D i e c i n u e v e

El consuelo de Gabriel fue suficiente para sentirme mejor por esa noche y sin embargo tenía deseos de ver a Gris pronto. Gris era como un analgésico contra todo dolor que sabía que me iba a mejorar en cualquier dilema emocional que tuviera, así ella no tuviera ni idea de qué me pasaba. Gris era como un acetaminofén auto medicado.

Luego de ducharme en casa de Gabriel y de despedirme de su madre, llamé a papá y le dije que iría a visitar a Diego; le mentí porque él no conocía aún a Gris y no quería que me presionara para que se la presentara, igual él casi no hablaba con Diego, así que no había riesgos de ser delatado.

—Hola, Diego.

La madre de Gris aún pensaba que yo era mi hermano y no había querido contradecirlo; al principio porque era más fácil y ya después porque pensaba en el incómodo momento en el que me dijera "¿Y por qué no me lo dijeron antes?". No, mejor no, y Gris estaba de acuerdo.

—Buenos días, señora Judran —saludé. Ella me cedió el paso a su casa—. ¿Está Gris? Quisiera hablar con ella.

—Está acostada.

—Pero es casi mediodía —exclamé.

—No durmiendo —aclaró—. Se levantó, desayunó, se duchó y todo pero ella dice que los sábados son para hacer pereza en la cama, así que...

—Oh, entiendo.

—Entra, Diego, debe tener su música en los oídos pero ya conoces el camino.

Asentí agradecido y ella se fue para, lo que supuse, era su habitación. La casa de Gris era de un solo piso así que no había mucho pierde por la ausencia de escaleras o más espacio. Caminé hasta la puerta del final del pasillo y estaba entreabierta, me asomé y de hecho sí tenía sus audífonos puestos pero estaba acostada con sus ojos cerrados. Me acerqué y toqué su brazo, inmediatamente me miró y se incorporó un poco. Se retiró los audífonos.

—Hola, Denny. Qué sorpresa.

—Perdón por no haber avisado...

—No, está bien, siempre eres bienvenido. ¿Cómo estás?

Había algo en su mirada ese día que me decía que no era yo el que debería buscar sentirse mejor, era ella la que estaba mal.

—¿Cómo estás tú?

—Escucha, si vienes a disculparte de parte de Diego, no voy a...

—¿Se pelearon? —pregunté, sorprendido, más que por la pelea, porque Diego no me había contado—. ¿Qué pasó?

—¿Diego no te contó? —Por un momento la vi molesta solo por el hecho de que mi hermano no lo hubiera compartido—. Así de mucho le habrá importado.

Pude ver uno de sus ojos que llegó a aguarse al decir eso y me sentí mal por ella y con odio por Diego. Yo bien sabía que mi hermano era imprudente, insensible y a veces un imbécil, pero esperaba que con ella no fuera nunca así.

—Dime qué pasó.

Suspiró, y se acomodó en su manta azul. Le tomó varios segundos recuperar los deseos de hablar y entonces me contó.

—¿Recuerdas que el sábado pasado estaba enferma y eso porque estaba con Diego en la moto y nos llovió y eso? —Asentí—. Bueno, cuando nos llovió estábamos en un parque y... bueno una cosa pasó y otra, el caso es que llegamos a su apartamento y me contó que no podía... ¿leer? mis emociones y eso... —Hizo una ligera pausa, ordenando las palabras—. Algo así de que yo lo bloqueaba y que quería saber por qué, así que me preguntó. Obvio yo no tengo ni idea, es más, ni sé cómo funciona eso del don de tu hermano o el tuyo o si solo están dementes...

—No estamos dementes —aseguré—. Es confuso, sí, pero una vez que lo entiendes es muy simple, de hecho. Te diré... Diego es testarudo y orgulloso, siempre se había sentido especial por poder saber cómo se sienten los demás y entonces llegas tú y pues... eso, no puede sentir nada de nada por ti y lo estresa, ¿entiendes? —Gris no cambió su expresión y no supe si me había entendido o no—. Imagina que alguien llega y te pide ayuda con una chica y haces todo lo que puedes para armar el detalle perfecto, pero al chico que te pidió ayuda no le parece. Y sigues intentando y sabes que eres buena en eso y que es perfecto el detalle pero a él sigue sin parecerle, es un cliente insatisfecho y no sabes por qué si hiciste todo bien. Así se siente Diego, simplemente no entiende.

