O c h o
Solo faltaban seis días para que diciembre iniciara y la mayoría de casas del vecindario ya iluminaban sus fachadas con las luces de colores. Me encantaba la Navidad, todo lo que el mes esperado de diciembre representaba me hacía querer sonreír todo el rato; mamá decía que era en parte porque Diego y yo nacimos en diciembre y por eso nos debería emocionar ese mes pero no era así porque a Diego no le llegaba tan hondo es espíritu navideño
Mi papá sí esperaba hasta el primero o segundo de diciembre para poner adornos pero yo quería ponerlos ya a escondidas. No lo hice, no quería que se enojara. Yo cumplía años el diecinueve así que aún estaba lejos esa festividad.
—Definitivamente los de Spiderman —aseguró Gabriel. Bufé y rebatí.
—Spiderman no tiene poderes.
—¡Saca telarañas de sus manos! —dijo—. Eso es grandioso, casi puede volar con esas telarañas.
—Casi, pero no vuela. Eso no vale. Así que no es un superpoder.
Se recostó en su cama rendido. Un debate sobre qué poderes nos gustaría tener fue el entretenimiento de esa tarde lluviosa; pensando en el resfriado anterior decidimos no hacer la gracia de estar bajo la lluvia de nuevo así que era mejor estar bajo techo.
La noche en que concluí que Gabriel me gustaba no pude casi dormir, fue muy violento ese descubrimiento para mí, jamás se me había pasado por la mente que me pudiera gustar un chico. No fue así como me dijeron desde pequeño que eran las cosas y aún no lo asimilaba.
Sobra decir que no le dije a nadie. Ni planeaba hacerlo. Consideraba que podía confiar hasta el más mínimo detalle a mi hermano pero en ese tema no sabía cómo podía tomarlo; cuando mi hermana se fue él estuvo muy mal por el desequilibrio emocional que lo invadió y pensé que quizás saber que su hermano gemelo era diferente iba a suponer un problema para él. Es decir, así lo aceptara, iba a sufrir de alguna manera, así fuera solamente por la sorpresa.
Además de eso, no podía poner esas dos palabras en mi boca. Era muy difícil, y si yo no podía aceptarlo del todo, ¿qué iba a hacer que los demás lo hicieran? Mis padres ambos son muy abiertos en sus vidas, en sus épocas de juventud fueron –según nos cuentan– lo que se denomina hippies así que son muy tolerantes a absolutamente todo pero tampoco les iba a decir. Ni siquiera estaba seguro de ser eso así que hasta que lo tuviera claro, iba a ser un secreto personal.
¿Cómo iba a saber que realmente no era hetero? No lo sabía. Quise pensar que era una etapa y la atribuía a la reciente confusión con el tema de Kelly y en cuanto a Gabriel... bueno, suponía que él había sido extrañamente amable y que por eso me agradaba más que los demás. Pero quizás era solo eso: un chico que me agradaba más que los demás. Todos en la vida conocemos a una persona así, una persona que incita a pasar el tiempo con ella por la calidez de su compañía así que eso debía ser con mi nuevo amigo.
Fuera como fuera, su risa y su sonrisa seguían siendo las más hipnóticas que había conocido.
No sabía qué era, si sus dientes blancos o la forma en que sus comisuras enmarcaban la curvatura de los labios o simplemente ese sonido hueco y risueño que hacía cuando algo le causaba gracia.
De todas maneras, ¿cómo se sabe si se es... o no se es? Digo, los hombres sabemos que nos gustan las mujeres porque así nos lo enseñan. Siempre en el colegio en la primaria jugábamos a que los niños usan carros, las niñas muñecas, que vivimos o teníamos una mamá y un papá. En los bailes las parejas son hombre y mujer. Nunca mujer y mujer u hombre y hombre. ¿Qué es correcto en realidad?
Eso es. ¿Qué era correcto? porque me sentía extraño de sentirme así respecto a Gabriel pero no sentía que fuera un error como si robara un banco o algo así. Raro sí era porque era nuevo para mí, pero ¿un error? No pensaba que sentir atracción hacia alguien fuera un error. Volvemos al tema de las emociones, si yo no las controlaba, ¿por qué debía sentirme mal por ellas?
No es algo que yo haya pensado, algo como: «Oh, me voy a sentir atraído a mi nuevo amigo a ver qué pasa». No, solo pasó. Y lo peor de todo era que seguía pasando, digo, la parte más feliz de mi día se volvió el momento en que estaba con él.
Las vacaciones nos dejaban mucho tiempo libre y ambos estábamos disponibles la mayoría del tiempo así que un simple mensaje de «Denny, hagamos algo» era suficiente para juntarnos todo el día a hablar de banalidades.
El tema que fuera, lo sacábamos a flote. No dejaba que la conversación muriera porque amaba verlo y escucharlo hablar. Era tan apegado a sus opiniones que sus discursos sobre el tema del momento eran fuertes y claros, no titubeaba ni balbuceaba. Así no tuviera razón, hablaba con firmeza. Eso me encantaba de él.
Salimos a un par de fiestas y no bebimos tanto en ellas recordando la última vez que nos encontramos ebrios. No quería que su mamá volviera a verme ebrio. No era esa la impresión que quería dar y como en esas ocasiones prefería quedarme en su casa luego de la fiesta, era más conveniente ser moderado.
Siempre llega una parte que quiebra todo, un punto que divide lo que sea en dos partes y en este caso fue esa fiesta que dividió nuestra amistad en dos.
