C u a t r o

—Es algo completamente injusto —me quejé, siendo Joshua quien escuchaba—. Es de lo más injusto que no tengan en cuenta nuestra voz para elegir eso.

—Eres un exagerado.

—Es como si la maestra Conelly supiera que no me llevo bien con él —continué, haciendo caso omiso a mi amigo—. ¿Cómo espera que uno le meta ganas a la Física cuando nos pone un compañero indeseable?

—Hay gente que solo quiere ver arder al mundo —excusó Joshua, evidentemente fastidiado de mi mal humor—. Solo lo aceptas y sigues con tu vida.

Eso era cierto. La primera parte, esa de que la gente quiere ver arder el mundo y es que en ocasiones cuando sabes que el fuego no te va a agarrar a ti, disfrutas viendo a los demás quemarse, esa es más o menos la base del egoísmo de la humanidad. Esa maestra se hacía la que no sabía que me llevaba mal con Charlie Dimas y  casualmente me ubicó con él como compañero de laboratorio.

¿Qué pensaba esa gente haciendo cosas que molestan los demás? ¿Se ríen? ¿Les vale? ¿Quieren hacer miserable la vida de los demás porque la de ellos es peor? Quería creer que eso era: si una persona –la maestra Conelly– era amargada en su vida personal, no quería ver a los demás felices así que por eso su antipatía. Quería creer eso para no odiarla, no soy de odiar. Soy más de los de amor y paz y todo eso. Excepto con Charlie Dimas y ahora con la maestra Conelly.

Resoplé por decimonovena vez, sintiendo el aire de mis labios en la punta de mi nariz. Estábamos esperando al maestro de educación física para informarle que seguiríamos en el equipo de baloncesto y Charlie Dimas llegó con su amigo Damián Blanco. Pude ver cómo Joshua rodaba los ojos al verlos e hice lo mismo.

Charlie y su amigo eran más o menos como esos perros que ladran y ladran pero rara vez muerden. Era de esperarse que soltaran la lengua para sacar todo el veneno acumulado en las vacaciones.

—Hola, compañero de laboratorio —dijo Charlie con burla y aunque yo sabía que le fastidiaba tanto como a mí, fingía que estaba encantado con ello, solo para mi molestia personal—. Antes compañeros en baloncesto y ahora tenemos un plus. Estamos a un par de pasos de mejores amigos.

Había escuchado por allí que la madurez calla cuando la ignorancia habla y eso hice. El dicho no es así, pero así preferimos aplicarlo con Joshua. Mi mejor amigo no sabía del problema que habíamos tenido Diego y yo con esos dos y Charlie y su amigo se sentían en ventaja ya que no tenía a Diego a mi lado.

—Tu copia decidió cambiarse de colegio, ¿Eh? —picó Charlie una vez más. Le di la espalda—. ¿Lo extrañas? Él siempre te defendía, creo que sin él no eres gran cosa.

Inspiré hondo, aguantando las ganas de darle una caricia en su rostro con mi mano cerrada concentrando toda mi fuerza.

—¿Te quema no molestar a alguien, Dimas? —desdeñó Joshua—. ¿Tienes que tener la atención de alguien para no sentirte una basura? 

Yo estaba de espaldas a Charlie pero de frente a Joshua. Él era calmado y bueno controlando su rabia, sin embargo, cuando la gente rebasaba su paciencia...

—No te metas, no es contigo —espetó Damián, como siempre siendo el chico de apoyo. Joshua lo miró de arriba a abajo y esa mirada dejaba en claro lo poco que valía la palabra de Damián para él. A una cucaracha le hubiese dado más respeto con esa mirada.

—Y además de todo —continuó Joshua—, debes tener a tu perrito faldero siempre a tu lado. Diego es hermano de Denny y toda la vida han estado juntos y ¿Ustedes? ¿Dependencia? ¿Conveniencia? ¿Relación amorosa?

El ácido que escupía su voz me hizo girarme a Charlie y a Damián solo para ver sus expresiones. Damián estaba colorado pero Charlie estaba impertérrito a todo.

—Podría preguntar lo mismo de ustedes —contraactacó Charlie.

