N u e v e

Siete fichas habían salido y era mi turno. Gris me sonrió con malicia, papá solo miraba la torre con gesto analítico como si calcurara las variantes algebráicas disponibles para la siguiente movida. Diego observaba con la despreocupación de siempre la mesa, esperando solo su turno y posiblemente, ansiando que el juego terminara.

Analicé mis opciones y me decidí por la ficha veintidós que estaba en el cuarto piso de la torre, del lado derecho. La empujé primero un poco hacia el otro lado y cedió, lo que me dio más valor para empujarla con más ganas y en una deslizada más, quedó lo suficientemente salida para halarla por el otro lado. Respiré hondo, sintiendo alivio y papá no quitó la vista del jenga, pues era su turno.

Era domingo y Gabriel me había enviado un mensaje en la mañana de que estaría con su madre, así que decidí quedarme en casa con mi papá; luego de la una de la tarde Diego y Gris llegaron y estábamos desde hacía más de dos horas jugando con las fichas de madera, en esta ocasión, apostando por una pizza familiar para más tarde.

Papá ya había elegido qué ficha iba a sacar y al igual que yo, estaba empujándola suavemente con su dedo índice para retirarla por la parte posterior. La mesita de la sala de mi casa era de un grueso vidrio azulado y sobre ella estaba mi teléfono; poco antes de las tres y cuando papá estaba en su punto máximo de concentración, este vibró con fuerza anunciando una llamada. Papá se sobresaltó y botó toda la torre, desencadenando las risas de todos.

—¡Nos debes una pizza! —exclamó Diego.

—¡Eso no cuenta! Fue ese teléfono, apuesto a que fue trampa de Denny —acusó.

—Es una mera casualidad y sí cuenta —aseguré, levantando mi teléfono—. Nos debes la pizza.

Mientras Gris reía y montaba nuevamente la torre para otra partida y papá y Diego discutían entre risas, me levanté y me alejé dos pasos para contestar, lejos de los refunfuños del perdedor.

—¿Hola?

Hola, hijo.

—¿Cómo estás, ma? Deberías haber venido hoy, jugar con papá es muy gracioso, ¿recuerdas que...?

Luego, hijo —cortó—. Te llamo por Gabriel.

El tono preocupado de mi madre me quitó la risa de inmediato y me hizo enderezar la espalda.

—¿Qué pasó?

Está acá en mi casa. Creo que deberías venir.

—¿Qué hace en tu casa? —exclamé, asustado, mientras con la mano libre intentaba buscar y ponerme mi chaqueta para partir hacia allá de inmediato—. ¿Está bien? ¿le pasó algo en la moto? ¿está herido?

Mi sarta de preguntas alertó a los demás que se quedaron en silencio mirándome con expectativa.

Está dormido. Escucha, Denny... hoy decidió contarle a su madre que es gay y no salió muy bien.

Sentí cómo mi rostro palidecía y tuve la repentina necesidad de sentarme, pero no lo hice. Él no me había dicho nada de querer hacerlo...

—¿Cómo...? ¿qué...?

Ven. Justo ahora está dormido y creo que lo estará por otro buen rato. No quiero hablar de eso por teléfono, pero sí creo que cuando despierte debes estar acá para él. Está bien... físicamente, no te preocupes. ¿Crees que podrías venir?

Ya voy saliendo —aseguré, buscando las llaves del auto de papá.

Hablamos en un rato entonces.

Y colgó. Quería estar ya frente a la puerta de mi madre; las manos me habían empezado a temblar y respiraba con rapidez. Me repetí mentalmente que debía tener calma para poder conducir y por un momento olvidé que no estaba solo. Gris me tocó el hombro, recordándomelo.

—¿Qué pasó?

—Mamá llamó. Gabriel está en su casa, dormido. Parece que le dijo hoy a su madre que es gay y algo malo pasó. —Las palabras me salían atropelladas y pausadas, no saber exactamente qué había pasado me desesperaba también—. Debo irme...

—De acuerdo —dijo papá, levantándose del sillón y perdiéndose por el pasillo que llevaba a su habitación; no tardó ni veinte segundos y volvió con tenis puestos y chaqueta en mano.

—¿Para dónde vas?

—Para donde tu mamá —exclamó, con un tono que decía que le parecía ridícula mi pregunta.

