C i n c o

Bluest, se llamaba el bar. Las seis letras del nombre centelleaban en un verde neón contrastante en la entrada. En el interior el halo de luz no difería mucho de ese tono verdoso, varias bombillas fluorescentes iluminaban la estancia, dando la claridad suficiente para ver a las personas a unos metros a la redonda.

No tengo ni la menor idea de si mi reacción fue normal, fue ilógica o simplemente fue ridícula, pero me entró un miedo y un sofoco profundo.

Todo lo que consideraba que pasaba con Gabriel y que de cierta manera era incorrecto, ocurría allí en ese espacio con diferentes parejas que se encerraban en una burbuja a la vista de todos. Parejas de jóvenes y no tan jóvenes besándose, manoseándose sin temor alguno y además ese... halo de calor que nos invadía suma de la cantidad de gente en proporción al espacio y mi ansiedad, hacían que el oxígeno fuera más escaso. Sentí náuseas por un segundo.

No sé cómo sucedió, quizás estaba bastante englobado mirando a los demás siendo libres en ese lugar y por eso no lo noté pero Gabriel se me perdió. Sentí pánico como un niño perdido en un centro comercial, cada inspiración que mis pulmones exigían hacía un eco en mis oídos con las mismas palabras cada milisegundo: "eres gay, no eres normal. Eres gay, no eres normal"...

Lo sabía, al menos la primera parte, deseaba decirme a mí mismo «¿Y? Soy feliz así» pero no podía. Era como que un susurro inventado de mi subconsciente me seguía diciendo que estaba mal.

Estaba a mitad de la pista, buscando con la mirada a Gabriel e intentando aclarar mi vista. Los cuerpos de muchos hombres se movían al compás de la música y en medio de mis dilemas internos sonreí, era cómo sentirme en familia, con esos que entienden... pero a la vez como si esa familia fuera similar a esa tía lejana que quieres pero te fastidia visitar. He de decir que había varias mujeres también, bailando con otras mujeres y algunos bailando todos con todos. En ese bar no parecía que todos fueran desconocidos, parecía que todos sabían de todos sin siquiera saber sus nombres.

Una estatua parada en medio de la pista frenética de baila, obviamente iba a llamar la atención y esa atención no tardó en llegar cuando un chico se plantó frente a mí bailando. El instinto de la amabilidad que me caracteriza, me hizo sonreírle y saludar con la cabeza.

—¿Qué haces en medio de la pista si no bailas? —gritó el desconocido, inclinándose un poco para que pudiera oírlo.

—Se me perdió mi compañero... —respondí en tono alto también.

La línea imaginaria de la incomodidad se cruzó cuando el chico tomó mis manos invitándome a bailar. No sé... fue muy, muy, pero muy raro. Digo... había tenido una novia hacia poco más de un año, me gustaba mucho –o eso creía– pero aún así consideraba hermosa a su amiga, porque lo era, aunque no al punto de gustarme.
Con Gabriel había pensado que era él el único que podía atraerme, teniendo como referencia a su amigo Luka que no me había llamado en absoluto la atención, sin embargo, el desconocido me parecía atractivo y me sentí culpable por ello.

Le sonreí en respuesta. No me gustaba, ni siquiera sabía su nombre, pero podía decir «sí, es atractivo». Fue chocante, digo, esperaba que mi rareza solo funcionara con Gabriel pero resultaba que no. En resumen, fue un grito enorme de mi subconsciente: «Eres super gay, supéralo». En ese instante me dije que estaba bien, que el mundo valiera mierda mientras estuviera bien conmigo mismo y sí. Sí era gay. Sí me gustaban los hombres y sí, definitivamente no era una etapa.

Etapa uno del auto descubrimiento, la aceptación total: tachado de la lista. (Es una lista imaginaria que solo funciona para mí).

Quise reír de mí mismo en ese momento, pero no lo hice. Solo amplié mi sonrisa y le seguí el baile al desconocido, juro que por ese momento de epifanía me olvidé de que iba acompañado.
Ahora, no sé si así funciona con todos los gays del mundo como parte de su estado coqueto, pero ni bien pasados dos minutos danzando, intentó besarme. Eché la cabeza para atrás y el desconocido intentó acercarse de nuevo. En su defensa, comentaré que estaba algo bebido aunque no sé hasta qué punto su cercanía fue producto de su escasa lucidez.

—¿Cómo te llamas? —dijo en tono alto, al ver que no iba a dejarme besar.

—Denny.