—Y aún no respondes la pregunta. —Joshua giró, dándoles la espalda y luciendo una sonrisa ladeada—. Eso da la respuesta, imbécil.

Si hay algo bajo para una persona, es atacar por la espalda, deja en claro su visión de sí mismo estando en desventaja y la cobardía de tomar la vulnerabilidad del otro para su beneficio. Charlie iba a empujar a Joshua ya que él no lo veía, pero me metí y lo empujé primero. Se tambaleó y cayó, poniendo sus manos en el suelo amortiguando la caída, Joshua volteó y se puso en alerta también. Damián es un cobarde, un sumiso y un idiota que se limitó a observar mientras Charlie se levantaba, fingiendo inflar el pecho pero sin tener la mínima intención de moverse de su lugar.

—Hola, muchachos. —La voz del maestro de educación física nos distrajo y volcó toda nuestra atención en él. Estábamos frente a su oficina y sacó sus llaves para ingresar—. Espero que vengan con buenas noticias, no sé qué sería del equipo sin ustedes.

Cruzamos miradas una vez más y perdimos el interés en ellos. Entramos con el maestro al cuarto lleno de aros y un par de colchonetas para los ejercicios de las clases.

—Sí, Joshua y yo seguimos —informé.

El maestro miró a Charlie. Damián se había quedado afuera, él no jugaba.

—¿Y usted, señor Dimas?

Nos observó a los tres, con llamas brillando de sus pupilas, a punto de explotar de ira.

—Sigo. Esta es una buena temporada.

Esa lista imaginaria de los malos presagios que había contado el lunes con respecto al semestre, anotó su décimo primer presagio negativo con saber que Charlie sería compañero de equipo por los próximos diez meses.

En el autobús junto a Joshua pude ver por un instante cómo observaba a lo lejos a Diana que estaba con unas amigas, y arrugaba la frente. No le había preguntado nada respecto a ellos y no sabía si hacerlo. Me sentía un mal amigo por querer averiguar lo que había sucedido desde su versión cuando yo no le contaría nada si me preguntase por mi vida amorosa.

Se supone que la amistad es un contrato de confianza entre dos o más personas, cuyas cláusulas incluyen el apoyo, la lealtad, estar en las buenas y en las malas, dar consejos aunque sean malos, escuchar secretos aunque sean ridículos, reírse de los chistes aunque sean pésimos y sacar tiempo aunque no lo haya. Es como el matrimonio pero sin el tema de la fidelidad y los lazos supuestamente amorosos o de conveniencia que rigen esas escrituras eternas.

Siguiendo ese hilo, yo vendría siendo el esposo posesivo que quiere saber todo de la esposa sin contar nada de sus aventuras. Joshua era la esposa y yo el desalmado deshonesto. En una versión exagerada de la situación, por supuesto.

A veces la confianza existe, pero las palabras se pierden en el paladar antes de conocer la luz así que se necesita un empujoncito o una linterna para que salgan.

—¿Vas a contarme qué pasó con Diana? —pregunté sin rodeos, estando ambos en los últimos asientos del autobús.

Entonces puso esa expresión. Esa que dice que quiere gritar sus problemas y dejar salir cada rencor pero no puede por no encontrar las palabras en la oscuridad. En esos casos, el amigo es la linterna que ayuda a que las halle.
Yo usualmente no iba en el mismo bus que él pero ese día íbamos a su casa, quería enseñarme una laptop que le habían dado de navidad o algo así, pero ese plan pasó a otro plano cuando la tarde cambió a "tarde de confesiones". Nos bajamos juntos en la parada cerca de su casa. 

—Ella... me dijo que me quería —dijo entre dientes, como quien confiesa un crimen.

—No puedo imaginar lo que se siente eso —dramaticé, intentando hacerlo reír—. Que te digan que te quieren. ¡Por Dios! Eso es como una tortura. Eso es del diablo, ¿en qué rayos pensaba Satanás al inventar el amor?

Me empujó con fuerza, con esa intensidad que usan los amigos que ya tienen confianza. Con ese vigor que realmente duele y casi me caigo al piso, aunque al menos sí se rió por lo bajo. Al recuperarme del golpe –porque eso fue–, le apreté el hombro y él suspiró.