—Pues para ser alguien que lee emociones ajenas, se porta muy indiferente con las emociones de otros —susurró con nostalgia.

—¿Qué fue lo que te dijo?

—Diego no ha sido santo de mi devoción desde que lo conozco y todos lo saben... pero le tomé cariño, igual que a ti. Creo que aprecio a Diego de hecho gracias a ti, y tengo la mala costumbre de querer a quienes no me corresponden. Diego me dijo básicamente que ya "no me necesitaba más" —Hizo comillas con sus dedos—, dijo que solo me quería cerca para saber el por qué de mis bloqueos emocionales para con él, pero que ya sabiendo que no iba a encontrar respuestas, no me quería más.

En ese instante quise tener a Diego cerca, solo para darle un puño y reclamarle por su actitud. Está bien que se resignara a no saber qué onda con Gris, pero ¿tratarla de esa manera? Me pregunté si Diego era consciente del poder de las palabras y de lo que esas tan hirientes podían hacer en el humor siempre bueno de Gris. El tono de su voz era tan roto que casi pude sentir su dolor como mío y odié a Diego. Lo odié totalmente.

—No debes prestarle atención...

—Me dijo que era una ingenua —cortó—, que debía dejar de intentar encontrar bondad donde no la había porque eso era mi perdición y lo que más me molesta es que tiene razón, Denny. Yo siempre busco algo bueno en las personas y aún cuando lo negativo está ahí en mis narices, no hago caso y sigo, creyendo que hay algo mejor.

—Y esa es tu mejor virtud, Grishaild —afirmé. Ella resopló—. Hay una diferencia entre cualidad y virtud; la mayoría de las personas tienen la cualidad de ver primero lo negativo en alguien para así cuidarse a sí mismos; esos son los que automáticamente piensan que alguien mal vestido es un ladrón o que alguien tatuado es un delincuente, ellos son los que necesitan pruebas para quitar los prejuicios y ver lo bueno de alguien. Pero, Gris, pocos tienen la virtud que tú tienes de ver primero lo bueno, lo positivo; tú ves a alguien mal vestido y te sientes mal porque a veces reprochas lo que tienes cuando hay quienes tienen menos; ves a alguien tatuado y no ves delincuencia, sino una historia escrita en su piel. No entiendes lo mucho que vale tu "ingenuidad", Gris, el corazón bondadoso que tienes es el inicio para un mundo mejor. Vales más tú que logras ver una estrella brillante en el oscuro cielo, que alguien que solo ve la nube negra en el día soleado. No puedes recriminarte por ello.

—Dile eso a tu hermano.

Y se recostó de nuevo. No sabía qué más decirle y miré sus manos, en ellas había una flor amarilla así que quise cambiar de tema.

—Qué bonita. —Acerqué mi mano y la tomé, ella no me lo impidió.

Nunca se ha hecho sencillo explicar a un tercero cómo es que funciona nuestro don, es más, acabamos confundiendo a la gente, pero el símil más cercano para entender el mío es el de las voces. Alguien puede estar con los ojos cerrados y reconocer la voz de otro alguien que conoce solo por ese sonido, así ya saben quién es. Así funcionan las energías: son una voz inaudible que me traspasa los poros como los decibelios traspasan los oídos. La energía de mi hermano es una de las más conocidas por mí, así como la de mamá o papá o mis amigos cercanos. La flor amarilla de Gris era artificial y al tocarla me gritó el nombre de Diego a grito entero. Él se la había dado y cuando se la dió sentía aprecio por ella, estaba... diré feliz, para expresar su comodidad en el momento en que la regaló. Luego la voz de Gris resonó más suave proveniente de la flor, pero ese susurro no era feliz, era nostálgico y herido, tal cual como se sentía por la estupidez de Diego.