Vi de reojo a Diego que también buscaba las llaves de su moto en el bolsillo de la chaqueta que estaba en el sofá; supuse que se iría a llevar a Gris a su casa.

—Yo puedo conducir, pa, estoy bien.

—Lo sé, pero voy contigo.

—Nosotros los seguimos en la moto —informó Diego mientras Gris asentía y se ponía a su vez una chaqueta.

Todo eso había pasado en unos segundos, como si hubieran coreografiado estar listos para salir y la llamada de mamá fuera una señal de acción. Estuve confuso por unos instantes.

—No es necesario que...

Papá ya iba en la puerta y me interrumpió:

—Claro que sí, Gabriel es de nuestra familia.

Diego y Gris asintieron, de nuevo con ese gesto que me hacía sentir como si lo que decía papá fuera bastante obvio. Pese a eso, ese gesto de apoyo tan lindo me hizo amar más a mi familia de lo que ya lo hacía. No objeté a sus intenciones y salimos de la casa, papá insistió en conducir y Diego nos adelantó en la moto.

Cuando llegamos al jardín de la casa de mamá vi la moto azul de Gabriel y sentí unos repentinos nervios; Diego y Gris ya habían llegado y esperaban frente a la moto de mi hermano, abrazados.

Todos teníamos llaves de la casa de mi mamá y fue papá quien usó la suya para entrar. Avanzamos unos pasos y mamá salió a nuestro encuentro, ella se acercó a saludar a papá y a mi hermano pero yo me desvié de inmediato con la intención de subir a buscar a Gabriel; no fue necesario, lo vi en el mueble de la sala acostado y acurrucado casi en posición fetal; lucía calmado pero sus ojos estaban hinchados y aunque su gesto general era de paz, su semblante decía que tenía de todo menos paz en la mente inconsciente.

Decidí dejarlo descansar e ir a ver a mamá. Llegamos todos a la cocina y cerramos la delgada puerta.

—¿Qué pasó, ma?

—No me dijo mucho; estaba muy alterado cuando llegó. Me dijo a pedazos, o al menos le entendí a pedazos; algo de que su madre se puso furiosa y le dio una cachetada y algo de una cadena y creo que le dijo que se fuera de la casa... le di un té con valeriana. Dormirá otro buen rato.

"Su madre se puso furiosa y le dio una cachetada", eso era lo único que había captado completamente de sus palabras. Le había dicho y ella lo tomó a mal. Dios, me sentí terrible por no haber estado ahí para él; mis padres lo habían tomado tan bien que ilusamente había considerado en esas ocasiones en que el tema llegaba a mi mente, que así sería con su familia también.

—No tenía que haberle dicho aún —murmuré, ausente.

—No es su culpa, hijo —objetó papá—. Debió de pensar que era momento de hacerlo. En general no debería ser obligatorio decir eso en voz alta ya que no es relevante, pero bueno...

—No todos los padres piensan igual —añadió Gris—. Pobre Gabriel, me siento tan mal por él.

Pasé mis manos por mi cara, sintiéndome la verdad un poco inútil por no haber estado esperándolo afuera de su casa o por no llamarlo... aunque yo no sabía nada.

—Hijo —llamó mamá. La miré y noté que tenía mi vista algo nublada—, Gabriel te necesita entero en este momento. No te atormentes con los por qués, solo espera a que despierte y dale un abrazo, háblale; si te ve furioso o triste igual a él, no servirá de nada.

—Es que... —empecé a hablar pero un nudo en mi garganta me hizo detenerme en una pausa de varios segundos ante la mirada de todos— es que no entiendo, ma. No entiendo por qué... por qué su madre es así... o cualquiera... no logro entenderlo.

—Es gente estúpida —replicó Diego. Gris le dió un codazo, él ni se inmutó—. Me vale un cuerno si es la madre de Gabriel o incluso algún familiar mío. Si hacen eso son gente estúpida, punto.

—Lo que él quiere decir... —comenzó Gris.

—Quise decir lo que dije: gente estúpida —cortó él sin expresión en su voz.

—Es que no podemos entender la mente de los demás —siguió ella, ignorándolo— y tampoco podemos controlar su manera de pensar. No sabemos cómo fue la crianza de esa señora y por lo mismo no podemos juzgar su forma de razonar.

Gris era calmada, tranquila y en lo posible conciliadora; Diego era directo, crudo para criticar y sin miedo de su opinión. Mundos opuestos.

