C u a t r o

La casa de Grishaild era pequeña. Con tan solo una planta, un par de ventanas al frente, muchas flores y su limitado patio, parecía una casita puesta sin mucho cuidado en un vecindario de casas más grandes. Era mucho más linda y acogedora por dentro, no solo porque los colores que se ausentaban en la fachada relucían en sus paredes internas, sino porque su joven habitante le daba viva.

Grishaild, fuera mi alma gemela o no, era una persona de luz, de esas que con su simple voz invitan a pasar tiempo y compartir con ella, inspiraba confianza y buenas energías a quien quiera se le cruzara y dado que Diego y yo éramos más sensibles a las emociones ajenas, no pudimos cruzarnos con una compañera mejor que ella.

Gabriel se había ido de fin de semana con su madre a visitar a una abuela, dado que era el último antes de entrar de vacaciones al colegio, su madre quería descansar ese par de días. Gabriel, pese a que no estaba muy entusiasta de la salida, accedió sin quejarse para tener a su madre de buen humor y poder pedirle que lo dejara ir el fin de semana siguiente conmigo al concierto cuyas entradas le había regalado semanas atrás.

No puedo negar que no ver a Gabriel por varios días suponía para mí un pinchazo de angustia ligero, pero era más que nada por esa costumbre que adquirimos las tres semanas pasadas de estar todos los días juntos, a veces solos, a veces con mi hermano, pero juntos. Le escribí desde que me despedí la noche anterior e intentaba mantener la comunicación pero su tía vivía en una zona alejada del mundo así que conseguir comunicarme con él era un pequeño milagro de una o dos veces al día.

Era sábado y la mamá de Gris iba a trabajar hasta poco más de las cinco de la tarde —por una reunión repentina que mi padre tenía y su secretaría debía estar con él—, así que mi alma gemela nos invitó a ver una película.

Cuando tuve esos días de crisis con el tema de Gris y de Gabriel, antes de que se revelaran las cosas, le dije a mi papá que ya no quería seguir trabajando en su empresa. Mi padre solo hizo un par de preguntas del motivo, las cuales evadí por un lado, diciendo que estaba teniendo la cabeza ocupada con el colegio y que debía estar concentrado, así que accedió. Él siempre nos dijo a mi hermano y a mí que mientras estuviéramos estudiando, era una decisión voluntaria el trabajar o no, así que no puso más inconvenientes.

Yo ya sentía la pequeña sala de la casa de Gris como la sala de mi propia casa de tanto tiempo que pasaba allá desde que la conocí. Había ido a cenar varias noches, a veces solo con su madre y ella y a veces también con su mejor amigo, Marco. Cuando Diego se fue para Ángeles, pasé muchas tardes con ella viendo televisión, o en ocasiones, quedándome dormido en su sofá. Me atrevo a afirmar que pasaba más tiempo allá que el mismo Diego.

Esa tarde en el canal nacional estaban transmitiendo un maratón de clásicos y en ese momento veíamos Grease, la película icónica de los setenta.

Gris estaba acomodada en su sofá, en medio de ambos, con sus piernas sobre mi regazo y su espalda recostada sobre Diego.

—Ella es tan bonita —comentó Gris.

—Tú también eres bonita —dije.

—No dije que yo no fuera bella, solo que ella era bonita —corrigió. Diego y yo reímos—. Diego, vamos a disfrazarnos este año de Sandy y Danny en halloween.

Mi hermano negó de inmediato, puliendo una sonrisa que compartió conmigo.

—Siempre nos disfrazamos en conjunto con Denny —explicó—. Que este año tenga novia no va a cambiar eso.

—Es lo más tierno que me han dicho —exclamé en burla.

—Le diré a Gabriel entonces —sentenció ella—. Gabriel hasta debe verse mejor de Danny que tú.

—Él se ve bien como sea.

—Lo sé —me respondió—. Tienes buen gusto.

—También tú.

—Solo lo dices porque eres igualito a tu hermano.

—Cuando acepté venir hoy, no fue para hablar de hombres, gracias. —Diego arrugó la frente.

Los créditos finales de la película comenzaron pero ninguno de los tres nos movimos de nuestro lugar de inmediato. Ya empezaba a caer el sol y la comodidad y calidez de ese sofá invitaba a no levantarse en un buen rato.

—¿Vemos otra? —propuse.

—La que sigue es malísima —comentó Gris—. Pero tengo una genial en DVD.