—Vamos, ¿qué tiene de malo? —dije—. Diana es muy bonita y llevas con ella... ¿qué? ¿muchos meses? Porque sé que lo hacían mucho antes de atreverse a contarme.

—Como... casi año y medio —confesó—. Pero soy... soy un imbécil, Denny.

—No digas eso. Es cierto, pero no lo digas. ¿Qué pasó con ella? ¿No la quieres?

—Me lo dijo recién nos vimos luego de varias semanas de no vernos. Casi ni saluda, solo me besó y me dijo que pensaba que estaba enamorada de mí.

—¿Y?

—Y no sé... fue raro que lo dijera así de repente y me asusté como un marica y le dije «Gracias». ¡GRACIAS! ¿Cómo le fui a decir eso? No me habla desde ese día.

Quise reírme, era muy infortunado su caso pero quise reírme. Eso también solo pasa con los mejores amigos: reírse de sus desgracias es una manera de ser empáticos con ellos. Aquel que se ríe de tus desdichas amorosas, es tu verdadero amigo. No me reí, no lo hice. Pobrecito. Además yo nunca había pasado por algo así, por lo que no podía solo juzgar basado en mi experiencia.

La gente siempre dice que ver televisión no sirve para nada, bueno, eso lo desmentí ese día. Había visto en un programa que hacer preguntas cortas hacía que el cerebro sacara respuestas cortas y entre más rápido se preguntara y se respondiera, no le quedaba tiempo al cerebro de inventar una mentira así que todo era verdad. Joshua fue mi conejillo de indias ese día.

—¿Has intentado pedirle perdón?

—No.

—¿Piensas hacerlo?

—No sé.

—Háblale.

—No es fácil.

—¿Qué entonces?

—Ni idea.

—¿Hace cuánto conoces a Diana?

—Seis años.

—¿La quieres?

—La amo.

Ahí me callé y él se calló y con efecto retardado se escuchó a sí mismo su confesión. Se puso colorado y parecía que no creía lo que acababa de decir. Ahí sí me reí como Dios manda y unos pasos después, partí camino a mi casa, dejando a Joshua solo con sus dudas.

También había gente a la que le gustaba ver arder el mundo solo porque sí. Porque es divertido. Yo soy uno de esos cuando de mis amigos se trata.

Me coloqué los audífonos y anduve un par de calles, solo concentrado en la música que escuchaba; soy de los que pone la música a todo volumen aún cuando eso puede ser peligroso. Pero ¿no es genial esa sensación de que estás ajeno al mundo por estar en el de la música? Es como estar solo pero viendo gente, es amenizar cada paso que se da al ritmo que más nos gusta.

Por mi enajenación con el mundo exterior no lo escuché llegar a mis espaldas; solo me faltaba media calle para llegar a mi casa y me dio un toque en los hombros que me asustó de muerte y ya que yo no pienso mucho cuando me asustan así, di la vuelta y le asesté un puño en el estómago.
Solo tardé dos segundos en reconocerlo y halé con fuerza los audífonos para llegar a él que se había doblado por el golpe.

—¡Dios! Gabriel, ¿por qué me asustas así? —Batía mis manos tratando de tocarlo pero sin querer tocarlo por la vergüenza—. ¡Perdón! ¿Estás...? No, claro que no estás bien. ¡Lo siento!

Recuperaba el aire de sus pulmones y logró enderezarse enmarcando una mueca de dolor en su rostro. Puse mis manos en mi boca, sin saber qué hacer.

—Wow, qué reflejos —dijo, dedicándome una sonrisa encantadora—. Y qué fuerza. Mierda, me duele.

—De verdad lo lamento, iba con la música y...

—No asustar a Denny jamás —exclamó para sí mismo—. Anotado.

El desconcierto de mi rostro no se iba, estaba tan apenado que mis palmas temblaban pero entonces lo miré a los ojos y su sonrisa se dibujó en el lienzo moreno de su rostro. Terminamos riendo del asunto y llegamos a mi casa; papá salía las cinco y eran apenas las dos. Gabriel tomó asiento en mi sofá y yo me dirigí a la cocina.

—¿Quieres una soda?

—Sí, gracias. —Volví y le pasé el vaso, sentándome a su lado—. La semana al fin terminó. —Dio un profundo suspiro, como quien está agotado luego de una jornada de veinte horas trabajadas.