—Denny... —repitió, arrastrando las palabras. Mordió su labio y pasó despreocupadamente su mano por su cabello desordenado. El rubor atacó mi rostro por esa mirada que me dio y quise salir corriendo—. Mi nombre es Thiago.

—Voy... voy a buscar algo de beber —excusé, para poder huir de esos ojos negros. No eran mis ojos negros y no me interesaban en lo más mínimo.

Gabriel. ¿Dónde estaba? Se había perdido nada más entrar y era inconcebible la idea de que me hubiera abandonado en un bar. Era ilógico. Me planté frente a la barra y recordé que no llevaba dinero así que di la espalda al bartender e intenté buscar con la mirada a mi... a Gabriel. Fue Thiago quien llegó a mí.

—¿Te invito un trago? —propuso.

—No es necesario... pero gracias.

—Nadie dijo que es una necesidad, solo es un gesto de amabilidad —repuso y me guiñó su ojo. El trago ya lo tenía frente a mí y Thiago levantó el suyo para que chocáramos las copas. Eso hicimos.

—Gracias.

—No te había visto antes, Denny. ¿Dónde andabas metido durante toda mi vida?

Dios, era la primera vez que alguien coqueteaba conmigo y usó una de esas frases de películas y me sentí como una chica adolescente con ganas de reírme de él y de mí y de todo. Era irreal estar allí, jamás se me hubiera cruzado ir a un bar de esos y menos ligar a alguien.  Menos ligar a un hombre.

—Es la primera vez que vengo —respondí. Thiago me sonrió, dejando en exhibición la belleza de ese gesto. Bien, sí, lo admito: me gustó ese chico aún cuando sus ojos decían que estaba tan ebrio que le coquetearía a una pared—. Mi... un amigo me trajo.

Gabriel era mi nada pero era mi todo. Estábamos en ese intermedio que reserva la fidelidad sin llegar a poner una etiqueta a la relación.

—¿Y tu amigo te dejó solo? Yo no te descuidaría en un sitio de estos, eres demasiado... atractivo para tu seguridad —bromeó.

Empezaba a sentirme incómodo con eso y casi huyo de ese bar, pensando en las mil y un maneras de reprender a Gabriel por abandonarme. Pero eso no fue necesario, una mano se posó en mi hombro, llamando mi atención y por ende, la del ebrio. Gabriel no me miraba, lo miraba a él, solo que sin mostrar su usual sonrisa.

—Hola —dijo, aunque sonó muy agresivo—. ¿Tú eres?

—¿Y tú? —replicó Thiago—. ¿Eres su amigo que lo trajo?

—Sí.

—Bueno, yo solo me tomo un trago. —Thiago elevó su copa, sonriendo y con diversión en su mirada. El agarre de Gabriel a mi hombro se intensificaba—. Y de paso iba a pedirle el número a tu amigo.

—Lo lamento, mi amigo no está disponible —espetó Gabriel, haciendo una mueca al decir la palabra amigo—. Aléjate.

—No me dices qué hacer —gruñó Thiago, enderezando la espalda y poniéndose a la defensiva. Gabriel me había soltado y también se ubicó frente a él.

No iba a presenciar una pelea por nada del mundo y menos por un asunto tan insignificante. No dije nada, solo me deslicé entre ambos y agarré a Gabriel por la chaqueta, alejándolo de allí. Opuso resistencia por un segundo pero luego dejó de mirar a Thiago y siguió caminando conmigo. No volteé a mirar más al desconocido.

Llegamos a un rincón del bar, donde había una mesa enorme ocupada por un grupo enorme pero había dos sillas libres y nadie se opuso en que las ocupáramos.

—¿Dónde estabas? —pregunté. Gabriel no quitaba su expresión enojada.

—Fui por un trago cuando llegamos, cuando volteé no te vi en la pista, así que te busqué. Fui al baño a ver si estabas allí pero no, vuelvo a la barra y te veo coqueteando con ese.

El puente de su nariz se arrugó acentuando más sus cejas casi juntas. Se cruzó de brazos, mirándome a los ojos. Sonreí de lado con malicia al darme cuenta de lo que sucedía.

—Estás celoso.

—Solo te dejé por cinco minutos —reclamó, ignorando mis palabras—. Fue mala idea haber venido.

—Estás celoso —repetí burlón. Su expresión no cambiaba.