—Para mí está bien.

—El reproductor está en mi habitación. Denny, ¿vas por él?

Entrecerré los ojos y los miré a ambos.

—¿Para dejarlos solos y que hagan cochinadas? No, qué ofertón, pero paso.

—Recuérdame un día de estos hacerle lo mismo cuando esté con Gabriel. —Diego blanqueó los ojos al decirlo, realmente fastidiado—. Yo voy por el reproductor entonces.

Gris se incorporó, quedando completamente sentada y Diego se levantó para caminar hasta su habitación. Ella no pudo evitar mirarlo y sonreír hasta que se perdió de vista.

—Me pregunto si así luzco yo cuando miro a Gabriel.

Ella se ruborizó, pero levantó el mentón con presunción para responder.

—¿Sabes que es peor? Sentirte cuando lo ves, Dios, es tan incómodo.

Fue mi turno de sonrojarme.

—Oye, no es mi culpa que tengas esa capacidad, debes aprender a vivir con ello.

—Cuando Diego está conmigo lo controlo mejor —confesó—. Él es como una esponja y absorbe todo antes de que llegue a mí. Creo que si él no me ayudara a llevarlo, me habría enloquecido hace semanas.

Miré el pasillo por donde Diego se perdió y al no sentir que fuera a aparecer pronto, me incliné un poco hacia ella para hablarle más cerca y más bajito.

—Tú le haces mucho bien a Diego. Desde que te conoce lo he visto sonreír mucho más que en el resto de su vida.

—¿En serio? —Sus ojos se iluminaron.

—Él siempre ha sido de carácter serio, ¿sabes? Las citas que tuvo en el pasado no le duraban demasiado, ni mostraba interés alguno en alargar una relación. —Hice una pausa—. Decidió irse a vivir solo porque estaba cansado de que mamá le dijera que debía de "disfrutar" más de su juventud, le fastidia que le digan qué hacer.

—A mí me dijo que se había mudado porque prefería estar solo.

—Eso le dice a todos —admití—. Él tuvo que cargar con todas las emociones de mis padres cuando mi hermana se fue de la casa, así que aunque él no quisiera estar triste o no quisiera sentirse culpable, lo hacía, porque mis padres así se sentían. Cuando se separaron fue en parte para no dañarnos más a nosotros dos, pero Diego ya era así de amargado y no podía evitarlo. —Bajé más la voz hasta que salía un susurro casi inaudible—. Unas semanas antes de irse, tuvo una fuerte discusión con mi mamá porque ella le reclamó el ser tan aislado, el encerrarse tanto en él mismo y en no dejarse ayudar, pues se negaba a ver a un psicólogo o a alguien con quién hablar. Diego se enojó mucho y le gritó que era culpa de ellos porque tenía que cargar con su dolor permanente de la pérdida de mi hermana. Cuando dijo eso, mamá se quedó callada y él se arrepintió. Días después mi mamá le contó a mi papá y mi papá habló con él y conmigo. Nos pidió que le dijéramos cómo nos sentíamos por lo de Sarah y si realmente ellos nos afectaban tanto emocionalmente.

Gris soltó el aire que había retenido para estar pendiente de mis palabras. Los problemas que mis padres, Diego y yo tuvimos o tenemos desde siempre, se han quedado a puerta cerrada y solo lo discutimos entre nosotros, sin embargo, Gris ya era una gran parte de cada uno de nosotros, de distintas maneras sí, pero lo era. Ya no éramos solos dos hermanos, ahora éramos tres personas unidas por siempre.

—Dios... ¿qué dijeron ustedes?

—Yo no la he llevado tan pesada, Gris, yo solo he tenido que luchar con mis emociones, no con las de todos. Diego le dijo a papá todo lo que sentía y lo que le dolía por él y por ellos, pero también fue sincero al decirle que ellos no tenían la culpa de nada, que sentir no estaba bajo su control, así como no estaba en el suyo percibirlos o no. Un día luego de eso nos reunimos todos y mis padres le ofrecieron a Diego la opción de irse a vivir solo por su bien, ellos le pagarían el alquiler entre los dos. Él aceptó y si bien mamá lloró mucho por el apego que siempre han tenido, le aseguró que todo iba a ser mejor así y que las puertas de las casas de ambos iban siempre a estar abiertas para él.

—No me ha contado nada de eso.

