Un regalo y un encuentro inesperado
Escrito por richardleb
William revisó nuevamente su reloj de pulsera. De no haber más personas a su alrededor, hubiera salido corriendo en busca de su esposa, aunque se contuvo. «Pero, ¿dónde se encuentra Susan?» se preguntó internamente, mientras zapateaba al suelo con su pie derecho, siendo esto, un tic nervioso que se manifiesta en aquellos momentos en los que pierde la paciencia. Faltaban un par de horas para la noche de navidad y en ese preciso instante se culpó internamente por insistir en haber llegado demasiado temprano y, para colmo, sin ella.
—¿Dónde estás, cariño? —dijo en voz baja.
Susan le había dicho que no la llamara, que se ocuparía del asunto y llegaría unos minutos antes de la medianoche con el mejor regalo del mundo para su amado esposo, no obstante, conforme pasaban los minutos, veía su llegada como algo lejano.
—¿Susan no va a venir? —cuestionó su hermano mayor, el cual llevaba una copa de vino entre sus manos. Tan alto como William, pero con el cabello ondulado y oscuro; había rasgos distintivos entre el uno y el otro, sin embargo, entre más los mirabas, no se podía ocultar el rasgo familiar.
—Sí lo hará —respondió—, es solo que está un poco retrasada porque es la noche de navidad, mucha gente está llegando a ver a sus familias y el tráfico..., bueno, eso, relájate, pronto vendrá.
Carraspeó y deseo que sus palabras no fuesen solo un simple impulso de ser amable consigo mismo y con su familia, quien se había esforzado en hacer una reunión increíble para celebrar las fechas. Suspiró y le pidió a su hermano una copa de vino mientras seguía esperando.
La fila de personas crecía con cada minuto que pasaba. Susan estaba nerviosa porque temía que la tienda no abriera, pero recordó que hacía solo unos instantes un hombre de seguridad le indicó que estaban reabasteciendo la tienda y que, en cualquier momento, volverían abrir.
—Todo por esa estúpida muñeca —se quejó internamente, pero después recayó en que su reclamó salió en forma de palabras.
Miró a su alrededor por si alguien la había escuchado, pero cada uno estaba enfocado en sus asuntos; una gran mayoría de personas, estaban con la vista en sus teléfonos celulares, esperando a la apertura de la gran tienda. Levantó la mirada al letrero luminiscente que rezaba «fábrica de sueños: tienda de juguetes». De forma mecánica sacó su celular y se cercioró de la hora: dos horas para navidad, además, llevaba cinco minutos y se sentía como si hubiera pasado mucho más tiempo.
—Bien —habló, pues escuchar su voz la mantenía más tranquila—, tú puedes, Susan, llegarás a tiempo a la fiesta y serás la mejor esposa del mundo. —Sonrió con timidez y se abrazó a sí misma cuando una gran ráfaga se hizo presente.
El cielo se reveló con una fina capa de nieve, si esa leve revelación se convertiría en tormenta, era un hecho que cerrarían las vías y no podría llegar, y todo aquel esfuerzo pasaría a ser una gran pérdida de tiempo. Soltó una fuerte exhalación. Seguía mirando a su alrededor y la fila de personas crecía.
La puerta de la tienda se abrió y el hombre de seguridad salió con un semblante de seguridad, pero no había sido el que había dado el mensaje hacía cinco minutos, el que se encontraba frente a la gran multitud era un tipo musculoso que perfectamente podría llegar a los dos metros, a Susan le recordó al actor La Roca, y sonrió internamente ante aquel pensamiento.
—Buenas noches —gritó el hombre—, les voy a pedir amablemente que entren con total calma, sé que estamos a puertas de la medianoche y que, en gran parte del día, se vendió bastante, por lo que tuvimos que reabastecer la tienda para aquellos que dejaron las compras de último minuto, sabemos que algunos trabajan, otros vienen desde muy lejos, en fin. —La puerta finalmente se abrió y las primeras personas entraron detenidamente, según la indicación—. ¡Feliz navidad! —coreó al final de su intervención.