—Lo sé —dijo.

—¿Dónde la conseguiste?

Sabía que venía de mi hermano, pero quería saber cuándo se la había dado. Tardó quince segundos en contestar.

—La gané en una feria con un peluche.

No quería contradecirla, así que no le dije que sabía que me mentía. Sus razones tendría. Razones que averiguaría más adelante.

Le temía a la llegada del lunes; no quería ver a los ojos a Diana o descubrir que había regado el chisme o que le había contado solo a Joshua y él no querría verme. Temía. Temía. El temor se había vuelto mi sensación involuntaria preferida.

Me fui caminando hasta el colegio para evitar cruzarme con nadie en el bus; ya dentro de las instalaciones de colegio la vi y no pudo sostenerme la mirada, la ignoré. Nadie me estaba mirando más de la cuenta y parecía que todo estaba normal.

Todo fue normal hasta después de clases cuando tuvimos entrenamiento de baloncesto. Curiosamente no vi a Joshua en toda la jornada, no sé si me evitó o si realmente no fue a estudiar, no compartíamos muchas clases, así que nunca lo supe, pero en el gimnasio, ahí sí estaba.

Nos pusieron a calentar trotando alrededor de la cancha. Alcancé a Joshua.

—Hey.

El primer indicio de que algo sucedía pudo ser su indiferencia.

—Hola.

—¿No estuviste en clases?

—Sí, estuve en todas... —respondió, ya jadeante por el ejercicio.

Aceleró el paso, dejándome atrás. Yo sabía lo que pasaba y aún así, mi orgullo me obligó a acelerar también y escucharlo de su propia voz.

—Oye, ¿qué te pasa? —espeté, a su altura.

—Nada.

En el transcurso de la cancha que debíamos recorrer, pasamos por la puerta que daba a los vestidores. Lo tomé con fuerza de la camiseta y lo halé adentro, saliéndonos ambos de la cancha. El entrenador ni siquiera estaba allí mientras calentabamos, así que no importaba.

Estando ya a solas, Joshua se soltó de mí y se ubicó a un metro de mí, no intentó irse, pero tampoco decía nada.

—¿Y entonces? —exigí—. ¿Qué te pasa? ¿Hablaste con Diana?

—Sí.

—¿Y? ¿No vas a decirme nada y ya? —dije, en voz más alta de lo normal pero no tanto que fuera un grito para que todo el mundo se enterara—. ¿Quieres que te lo diga por mí mismo o qué?

—No.

—Soy gay —solté, con la ira a mil y retándolo con la mirada—. ¿También vas a dejar de hablarme?

Su rostro se sonrojó y desvió su mirada iracunda. Guardé silencio, con el corazón desbocado dentro del pecho y respirando fuertemente.

—Solo déjame en paz —dijo.

Pretendía salir, pero corrí hasta la entrada y me planté enfrente. Joshua se alejó de mí como si tuviera la peor de las infecciones contagiosas. No podía creerlo.

—Somos amigos hace más de un año, Joshua, ¿qué mierda te sucede?

—No sabía que eras gay —excusó.

Una grieta más empezó a abrirse en mi corazón.

—¿Y? Sigo siendo Denny. Sigo siendo tu compañero de baloncesto, el que te aconsejó con Diana, el que te ha sacado de varios aprietos y con quien has pasado muchas tardes compartiendo.

—No es lo mismo... antes eras normal y ahora...

—¿Soy anormal? —completé.

—Eres gay —explicó, exasperado—. No quiero que haya... nada... raro... entre nosotros...

—¿Es una broma, Joshua? Que sea gay no significa que me gustan todos los hombres que se me atraviesen en el camino, imbécil. —Me acerqué dos zancadas y lo empujé contra los casilleros, que sonaron con su impacto. No me devolvió el empujón—. Nada ha cambiado en mí, sigo siendo yo.

—No me voy a arriesgar —aseguró y en sus ojos vi una repulsión que me enojó—. No quiero que la gente piense...

