C i n c o

La gente en el público aplaudía y miraba con demasiada atención el juego; en la gradería alcanzaba a ver a Diego con Gris y lejos de allí, a Luka, el amigo de Gabriel. Todos habían venido a darnos ánimos —cada uno por su lado— en el primer juego amistoso intercolegial del segundo semestre del año que tuvo lugar a mediados de agosto en nuestro gimnasio.

El balón rebotaba incesante en el suelo y estando ya en los últimos minutos, el aliento de todos estaba entrecortado y la frente adornada por gotas gruesas de sudor; Gabriel, a sabiendas de que iba a jugar yo, pidió entrar como principal y no como reemplazo —como siempre— y se olvidó de su política autoimpuesta de no competir y fingir que no sabía jugar para darlo todo en la cancha. Aparentemente él es uno de los más fuertes de su equipo y sin ánimos de presumir demasiado, yo había mejorado lo suficiente como para ser de los mejores del mío.

Cada tanto y cuando el juego estaba en un apogeo que mantenía a todos concentrados en el balón, Gabriel hallaba la manera de tocar amistosamente mi hombro o sonreírme directamente con un gesto que retaba indirectamente a ganar. Para resumir un poco, me distrajo en el último pase; aprovechando que los ojos de todos estaban en mí y en el balón, llamó mi atención y me guiñó un ojo en dos segundos que fueron suficientes para no encestar al lanzar y perdimos y aunque todos en su equipo lo celebraron, yo sabía que era trampa descarada.

Estando en un lugar demasiado público y rodeado de los compañeros de ambos, no hubo mucho tiempo o espacio de encontrarnos —y reclamarle— cuando el último pitido sonó anunciando su victoria; él caminó hasta su amigo y se quedó con él y con una chica que lo acompañaba y yo me acerqué a mi hermano.

—Gabriel hizo trampa —me quejé con Gris. Ella soltó una risa.

—No es cierto, es que tu mente es débil. —Elevé ambas cejas en su dirección y ella ladeó su cara—. Vamos, como si no se notara que no podías dejar de verlo.

—Es cierto —secundó mi hermano. Debió de ver mi cara de espanto porque añadió—: Descuida, nosotros lo notamos porque lo sabemos y vinimos solo a verte, pero nadie está realmente pendiente de ti y de él.

La gente se fue dispersando de a poco al salir del gimnasio; me excusé con mi hermano un momento para ir al baño antes de irnos y busqué a través de dos pasillos hasta llegar; habían unos dos chicos allí y a los pocos segundos salieron. Tras usar el baño me lavé las manos y me miré al espejo, tenía las mejillas muy coloradas y el cabello esparcido en todas las direcciones, me dije mentalmente que ese fin de semana debía ir a cortarlo.

A los pocos segundos, Charlie Dimas entró y al verme, me sonrió con amabilidad.

—Estuvimos cerca de ganar. —Su semi burla (sin ser ofensiva) estaba teñida en sus palabras.

—Lo sé, fue mi culpa.

—A todos nos pasa —dijo, encogiéndose de hombros. Fue hacia la pared lateral y usó el baño, luego volvió y me miró a través del espejo—. De todas maneras era un amistoso, no perdimos nada.

—Sí, supongo. Solo espero que el entrenador no se moleste.

—No creo que... —La puerta del baño fue abierta nuevamente y Gabriel, con el uniforme del otro equipo, entró. Charlie se quedó callado y lo miró con evidente recelo, Gabriel no se quedaba atrás en mirarlo mal, con una expresión que casi amenazaba—. Nos vemos luego, Denny.

Y salió. Su relación se había resumido a una vez de Gabriel golpeando a Charlie y luego a Charlie viéndonos besarnos aquella vez en mi casa. Supongo que era de esperarse que no se llevaran de lo mejor.

Gabriel revisó, agachándose un poco, que no hubiera más gente en los baños y luego habló:

—¿Desde cuándo tan amigo con ese tonto?

—No es mi amigo —respondí—, pero le estoy eternamente agradecido por haber estado allí cuando discutí con Joshua hace un tiempo. Y no me han dejado solo en los recesos, él y su amigo pues... la amabilidad con amabilidad se paga.

Gabriel destensó el ceño y asintió, se lavó rápidamente las manos y ya volvió a su expresión gentil conmigo.

—Has perdido talento, Keiller. —Su tono cambió a uno burlón—. Y escuché que les dijiste a los demás que hice trampa —agregó de inmediato.

—Y es cierto, lo sabes.

Gabriel, ladeando su cuerpo hacia mí, alzó una de sus cejas, completamente indignado.

—¿Cómo hice trampa?

—Me distrajiste —afirmé—. Ese punto era mío.

—¿Es culpa mía que andes tan desorientado en la mente?

