Leonilda
Escrita por Daniel17Ivan
Era de mañana cuando recibí el mensaje.
"Hijo, buenos días. Oye, ayer olvidé decirte que la hermana Leoni ya está en la gloria del Señor, ha terminado el sufrimiento en su cuerpo y ha sido perfeccionada como los santos."
Yo no sabía qué decir, miraba mi celular y me quedé ahí en cama por unos buenos diez minutos. La hermana Leonilda había muerto y yo hacía apenas unas tres semanas que la había ido a ver. Qué cosas inesperadas de la vida, aunque para ser francos, fue porque ya lo esperaba que la fui a visitar.
Era el cumpleaños de José, bien que me acuerdo, y yo le rogaba a mi papá:
—Por favor, préstame las llaves del carro, ¡tú sabes que tengo que ir a verla! No sé cuando voy a volver a Teziutlán, me queda al menos un mes en Puebla antes de salir de vacaciones...
Ese día mi papá andaba muy amuinado, pero sabes que ya es costumbre. En fin, que lo convencí. Primero me dio un regaño, y me dijo:
—Tú siempre te tardas mucho, y sabes que la hermana está enferma, además es cumpleaños de José. Así que no la molestes con tus preguntas, sólo ve a saludar y con la misma te regresas, te quiero aquí a las cuatro en punto, ¿oíste?
—Sí papá...
— Ah, y dale esto —dijo extendiéndome un billete de 500 pesos.
Primero pasé por un hospital. Nunca me acuerdo de su nombre, pero tú sabes a cuál me refiero, pasé por el puente y, ahí en la curvita que queda junto al cerro, me estacioné junto a una tiendita. La neta me perdí, así que entré ahí y pregunte por la casa de Leonilda. Un hombre salió, —sí aquí es. —Caminamos cerro arriba, y corriendo las gallinas por todas partes, trataba de no tropezarme con ellas. Era una casa humilde de techo de lámina. El hombre preguntó para saber si Leonilda estaba en buena disposición, y unos momentos después me dejaron entrar.
—Hola, hermana Leoni, ¿puedo pasar?
—Sí, hermano, pásale...
Además de la hermana, había sentada en el sofá de la esquina otra mujer, era su nuera. Después de presentarnos, ella me ofreció un banquillo de madera para que me sentara junto con su suegra. Yo lo acepté, y Leonilda y yo comenzamos a platicar. No recuerdo bien de qué hablamos al principio, pero antes de irme le hice una pregunta:
—¿Cómo conoció usted al Señor?
La hermana se acomodó como pudo debajo de esa montaña de cobijas y comenzó a hablarme de su vida. Atentamente, la nuera y yo escuchamos.
—"Pues mira, hermano, yo conocí la palabra de Dios porque yo mi vida fue muy triste. Era muy... era yo muy rebelde. Me evangelizaban y yo me escondía de los hermanos. Yo no quería escuchar de la palabra de Dios. Me visitaban los hermanos de allí, de Xoloateno, doña Alma, siempre, don Dani, pero ellos nunca se cansaron, siempres tuvieron pacencia, mucho para mí. Dios les dio mucha paciencia, porque ellos no se olvidaron de mí.
Y por eso le doy gracias, porque, de verdad, Dios me ha sacado de muchas enfermedades, de peligros. He sufrido cuando los rayos me accidenté, yo me acuerdo, ese día estaba yo ardiendo, nomás vi aquella alumbrada en mis costillas. Todo. Mi cabello todo se quemó, mi vestido, mi ropa, todo se había quemado, mi ropa interior. Y, pues, solamente así, en esos momentos yo ahora sí me entregué en cuerpo y alma a Cristo. Y ese día yo pienso que recibí..."
Mientras ella nos relataba estas cosas, de su ojo café salía una lágrima que corría por su mejilla con inmaculada convicción. Y seguía diciendo:
—"Y, pues, te digo que le doy gracias a Dios, porque muchas cosas me ha bendicido en mi vida, de verdad. Lo que me ha dado... le digo a mis hijos, no se preocupen. Ya le digo, Dios me dio muchos años todavía de vida. Los crecí, los chiquitos, que tenía yo chiquitos. Y Dios me dio esa oportunidad.
Ahí está mi nuera también —dijo levantando apenas su dedo —También le tocaron los rayos a su pie, pero nomás su pie. Ella siempre estaba sentada así lejos de mí. Y ya, pues, le doy gracias a Dios, porque de verdad, pues... luego me agarró el embolio. Luego me agarró este... de mis hijos; dos se accidentaron, uno de 19 años, otro de 23 años. Perdí esos hijos.
Y yo me decían que tome yo ese yolixpa para que me diera fuerza, pa que no me enfermara yo, para que no me sintiera. Y yo les dije, no. Tengo un Dios poderoso que todo lo puede, y Él no necesita que tómemos alcohol para poder enfrentar las problemas que tiene uno. Y después me decían, de que todo pasó de mis hijos, me decían, «mira, tú vas ahí a tu iglesia, mira lo que estás viviendo, mira lo que estás pasando. ¿Qué haces ahí? Salte.» Dice, «Ahí no adoran a Dios, en verdad.» Dicen, «no tienen imágenes, nada.» Y yo pensé, no les dije, que Dios los perdone, porque no saben lo que dicen. Y así, así me empezaron a evangelizar..."