—¿Que eres amigo de un gay? —ironicé—. ¿Piensas que es como una gripa que se contagia con el contacto o qué?

Entonces Joshua explotó.

—¡Eres un marica, Denny! ¡Y nunca me lo dijiste y ahora...!

Cada mínima parte de mí hizo su catarsis y uno de mis puños fue a dar en su mejilla a la velocidad de la luz. El golpe hizo que se tambaleara hacia atrás y se golpeara de nuevo con los casilleros. Empecé a ver todo rojo y no me importó nada cuando arremetí de nuevo contra él. Joshua estaba medio aturdido y no me respondió con toda su fuerza, pero sí alcanzó a protegerse la cabeza. Perdí la noción del sonido, del tiempo, de la fuerza y no noté cuando la puerta del vestidor se abrió, dos figuras entraron y una de ellas me sostuvo los brazos desde atrás. Tenía un zumbido constante en mis oídos y no me llegaba más que el latir de mi corazón. De a poco la neblina en mi mente se empezó a disipar.

—¡Eres un puto, Denny! —Esa era la voz de Joshua—. ¡Un maricón!

Por instinto me abalancé hacia él pero aún me sostenían y no pude hacerlo.

Pude ver que Charlie Dimas sacó a un Joshua ensangrentado de los vestidores y cuando estuvo fuera de mi vista, me soltaron. Me giré de inmediato y vi a Damián con gesto neutro, casi puedo apostar que con temor.

—¿A dónde se lo llevó? —Fue lo único que dije.

—A la enfermería. Le hiciste un corte en la boca y uno en la ceja, además de que le espera un morado en el ojo o en ambos.

Cuando la adrenalina disminuyó un poco, me preocupé por las consecuencias. Damián no se había movido y yo tampoco, estando sentado en uno de los bancos.

—Oye, ¿todos vieron... eso?

Damián negó con la cabeza.

—No. Charlie y yo los vimos entrar y por eso estábamos aquí. Supongo que muchos vieron a Joshua así vuelto mierda, pero dudo que te culpen a ti. Y él no va a decir nada...

—Ustedes lo saben —dije, refiriéndome al hecho de que Charlie me había visto con Gabriel y estaba seguro de que ya le había contado a Damián. Él asintió—. ¿Por qué me ayudan?

—Es un... acto de redención que debemos.

No me dijo más en ese momento y tuvimos que volver al entrenamiento. Charlie me informó que habían enviado a Joshua a su casa con un par de banditas en la cara y que cuando le preguntaron, no quiso decir quién lo había golpeado.

Le pregunté a Charlie lo mismo que a Damián y a pesar de que yo esperaba su negativa a contarme y posterior rechazo como la última vez que sacamos el tema, me dijo que me contaría después del entrenamiento, así que media hora después de salir del gimnasio del colegio, estábamos los tres en el patio trasero de la casa de Charlie (a la que jamás había ido), sentados en el césped.

—Esto no va a cambiar la relación que tenemos contigo, Keiller —inició, con su austero tono de siempre. Ya me lo esperaba—. Solo te contaremos para que dejes de fastidiar.

—Suena bien para mí.

—Damián y yo llegamos a Western el año pasado, creo que igual que tú y hermano —empezó Charlie—. Hemos sido amigos desde que estábamos en pañales.

Compartieron una mirada de camaradería envidiable, una que yo creía tener con Joshua pero que se probó que no. Solo por un momento, creí que iban a decirme que ellos eran pareja, pero eso hubiera sido muy fantasioso.

—No somos la definición de amabilidad —siguió Dimas—, eso lo sabemos, sin embargo hace dos años en nuestro antiguo colegio hicimos algo terrible.

—Éramos más jóvenes —siguió Damián— y estúpidos y no medíamos las consecuencias de los actos porque creíamos que no las había.

Empecé a temer que me confesaran un asesinato o algo peor. Trague saliva imperceptiblemente y asentí, alentándolos a seguir.