—Eso no es excusa —rebatió de nuevo mi hermano, esta vez mostrando ira—. Nosotros jamás hemos tenido a un homosexual en la familia y aún así amamos a Denny. Ni mi mamá ni mi papá nos hablaron nunca de los gays y también íbamos a la iglesia donde decían con frecuencia o insinuaban lo que "estaba mal" de acuerdo a ellos o incluso, sacando el lado religioso, tenemos familiares y conocidos que son una mierda de personas al momento de juzgar a los demás. Todos acá somos católicos, todos acá conocemos distintas personas y nos criamos con el resto de gente y eso no nos impidió la indiferencia por la forma de ser de Denny. Si esa señora piensa que está mal aún cuando es su hijo quien es gay, el problema es su estupidez, no su crianza.

El silencio reinó por unos segundos en que todos observábamos a Diego furioso y luego todos me observaban a mí preocupado. Esta vez no hubo codazo de Gris ni reprimenda de mis padres por sus palabras (como había a veces cuando Diego resultaba sumamente imprudente), solo había seriedad.

—Tu hermano quizás no es el mejor expresando las cosas —dijo finalmente papá—, pero tiene razón en lo que dice. Tal vez no con esas palabras, pero sí tiene razón.

—Yo debí estar ahí —me lamenté.

—Es probable que él sintiera que debía hacer eso solo —aventuró mamá—. A veces es necesario cruzar ciertos obstáculos solo, algo así como que...

—Forjan el carácter —completó papá—. Deberías estar orgulloso, Denny. Poniendo de lado el resultado, Gabriel tuvo el valor de hacerlo y no puedes pensar que lo hizo solo por él.

Gris estiró la mano sobre la encimera en la que estábamos alrededor y tocó mi antebrazo.

—Te ama mucho y lo hizo por los dos. Ya lo hecho, hecho está y si su madre piensa así, insultando o reclamando no vamos a conseguir nada. Ahora solo necesitas estar para él... y asegurarte de que sepa que nosotros también lo estamos.

Era como si todos tuvieran algo qué decir pero mi oído no se esforzaba en dejarme alguna palabra en el cerebro, simplemente pasaban de largo. Cuando yo hablaba, lo hacía distraído, como si no estuviera nadie allí y solo fuera yo con mis inútiles preocupaciones y conclusiones. Unos segundos después, dije de nuevo para mí mismo pero en voz alta:

—Su mamá lo echó de la casa...

Me solté del contacto de Grishaild y caminé en el pequeño espacio de tres metros de la cocina. Diego soltó un resoplido y abrazó a Gris, que a su vez pulía una mueca de incomodidad pero que intentaba disimularla más que él.

—Salgan —pidió mamá, dirigiéndose a ellos dos—. Hay muchas malas energías en este momento.

Gris me miró, como pidiendo mi permiso.

—Sí, salgan un momento. En un rato se me pasa —prometí sin convicción.

Salieron sin negarse al patio trasero y por la puerta de cristal los vi alejarse un poco hasta el límite del lugar, donde tomaron asiento en el césped. Volví a mi silla y apoyé los codos en la encimera, escondiendo mi cara entre mis manos; creo que en la lista de las veces que he estado frustrado, esa vez es una de las más destacables.

Mantuvimos el silencio por varios minutos, me preguntaba qué íbamos a hacer ahora porque lo que sea que hubiera pasado, era cosa de ambos y no solo suya. Deseaba hablar con Gabriel y que me contara todo rápido pero también deseaba dejarlo dormir hasta el otro día porque sabía que despertarlo suponía hacer que él recordara todo con nitidez.

Sentí la mano de papá en mi hombro y levanté la cabeza, enfocándolo. Él miró a mamá e hice lo mismo, entonces ella me sonrió con una de esas muecas que prometen que todo estará bien durante una desgracia aún cuando el huracán parece revolver todo alrededor.

—Te haré una pregunta algo incómoda —soltó. Tenía la mente en tantas cosas que ni siquiera me inmuté ante su tono ni me puse nervioso, solo asentí—. ¿Qué sientes por Gabriel?

Esa pregunta era la última que esperaba y me agarró desprevenido.

—¿Qué?

