C a t o r c e
Guardamos silencio. Creo que estábamos en igualdad de pensamientos: éramos pero no queríamos ser. Un par de cantos de pájaro acompañaban la falta de sonidos en ese instante. El balón estaba en mis manos y lo giraba en mis palmas para distraer la incomodidad.
—¿Y entonces? —mascullé, cuando el peso de la indiferencia se hizo insoportable— ¿Solo dejamos de hablarnos o qué...?
—Yo que sé —dijo.
—Tampoco lo sé —dije.
Reímos en medio de la incertidumbre y lo perdidos que estábamos. Entonces como un chispazo incentivado por un trueno que sonó en algún lado, llegó a mí esa idea: Gabriel acababa de decir que yo le gustaba. ¡Le gustaba! ¿Qué debía hacer? ¿O no... hacer? Decidí mirarlo y encontrar sus ojos aún sabiendo que eran sus labios los que poseían la fuerza de las decisiones. Sonreímos y me encogí de hombros, él rió.
—Quizás es solo una etapa —opinó. Me había dicho eso a mí mismo tantas veces...
—Puede ser una etapa.
Me quitó el balón de un rápido movimiento y lo lanzó sobre mi cabeza, observé su trayectoria y encestó.
—Punto para mí: ¿Cómo saber si es una etapa?
—No tengo respuesta para eso. —Y sí que la había buscado.
Recogió el balón y siguió rebotándolo; su mirada me retó y el juego empezó de nuevo.
—Ya jugamos por la verdad —dijo; le quité el balón—. Ahora reto. Por la misma canasta.
El viento cesó, el cielo empezaba a aclarar aunque sus nubes negras aún nos rodeaban, me pregunté si el sol nos acompañaría luego.
Pisaba con fuerza el suelo y levantaba nubes de polvo con cada paso, el balón se llevó la incomodidad y en ese instante fuimos eternos, fuimos únicos en el mundo y solo importaba jugar.
Gabriel impactó conmigo al tratar de quitarme el balón, no lo logró y yo encesté. Lo miré con suficiencia.
—Reto: —Cobré. Se acercó a mí y me sonrió— dime qué pasará luego de que nos vayamos de acá.
Resopló y puso su mano en su cara con incredulidad; al destaparla me reclamó:
—¿Es en serio, Denny?
No entendí su confusión y me encogí de hombros; él rodó los ojos y fue a agarrar el balón, se plantó a mi lado y lanzó. Falló. Solté una carcajada.
—Digamos que encestó, te reto.
—Eso es trampa...
—Bésame.
Se ubicó frente a mí lo más cerca que pudo con sus manos entrelazadas en su espalda, evitando tocarme. Sus ojos brillaban pero ese brillo no llegó a su sonrisa; él estaba asustado y muy dubitativo.
—¿Para que luego te vayas porque te enojaste? No, gracias.
—Bésame —repitió—. Si es una etapa, acabará con ese beso pues ya tenemos claros los puntos. Piénsalo, quizás las veces anteriores solo fue producto del alcohol.
Su argumento era falto de lógica y él lo sabía.
—¿Y si no es una etapa?
Había querido tatuarme esa idea en la mente, pero pensaba en Gabriel sin estar ni mínimamente ebrio así que no podía ser producto de la falta de sentidos. A mi me gustaba realmente, lo quería sinceramente y pensar que para él era realmente solo un «experimento sentimental» me dolía.
—Bésame.
Mis manos picaban por abrazarlo y mis pies se congelaron en su sitio para no separarse ni un centímetro. Quería llamarlo egoísta por solo pensar en aclarar sus dudas aún cuando yo ya le había dejado claro lo que era.
—Te vas a arrepentir después... —lamenté.
—Lo pondré así, Denny Keiller: el momento de arrepentirme fue cuando te ibas a ir. Y acá estamos. Bésame y ya.
Le sonreí repitiéndome a mí mismo que estaba mal. Que ya me estaba enamorando y que besarlo no iba a solucionar nada.
—No.
—Bien. Perfecto —refunfuñó.
Se alejó varios pasos y pude tomar una bocanada de aire fresco. Lanzó de nuevo el balón y esta vez sí anotó.
—No te besaré.
Y no lo hice, él sí lo hizo.
De dos zancadas llegó a mí y agarró mi camiseta con sus puños.
—Reto: te dejas besar y punto —susurró y sin esperar respuesta me besó.
El contacto fue como un interruptor que le decía al cielo que ya era hora; empezó a llover y no con delicadeza. El agua caía torrencialmente y en menos de un minuto estuvimos bajo un diluvio que nos lavó de pies a cabeza más rápido que una ducha.
El beso duró veinte segundos, sus manos se tomaron cuatro para subir a mi cuello, las mías tardaron tres en aferrarse a su cintura y otros cinco tomando la confianza de subir a su hombro; tomé dos instantes después de separarnos para abrir los ojos.
