C i n c o

Me dolía todo.

Desde la espalda, pasando por las piernas, el dorso también y la cabeza. Dios, me dolía la cabeza con descaro. Abrí los ojos y miré a mi alrededor; jamás había estado ahí y me inquieté un momento hasta recordar que estaba en la casa del chico de Crismain. Yo tengo la ventaja de que sin importar el grado de licor, puedo recordar lo que hice o no en medio de la borrachera. Nunca he tenido una laguna y lo alardeo. El silencio era absoluto y me pregunté si podía solo irme y ya pero eso sería grosero así que concluí que debía esperar a que todos se despertaran.

Pero sí busqué el baño, eso no podía esperar. Fue la primera puerta que revisé así que no tuve problemas con eso, volví a mi mueble y me senté, con la cabeza apoyada en la pared y las ganas de llegar a mi casa. Alcancé a mirar un reloj por ahí y eran apenas las siete, el sol sonreía pero yo no estaba disponible para mirarlo, mi resaca no lo permitía. Pasó mucho rato hasta que alguien llegó a mí.

—Toma. —La voz de Gabriel me hizo abrir los ojos. Me dolió abrirlos y puse mis manos en la cabeza.

Me tendía una pastilla y un vaso con agua, ni siquiera pregunté que era y lo bebí de un trago. Ahí noté que mi garganta estaba seca. Gabriel se sentó a mi lado.

—Soy Denny. —Rió secamente.

—Lo sé. Yo te traje anoche a mi casa, ¿por qué...?

—Me dijiste Dany o Damian. Solo lo aclaraba.

—Oh. Lo siento.

—No tanto como yo siento el dolor en la cabeza.

Incluso el silencio me taladraba el cerebro. Me prometí no volver a beber, obviamente no lo cumplí. Me permití mirar a mi alrededor y apreciar la casa. La sala donde estábamos era pequeña, apenas estaban los dos sofás y una cómoda con un televisor mediano encima. Las paredes de un café madera oscuro le daban un aspecto de antaño que me pareció bonito. Había fotos en las paredes aunque no detallé ninguna.

—Sinceramente no recuerdo muchísimo de anoche —confesó. Ni siquiera abrí mis ojos.

—No te puedo decir gran cosa —dije—, cuando nos encontramos ya estabas muy ebrio. Dijiste que habías besado a alguien y a la amiga de ese alguien.

Ladeé la cara para mirarlo solo con un ojo. Sonrió como si lo recordara y se enorgulleciera. Quizás lo hizo pero no ahondó en el tema.

—Luego tu mamá llamó —añadí— y me dijiste que si te podía acompañar y... acá estoy. —Vacilé dos segundos y me incorporé—. Debo irme, ¿Tu mamá se ofenderá si no espero a que se despierte?

—No está. Hoy es domingo —dijo—, se va a la iglesia desde las seis. Debió irse y no sentiste la puerta.

—Dile que gracias por dejarme quedar —comenté poniéndome de pie. Doblé la cobija que me dieron y la puse sobre el sofá.

—¿Tienes mucho apuro?

Era incluso vergonzoso decir que no, que en realidad no tenía nada que hacer en el resto del día. Diego no estaría ese fin de semana conmigo y eso me dejaba sujeto a Joshua y a Diana que habían decidido salir cada fin de semana desde que se juntaron.

—Pues... no quiero molestar.

—No molestas. Deja me cambio y desayunamos.

—Yo debería cambiarme también, está chaqueta huele a cerveza. —Hice una mueca de asco. El olor a cerveza es asqueroso y penetrante. En general, mi aspecto era asqueroso.

—Supongo que una mía te queda. Espera acá.

Se perdió en su habitación y volvió con una camiseta de Superman, aunque era negra y no azul. Él ya tenía otra camiseta puesta. Me quité esa chaqueta y la camiseta con el mismo olor a fiesta y me coloqué la suya. Me quedaba algo ajustada, sufrí un segundo un complejo adolescente de si estaba muy gordo. Luego vi a Gabriel y vi que su camiseta  estaba ceñida, es decir, no era yo. Era su ropa. Olvidé el asunto rápidamente y desayunamos.

Volví a casa cerca de las dos de la tarde, el tiempo en la casa de Gabriel se repartió en él mostrándome su colección de Cómics y jugando consola un par de horas. Él era diferente a Joshua, él era más confianzudo y además no estaba hablando a todo momento de sus ratos con Diana. Gabriel era más como mi hermano: despreocupado y divertido. Me agradaba y pensé que se llevarían bien con Diego.

—¿A qué hora llegaste? —preguntó mi padre al llegar en la noche.

—Como a las dos. Pasé la noche en la casa de un amigo. —Me picó la lengua al decir «amigo», ni siquiera lo conocía pero decir «en la casa de un completo extraño» hubiera sonado mal para mi papá.

—¿Joshua?

—No. Se llama Gabriel.

No preguntó, no le conté. Lo bueno de mi padre es que estaba en el límite perfecto de preocuparse mucho por mí y darme espacio.

Pasé todas mis materias con ochos y nueves así que estaría tranquilo lo que quedaba del año. Las fiestas decembrinas y comer hasta reventar eran lo único que me preocupaba.

Diego viajó con mamá por dos semanas a donde un familiar de ella. Era supuestamente porque estaba enferma pero yo sabía que eran vacaciones. No quise ir aunque me invitaron, no quería dejar a mi papá solo y mi mamá lo comprendió. Sabía que ellos aún se amaban, pero la partida de mi hermana Sarah les nubló muchas cosas en la vida. Por eso se habían separado pero en buenos términos y tratábamos de ser, al menos a ratos, una familia normal. Era como tratar de unir un rompecabezas con fichas que encajan pero que no son del mismo dibujo.

Gabriel me invitó a su casa. Hablábamos por mensajes a ratos y dijo en uno de ellos que fuera a jugar consola con él. No tenía más planes, Diana y Joshua pasaban el rato juntos y yo no quería ser violinista. Extrañaba los días en que éramos tres amigos y ya; ahora éramos la pareja y el amigo soltero. Algo triste.

—Mi nombre es Denny Keiller —me presenté al llegar de nuevo a su hogar.

No quería que la señora tuviera esa imagen de borracho de mí aunque algo me decía que no iba a ser la última vez que me veía así, en vacaciones me gustaba aprovechar la ventaja de no madrugar y fiesteaba mucho. Así era desde mis 16 años.

Me sonrió mostrando un par de arrugas junto a sus ojos. Pensé en lo mucho que debió de sonreír de joven; tenía una obsesión con las sonrisas de los demás, siempre quería saber cuál era el motivo de la felicidad ajena.

—Liliam —respondió apurada—. Los dejo.

Cuando llegué ya tenía un bolso en su mano así que ya iba de salida. Se fue y Gabriel prendió la consola. La competitividad hacía que el juego fuera interesante, de nuevo hallé en él un parecido con Diego. Me ofreció una soda de cola.

—Vi que ese día en el colegio le hiciste un gesto a la de limón, supongo que no te gusta —observó.

Tenía razón. Era observador, eso me gustó. Joshua ni recordaba mi cumpleaños.

Si el puesto de "mejor amigo" no lo tuviera Joshua, Gabriel habría sido un buen postulante.

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