—Dudo que lo haga pronto. Para Diego no es fácil lucir débil y piensa que quebrarse emocionalmente es una debilidad que no puede permitirse. —Vi a Gris y sus ojos se habían cristalizado con compasión; yo había notado con el paso de los meses que ella tenía esa cualidad o defecto de llorar cuando cualquier emoción la superase, fuera la que fuera. Para distraer su abatimiento, añadí—: Pero desde que estás con él anda más tranquilo, supongo que haberse rodeado de negatividad por tantos años lo dejó gris, pero llegaste tú con tus chispas de colores y ¡boom! felicidad al instante. —O no tan al instante, por mi culpa, quise agregar.

Eso la hizo sonreír.

—Uno no sabe realmente cuándo va a llegar alguien tan especial a mejorar la vida, y ustedes dos llegaron por partida doble, nunca habría imaginado eso.

—Lo amas.

—¿Es una pregunta?

—No, una afirmación.

—No hay que negar lo obvio, de todas maneras.

Todo fue dicho en un lapso de menos de ocho minutos y la voz de Diego sonó desde su habitación.

¡No encuentro el cable amarillo!

¡Sobre el escritorio! —respondió Gris en un grito—. ¡Junto al oso café!

Pasaron unos segundos.

¡Ya lo encontré!

—Voy al baño —dije—. Ve buscando más palomitas.

Dejé sola a Gris. Luego de utilizar el baño me miré en el espejo y ya que llevábamos tanto tiempo frente a una pantalla, tenía venitas rojas sobresalientes en los ojos, ardía un poco, pero bueno... gajes de la flojera.

No tardé más de dos minutos en el baño, que quedaba al otro lado de la casa de la habitación de Gris. Cuando iba camino al sofá de nuevo, vi a Diego que también venía con un reproductor en una mano y varios cables y una película en la otra.

Antes de que llegáramos junto a Gris, la puerta de su casa se abrió. Ambos detuvimos los pasos allí y vimos a su madre entrar, ella saludó cordialmente a su hija y yo me disponía a saludarla a ella, pero me bastaron diez segundos para recordar que su madre no sabía del "otro Diego". Me quedé callado y vi cómo la señora, distraída, ponía sus llaves en un gancho que había en la pared, ponía su bolso en otro gancho más grande y saludaba a Diego.

—Hola, Diego, no sabía que vendrías hoy.

—¿Cómo está, señora Judran? —dijo él, e involuntariamente me miró.

Gris había enderezado su espalda y también giró su cara a mí; por imitación, su madre hizo lo mismo y al verme dio un paso atrás, proclamando un chillido de susto y quitó su sonrisa, juro que sus ojos destilaron terror por un segundo y medio para luego dar paso a la sorpresa.

—Dios...

Yo siempre había pensado que iba a ser gracioso cuando nos viera a ambos, pero la pobre mujer estaba muy confundida y miraba a Diego y luego a mí como si no terminara de creerlo. Creo que dada la relación que "yo" tenía con su hija, empezó a cuestionarse muchas cosas.

—Ma, puedo explicarlo. —Gris se levantó del sillón, pero no avanzó, solo se quedó ahí.

—Hija, hay dos Diegos acá.

Su comentario, si bien fue sincero y algo que dijo con seriedad, nos sacó una risita a mi hermano y a mí, que agachamos la cabeza por respeto.

—Lo sé, ma...

—¿Cómo es que...? Gemelos... o enloquecí —murmuró para sí misma. Parecía calmada en gran parte, pero entonces como que tuvo un corrientazo en la cabeza y chilló con voz aguda:— ¡Hay dos Diegos!

Gris me hizo un gesto para que llegara hasta ella y por fin mis pies se movieron, y junto a la rubia, nos acercamos unos pasos hasta su madre. Diego hizo lo mismo y quedamos los dos flanqueando a Gris. Su madre nos miraba intermitentemente y en silencio.

—Ma, él es Diego —Señaló a mi hermano, que levantó su mano en un saludo incómodo. Luego me señaló a mí— y él es su hermano gemelo, Denny Keiller.

—Hola —dije, fingiendo una sonrisa.

La señora Judran no parecía estar enojada o confundida o asustada ahora, pero entonces arrugó su entrecejo y miró a los ojos a su hija, con un gesto que a mí me intimidó un poco.