—Si el eje de la desorientación eres tú, sí. Me guiñaste un ojo, lo hiciste a propósito.

—Eso no es culpa mía —aseguró. Yo estaba apoyado contra la pared junto al espejo y él se acercó dos pasos, allí me enderecé y me despegué de la pared. Puso sus manos en su cintura e inclinó su cabeza hasta quedar muy cerca de mi cara, siempre sin tocarme. Torció su sonrisa y en tono orgulloso, añadió—: Tú simplemente te dejas someter fácil.

Entonces reí y él hizo lo mismo, con unos ojos pícaros y brillantes, los mismos que me habían encantado cuando lo conocí.

—Vamos, ¿todo esto por la broma de hace tanto con tu madre? Qué infantil.

—Prefiero considerarme ingenioso.

—No... Me quedo con "infantil". —Eché un vistazo rápido a la puerta y en menos de dos segundos me acerqué y le robé un beso muy corto—. ¿Estamos a mano entonces?

—Por ahora.

Sus ojos llenos de intenciones posiblemente malvadas y de burla hacia mí, me observaron con fijación e hice lo mismo. Había tan solo medio metro entre nosotros y tuve un fugaz deseo ardiente por él y por besarlo hasta el cansancio, pero la puerta fue abierta y alguien entró, sacándonos de ese momento. Nos alejamos sutilmente un paso más y tras relavarme las manos (para hacer un poco de tiempo y que no luciera sospechoso salir justo cuando alguien entrara), salimos del baño. A unos metros, mi hermano y Gris venían.

Gabriel y Gris se abrazaron al verse y con mi hermano se saludaron con gentileza.

—Papá llamó —informó Diego, tendiendo mi teléfono pues lo había guardado mientras yo jugaba—. Dijo que llegues temprano, que él va a salir temprano también, entonces para que cenen juntos.

—De acuerdo. —Me dirigí a Gabriel—. ¿Te veo mañana?

—Espero que sí. —Miró más allá de Diego—. Voy a buscar a Luka. Iremos a comer algo. Adiós.

Una vez se hubo alejado, miré a mis acompañantes, que estaban abrazados mientras me observaban, él con burla y ella sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué?

Fue Gris la que contestó:

—Te ama tanto.

—¿Lo sienten?

—Sentimos a todo el mundo —dijo Diego con sarcasmo—. Es una maldición a veces.

—Pero no con ustedes —intervino Gris, mirando con reproche a mi hermano.

—Bueno...

—¡Que no! No le hagas caso, Denny. Ustedes son lo más tierno del mundo, a decir verdad, pocos amores sinceros se sienten entre los pasillos de un colegio.

—Sí, más que todo son hormonas de calenturientos —apostilló Diego. Gris rodó los ojos.

—Eres tan fastidioso —refunfuñó ella.

—Así soy desde que te conocí y te enamoraste, no tienes derecho alguno de quejas o reclamos a estas alturas del paseo.

Reí con ganas de verlos discutiendo y posteriormente, de ver a Diego en una semi disculpa con su novia. Ella era la única capaz de manejarlo con un dedo de esa manera y luego sonreír como un ángel que no rompe un plato.

Debido a horarios cruzados de ambos, mi padre y yo rara vez cenábamos juntos, si eran dos veces por semana ya era más que suficiente. Nos acostumbramos a vernos a veces en las mañanas antes de salir y de cuando en cuando, en las noches antes de ir a la cama. Admito que me extrañó que papá me llamara —cuando Diego contestó— específicamente para expresar que quería cenar conmigo, nuestras reuniones en casa eran más espontáneas; no era que planeáramos nunca estar al mismo tiempo, eran casualidades.

No dejé que mi imaginativa mente divagara sobre los motivos de mi padre para la cena de esa noche, con el fin de no enloquecerme. Y todo iba bien, super, hasta que...

—Quiero hablar contigo.

Lo curioso de guardar un secreto que consideras de suma importancia es que con cada cosa que sucede sientes que te delatas o que todos lo saben, es un peso horrible porque se suma a la culpa y te oprime a ratos la espalda, haciendo que desees con todo el alma solo revelarlo y respirar tranquilo. Así me sentí cuando dijo eso, juro por cada ser en el cielo que creí que iba a decirme que ya sabía que era gay, creo que hasta se me bajó la presión arterial. Yo estaba lavando los platos de la cena, así que estaba de espaldas a donde provenía su voz, en la entrada de la cocina. Parpadeé varias veces e intenté sonar calmado.

—Claro, dime. —Me escuché con la voz aguda aunque pudo ser solo imaginación mía.

—Sin importar qué suceda en tu vida, siempre seré tu padre. Quiero que sepas eso, ¿de acuerdo?