Sin embargo, tras Susan, la gente comenzó a empujarse; algunos que ya habían entrado, corrieron intempestivamente para no perder ni un minuto de su tiempo, si no se hubiese movido rápido, hubiera terminado en el piso como sucedió con algunas visitantes.
—¡Las muñecas Barbie se están vendiendo como pan caliente! —exclamó una mujer regordeta que pasaba a su lado.
—¡Oh, por Dios! —pronunció Susan.
Corrió hasta el exhibidor de dichas muñecas, conocía la tienda como la palma de su mano, pues siendo pequeña la visitó con su madre en repetidas ocasiones; para algunos años, movían los juguetes de su lugar habitual, pero desde donde estaba ella, podía verlas.
También notó cómo un hombre corría a su misma velocidad, tropezó con unas cajas de carros de Hot-Wheels, pero no detuvo el paso. Escuchó que gritó un perdón, pero no se detenía para llegar al mismo lugar que Susan.
Y ahí la vio. Una Barbie edición limitada que se llamaba Barbie High Fashion, la cual llevaba su pelo rubio peinado hacia el lado izquierdo y cayendo en cascada con un vestido color beige, el cual, según la información que encontró, había sido diseñado por Jean-Paul Gaultier y sacaron solo un par para vender en tiendas selectas, y ella se encontraba era una de las seleccionadas.
Susan posó su mano sobre la última caja con la muñeca, justo cuando el hombre que había corrido junto a ella posaba su mano sobre la misma caja.
—Ah, no —chilló Susan—. Eso no va a pasar.
—Disculpa, pero yo lo tomé primero —se quejó el hombre.
Notó que era igual de alto que ella; su cabello castaño claro, casi rubio, estaba adornado por una diadema con orejas de reno y su rostro estaba adornado por un rostro triangular de ojos glaciales y unos labios finos, además llevaba una barba de tres días. Era un rostro familiar.
—Llevo esperando varios minutos, es justo que yo me la lleve —protestó Susan.
—¡Yo también estuve esperando en esa gran fila! —contraatacó el desconocido señalando la entrada—. Espera, ¿Susan?
El hombre entornó la mirada; la chica que tenía frente a él era de su misma estatura, el cabello tan negro y largo que llegaba casi a la cintura, el cual, cubría con un gorro rojo de navidad, sus largas pestañas parpadeaban rápidamente cubriendo esos hermosos ojos color ambarinos que, entre más los miraba, más le hacían caer en su encanto y, sin duda, era un rostro que conoció en el pasado.
—Susan, soy yo, Gordon —expresó el hombre con una sonrisa.
Gordon, su ex novio, el hombre con el que estuvo antes de casarse con William.
—Dios, no —dijo Susan, sorprendida, tenía los ojos abiertos de par en par y, si de algo estaba segura, es que no debía soltar la caja de la muñeca—. ¿Gordon? —preguntó consternada—, pero estás... Rubio y con algo de barba.
—Casi rubio —le corrigió—, en realidad es un castaño claro y me hace parecer más a mi madre, seguro recuerdas que lo tenía oscuro, como el chocolate negro. —Y sonrió, pues la respuesta sonaba divertida en su cabeza—, y seguro también recordarás a mamá.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin dejar de parpadear exageradamente, sí, se parecía a su madre. Susan se sentía como sumergida en un sueño, pero era real, Gordon estaba frente a ella—. Es decir, sé que quieres esa muñeca, pero yo la necesito más.
—Seguro tu hija se pondrá a llorar por no llevarle la muñeca que quiere, pero mi sobrina la amará —expresó Gordon, sin soltar la caja—. Es edición limitada.
—Por eso mismo no puedo dejar que te la lleves —gruñó Susan—. ¿y quién te dice que es para mi hija?
—Oigan —pronunció un hombre, cuyo pelo ya surcaba canas—, decidan quién se quedará con esa muñeca en otro lado, están mal ubicados.