La curvatura de sus labios sumada a las gotas que escurrían de su cabello y su respiración trabajosa le dieron ese aspecto que me atraía tanto. Supe que estaba llegando a eso de estar «enamorado» en todo el sentido de la palabra y que lo que siguiera de ahí en adelante estaba en las decisiones de Gabriel.
La claridad de la mañana había desaparecido y solo estaba el aguacero y el helaje que nos envolvía. Me besó de nuevo, suavemente y acarició mi nariz con la suya.
—¿Y ahora qué procede? —dije. Estábamos tan juntos como se podía y parpadeaba rápidamente a causa de las gotas de agua del cielo.
—Es una etapa —respondió y sonrió con picardía— y es más fácil sobrellevarla juntos.
—La situación no cambia, Gabriel.
Eso era completamente cierto y me angustiaba lo que seguía. Yo no iba ni de chiste a decirle a mi familia que era gay y estaba seguro que él tampoco.
—Cambia para nosotros.
—¿Y si no es suficiente?
—Hay que dejarlo a la suerte —dijo. El balón llegó a mis manos, sucio y resbaladizo—. Lánzala. Si encestas, nos arriesgamos. Solamente los dos.
Creo que sabía a qué se refería: juntos en la clandestinidad. Sonaba... mal, si soy sincero pero era casi la única salida. Además de que estaba tan flechado por ese chico moreno que deseaba lanzarme al vacío y ya.
—¿Y si falla?
—Será una señal divina y seguiremos con nuestras vidas y ya. Nada pasó.
Lancé. La pelota rebotó en varias secciones del aro, aguanté la respiración y lo vi en cámara lenta como en las películas hasta que finalmente... se salió, en un tiro perfectamente fallido. Nos miramos un segundo y luego miramos el balón que se fue hacia la derecha y luego nos miramos de nuevo. ¿Señal divina?
—Podemos fingir que encestó —propuso.
—Me parece bien —convine.
Y así fue como una de las bahías de la isla de mi vida, se dio a conocer con claridad.
En medio de tanta agua, el sol salió abriéndose un huequito en el manto oscuro como si sincronizara nuestra aceptación y el inicio de ese viaje de más descubrimiento.
Es muy complicado aceptar ser diferente; duele y confunde pero eso es mientras vagas por la vida pensado en dónde debes frenar y acomodarte; en dónde vas a encajar. Cuando llegas a tu punto de distinción, el mareo se reduce y es fácil mirar atrás y asegurar que valió la pena la incertidumbre.
En el auto, Gabriel ubicó su mano tímidamente sobre la mía que reposaba sobre la palanca de cambios. Era muy extraño, una parte de mí seguía gritando: «Es un chico, eso es incorrecto» y no sabía cómo expresar eso sin dañar a Gabriel. O a mí mismo.
Ambos íbamos tensos en los asientos, espaldas rectas y mirando al frente.
—De acuerdo, tengo que decirlo. —Explotó de repente luego de cinco minutos de viaje—. ¿Es normal que sea tan...?
—¿Raro? ¿Extraño? ¿Nuevo y un poco incómodo? —completé.
—Sí.
—Puede ser una etapa —repetí su respuesta anterior.
—O una era.
—Una era... —repetí en un susurro solemne.
Definición de era: periodo significativo de tiempo que marca la historia. Definición de era con referencia a Gabriel: persona significativa que iba a marcar mi vida.
—Siempre podemos desistir —dije.
Sin mirarlo y ya que su mano aún estaba sobre la mía, aprisioné sus dedos entre los míos, dejando su palma sobre mi dorso. Hice fuerza en ese agarre y él lo devolvió envolviendo totalmente mi mano y la palanca de cambios bajo ella; un simbolismo barato de que ahora éramos un equipo.
—No es posible desistir. No ahora.
Lo observé fugazmente y lo vi sonriéndome. Acarició mi mano con su pulgar y las vistas volvieron al camino. La calefacción del auto empezaba a secar nuestra ropa y a dejar ese olor a perro mojado; en el semáforo en rojo incliné mi cuello y me apoyé en el reposa cabezas. La lluvia era ahora solo una llovizna y el ir y venir del limpiabrisas chillaba contra el cristal. Estaba en ese momento feliz, no me sentía como un diferente o como un chico raro.
En ese instante con el calor de Gabriel uniéndose al mío en la cercanía de un auto, me acepté como lo que era, acepté a Gabriel como lo que era y acepté lo que íbamos a ser juntos a partir de ese día.
Reí de repente llamando su atención.
—¿Qué?
—Tu mamá se enojará cuando te vea así de mojado.
—Sí sabes que nos vamos a resfriar de nuevo, ¿verdad? —resongó.
—Tú sanas rápido —repliqué—. Y además, valió la pena.
Y sí, me enfermé.
Y sí, valió la pena.
Y sí, me quería.
Y yo lo quería a él.
¿Qué podía salir mal?
•••
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top