D i e z

¿Sabes qué es peor que tener un crush no correspondido? Que te invite a una cita doble con una chica que le guste y una amiga.

Sí, eso es una real mierda.

¿Pero sabes qué es aún peor? Que esa amiga sea la hermana del dicho crush.

Natalia es su nombre, compartía el mismo tono moreno de la piel de Gabriel y su cabello también era negro, con la diferencia de que sus ojos no eran negros sino cafés, más echando a verdes. Muy lindos si soy sincero, sí, muy lindos. Un año menor que Gabriel y considerablemente más bajita.

Fuimos al cine. Simplemente al cine. No soy egocéntrico ni nada, todos pueden dar fe de eso pero estoy seguro de que yo le gustaba mucho a esa chica y eso me hacía sentir mal.

—No te había visto nunca —dijo antes de que la película empezara—. ¿Hace cuánto conoces a mi hermano?

—Uno o dos meses —dije.

Gabriel hablaba animosamente con Caroline, la amiga de Natalia que al parecer le gustaba. Sonreía y se notaba que le coqueteaba. No podía hacer nada, ¿qué iba a hacer? ¿una escena de celos? No, eso ni siquiera a una chica, la dignidad primero.

Natalia llamó mi atención en medio de la película, muy disimuladamente y acercándose a mi oído. Ladeé la cara a ella pero sin quitar los ojos de la pantalla y me susurró que girara. De confiado, lo hice y me besó. No supe cómo reaccionar, solo me alejé automáticamente y le sonreí en disculpa, ella no tenía vergüenza alguna en su rostro y seguía coqueteando. No podía ponerme a reclamar en medio de la película pero tampoco podía hacer de cuenta que nada pasó. Además, una chica hermosa me estaba besando, ¿por qué tendría que quejarme?

Gabriel y Caroline estaban en la fila arriba, justo encima de nosotros y temía voltear a mirar para encontrarlos besándose. Opté por volver los ojos a la película y escudarme en mis palomitas.
No quería ser grosero pero la chica parecía un chicle y ya me estaba fastidiando. Lo peor del asunto era que no podía reclamar nada porque era la hermana de Gabriel. ¿Qué habría pensado? A nadie le gusta que rechacen a su hermana.

Mi punto límite fue cuando saliendo de la sala intentó agarrarme la mano para entrelazarla. La retiré como si me hubiera picado un bicho y fue tan abruptamente que Gabriel y Caroline voltearon a ver. Natalia se sonrojó y me miró mal y yo me excusé que iba a ir al baño. Esperaba que pudiera huir por una ventana o algo similar, pero no. No pude hacer eso.

Respiré hondo y decidí salir y actuar como si nada, sin embargo Gabriel estaba solo. No pude evitar suspirar de alivio pero al mismo tiempo mirar en ambas direcciones esperando no encontrar a su hermana.

—¿Y Caroline?

—Se fue con Natalia. Es obvio que no querías estar con ella —masculló.

—Lo siento.

Estaba sentado en una banca frente al puesto de helados y se levantó. Había rencor en su rostro y supe que se había ofendido o al menos molestado por haberle dañado la cita con su chica. Se paró frente a mí y creo que se enderezó porque por un segundo lo vi casi igual de alto a mí, me pregunté si normalmente se encorvaba.

—La besaste.

—Ella me besó a mí —rebatí en voz baja—. Como sea, lo siento. Dile a tu hermana que lo siento.

—No quiero verte ahora.

Se fue dejándome a mitad del cinema mirando cómo se alejaba. A mí me ofendería que rechazaran a mi hermano en mis narices así que lo entendía, pero no por eso me sentía mejor.

Diego ya había llegado y esa noche estuvo conmigo. Se mudaría a su apartamento el veintidós de diciembre, unos días después de que fuéramos mayores de edad.

—¿Qué hiciste hoy? —preguntó.

—Ya sabes lo que hice.