—Lo siento —dijo Gordon y soltó la caja de la muñeca para dar un par de pasos hacia atrás.
—Ah, ¡perdiste! —gritó Susan y salió corriendo para pagarla.
—¡Espera, Susan!
Gordon corrió como alma que lleva el diablo, vio como Susan tumbó una caja de figuras Lego y luego el otro tropezó, pero se recompuso de su caída retornó el paso. Tomó un oso de peluche de uno de los estantes y lo lanzó hacia la chica, haciendo que esta tocara su cabeza y soltó la muñeca.
—¡Oye, eso dolió, no se vale!
—Ya es mía —dijo Gordon, pasando a su lado y tomando la caja del piso.
—¡Eso no!
Susan corrió tras él, no imaginó que habían dejado esas muñecas casi al fondo de la enorme tienda, pero no se rindió, tomó la bufanda de rayas rojas con verde de Gordon y lo atrajo hacia ella, haciendo que sus rostros quedaran a milímetros uno frente a otro. Percibió el aroma del hombre, desprendía un olor maderoso, como pino; además de su cálido aliento.
—¡Oye! —protestó Gordon—. Casi me ahorcas.
Y vio como Susan le arrebataba la caja.
—Lo siento, pero de verdad necesito comprar esta muñeca —se defendió.
—De todas formas, ¿para quién será?
—Puede sonar gracioso, pero es para mi esposo —contestó, torciendo la boca.
—¿Tu esposo? —preguntó Gordon, no esperaba dicha confesión—. Es decir, ¿no es para tu hija?
—No tengo hijos —respondió—. Y sí, es para él, colecciona Barbies desde los dieciséis, tiene una habitación llena de muñecas, seguro debe sonar...
—Raro —le interrumpió Gordon—; pero es respetable, sé que existen hombres que son coleccionistas, yo lo quiero para mi sobrina, como dije antes.
—Podrías llevarle otra muñeca —sugirió Susan—. Ya veo esta muñeca en unos meses con el pelo manchado de pintura y medio desnuda.
—No conociste a mi sobrina para decir eso, además, tú podrías llevarle otra cosa a tu engreído esposo.
—Él no es... —dijo, pero se contuvo, esa disputa no estaba llegando a ningún punto en común—. Oye, debemos decidir quién se quedará la muñeca, he perdido mucho tiempo y la familia de mi esposo me espera.
—Dime una vez en que tu esposo haya hecho un gesto lindo contigo y la muñeca será tuya —propuso Gordon.
—De acuerdo... —comenzó Susan, y miró alrededor de la tienda mientras llegaba la respuesta—. Ah, lo tengo, hace dos años me llevó a mí y a mis padres y a la abuela a pasar el año nuevo en las playas de Santa Mónica, recibir el año nuevo frente a la playa es una cosa... Una experiencia mágica.
—Lindo —contestó Gordon con una sonrisa—, pero debe ser algo que no haya conseguido con dinero.
Susan recayó en que la felicidad no se conseguía con dinero, sí, podías vivir momentos únicos gracias a él y podías guardar los recuerdos, no solo en tu mente, sino en fotos; pero luego esa felicidad se esfuma y no regresa, a menos que lo recuerdes.
¿Cuándo fue la última vez que William había hecho algo lindo por ella? La navidad pasada había ocurrido en Canadá, donde disfrutaron de esquí y snowboard, además de pasar unos minutos en aguas termales. Había sido un recuerdo feliz, pero que había conseguido con dinero y ahí estaba ella, comprando una muñeca de edición limitada para su esposo, el coleccionista.
—Y no pudo comprarla porque terminó de pagar la casa —dijo Susan, y después recayó en que lo había dicho en voz alta.
—¿Qué? —preguntó Gordon, pues no entendía su respuesta.
