dónde vamos?
—A donde sea —sentencié.
Y arranqué de nuevo, sin destino, solo por disfrutar de su compañía. Fueron las horas mejor gastadas de mi vida; fue el castigo más justificado que recibí; nada ha sido más satisfactorio que agarrar el amanecer con Denny a mi lado. Al menos hasta ahora.
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