—Ese muchacho está pasando por un mal momento, Denny, y es algo que necesitamos saber para proceder —respondió mi papá, por un momento pareció que le leía la mente a mi mamá porque a todo lo que decía, ella asentía, dándole completamente la razón. Me pregunté si en algún momento mientras yo estaba distraído cuchicheraon sobre el tema para estar de acuerdo al hablar.

—No entiendo qué tiene que ver.

—Bueno, más específicamente queremos saber algo —puntualizó mamá—. ¿Gabriel es uno de esos noviazgos que tienes de joven pero con quien no aspiras a un futuro? A como está él en este momento te necesita... nos necesita. Sin embargo debemos saber hasta qué punto prestar ayuda, y eso se define entre si es un amor de juventud, en cuyo caso le daremos la mano para que se levante de nuevo porque le hemos tomado aprecio y no somos inhumanos. O si en cambio...

—No es un amor de juventud —interrumpí convencido—. Tú siempre has dicho que nunca podemos saber qué depara el tiempo y las circunstancias, ma, pero si me preguntas hoy te puedo decir con toda la seguridad que Gabriel estará conmigo en esta vida.

No me tembló la voz para decirlo pese a que estaba frente a mis padres y eso podría resultar incómodo. Respiré hondo y vi que ambos me sonreían con un gesto de los labios pero de tristeza en los ojos.

—Está bien, entonces le daremos más que una mano —afirmó papá—. Habla con él, que te diga qué fue lo que le pasó con su madre. Si realmente, y perdón si suena muy frío, está sin casa en este momento, puede quedarse con nosotros. Puede ser en nuestra casa, en otra habitación —hizo énfasis en esa condición—, o acá donde tu madre hay una habitación disponible. Y sé que si le dices a Diego, él no te negará el espacio que tiene en su apartamente, aunque es más pequeño.

—¿En serio?

—Gabriel y Gris los hacen felices a ustedes dos. —Mamá dulcificó la voz y se acercó para abrazarme—. Y ustedes dos son nuestro tesoro más grande, lo que sea que los haga felices, nos hace felices a nosotros y así mismo, les daremos apoyo siempre que lo necesiten. A cualquiera de ustedes. Las nueras y los yernos son como hijos con otra sangre, pero hijos al fin y al cabo. Y en tu caso, bueno, tanto Gabriel como tú ya son hombres grandes y confío en que tienen la capacidad de tomar decisiones y saber qué quieren hacer con su vida y si está en nuestra mano colaborar a eso, acá estamos.

Abracé a mi mamá y luego a mi papá; me sentí más tranquilo luego de sus palabras y agradecí una vez más por las personas que tenía en mi vida.

—Gracias. No tienen idea de cómo les agradezco lo mucho que hacen por mí.

—Lo cobraremos cuando seamos viejos y deban mantenernos —dijo papá, haciéndonos sonreír a los dos—. Y si no lo hacen, la culpa se los comerá vivos.

Los ánimos en la cocina se calmaron un poco y mi hermano y Gris entraron. Hablamos de lo mismo, de Gabriel y del techo que posiblemente necesitaba; sin preguntarle, Diego ofreció su apartamento y aunque no lo esperábamos, Gris también dijo que a su madre no le molestaría en absoluto albergarlo por un tiempo si le contaba el motivo de irse de su casa.

Cuando marcaron casi las cinco y Gabriel no despertaba, Gris dijo que debía volver a casa y Diego dijo que podía llevarla; cuando les aseguré que íbamos a estar bien, se despidieron y se fueron. Papá se despidió también un rato después y mamá me dijo que estaría en su habitación lo que quedaba del día y que con ocasión única, dadas las circunstancias, podía quedarme con Gabriel en la habitacion de huéspedes esa noche. Accedí complacido y tras comer algo ella sola, se fue al segundo piso.

Volví a la sala donde Gabriel dormitaba aún, eran cerca de las siete y encendí una sola lámpara de mesa para iluminar un poco el lugar, temía que si encendía todas las luces lo molestaría al despertar... si es que despertaba pronto.

Su cuerpo, ahora estirado, ocupaba todo el mueble de tres plazas y me senté en el suelo alfombrado, cerca de su pecho y apoyando mi codo en un cojín, me dediqué a mirarlo en silencio luego de acomodarle la cobija que mamá le había dejado. Cada tanto inspiraba y exhalaba profundamente para luego retornar a su respiración regular y acompasada. Subí mi mano y toqué suavemente su mejilla, luego acaricié su cabello corto sin dejar de observarlo.