—Que William no pudo comprar esta muñeca porque terminó de pagar la casa donde vivimos y... Tendrá que pasar un buen tiempo para reponerse de eso —contestó con un suspiro—. No, la verdad es que no recuerdo algo que me haya hecho feliz y que no involucre dinero, a veces cada uno está sumergido en su trabajo que.... —No pudo continuar, sonaba patético decirlo en voz alta y ya había perdido un poco de dignidad frente a su ex novio—. Tú ganas —finalizó, entregando la caja.
Vio como Gordon se dirigía a la caja y decidió acompañarlo, reinaba el silencio entre los dos, lucía tan diferente físicamente, pero seguía siendo el mismo: sin temor a decir las cosas como son, con un ligero atisbo de sentido del humor y con esa sonrisa que surcaba toda su cara y que simplemente reflejaba bondad, recordaba que tenía una sobrina, pero nunca alcanzó a compartir tiempo con ella cuando eran novios.
—¿Quieres tomar un chocolate caliente? —Rompió el silencio Gordon mientras se sumaba a la fila de personas que iban a pagar—. Es lo menos que podría hacer, de alguna forma me siento culpable por..., ya sabes, la muñeca. —Y exhibió la caja.
—Sí —contestó—, y así me dirás que te trae de vuelta a la gran manzana.
Unos minutos más tarde, se encontraban en una cafetería cercana a la tienda de juguetes, Susan nunca había estado en ese lugar y, aunque estaba abarrotado, alcanzaron a hacerse a una mesa y realizar su pedido. El ambiente era festivo, lleno de decoración navideña y desde algún lugar se escuchaba Santa Claus is Coming to Town, con un volumen bajo, pero lo suficientemente estable para disfrutar la canción y todo lo que ofrecía aquel recinto.
—Como supiste, me fui para terminar mis estudios a España —indicó Gordon, con una taza humeante de chocolate entre sus manos, la cual tenía una mini montaña de malvaviscos hasta arriba, que se iban derritiendo por la temperatura—, fue una gran oportunidad que no podía echar a perder y, al hacerlo, podría recibir una doble titulación y así fue, pero mi vida está acá, mi familia, todo.
Susan escuchaba atentamente, también tenía una taza de chocolate caliente y daba pequeños sorbos mientras le prestaba atención a Gordon.
—Aún vives el espíritu festivo —indicó ella, señalando la diadema con orejas de reno.
—Sabes que me gusta la navidad y esta fue una idea de mi sobrina que no me disgustó —señaló Gordon, con sus mejillas sonrojadas y alzando los hombros al final.
Lo que temía decir, sabía que haría aparición en cualquier momento, o ella lo mencionaba o esperaba a que él lo hiciera, pero pronto saldría a relucir.
—Por esa razón fue que terminamos —anunció Gordon—. Sé que pudimos manejarlo de alguna forma, pero estoy lleno de inseguridades, y... El tema de la distancia me abruma bastante, no quería romperte el corazón, pero lo hice y cada tanto lo recuerdo porque fue justo para tu cumpleaños.
Susan lo recordaba: el peor regalo de cumpleaños en la historia de los regalos de cumpleaños. Sabía que él iba a cumplir un sueño, a superarse y adquirir nuevos conocimientos y ella se quedaría en la ciudad que la vio nacer y fue testigo de cada una de sus etapas hasta la adultez. En ese preciso instante sabía que era egoísta retenerlo, y un tiempo después, mantenía la misma idea; no podía retenerlo.
—Me alegra que te hayas casado —dijo Gordon—. Seguro debe ser un tipo grandioso y lamento haberlo insultado.
Aquellas palabras estaban marcadas por la amargura, de no haber sido por eso, sin duda le daría una nueva oportunidad, pero sabía claramente que no podía evitar lo inevitable y que, aunque quisiera, ella no estaba dispuesto a esperarlo toda la vida, era justo que ella buscara la felicidad en otros brazos y disfrutara el estar en pareja. También, recordaba que habían cortado la comunicación.
