C u a t r o

El último día de clase se sintió jubiloso. La alegría pululaba en el aire como las motas de polen en la primavera, se oían los planes de los demás yendo de boca en boca desde el presumido que quería que todos supieran que iba a ir a París hasta el que se quejaba de no poder viajar a ningún lado; de Kelly que corría la voz de su nuevo novio de otra preparatoria a Sandra Valente que iba a dar una fiesta..

Mi hermano caminaba conmigo por los pasillos de Western sabiendo que era posiblemente la última vez que lo haría. No le gustaban las despedidas así que nadie sabía que él ya no seguiría con nosotros.

El cielo estaba nublado. Muy nublado. No de esas nubes que presagian lluvia pero sí de esas que impiden a toda costa algún rayo de sol. Nos invitaron a la fiesta de fin de semestre, Diego odia las multitudes pero accedió a ir solo por acompañarme. Era en la casa de Sandra Valente y si bien su reputación de zorra la tenía un poco marcada, todos accedieron a la promesa de cerveza, vodka y posiblemente drogas. A mi me gusta beber. No en exceso, claro, pero me gusta. A Diego no. Él no bebió más que una copa y eso que fue por cortesía. Además debía manejar la moto de vuelta y no era conveniente.

Cerca de las doce se quería ir, no objeté pero tampoco lo acompañé. Todos en la fiesta eran amigos míos así que no iba a quedarme solo; bueno no todos en la fiesta porque había mucha gente que no conocía, posiblemente de otros colegios. La casa de Sandra Valente no era lejos de la mía así que no me preocupaba de tomar un poco más de la cuenta. Ya iban muchas cervezas y mi humor era amplio. Estaba sentado en algún sofá con varios de mis compañeros, nos reíamos de todo. Ojalá hubiera algo que nos permitiera tener el humor de un borracho aún estando sobrio. Sería genial.

Alguien tropezó o lo empujaron, yo que sé y cayó sobre nosotros. Nos reímos. Dios, no podía parar de reír. El chico que cayó también reía y se levantó trabajosamente para sentarse a mi lado y recostarse en el sillón. Joshua junto a mí le ofreció una cerveza aún cuando era obvio que no debería de beber más; ambos reían y el chico que cayó se tomó la cerveza de a poco, integrándose en las risas como si nos conociera y disfrutara de escuchar por primera vez el chisme de la zorra de Sandra Valente. Yo sí sabía quién era.

—¿Cómo te caíste? —Logré articular. Su brazo rozaba el mío, intentó incorporarse pero cayó contra el sofá de nuevo. Estaba mucho más ebrio que yo.

—¡Yo no sé! —gritó con voz pastosa.

Me reí de nuevo. ¿Qué era tan gracioso? El ambiente daba vueltas y Gabriel me usó de palanca para sentarse mínimamente derecho. Pasó su brazo por mi hombro como si fuéramos amigos de toda la vida, se acercó lo suficiente para que estuviéramos en confidencia.

—Creo que una chica me empujó —comentó divertido. Me rozaba el oído, algo que de estar sobrios supongo que no habría hecho y estaba seguro de que yo no dejaría que hiciera.

Las chicas ebrias lloran y ríen, los chicos ebrios ríen y se vuelven más amigos. Eso es curioso.

—¿Por qué te empujó?

—Creo que la besé —confesó en medio de una carcajada. Su agarre era fuerte a mi hombro, creo que de haberme soltado, se habría caído de nuevo—. Luego de besar a su amiga.

Eso me causó gracia. Me recosté en el espaldar del sofá haciendo que él cayera también. Volteé a mirarlo, tenía una mancha enorme de algún trago en la camisa, sus botones estaban sin apuntar y parecía que se hubiera vestido a ciegas; una cadena plateada le colgaba del cuello sosteniendo una placa de identificación. Me pregunté de quién era, no pensaba que de él pues creo que las daban en el ejército y él era joven.

Empezó a levantar el trasero del mueble quedando suspendido de la cabeza con el espaldar y trataba de llegar con su mano a su bolsillo posterior del pantalón. Yo me reía de él, era muy gracioso, no era dueño de sus extremidades. Logró sacar el celular que alumbraba y con un dedo contestó una llamada.

—No sé... —decía al aparato. Estaba serio y recuerdo pensar que era su madre pues su expresión era de un niño regañado—. Estoy... —Hipó— bien, ma... Ya me voy a ir... No tienes qué...

Pareció que lo interrumpieron y escuchaba. Desvió su mirada a mí y sus ojos decían que no me había notado hasta ahora, supongo que ni siquiera me había observado. Tapó el auricular con su mano para hablarme.

—Eres Dany o Damian... ¿Sí?

Pude corregirlo, pero no lo hice.

—Sí.

—¿Te vas a ir ya? Mamá no quiere que salga solo o vendrá por mí. —Hablaba atropelladamente entre hipos y sonrisas. Miré a mi alrededor, Joshua ya estaba dormido sobre Andrew Trescot y casi todos estaban o inconscientes o hablando solos.

—¿Vives lejos?

—No... Como cuatro calles o diez... Podemos tomar un taxi.

—Bien, vamos.

Le informó eso a su madre del otro lado y se levantó. Cayó de nuevo así que me levanté primero y lo halé. Casi caemos ambos de culo al suelo. Nos reímos de eso. Hallar la salida se me hizo una travesía digna de un libro y más cuando casi estaba cargando a Gabriel; tenía razón en algo: yo era un poco más alto. Pero él era más pesado y en su estado, era casi un peso muerto.

No había ni un taxi y le pregunté si sabía llegar a su casa a pie y articuló que sí así que estaba siendo guiado por un ebrio que apenas y podía caminar.
No fueron cuatro calles, fueron como diez o más y estaba extremadamente cansado; al llegar había una señora en la puerta de su casa a las dos de la mañana esperando a un hijo loco. No le dijo nada, terminé entrando también a petición de la señora. No era la mejor manera de conocer a un adulto pero ahí estaba yo, ebrio en casa ajena. Pensé en cuánto me tardaría en llegar a mi casa; papá no me esperaba, me daba permiso hasta el otro día pero dudaba de si estaba muy lejos porque la casa de Gabriel quedaba en el sentido opuesto de la mía desde la casa de Sandra Valente.

—Será mejor que te quedes acá, está tarde.

Eso lo dijo la señora con un tono cansino y comprensivo; ya se había llevado a Gabriel a dormir sin que él se enterara de nada. Estaba tan mareado que no objeté y me dejé caer en el mueble. Como una madre normal, la señora me pasó una cobija sobre el cuerpo y justo un segundo antes de dormirme, en ese limbo entre la conciencia y la inconsciencia en que se navega en el alcohol, llegó la imagen de mi mamá y la regañina que me daría si llegara así a su casa con un desconocido y la voz de mi papá de cuando me advertía de no confiar en extraños. Duró unos segundos y el licor me pudo, caí dormido sin más.

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