Estuve así por más de cuarenta minutos hasta que pareció empezar a despertar. Por un segundo pareció no recordar dónde estaba y se sentó de golpe.

—Soy solo yo, tranquilo.

Ni siquiera me miró, creo que seguía medio dormido. Se recostó una vez más y de forma involuntaria, le subí de nuevo la cobija.

—Hola.

Su voz sonó muy aspera, seca y lejana; estiré mi mano al vaso con agua que había dejado listo en la mesita de centro y se lo tendí. Bebió todo el contenido de un sorbo y pareció mejorar un poco su semblante.

—¿Cómo te sientes?

—¿Cómo me veo?

Se veía terrible, tenía una desolación en las pupilas indisimulable y eso sumado a su estado medio somnoliento, le daban un aspecto de zombie. Busqué su mano y estando yo aún sentado en el suelo, la tomé. No me sonrió, no me miró, nada.

—¿Quieres hablar de eso? —No contestó; es más, parecía que ni me escuchaba o que me ignoraba deliberadamente. Apreté su mano, pero seguía sin moverse con su mirada perdida en la pared cercana—. Oye, mírame —rogué. Nada—. Gaby, mírame.

Cuando al fin volteó la cara, tenía los ojos invadidos de lágrimas.

Me incorporé y me senté en un pequeño espacio del sofá que quedaba al lado de su cuerpo para luego abrazarlo con fuerza. No movió sus brazos para nada pero su mentón sí se apoyó en mi hombro; sollozó débilmente y percibí cómo sus lágrimas bajaban mojando mi camiseta.

—Me odia —susurró. Sabía que se refería a su madre—. Me odia mucho.

—No te odia. Solo fue...

—¡No! —Me alejó de repente y se sentó más erguido—. Me odia, Denny y todo por ser... por... ¡Maldición! Si tanto problema iba a ser, no entiendo por qué tuvo que ser así.

—¿Qué cosa?

—¡Yo! Si tanto mal iba a hacerle a mi mamá, ¿por qué tuve que ser así? ¿por qué amarte?

—¿Y por qué no? —respondí, dolido pero seguro de mis palabras—. Tú mismo me lo dijiste, nuestro amor es sano, es puro, así que ¿por qué no puede ser?

—¿Aún lo preguntas?

—El que unas personas no estén de acuerdo, no quiere decir...

—Eso lo dices porque todos en tu familia parecen quererte aún con todo —farfulló—. ¿Pensarías lo mismo si tu mamá te hubiera dicho que dejes de llamarla mamá, o si te hubiera dicho que eres una vergüenza para tu padre?

Gabriel no estaba hablando, era su dolor quien lo hacía y decidí callar porque lo último que quería era discutir más con él. No necesitábamos eso. Él también calló y no me miró más por un largo rato. Las sombras nos cubrían a medida que la noche entraba más allá afuera, ni siquiera había luz de luna, solo la precaria luminosidad de la bombilla de la lámpara.

—Te amo —susurré rato después—. Y lamento lo que pasó.

Suspiró.

—Lo sé. Y perdón por lo que dije, tú no tienes la culpa de nada. —Restregó sus ojos con sus palmas, haciendo que estos se hincharan más pero al menos no había más lágrimas—. Es solo que no sé qué hacer ahora. Nunca pensé que mi mamá me diría todo lo que me dijo.

Acerqué mis manos a sus mejillas, acunando su rostro y le di un beso corto, lento y significativo. Siguió sin mover sus manos para nada, era como si su cuerpo estuviera ajeno a su mente pero sus labios sí me correspondieron.

—Cuéntame qué pasó.

—Me dijo que yo estaba enfermo —admitió luego de una larga pausa—. Que ella no había criado a un hijo gay, así que yo ya no era su hijo... —Su voz se rompió y apretó la mandíbula un momento antes de continuar—. Me quitó la cadena de mi papá, Denny. Dijo que yo no la merecía porque estaba deshonrando su nombre al cargarla.

Involuntariamente, él pasó su mano por su cuello. Esa cadena lo acompañaba cada día, casi a todas horas y yo, que la había tocado varias veces, sabía lo importante que era para él, lo mucho que significaba tener un pedacito de un padre que poco conoció consigo, lo mucho que estaba pegado a esa placa de identificación y ahora, imaginaba lo mucho que le dolía haberla dado.