Sin embargo, Susan no pensaba de esa forma, aunque se moría de ganas por besar a Gordon, quería mucho a William, así, lleno de defectos y que, en ocasiones, quisiera apretar su cuello por actuar de una forma que a ella no le gustaba. A pesar de todos los contratiempos y que eran mundos totalmente opuestos, lo quería y ante sus ojos era un hombre atractivo y divertido.
—Pensé que nunca regresarías —contestó Susan, finalmente—. Llegué a pensar que, al estar por allá, continuarías tu vida, tu trabajo...—Un sonido de celular irrumpió su exposición, justamente tenía que sonar cuando estaba abriendo su corazón; cuando estaba diciendo lo que hacía años cayó y hasta ahora podía soltarlo para cerrar ese crudo capítulo que hacía quedado inconcluso, sin un final—. Lo siento, debo contestar.
«William» rezaba la pantalla del teléfono.
Susan se levantó de la mesa para contestar la llamada. ¿Por qué tenía que romper esa magia que se estaba gestando alrededor de ellos dos? Antes de darle a la tecla verde, se cercioró de la hora y faltaba media hora para la medianoche, no llegaría tiempo a menos que tuviese una motocicleta y se hiciera un hueco en la inmensidad de automóviles que iban y venían a lo largo de la ciudad, situación que confirmó al oír los pitidos que provenían del exterior.
—Susan, al fin respondes —le dijo una voz masculina al otro lado de la línea—. ¿Dónde demonios estás metida?
—Estoy atascada en el tráfico —mintió—, pero ten un poco de calma, pronto estaré allá, no te enojes.
—¿Cómo quieres que no lo haga, si cada diez minutos me preguntan dónde estás?
—Te veré en un rato —contestó Susan y cortó la llamada. Era mejor dejar ese tema zanjado ahí, de lo contrario, una disputa haría aparición para la noche de navidad.
—Lo siento —dijo Gordon, antes de darle oportunidad a ella de hablar—. No me fijé en la hora y ya es muy tarde, pero podemos intercambiar números y volver a charlar, claro, solo si quieres.
Susan se encontraba en una encrucijada, deseaba pasar más tiempo con Gordon, pero también quería estar con William y su familia para así evitar que la tierra se abriera en dos, además, ¿con qué cara se presentaría al llegar sin regalo?
—De acuerdo —contestó Susan—, nos veremos en una próxima oportunidad.
Intercambiaron sus números de teléfono con una sonrisa. Susan deseaba que el tiempo se detuviera en ese preciso instante y hacerlo eterno.
—¡Feliz navidad, Susan! —dijo y envolvió a la mujer en un abrazo.
—¡Feliz navidad, Gordon! —contestó ella, disfrutando aquellos segundos en los que tenía su cuerpo tan cerca y se sentía protegida como en el pasado.
Luego vio a Gordon detener un taxi por ella y después observó cómo se perdió entre la multitud de personas, seguramente él tenía un auto una moto; luego rompió en llanto por todos los recuerdos acumulados y por los últimos minutos vividos.
—Lo siento, me quedaré aquí —dijo Susan, cuando el vehículo se movió solo un par de centímetros.
La diadema con orejas de reno era identificable en la distancia. Susan corrió hasta él y lo atrajo hacia ella jalando su bufanda.
—Susan, ¿qué haces aquí? —preguntó confundido.
—Quiero pasar la navidad contigo —contestó y en sus ojos brillaba la esperanza.
Aquella propuesta, aunque extraña, se sentía como un regalo de navidad que no había pedido, un calor inundó su pecho y no había forma de decirle que no.
—De acuerdo —expresó con una sonrisa que envolvía su rostro.
Tal vez después, Susan se excusaría por no llegar a tiempo, o simplemente optaría por no hacerlo. Solo había algo en su mente: si la magia de la navidad le había traído a Gordon, quería disfrutar de su compañía ahora que había regresado, tal vez como una amistad que comenzaba a surgir, o, quizás como algo más que solo el tiempo lo diría.
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