Por momentos no podíamos escuchar bien su voz porque hablaba muy bajito, y a veces nos tenía que repetir porque cada cierto tiempo (¿cada dos minutos tal vez?) cantaba un gallo o pasaba una moto fuera, y ya ves como son ruidosas esas cosas. Pero seguíamos escuchando:
—"Era ella, la hermana Rosario... ella un tiempo, pues, también lavaba mi ropa, porque, pues, ahora sí cada rato me enfermaba yo. Me decía, «mira, hermana, dame un poco de ropa, te la lavamos.» Y siempre ella también me aconsejaba, dice, «no hagas caso la gente,» dice, «tú vas,» dice, «vamos donde vamos; yo sé que tengo un Dios poderoso, y yo sé que todo lo puede y todo lo puede hacer.» Y ya, pues, eso fue todo. Y ya le digo... pero sí, fue muy triste mi vida que pasé, pero ya lo que pasado es pasado.
Y ya mis hijos también me decían, «no, tú estás mal porque no estás en cosas de las cosas buenas de Dios.» Y es otra de lo que yo pensaba que ya que Dios los perdone porque ellos siempre me querían sacar de esa iglesia donde participo. Pero vio usted que no, me puse bien. Y gracias a Dios que no, no les hice caso. Hasta hoy, todavía. Y me gusta cuando vienen los hermanos porque estudiamos y cantamos, y pues yo me lleno de gozo. Y después le digo a mis hijos, «ya no se preocupen, ya también mi edad, y ya también la enfermedad.» Si dice Dios me va a llevar con esta enfermedad, pues ya que sea su voluntad. No podemos hacer nada, ¿sí?"
—Buenas tardes —dijo el hijo de Leonilda entrando al cuarto.
—Buenas tardes —Respondí.
—¿Te prendo el foco ma?
—Bueno —dijo la hermana y continuó —"Sí, le digo que sí. Dios, mucho he recibido de Él. No alcanzamos a pagar lo que Él hace por nosotros. Yo quiero compartirlo también, pues hay muchas cosas... Y por eso ahorita le digo que sí.
Ahorita ya me acostumbré, ya no salgo, pero en primeros días como que sí me sentía yo encerrada, me sentía yo así. Ahorita ya no, me voy acostumbrando... Y también le doy gracias a Dios por mi familia que no me deja sola, siempre están aquí al pendiente conmigo. Tienen sus quihaceres también, y ahí dejan su casa por estar aquí conmigo.
Sí, hermano... Y eso es todo, hermano, que yo ahorita le participo con mi testimonio."
—Muchas gracias, hermana, por compartir. —Les entregué los 500 pesos y regresé a casa en paz, y sólo faltaban cinco minutos para las cuatro...
Todas estas cosas le contaba yo a Julián mientras mirábamos esa silla. Esa silla vacía que evocó el recuerdo de aquella mañana decembrina, y de los diez minutos que pasé pensando en la hermana Leonilda. El servicio de navidad de la iglesia ya había terminado y estábamos cenando todos juntos en el comedor. La reunión era "de traje", como dicen por estos rumbos, y nosotros llevamos un soufflé de arroz que preparó mi amá.
—Oye, Julián, ¿sabes de quién es... bueno, era esa silla?
—De la hermana Leoni.
—Sí. Ella nunca faltaba a la iglesia...
Nuestros tamales ya estaban fríos, nos habíamos terminado el ponche y, como siempre, yo me estaba comiendo la fruta que quedaba en su vaso porque a él sólo le gusta tomarse el ponche.
—Dime, hermano, ¿qué celebramos en navidad?
—¿De acuerdo con el mundo o... bueno, tú sabes, así como creemos nosotros?
—De acuerdo con su sentido original.
—El nacimiento de Jesús —responde embutiéndose otro tamal congelado.
—¿Estás seguro?
—Pues... supongo que también su vida, ¿no?
—Sí, celebramos su vida, su muerte y su resurrección. Tú sabes que la hermana Leoni no está muerta...
—Está en gloria.
—Así es, está en la gloria de Dios y eso gracias a Cristo. Eso celebramos en Navidad, al hijo de Dios encarnado.
—Y sólo nos acordamos de Él una noche al año... que triste, ¿no?
—Sí, nosotros debiéramos celebrar la navidad todos los días...
Y seguimos mirando la silla.
Algunos hermanos ya se habían ido de la iglesia, supongo que todavía irán a celebrar a algún lado, o simplemente se fueron a dormir. Estábamos sirviéndonos más tamales cuando una mujer se sentó en esa silla y, al vernos, nos saludó tímidamente apenas levantando la mano. Al principio no la reconocí, pero ya sé quien es.
¡Es la nuera de la hermana Leoni!
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