—Las personas cuando tienen la cabeza caliente dicen muchas cosas, Gaby. Tal vez mañana si hablas con ella, ya más calmada...

—No. Tú no la conoces, si ella dijo todo eso es porque de verdad lo siente. No va a cambiar.

—Tú no estás deshonrando a nadie —le aseguré—. No estás enfermo de nada y si ella piensa que en esa acción de "criarte" solo cabe la preferencia sexual que tienes, es su problema. Como yo lo veo, crió un hombre respetuoso, amoroso, fuerte, determinado y de corazón noble y eso en ningún lugar del mundo produce deshonra.

Asintió y al mover la cabeza, más lágrimas se deslizaron por su mejilla. Las limpió con el dorso de su mano y metió su cara entre sus palmas.

—Ahora no sé qué hacer. En menos de dos semanas es mi graduación y ella obviamente no estará y yo estoy sin techo. No era precisamente como esperaba terminar mi año.

—No estás sin casa. Te puedes quedar acá.

—Sí, esta noche...

—No, cuanto quieras. Ya hablé con mis padres. Cualquiera de los dos o Diego o Gris te pueden dar posada. No te vamos a dejar solo.

—No podría incomodar de esa manera.

—No incomodas, Gabriel. No les pedí que te dieran nada, ellos se ofrecieron, ellos te quieren.

Sonrió por primera vez y reafirmé para mí mismo que lo amaba con todo el corazón.

—Aún así es incómodo —insistió—. No quiero molestar, de verdad. Son tus padres... es decir, niégame que es raro que tu pareja se mude con alguno de tus padres así no más. Vamos, eso nunca se ve, solo somos novios.

—¿Te sentirías más cómodo si te propongo matrimonio? —bromeé.

Sonrió de lado y vi sus ojos, aún hinchados y llorosos pero con un brillito de diversión.

—Puede que sí.

—Cásate conmigo.

—Qué romántico.

—¿Me arrodillo? No tengo anillo, pero tengo comida en la cocina. —Soltó una risa y seguí el juego solo para hacerlo reír; amaba verlo reír. Me bajé del sofá y me puse de rodillas—. ¿Te casarías conmigo? Si dices que sí te preparo algo de cenar.

—Vamos, deja de molestar.

Volví a mi lugar, sentado frente a él y entre risas le tomé de nuevo la mano.

—Pero la propuesta no es tan en broma. —Mi seriedad repentina lo hizo blanquear los ojos y resoplar—. No me molestaría casarme contigo.

—No tenemos ni veinte años.

—Está bien, entonces ¿te casarías conmigo dentro de diez años?

Cruzamos la mirada con seriedad por varios segundos hasta que el ambiente para mí pareció subir un par de grados centígrados. Fue él quien cortó la conexión y soltó una risita.

—Pregúntame en diez años.

—Lo haré, no tengas dudas de eso.

—Mañana debo ir a estudiar —dijo de repente, volviendo la mente al tema principal aunque ya con más calma en su voz—. No sé si debo contarle o no a Luka... no sé ni siquiera qué ponerme, no tengo ropa acá.

—Vamos a tu casa por una muda de ropa. —Me miró como si me hubiera vuelto loco—. Solo entras tú, sacas un poco de ropa y sales.

—Mamá no quiere ni verme.

—Puedes escribirle a tu hermana para saber si está en casa —propuse. Pareció recordar algo importante y su gesto cambió a uno preocupado—. ¿Qué?

—No sé cómo se lo tome Natalia. No sé si mamá ya le contó. No sé nada.

—Eso suena a una frase que yo usaría.

—Eres contagioso.

—Escríbele entonces. Habla con ella por mensajes a ver qué te dice, ¿te parece?

Lo consideró un buen rato y se palpó los bolsillos hasta dar con su teléfono.

—Sí. De todas maneras no creo que puedan secuestrar mi ropa.

—Eso es. Voy a prepararte algo de cenar entonces, estaré en la cocina.

Me iba a levantar pero su brazo me haló y de nuevo quedé a su lado, esta vez sí me abrazó y me besó con entrega, como si con un beso pudiera decirme todo lo que sentía por mí. Y sí podía.

—Olvida la pregunta de por qué amarte —musitó—. Hay cientos de motivos para hacerlo y cada día se suman unos nuevos.

—¿Cuál se sumó hoy?

—El hecho de que dentro de diez años estaré comprometido.