—Sí, hoy no fue el mejor de mis días —comenté. Gabriel ladeó el cuerpo, quedando más frente a mí.

—¿Y eso?

Tomé un sorbo de mi vaso y entorné los ojos, empecé a enumerar con mis dedos.

—Hoy llegué tarde, para empezar. En física me pusieron de compañero con Charlie Dimas, además...

—¿Quién es ese?

—¿Recuerdas a ese que me tiró al suelo cuando jugamos en tu colegio? —Asintió, entrecerrando sus ojos—. Ese imbécil. En fin, fuimos a ver al profesor de educación física y casi nos peleamos con él y su maldito amigo. Además llegas de sorpresa y te golpeo.

—Eso entraría en la lista de mis cosas malas de hoy, no en la tuya —aseguró, poniendo su mano sobre la mía—. Solo hay algo que no entiendo.

—¿Qué?

—¿Cómo es posible que venga de sorpresa, me golpees, lleve como unos quince minutos acá en tu sofá y no me hayas besado?

Había una chispa en Gabriel, una cualidad en su maravillosa personalidad que me atontaba completamente. Me pregunté si esa cualidad era más una respuesta involuntaria de mi ser al sentir lo que sentía por él; me pregunté si todos los enamorados del mundo sentían esa chispa de acelere al corazón cuando su pareja hablaba o hacia un comentario coqueto. Me pregunté si esas caricaturas de televisión cuando la chica ve a su enamorado y pone una sonrisa ridícula, bajando sus cejas a los lados, flotando del suelo y con corazones en las pupilas eran una viva reproducción de una reacción humana solo que representada más gráficamente.

Esa seguridad que le envidiaba a mi hermano, la sentía potente cuando de Gabriel se trataba. Sus labios contra los míos mandaban chispazos de emoción a cada nervio de mi cuerpo, su piel, sus manos, su contacto, su sabor... todo eso era tan propio de él y tan mío cuando estábamos así, juntos, solos, únicos en el mundo. Su piel ardía y no sabía si era porque acabábamos de llegar de la luz solar de afuera o si realmente estaba sonrojado. No quería abrir mis ojos, besarlo acallaba mis demás sentidos y solo quería conservar el tacto, el de nuestras bocas, el de nuestras manos, el de nuestras respiraciones que se hacían una.

Aún sostenía mi vaso en la mano y él tenía el suyo también. La suavidad de su cabello rozaba con mis dedos y apenas se escuchaba ese sonido chocante de los labios al separarse para unirse de nuevo al cabo de un segundo. Besar a Gabriel era tener un pedacito de paraíso en las manos.

—Salgamos hoy —propuso en un susurro, dejando otro beso suave. Me recosté en el espaldar del sillón, dejando espacio entre ambos. Gabriel bebió su gaseosa—. Hay un bar en Rowim y ya que eres mayor de edad...

—Lo dices como si fueras un viejito. Apenas y me llevas unos meses.

—Da igual, eres menor y punto. Vamos.

—¿Vas a invitar? Porque no tengo dinero.

—Solo si la próxima invitas tú.

Accedí. En general, habría accedido a lo que fuera que incluyera a Gabriel como compañero. Tras pedir permiso a papá y que me concediera la salida sin inconvenientes, salimos con Gabriel.
No llevó su moto por seguridad, eso decía que era seguro que iba a beber.

Cuando llegamos a la dirección que Gabriel indicó, borré un poco la sonrisa. Aún asimilaba muchas cosas que sucedían con Gabriel, que sucedían conmigo, que sucedían en mí cuando Gabriel estaba presente y todo lo que reflexionaba cuando estaba a solas. Aquella vez en la cancha de baloncesto cuando Gabriel y yo hablamos fue la única vez que realmente me dije «Denny, eres gay», de resto trataba de alejar ese pensamiento y solo disfrutar del moreno que estaba junto a mí.

Por eso, por la falta de aceptación total conmigo mismo, me entraron los nervios al ver que Gabriel me había llevado a un bar gay.  

Ufff, este es uno de los capítulos largos :u
¿Qué les pareció? 7u7

♥ Nos leemos ♥

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