El corazón se me aceleró y casi se me resbala un plato de las manos enjabonadas.

—Lo sé, pa.

—Hace un tiempo te dije que yo siempre iba a estar disponible para hablar y escuchar y entender, ¿recuerdas? —Asentí, aún sin girar a mirarlo—. Por eso mismo, y aunque tienes todo el derecho, no quiero que tengas secretos conmigo. En esta casa somos solo los dos y aunque es una casa grande, me gustaría que los secretos no cupieran.

Mis ojos empezaron a escocer y lo atribuí a una repentina subida de temperatura que solo me afectaba a mí; me visualicé colorado y con gotas de sudor en la frente, pero tenía tanto en la cabeza que no pude asegurar si era así o si solo era mi percepción.

—Sí, es una casa grande —dije. Papá rió entre dientes.

—Denny, sé lo que sucede —soltó.

De repente sentí como si todas las paredes de la cocina empezaran a acercarse peligrosamente, encerrándome; entre la ansiedad y los nervios, mis manos empezaron a temblar. Solamente el correr del agua del lavaplatos sonaba —o eso me parecía— y la garganta se me tornó seca, como si llevara dos días sin beber nada en un desierto.

—Perd...

—Le mientes a tu madre —dijo. Me callé mi disculpa, sorprendido de esa ¿revelación? No era lo que esperaba—. No estás saliendo con Gris, ella es novia de Diego.

Estar bajo el agua por un minuto entero y luego salir a tomar una bocanada de aire, no se acerca ni remotamente al alivio que sentí al escuchar eso. Sentí que el alma me volvió al cuerpo y suspiré, tosiendo un poco por el abrupto cambio de situación.

—Así es —admití.

—Mira, es la familia de tu madre la que tiene esa conexión con lo mágico o lo extraño, ustedes lo heredaron, pero yo nunca lo tuve y por eso te entiendo. Tu madre intentó explicarme el lío de las almas gemelas y de que Gris era la tuya y tiene mentalizado que ustedes se casarán algún día, pero eso no te obliga a hacerlo.

Recordé vagamente el encuentro con la mamá de Gris hace unas semanas y era de suponer que papá iba a hablarme de eso ahora que le habíamos tenido que contar a ella que éramos gemelos (aunque ya lo sabía). Si fuera un poco más observador, habría anticipado ese encuentro. Me sequé las manos y giré, para observar a mi padre directamente. Él estaba apoyado en la pared de la entrada y yo apoyé la cintura en el mesón.

—Lo sé —dije. Tuve que improvisar y mentí—. No quiero decepcionarla, por eso Gris me ayuda a que ella crea que sí salimos.

—A ella no le importará, Denny. Tu madre, aún con sus... excentricidades, nunca desearía algo que los haga infelices a Diego o a ti.

—Es que ella y mis tías y todos están completamente seguros de que la magia de las almas gemelas es un determinante seguro e infalible del amor verdadero —excusé. Mis palabras dejaron de ser mentiras improvisadas a ser la voz del fondo de mi corazón y de todo lo que me había atormentado la situación—. En aquella reunión que tuvimos hace meses todos se veían tan felices por mí y por ella... es lo que todos esperan de nosotros porque así debe ser. Creo que sería una terrible decepción para todos si les digo que ella en realidad ama a mi hermano.

—No creo que "decepción" sea la palabra correcta, Denny.

—¿Y entonces cuál?

—Quizás "sorpresa". Y creo que más sorpresivo sería aún que se enterasen de que les hiciste creer que la amabas cuando era tu hermano quien lo hacía.

—Eso no pasará si no se enteran nunca —bromeé.

—Todas las mentiras con el tiempo se descubren, Denny, todas. Tú solo decides qué tanto quieres alargar ese tiempo.

—A veces creo que hicimos las cosas al revés —añadí—. Es decir, yo debería haberme enamorado de ella y ella de mí y no de mi hermano.

—Las palabras "deber" y "enamorarse" nunca deben ir juntas. El amor no es un deber, Denny, no es una responsabilidad ni una carga que debas llevar a cuestas aunque pese. El amor es un derecho que todos los humanos tenemos y que no podemos dejar que nadie nos lo quite o lo manipule. Esa magia rara que en nuestra familia abunda, según me dice tu madre, se esparce en el cuerpo y en el alma como el oxígeno, es parte de ustedes, pero aún con todo, hay lugares a los que ni la magia más fuerte puede entrar y el corazón es uno de ellos.

—¿Desde cuándo eres tan poético? —ironicé, él pulió una sonrisa para nada avergonzada, encogiéndose de hombros. Tras una pausa, suspiré—. A veces parece que el amor sí es una carga...

—Si el amor es una carga que llevas solo, no es amor.