—Teníamos un amigo llamado Tadeo, lo conocimos como a los doce años, más o menos. Cuando teníamos catorce descubrimos que era gay, pero no lo enfrentamos de inmediato. A los meses empezamos a burlarnos de él y entonces descubrimos que era algo así como novio de otro de nuestros compañeros; de Theo no éramos realmente amigos, pero sí lo distinguíamos, era de los más aplicados y conocido por ser de los más altos de la secundaria además de ser muy carismático y agradar a todos. Cuando supimos eso, lo expusimos a todos porque consideramos que era gracioso.

Damián bajó su mirada, con un dolor latente en sus gestos. No les gustaba recordar eso, por lo que pude ver y empecé a especular con el final de esa historia, intentando no pensar lo peor.

Charlie continuó:

—Hicimos bromas. Pusimos fotos de ellos en las paredes, los llamábamos maricas, florecitas y muchas cosas... Nos burlamos e hicimos que más de medio colegio lo hiciera también. Theo parecía indiferente y siempre lo defendía, pero Tadeo... bueno, a él sí le afectaba tanta burla, era más susceptible a todo, pero en esa época nosotros no lo notamos. Así pasó medio año escolar y la verdad es que creímos que nuestras bromas eran inocentes y seguíamos hablando con Tadeo como si nada y él nunca dijo nada.

—Una vez Theo nos confrontó estando sin Tadeo —interrumpió Damián—. Nos dijo que esas bromas lo hacían sentir muy mal aunque no lo dijera; que él lo quería mucho y nos pidió amablemente que paráramos con eso. Que estaba empezando a tener tendencias depresivas pero que no podía ir a un psicólogo porque sus padres no sabían de su homosexualidad.

—Nos reímos —siguió Dimas—. Nos parecía gracioso, pensábamos que era una etapa de Tadeo y que con bromas se le iba a pasar. La cosa es que esparcimos un rumor de él y de su novio, hicimos creer a todos que tenían una enfermedad.

—¿Qué? ¿Por qué hicieron eso? —dije.

Solo considerar a alguien haciendo eso por gusto y placer me enfadó y me indignó. Mi odio por Charlie y su amigo aumentó.

—No tenemos excusas, Keiller. Solo lo hicimos porque no le veíamos nada malo en ese momento. Estábamos mal, lo sabemos.

—¿No pensaban nunca en los sentimientos de los demás? ¿De ese chico Tadeo o de su novio? ¿Ustedes no sienten nada?

—En ese entonces no, Keiller —acotó Charlie—, teníamos 14 años y éramos más estúpidos. Bueno... todo el mundo lo creyó y eso llegó a oídos de los profesores, luego a los directores y ellos al ver la seriedad del supuesto "problema", llamaron a sus padres. A los padres de ambos.

—Creo que a Theo no le pasó nada, pues su madre lo sabía, pero a Tadeo le fue mal... Tenía un hermano mayor en la universidad y supimos que al enterarse, lo golpeó. Su madre no dijo nada y su padre dejó de hablarle a pesar de que Tadeo vivía con ellos. Nosotros notamos que Tadeo empezó a adelgazar y que le costaba caminar a veces, su hermano lo seguía maltratando y sus padres seguían callados. Nosotros al ver que eso había llegado muy lejos, dejamos de molestarlos y los demás también lo hicieron; ellos siguieron juntos a pesar de todo. El año escolar acabó y salimos a vacaciones de fin de año.

—A mediados de diciembre Tadeo se suicidó.

La confesión de Damián así de golpe me detuvo el corazón en un parpadeo y me dejó estático en mi lugar. Me levanté del suelo y tapé mi boca con ambas manos. Sentí náuseas. Los dos se levantaron también del césped.

—Theo nos culpó a nosotros —admitió Charlie, apresuradamente— y todo el mundo hizo lo mismo. La policía investigó el caso pero se llegó a la conclusión de que los maltratos de su familia y la presión social lo habían orillado a eso.