Terminó resoplando y volteando la mirada al otro lado, completamente indignado por mi manera de ver la situación. Lo quise más en ese momento en que mostró como el celoso de los dos, normalmente era yo aunque no lo admitiera. Agarré el cuello de su camisa y con una velocidad que me sorprendió, le estampé un beso. Lo tomó desprevenido y al principio estaba reacio a responderlo, a cambio de eso, me miró a los ojos atravesándome con ellos, en una mezcla de ira y pasión.

—Solo admite que estás celoso.

—Te hará falta más de un simple y feo beso para que admita algo así —dijo, volviendo al Gabriel de siempre. Ese que me encantaba.

Y me colgué a su cuello y devoré sus labios y la música tapaba cualquier sonido que hubiera a nuestro alrededor y entendí porqué tantas parejas se besaban tan libremente en el establecimiento.

El aire se hacía insuficiente cuando Gabriel consumía mi oxígeno, cuando mordía mi labio y luego pasaba su lengua como antídoto al posible dolor que sus dientes hicieran. Gabriel era todo, locura y cordura en una persona. Lo bueno y lo maravilloso en un par de labios, el aliciente para olvidarse del mundo porque cuando una de sus manos bajó de mi cintura a mis piernas, me olvidé de absolutamente todo lo que no lo incluyera a él. Con sus yemas presionaba mis muslos, arañando la tela del jean buscando algo en qué canalizar el repentino calor interno que nos consumía.

Mi piel ardía peor a que si tuviera fiebre, pero esa quemazón era buena, era placentera y solo deseaba que se apagara y solo alguien podía apagarla y lo tenía entre mis brazos, en una mesa de algún bar en donde podíamos ser nosotros mismos, en donde todo el mundo que nos rodeaba se quedaba puertas afuera.

El cambio de canción me sacó del trance, el giro de una electrónica a una lenta me recordó donde estaba y al parecer a él también porque nos separamos al tiempo. Sus labios estaban hinchados y brillantes enmarcando una perfecta sonrisa mostrando esas comillas en sus mejillas.

Salimos a bailar con la pieza más lenta y cursi que sonó esa noche. Él tomó mi cuello y yo su cintura, era la primera vez que bailaba tan pegado con un hombre y que ese hombre fuera Gabriel lo hizo maravilloso, lo hizo mágico.

—Es raro bailar contigo —dijo en mi oído, me reí sin mirarlo—. Aunque acá no parece raro.

—Es cierto —convine—. Ambas partes.

—Acá puedo besarte, acá puedo abrazarte sin que nos miren raro.

—¿Sigues pensando que vale la pena? —aventuré, hablándole al oído sin dejar de movernos.

—¿Venir? No tanto, aún odio que ese puto te haya coqueteado —exclamó, con su tono bromista. Dejé un poco de espacio entre ambos, para poder observarlo.

—Técnicamente soy soltero y puedo coquetear con quién yo quiera —respondí, ganándome una mirada cargada de reproche—. Sabes a lo que me refiero.

—Lo sé. No lo vale del todo —confesó. Mi sonrisa se esfumó y temí lo peor.

—¿Ah, no?

—No si sigues siendo soltero —corrigió con ese tono coqueto que usaba para ganarme los debates cuando discutíamos. Ese tono que hacía que yo accediera a todo—. Así como que es mucho esfuerzo por nada.

—¿Qué quieres entonces?

—A ti —dijo sin titubear, apegándome más a él—. Te quiero a ti y a todo lo que eres. Quiero exclusividad, quiero una miserable etiqueta aunque se quede solo entre nosotros; quiero eso: un nosotros.

Un nosotros. Un nosotros. Esas palabras entraron por mis oídos, rebotando en cada neurona para que todas se enteraran de la propuesta disfrazada, fueron de aquí a allá hasta que se instalaron en todo el centro del cerebro, donde realmente se produce el amor alborotando todo y haciendo vibrar el corazón donde realmente estaban las reacciones.

—Si digo que sí, ¿Admitirás que estabas celoso? —respondí a su propuesta, usando el mismo método de disfrazar la pregunta incómoda.

—Prueba.

—Acepto —accedí.

Me sonrió y me besó, así no más, así de dulce y así de perfecto, sin licor encima y siendo dueños totalmente de nuestras decisiones.
Acaricié su mejilla y mordí mi labio al sonreírle, tan enamorado cómo podría estar con un chico que llevaba cinco segundos siendo mi novio. Desde ese día tendríamos una etiqueta en nuestra relación y valía más que cualquier cosa.

Posó su cabeza en mi hombro, reanudando el baile. Antes de sumergirme en mis pensamientos que lo incluían siempre a él, escuché sus palabras:

—Sí, estaba celoso.


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