Una pregunta que no tenía nada que ver con el tema y que me sacó a Gabriel del pensamiento, se me atravesó y no pude evitar decirla:

—¿Tú amabas a mamá?

Negó con la cabeza, con una sonrisa apagada.

—No la amaba. Aún la amo.

—No debieron separarse —dije entre dientes. Sabía que en teoría ese no era asunto mío, pero ya que estábamos con el discurso de papá de sinceridad, no perdía nada.

—El hecho de que dos personas se separen no implica que ya no hay amor, hijo. El amor, como acabo de decirte, no es un deber y llegamos con tu madre a un punto en el que la mayor muestra de cariño era separarnos. Necesitábamos pensar por separado, reconsiderar muchas cosas. Los corazones también tienen un límite de tristezas y angustias, y cuando estábamos juntos luego de lo que pasó con tu hermana, había días en que se agregaba mucho a esa parte y no solo tenía mis tristezas sino las suyas y viceversa, si seguíamos juntos, toda esa desdicha unida iba a colmar la capacidad e iba a desplazar el amor que nos teníamos para hacer más espacio.

—¿La extrañas?

—Cada mañana al levantarme —confesó—. Pero no ando triste porque sé que todo cambiará algún día.

—¿Cómo lo sabes?

Tomó varios segundos para suspirar y sonreír de lado con mirada ausente, como quien trae a su mente recuerdos lejanos que le llenan de dicha.

—Desde que conozco a tu madre, le he creído cada palabra que dice ya que se ha demostrado que su "intuición" es muy cierta, ya sabes, su don y esas cosas... —Asentí—. Cuando teníamos menos de veinte años, el día en que le propuse matrimonio, ella me miró a los ojos y me dijo que íbamos a tener problemas en la vida como todas las parejas y que a veces ella o yo íbamos a sentir que lo nuestro no iba para ningún lado, pero me hizo prometer que cada noche, antes de dormir, estuviéramos enojados o no, lejos o cerca, recordara que nuestro destino era llegar juntos a la vejez y que nos amaríamos por siempre. La vida está llena de altibajos, hijo, pero me gusta tener la certeza de que así sea hoy o cuando tengamos setenta años, nos tomaremos nuevamente de la mano y volveremos a tener veinte.

Sus ojos se habían cristalizado y los míos igual. Aunque a Diego era al que más le había afectado la partida de Sarah y sus consecuencias, fui yo quien más sufrió con la separación de mis padres. Nunca se los dije para no hacer todo más difícil, ni a Diego se lo dije, pero extrañaba mucho esa unidad familiar que hacía tanto tiempo había existido.

—¿Y cuánto debe pasar para eso?

—Esas son preguntas que no tienen respuesta verbal. Solamente el corazón sabe cuando es momento de amar y de volver o de irse. Nadie lo controla.

—Sería mejor poder controlarlo.

—Sí, es cierto —dijo, sonriendo y limpiando con su mano todo rastro de lágrimas—. A lo que iba al hablar contigo, hijo, es que no trates de hacernos felices a tu madre o a mí si tú no lo eres. Te puedo jurar con mi alma que cualquier decisión que quieras tomar con respecto a tu vida, será bien acogida por nosotros. Tu madre y yo ya hemos vivido nuestra juventud y la gozamos como quisimos, tú tienes el derecho de gozar la tuya como te parezca. Así como tu hermano ha decidido amar a Gris, tú tienes derecho de amar a quien sea, así la magia te lo niegue.

—Gracias, pa.

—No te voy a pedir que le cuentes todo a tu madre, eso es decisión tuya, pero sí ten por seguro que no se decepcionará. —Asentí, agradecido de corazón por sus palabras y antes de irse, dijo—: Además, es mejor que se enteren pronto y no que tal vez vea algún día a Diego y a Gris juntos y piense mal de ella. Recuerda, hijo, todas las mentiras se descubren.

Esa noche di muchas vueltas en la cama, sumando la charla con mi madre de hacía unas semanas, la de mi padre hace unas horas, lo que me dijo Diego aquella vez en la heladería y especialmente el valor del amor que compartía con Gabriel.

Saqué mi teléfono de debajo de la almohada —donde lo tenía siempre al dormir— y encendí su pantalla. La luz me cegó momentáneamente mientras las retinas se me acostumbraban al nuevo brillo; pese a que eran más de las dos de la mañana y que era muy probable que no fuera a leerlo de inmediato, escribí un breve mensaje en el chat de Gabriel.

El secreto de amarte es muy grande como para que quepa en esta casa, y de hecho, ya no cabe. Les contaré a mis padres de ti y les guste o no, te llevaré después a conocerlos a ambos formalmente. Solo te aviso para que te mentalices a conocer a los suegros.

Te amo, Gaby.

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