—Pero si nosotros no hubiéramos empezado con nada, Tadeo aún viviría —dijo Damián—. Nuestros padres nos sacaron de ese colegio y debido a varias cartas amenazantes que llegaron tanto a su casa como a la mía, nos mudamos. Nuestras familias llevan amistad desde hace dos generaciones y terminamos todos acá en Madisonway, intentando olvidar todo eso...

—El suicidio de Tadeo es algo que cargaremos por siempre en la consciencia —dijo Charlie, con la voz algo rota y un nudo en la garganta—. Nos dimos cuenta de lo mucho que una burla puede marcar a alguien que ya de por sí lucha con sus propios problemas. Y de las secuelas que deja en los que estamos alrededor.

—¿Qué pasó con su novio? —pregunté.

—Theo lo lloró por mucho tiempo —dijo Damián—, se alejó de sus amigos, de sus amigas. Dejó de ser carismático y pasó a ser alguien... inexpresivo. También lo cambiaron de colegio pero en la misma ciudad, lo mandaron al psicólogo por el temor de que hiciera lo mismo que Tadeo. Supimos que en ese colegio había conseguido novia, una chica que lo había ayudado a superar todo el episodio y que estaba bien con ella, creo que al día de hoy aún están juntos pero solamente él sabe lo que siente o sintió por Tadeo. Yo opino que pérdidas así no se superan sino que se aprende a vivir con ellas.

—Nosotros aprendimos a ser tolerantes porque no sabemos las guerras internas de otros. Cuando te vi con ese chico fue un dejá vú y me pareció ver a Theo y a Tadeo. Puede que suene muy egoísta, Keiller y quizás lo es, pero te vi a ti y a tu novio como la manera de redimirse con la vida por lo que hice con ellos. Lo que hicimos con ellos. Y no solamente es la culpa, sino la idea de que no podemos juzgar sin saber. Podemos tener diferencias y las tenemos, y seguiremos como estamos, Denny, pero la manera en que decidas amar no va a ser el gancho del que nos agarremos para molestarte.

—Y Joshua actuó mal al hacer eso —dijo Damián—. No somos quienes para juzgarlo, pero sabemos que estuvo mal.

—Mejor me voy —apostillé, con deseos de huir.

No dije gracias, no me excusé, solo desandé los pasos y salí de su casa para llegar a la mía y resumir en mi mente la cantidad de eventos que habían sucedido.

Solemos olvidar que todas las personas que llegan a nuestra vida para bien o para mal tienen una historia, un pasado y una razón para ser quienes son. Hay quienes aprenden de los errores, hay quienes los olvidan y hay otros que intentan remendar los daños en espejos de sus acciones. Las personas tenemos la capacidad de cambiar la manera de actuar, pero las acciones pasadas no cambian y son esas las consecuencias que nos persiguen siempre.

No puedo decir que empecé a tener empatía por el peso de culpa que Damián y Charlie cargaban, pero sí me ayudó a entender un poco más sus formas de ver las cosas y su actuar.

Por más que no quisiera hacerlo, el imaginar la situación de esos dos chicos encarnada en la mía con Gabriel, fue involuntario.

No me imaginaba viviendo sin Gabriel o tener que llorar su partida, no podía ni considerar el dolor físico y emocional que su ausencia me traería y me pregunté cómo sería el cruzar ese puente con nuestras familias. Él con su madre y su hermana, yo con mis padres, Gris y Diego, el lado realista siempre hizo que imaginara el peor de los casos: que nos mandaran todos a la mierda, pero solo podía pensar que así el mundo me diera la espalda, si Gabriel no lo hacía, yo iba a estar bien.

Mi relación con Dimas y con Damián no cambió; mi relación con Joshua acabó pero he de admitir con agrado que no hizo escándalo al respecto ni regó el chisme, supongo que respetando todos los meses de amistad que compartimos.

Y con eso se cierra el capítulo de otra de las personas de mi vida que se fueron por la manera en que decidí llevar mi vida.