—¿Has estado saliendo con los dos? —exclamó, sorprendida—. Yo no entiendo el tema de la poligamia, pero estoy segura de que con hermanos de sangre es pecado. ¿Cómo no me contaste? Pensé que no me ocultabas nada, yo te hubiera apoyado... aunque sean hermanos... ¡Dios, Gris! Son hermanos, te apoyo, pero desde donde lo mires es enfermizo, no...

—¡No, ma! No salgo con los dos.

La pobre Gris se sonrojó de forma exagerada cuando volteó a mirarnos, como pidiendo que la apoyáramos, y luego empezó a balbucear, Diego y yo no pudimos evitar reír con una carcajada tan profunda que pareció alivianar un poco el ambiente.

—Entonces no estoy entendiendo.

—Ma, Diego, este de acá —Lo tomó del brazo—, es mi compañero de colegio, el que me trajo el libro la primera vez que vino y que ahora es mi novio. Y él es Denny —Me agarró a mí de la muñeca—, es él a quien tú conociste en el trabajo, él es hijo del dueño. Solo es un excelente amigo, pero no es mi novio —añadió detalladamente, como si explicara todo a un niño pequeño—, solamente Diego lo es... No Denny, sino Diego.

La explicación de Gris fue seguida por un silencio incómodo en la pequeña sala, solo se escuchaba lejanamente el eco de las voces del televisor. Nosotros tres estábamos muy juntos, todos frente a su madre que nos analizaba sin mediar palabra, parecíamos tres acusados en juicio, esperando el veredicto final.

Finalmente, la señora Judran habló:

—Entonces solo sales con uno —corroboró, todos asentimos—. Y el otro es un gemelo. ¿Quién ha estado viniendo todos estos meses?

—Ambos —respondió Gris—. Los has visto a ambos varias veces.

—Entiendo. Una cosa más, ¿por qué rayos no me dijeron? —Su tono amable de siempre había vuelto pero había reproche real en su voz—. Por sus caras asumo que no esperaban que yo me enterara hoy, lo que quiere decir que este "secretito" —Hizo comillas dramáticas con sus dedos— iba a durar más, así que, ¿a quién debo regañar por engañarme por más de cinco meses?

Diego y yo señalamos a Gris con el índice, ella resopló, incrédula. Luego de una pausa, ella suspiró resignada.

—Perdón, ma. La verdad es que la primera vez que vino Diego tú dijiste que ya lo conocías, pero como yo no conocía a Denny aún, pensé que te habías equivocado al decir que trabajaba en la misma empresa que tú. Luego lo supe, pero tú ya le decías "Diego" a Denny y Diego a Diego, y nos pareció más fácil no decirte nada aún porque yo iba a empezar a salir con Denny, pero luego no, me fui con Diego, o sea, como que salí con los dos, pero...
—Cállate —dije en un susurro disimulado en una tos.

—Sí, cállate —susurró mi hermano entre dientes.

Gris cuando estaba nerviosa hablaba más de la cuenta, sin medir sus palabras y revelando cosas que no debería. La rubia agachó la mirada, guardando silencio, no lograba verle la cara ahora, pero me la imaginé muy colorada.

Su madre, de repente y para sorpresa de todos, soltó una carcajada. Los tres la observamos sin entender.

—Ya lo sabía, Grishaild Judran, piensa mejor a la próxima cuando quieras mentirle a la mujer que te parió y te vio crecer.

Decir que estábamos sorprendidos era poco, mi boca, al igual que la de ellos dos, se abrió lo más posible y por mi parte, me sentía estúpido por haberle ocultado todo a la señora, estaba avergonzado. Dado que ninguno parecía poder articular palabra, la señora Judran, ya con una enorme sonrisa de burla y orgullo, explicó:

—Soy la secretaria personal del padre de estos dos —Nos señaló mientras miraba a su hija a los ojos—. Paso más tiempo en esa empresa que acá en mi casa y si el señor Keiller habla diariamente conmigo ¿no crees que mencionaría en alguna ocasión que tiene gemelos de diesciocho años? O, ya que yo le cuento a todos que tengo una hija hermosa llamada Gris, ¿crees que él no me contó que tú estuviste en una reunión familiar hace unas semanas y que fuiste presentada a toda la familia? ¿O que compartes clases con Diego? ¿O crees que yo no le menciono que uno de sus hijos visita siempre a mi nena? —Nos abarcó a los tres con la mirada y preguntó—. ¿Creen que ahora que están de novios con Diego y somos prácticamente familia política, su padre y yo no mencionamos eso jamás? ¿Qué tan alejados están de la realidad para creer que ocultar esto realmente era eficiente?