Era en la casa de alguna chica del colegio de Gabriel. Ana María o Mariana o Julieta. No importa. Era de hecho una casa pequeña y por lo mismo, no eran más de cuarenta personas; todos parecían conocerse pero al tiempo no saber los nombres de nadie. Había alcohol en una proporción mayor al número de personas, creo que pregunté en algún punto que porqué tanto licor y me dijeron que el padre de la chica manejaba un club y no notaba cuando Ana o Mariana o Julieta tomaban botellas de allí.
Tanto Gabriel como yo nos integrábamos bien con cualquiera que quisiera hablarnos pero sin separarnos. Creo que en los hombres también hay cierta dependencia al momento de estar con más gente en una reunión. Eran cerca de las doce de la noche y el ambiente ya estaba bien prendido, habían parejas besándose como si no hubiera mañana, un par de chicas llorando mientras hablaban incoherencias entre ellas, varios chicos abrazados entre ellos cantando a grito herido las canciones rompecorazones que ponían.
Entonces la chica Ana o Mariana o Julieta hizo la pregunta del millón.
—¿Jugamos a la botella?
Seis chicas, ocho chicos en círculo sentados en el suelo luego de retirar los muebles. Estábamos intercalados, Gabriel quedó a tres personas de distancia; ninguno de los presentes estábamos en los cinco sentidos. Yo ya estaba ebrio, lo suficiente para ver borroso pero no tanto como para caerme al caminar. Todos reían sin siquiera haber empezado a jugar. Ana o Mariana o Julieta estaba más sobria que nosotros y tomó la voz antes de empezar.
—Al que la botella apunte, lo deben besar —explicó con voz pastosa. Las risas acudieron—. Chico o chica, no importa. —Hubo un silencio de expectativa—. ¿De acuerdo? Si alguno no cree poder, que no juegue.
Había un par de amigos frente a mí y se miraron por encima de la chica que tenían en medio y se hicieron gestos burlones mandándose picos al aire con actitud afeminada. Me reí de eso y ninguno se levantó, todos iban a jugar.
La primera fue Ana o Mariana o Julieta, su botella apunto a un chico flacucho que estaba una chica más allá de mí. Ambos reían como locos pero se besaron, fue un contacto de dos segundos y luego cada uno tomó un trago. Luego fue ese chico que había molestado con su amigo y le salió la chica de pelo negro junto a mí, fue igual el beso.
Pasó la chica de pelo negro y le salió Ana o Mariana o Julieta, las risas fueron estridentes pero el beso se llevó a cabo con uno de los morbosos tomando una foto. Parecía normal, nadie dijo nada.
Para que Ana o Mariana o Julieta no repitiera, fue una chica castaña y le salió Gabriel, todos rieron. Yo no reí. Enderecé la espalda y apreté los puños involuntariamente sobre mis rodillas, la chica estaba justo junto a él así que solo bastó doblarse un poco al lado. Gabriel sonreía. Le sonreía a ella.
La chica ebria se inclinó y lo beso, también uno o dos segundos, labios juntos y el juego siguió. Le tocaba a Gabriel y giró la botella luego de un sorbo que bebió. Yo estaba enfurruñado mirando al techo gritándole a mi subconsciente que eso no eran celos, bebí de mi vaso y noté que me miraban. Todos, incluida la Ana o Mariana o Julieta me observaban y bajé las vista. La botella me apuntaba.
Toda batalla en mi interior se disipó para dar paso a una nueva. A esa que no me tenía preparado para Gabriel que se acercaba a trompicones para llegar a mí. Todos reían más y más, señalaban a Gabriel y luego a mí y luego reían más. Él también reía aunque no supe si para tapar la incomodidad o solo a causa del licor. Tuve apenas cuatro segundos para asimilar lo que pasaba, solo era un juego pero iba a pasar y era una locura y estaba mal pero gracias al licor y a una estúpida botella, iba a pasar.
Por mi mente pasó la reciente imagen de Gabriel besando a esa chica castaña y me dió rabia. Admito que me enojé y la busqué con la mirada un momento antes de tener a Gabriel sobre mis labios.
Todos dejaron de reír, ¿o yo dejé de escucharlos? ¿o de verdad se callaron? No lo sé, pero sí sé que cerré los ojos, tras el velo de mis pupilas solo estaba mi amigo. Sus suaves labios con sabor a alcohol me invadieron dos segundos, de la impresión mantuve la mandíbula apretada y los labios quietos y no pensé que en serio hubiera pasado hasta que se separó y sentí el frío de la ausencia.
El volumen de las risas volvió y mi mente emigró de vuelta al círculo de adolescentes que nos rodeaban. Gabriel ya había vuelto a su lugar y reía mucho también, ni siquiera me miró y nadie podía ser consciente del huracán que se llevaba a cabo en mi interior. Medio atontado por todo, giré la botella al ser mi turno. La parte loca de mí rogaba que los astros estuvieran a mi favor y apuntara a Gabriel pero eso era demasiado pedir a la vida.
Apuntó a la chica junto a mí, una chica rubia y bonita bastante fuera de esa habitación por el grado de ebriedad. Escasamente me enfocó y se acercó con dificultad a besarme. Fue una cuestión de mero respeto haberle seguido el beso porque no quería hacerlo. Su sabor era igual a licor pero se me hizo asqueroso a comparación de mi amigo, sus labios eran más delgados o pequeños, qué sé yo. Ni siquiera me nació cerrar los ojos, ella iba a prolongar el beso y me separé con cuidado. El juego siguió sin notar mi desbalance.
Cuando volví a mi posición busqué a Gabriel con los ojos y lo encontré mirándome pero al unir nuestras miradas, se levantó así no más y se fue. Iba a ir tras él pero la chica junto a mí sí tuvo suerte con los astros y la botella apuntó a mí de vuelta.
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