El domingo de esa semana fui a casa de Diego para hablar respecto a lo que había pasado con Gris. Cuando llegué a su apartamento y lo busqué en su habitación, estaba dormido pero estaba inquieto y en sus sueños no dejaba de repetir "Cristal" en un tono lastimero. Me tomó diez minutos despertarlo, estaba cubierto en sudor y agitado; no lo veía así desde la partida de Sarah y me partió el corazón, pero omití eso para reclamarle por Gris porque era obvio que era esa discusión la que lo tenía así.

Al principio le restó importancia a todo, como si fuera indiferente a Gris.

—Estoy bien, Denny. No te preocupes.

Le dije lo mal que se sentía Gris también, y él se excusó con que era lo correcto porque yo debía pasar más tiempo con ella que él, que ese era el orden natural de las cosas. Era tan orgulloso que me molestaba que no pensara sino en él y no se tomara el minuto para solo disculparse con ella.

Le recriminé el haberle dicho que la estaba prácticamente usando para saciar su confusión y él se negó a darme su versión, me evitaba el tema a toda costa. Entonces consideré que tal vez sí había logrado leer sus emociones y sintió que ella lo despreciaba, entonces prefirió alejarse.

—Te involucraste —afirmé. Pude ver cómo se tensó—. Eso es, ¿cierto? Te involucraste.

Habíamos teorizado que el bloqueo emocional de Gris se debía a la austeridad que siempre le mostraba y que ese rencor a él le impedía leerla y además a Diego tampoco le agradaba mucho y su egoísmo le impedía intentar ser amable con ella, pero entonces si Diego había bajado sus defensas buscando el cariño el Gris, se había involucrado y conseguido leerla, solo que su orgullo no iba a dejar que lo admitiera.

—Te equivocas —aseguró—. Ella debe pasar más tiempo contigo y yo quería empezar algo con Karol. Era lo mejor. Todos ganamos.

No le creí ni una palabra y me enojaba que me mintiera. Su excusa era muy barata y yo lo conocía, así no era como él actuaba y además era obvio que alejarse de Gris lo afectaba. Sus pesadillas habían vuelto y eso no me lo podía negar.

—Ella no ganó, imbécil —le dije—. Ella te tenía aprecio y no sé si lo has notado, pero se apega mucho a las personas

—Claro que lo noté.

Diego en su terquedad no iba a admitir más de lo que ya había hecho y me quedé callado. Pensé en la charla que había tenido con Gris y en lo culpable que se sentía por haberle creído a Diego y me pregunté si se iba a sentir igual de mal por su ingenuidad cuando supiera de Gabriel. Si algún día lo sabía.

—Algo no me estás diciendo —le solté.

Le hablé de la flor amarilla de Gris y admitió que se la había dado. Le dije que para ella había sido quizás más difícil que para él y que siendo Gris mi alma gemela, era raro y negativo que se odiara con mi hermano y que ese lazo que nos unía a los tres era lo que lo tenía con pesadillas que la involucraban a ella. Se puso a la defensiva y en resumen, en el calor del momento, me mandó a la mierda.

—Piénsalo, Diego —pedí, antes de irme para evitar más discusiones—. No puedes hacerte el que la odia por siempre.

—Vete, Denny. — Me echó—. Estoy bien.

Antes de cruzar la puerta recordé un plan que mamá me había propuesto y que lo incluía a él.

—Venía solo a decirte que mamá quiere almorzar con ambos. Nos avisas cuando puedas.

Yo iba principalmente a discutir con él pero a como se dieron las cosas, pude argumentar que iba por otro motivo y que el reclamo había sido a causa del estado en el que lo encontré.


El tercer mes del año terminó y mi mente aún parecía un laberinto sin salida y con muchos obstáculos. Haciendo un resumen desde el día en que conocí a Gabriel, tenía como resultado dos no-amigos menos, dos aliados más, muchas inseguridades y un alma gemela.

Pero por encima de todo, tenía un Gabriel y con la llegada de abril solo faltaban un par de días para el cumpleaños de ese moreno que me traía loco. Debíamos celebrar a lo grande... así fuéramos solo los dos.

Preferiblemente que fuéramos solo los dos. 

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