—Sí, una cita. Digo, aparte de eso ¿qué hiciste? Estás preocupado y enojado.

—No hagas eso. Deja de leer mis emociones.

—No es mi intención, solo quiero...

—Estoy bien, ¿de acuerdo? No debes descifrar hasta la más mínima parte de mi existencia.

Era la primera vez que le respondía de esa manera y otorgó silencio. Sentí la cama superior moverse al él acomodarse y no se dijo más. No volvió a preguntarme si algo me pasaba por mucho tiempo luego de esa noche.

A veces la mente de un adolescente debe abarcar más de lo que puede. Y no siempre somos conscientes de ello. Me preguntaba, ¿Por qué me sentía solo? ¿O incomprendido? ¿O perdido? Ya había escuchado esa célebre frase de «No todos los que vagan están perdidos» pero sentía que conmigo era diferente. Yo no vagaba, yo sabía dónde estaba, con quién estaba, pero aún así estaba perdido.

Llegar a la adolescencia es como arribar a una isla desconocida pero conocida; sabes cómo se llama: «Pubertad», sabes dónde está y por qué está ahí pero no sabes qué acarrea o qué sorpresas trae.

Están los cambios físicos, emocionales, hormonales e incluso psicológicos y quería saber si era por eso que nos sentíamos incomprendidos. Es como que si no hay nadie que sufra exactamente los mismos cambios que tú, la sensación de que nadie entiende se hace presente. Y estaba solo, no tenía con quién hablar abiertamente más que lo que escribía o pensaba... o bueno, sí lo tenía: tenía a Diego pero hay cosas que simplemente son inconfesables en voz alta a quien sea y mis dudas lo eran.

O eso sentía.

Me pregunté si todos los seres humanos, a su manera, sentían que navegaban sin rumbo en algún momento. Quería pensar que sí pero entonces quería saber cómo habían salido de ese naufragio sin salir heridos en el intento. Lo veía como imposible.

Al segundo día de mi cita con la hermana de Gabriel, recibí un mensaje de él.

Vamos a un bar que conozco al que te dejan entrar.

Eso fue todo y yo ya me estaba alistando para ir. Él ya era mayor de edad, pero a mí aún me faltaban unos días para serlo.
Unos callejones nos recibieron e intenté ocultar el miedo que eso me producía, por un segundo desconfié de Gabriel y pensé que iba a vender mis órganos. Finalmente en una puerta grafiteada, gruesa y de color opaco nos abrieron paso a una discoteca clandestina que emanaba luces azules. Estábamos relativamente lejos de casa, eso sí lo sabía por lo largo del trayecto.

—Se llama La purga —informó mientras nos adentrábamos. Estaba ocupada en su gran mayoría por jóvenes desde los quince hasta los veinte más o menos.

—Está genial.

Eso era cierto. El ambiente era muy bueno, era grandioso y la música invitaba a bailar. Empezamos con los tragos y él sacó a una chica a bailar y yo a su amiga. Bailar es genial, siempre me ha encantado y se me da bien. En todo el camino hacia ese club Gabriel no habló casi nada y dudaba de si debía preguntarle por su hermana o no; decidí no hacerlo.

Ambos sudábamos a pesar de habernos quitado la chaqueta. El licor me quitaba las preocupaciones normalmente pero cuando vi a Gabriel restregándose con su compañera de baile, sentí ira. Ni siquiera con él, sino conmigo por ser tan estúpido de sentir eso. Fui egoísta, lo sé pero me acerqué a besar a la chica y a pesar de que ella estaba más sobria, se dejó hacer.

Besaba bien, supongo. Enredaba sus manos en mi cabello y en otras circunstancias debería de haberme excitado como cualquier hombre haría, pero solo era consciente de que me estaba besando con alguien por la cercanía física de esos labios porque no sentía nada de nada. La chica, que ni siquiera sabía mi nombre no yo el suyo, se estaba emocionando más de la cuenta y me separé para ir a la barra. No le importó y siguió bailando.