—Yo... —quiso decir Gris, pero nada le salió, estaba estupefacta y lo peor era que tenía sentido lo que decía su madre. ¿En qué estábamos pensando?

—De hecho le conté al señor Keiller que sus dos hijos intentaban hacerse pasar por uno solo y le causó mucha gracia. Hace unas semanas cuando nos acompañaste a la junta en otra ciudad, Denny, yo sabía que no eras Diego. Tu padre se divirtió mucho viéndote actuar como tu hermano y por eso ni siquiera te preguntó, porque ya lo sabía.

—Lo siento —fue lo único que pude susurrar.

—Eso es para que aprendan, niños, que a sus padres no se les engaña —acotó—. Los conocemos desde que nacieron, no sean ingenuos. —Se tomó unos segundos para degustar esa pequeña victoria y luego preguntó-: ¿Se quedan a cenar, Diegos? Sin rencores.

No esperó respuesta y se fue a la cocina. Gris no se movió y ya que estábamos a su espalda, la rodeamos para quedar frente a ella. Su boca seguía sin cerrarse y tenía una mezcla de vergüenza y gracia en su rostro. A los pocos segundos, levantó la vista.

—Era obvio —murmuró.

Ahí los tres reímos y Diego dejó el reproductor y los cables que no había soltado sobre la mesa para llegar y abrazar a su novia.

—Bueno, una cosa menos de qué preocuparse —comenté.

—Lo sabía —insistió Gris—. Tiene razón, es lógico. Por Dios, su padre es su jefe y él me conoce, ¿cómo no lo supuse? Me siento tan estúpida.

—Si te hace sentir mejor, nosotros también —dijo Diego.

Él la besó en la mejilla y ella sonrió aunque seguía teniendo en sus ojos esa inquietud y supe que tenía ganas de recriminarse más por ello. Me sentí mal por ella porque yo sabía que usualmente no le mentía a su madre. Finalmente, Gris rió y sacudió su cabeza con lentitud, aceptándolo.

—¿Se quedan a cenar?

—Ya estamos acá, así que sí —confirmó Diego—. Oye, quita esa cara. —Gris tenía sus cejas inclinadas hacia los lados, formando una V invertida, en un gesto de preocupación e incredulidad—. Todo salió bien, no importa.

Chicos —nos llamó la señora Judran desde la cocina—, ¿se quedan o no?

—¡Sí, ma, se quedan!

Durante la cena, y ya riéndonos del asunto, me puse a pensar en las palabras de la señora Judran: "Eso es para que aprendan, niños, que a sus padres no se les engaña. Los conocemos desde que nacieron, no sean ingenuos". Me pregunté si tal vez eso aplicaba también para mi situación con Gabriel, ¿sería que mis padres o al menos mi padre a quien veía a diario, sabía o sospechaba que yo era gay?

Esa inquietud me mantuvo pensativo y a la defensiva al llegar a mi casa; no le conté a mi padre de la escena con la señora Judran, pero supuse que más adelante se enteraría; me dediqué esa noche a observarlo e intentar sin éxito leer sus ojos o su mente pasa saber si estaba al tanto de todo.

No sé si fueron precisamente las palabras de la mamá de Gris o el mensaje implícito en ellas o esa sensación incómoda de ser un libro abierto ante mi padre aún cuando intentaba mantenerme cerrado, pero por primera vez esa noche, empecé a contemplar la posibilidad de contarle a mi familia sobre mi novio como algo positivo y no como la tragedia que siempre imaginaba. 

¡Hola!

Así que el misterio de los gemelos ha sido revelado [(:v)/

xdxdxd ¿qué les pareció el capítulo?

Bueno, una noticia:

Lo más probable es que esta actualización sea la última de este año y de la mitad del próximo porque llegan las vacaciones 7u7 Si puedo y tengo cómo, actualizaré en una semana o un poco más, PERO no prometo nada. Estaré viajando por varios días, así que ajá. 

Aprovecho para desearles una bonita navidad y un año nuevo lleno de alegrías, de parte de este perfil y esta loca con gafas que les escribe, les deseo lo mejor y les agradezco estar acá  ♥

Únete al grupo en facebook, allá subo a veces cositas curiosas de mis novelas, el link está en mi perfil de acá en wattpad. 

♦ Bye ♣

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