Los siguientes y escasos acontecimientos de esa noche los resumiré muy brevemente con el fin de no abrir más heridas en Gabriel cuando lea esto.

Le preparé la cena a Gabriel y cuando fui a avisarle que ya podía pasar a la mesa, me di cuenta de que estaba llorando otra vez.

Habló con Natalia por chat y esta le dijo, en resumidas y más decentes palabras, que no quería saber nada de él y que de parte de ella y de su mamá, esperaban que se fuera pronto de su casa.

Acordaron que esa noche ella le iba a poner dos mudas de ropa en la maleta del colegio y que Gabriel iría por ella (y eso hicimos cerca de las nueve de la noche), y que el resto podía él mismo ir a empacarlo el lunes o el martes en el horario en que ellas no estuvieran allí.

Gabriel y yo cenamos, mamá bajó un momento y solo le dijo que lo quería mucho y él le agradeció la hospitalidad; mi madre no quiso hablar más del tema porque se notaba lo agotado y triste que estaba él. Luego de llegar de su casa con la ropa, nos acostamos en la cama de la habitación de huéspedes y Gabriel lloró más. Le pregunté el motivo de no acudir a mí primero luego de todo lo que pasó y aseguró que odiaba que yo lo viera triste o débil y ese ánimo de preocuparse por mí, me hizo enamorarme más de él.

Cerca de la medianoche, estábamos solo viendo una película pero ya parecía más calmado... o resignado.

Su celular vibró un rato antes de que marcaran las doce y lo tomó sin muchos ánimos. No curioseé sobre qué era, pero al parecer era un mensaje. Primero pensé que eran más cosas hirientes de parte de su hermana, pero cuando lo vi sonreírle al teléfono, lo descarté. Tardó poco más de cinco minutos leyendo en su pantalla, lo que me pareció extraño porque fue mucho tiempo, pero al acabar, tenía una sonrisa en los labios y una pizca de emoción en los ojos.

—¿Qué es? —Me fue imposible no preguntar—. Te puso contento.

—¿Sabes quién más aparte de ti tiene el cielo ganado por su bondad? Tu alma gemela.

Me tendió el celular y busqué; era un mensaje laaaaargo de Gris que a medida que leía, me hacía sonreír también. Le decía a Gabriel que fuera fuerte, que la tenía a ella si necesitaba ayuda, que no fuera a dejar que las opiniones ajenas lo alejaran de mí, le decía con descaro (supongo que pensó que yo no vería el mensaje) que yo me desvivía por él y que con su capacidad de sentir las emociones ajenas, podía jurar sobre la Biblia que no conocía amor más puro que el nuestro, que valía la pena luchar por él y que los obstáculos solo harían más fuerte nuestra relación.

Puede decirse, que de modo paralelo, también me enamoré más de Gris esa noche. En especial cuando leí el último párrafo de ese extenso mensaje:

La vida se ha movido siempre más por los amores prohibidos que por los que son aceptados.

Hoy son ustedes a quienes la sociedad quiere separar pero hace cincuenta años era a una pareja de mujer blanca y hombre negro o visceversa; hace cien años, por las religiones que pudieran tener; hace doscientos años era por las parejas de distintas clases sociales y hace casi quinientos, en las épocas de Shakespeare, era por el apellido que cargaban los amantes. (Aclarando primero que no soy fan de ese romance específico, diré lo siguiente).

Si Romeo y Julieta pudieron tener un amor prohibido que hasta el día de hoy es recordado, ustedes pueden tener un romance que inspire a otros mientras lo mantengan fuerte. Romeo y Julieta murieron, pero murieron amándose locamente y esa es la forma más honorable de perder la vida. No quiero ni espero que ustedes corran esa suerte literal, pero metafóricamente, muérete de amor por Denny que él ya se muere de amor por ti.

Ánimo, Gaby. Te quiero muchísimo; después de todo, eres el amor de la vida de mi alma gemela y no dudes que siempre estaré para ti. ♡ 

¿Por qué amar a Thyfh?
¿Y por qué no? >:v

Se está acabando esta noveeeeela ♡

Cuéntenme qué les pareció el capítulo, dejen la timidez y comenten >:v

Oigan, se acerca San Valentín y vamos a hacer un especial de ediciones en Instagram, ¿qué escena de Limerencia creen que sea digna de ir en un especial romántico? 7u7

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