Bebí tres copas seguidas sintiendo ese desagradable cosquilleo justo después de tragar. El sabor del licor es asqueroso pero la gente lo tolera por su efecto, así era conmigo. Me senté en la silla alta de la barra y no me preocupé por voltear a mirar a dónde estaba mi amigo. Esos últimos y repetidos tragos me subieron el malestar de cero a cien y al intentar ponerme de pie, me tambaleé así que desistí y me senté de nuevo.

—¡¿Qué haces?! —gritó Gabriel sobre el ruido de la música. Traté de enfocarlo aunque sin mucho éxito.

—Tomándome un trago, ¿no ves?

—¡Hablo de esa chica!

Su voz también estaba pastosa y se movía un poco al hablar. Le indiqué la silla junto a mí y negó, pero me hizo un gesto con la mano para que lo siguiera. No objeté y lo seguí.
Nos sentamos en una de las mesas, sus sillas eran acolchadas y más bajas, por ende, más cómodas.

—¿Y ahora? —inquirí. Gabriel se acercó para hablarme de cerca y que pudiera escuchar.

—¿Qué hacías con esa chica?

—¿La... besé?

—¿Pero por qué?

Me encogí de hombros y tomé otro trago de los dos que había llevado a la mesa. Él hizo lo mismo y pasó su brazo por mi hombro, en confidencia, como cualquier par de amigos con licor en el sistema. No me importó.

—¿Por qué la besabas? —articuló con su boca cerca de mi oído. Se alejó para que yo respondiera y me acerqué a su oído igual.

—Perdón, tu hermana no me gusta. La chica esa tampoco, pero aclaro que Natalia tampoco. Ni ella. —Señalé a la pista donde estaba esa chica. Repetía todo como un loro mojado—. Ni tu hermana, ni su amiga. Ni Kelly, ni Sandra Valente, ella es una zorra. Ni tu hermana. Lo siento, aunque ella es muy bonita.

Me alejé y tomé mi otro trago. La luz casi no llegaba a nuestra mesa pero el retumbar de la música sí era potente. Gabriel negaba con su cabeza agachada, creo que más para sí mismo. Estaba bastante llevado por el licor. Me dio un subidón de atrevimiento y me acerqué para preguntarle:

—¿Vas a invitar a salir a esa chica? —Levanté el dedo para señalarla pero no la ubiqué en la multitud. En realidad no ubicaría a nadie con lo borroso que veía.

—No sé cómo se llama. Dime por qué besabas a esa.

—Porque sí. —Hipé y tomé dos segundos para recuperarme—. Tu dijiste que eso era una «estupidez», que haríamos muchas en las fiestas y pues... eso. Fue un beso, no significa nada.

Pasó sus manos por su corto cabello y me tomé la libertad de abrazarlo como él había hecho hacía unos segundos.

—¿Una estupidez? ¿Por qué no cometes una estupidez conmigo en vez de con esa?

Levanté la mirada y muy a duras penas pude mirarlo a los ojos buscando la burla que lo caracterizaba. No la había. ¿Habría escuchado mal? ¿El licor actuaba en mi contra?

—No entiendo —confesé. Quizás mi imaginación me jugaba una mala pasada.

—¡Que no la beses a ella! ¡Bésame a mí!

No importaba si era un chiste o un efecto secundario del alcohol, no iba a desaprovechar eso. Ya estábamos lo bastante cerca para que bastara un ligero impulso de mi parte así que no lo dudé ni un minuto.

Cerré los ojos en gran parte porque temía que me rechazara a último momento pero no fue así, llegué a sus labios y sin mover mi brazo de su hombro lo besé. Mis barreras de confusión se cayeron cuando subió su mano a mi mejilla apenas acariciando con la yema de sus dedos.

¿Sabes de ese momento en que pruebas un nuevo sabor de helado y piensas «este será mi sabor favorito por siempre»? Eso experimenté al besarlo.

Gabriel era mi sabor favorito.


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