LIKE HER BETTER

One Shot
______________________________

Hoshiumi Kourai es el As de Kamomedai estando en su segundo año. Consiguiendo ese título sin siquiera desesperarse porque desde que era pequeño sabía que no lo llevaría a ninguna parte, la desesperación. Esa cruda realidad que enfrentó siendo un infante, en que la altura lo valía, sobre todo si su hermano apenas siendo dos años mayor le llevaba una enorme y ridícula ventaja. Pero quedando pequeños fragmentos de lo que solía ser, él lo sabía, que no debía ceder a la desesperación. Que estaba en sus propias manos, esfuerzos y antojos el trabajar lo que pudiera para pulirse en lo que quisiera. Porque iba a conseguirlo.

Y lo estaba logrando. Ser ese chico que dejó de pensarlo tanto hasta creer por completo que lo estaba logrando, porque jamás lo lograría del todo y ahí estaba la magia. La magia de su técnica, el pelear en el aire hasta que veía en camara lenta unas manos en el intento de detenerlo, pero no lo iban a hacer, porque también intuía que si remataba hacia afuera, lograría un punto por toque de bloqueo, una fuerza desmedida para su cuerpo bajo en el estándar de la medida usual.

Por ello, y muchas cosas más, estaba orgulloso de lo que era, de lo que aprendía. ¿Por qué debía ser juzgado por eso? Ser petulante a manera inconscientemente lo caracterizaba hasta por sus fosas nasales. No quería ser subestimado pero tampoco pasado de largo, porque Hoshiumi no era que fuera un presumido, sino alguien tan emocionado por lo que había moldeado que si estaba en la palma de su mano hacérselo ver al mundo, lo haría. Una y mil veces de la mejor manera que sabía: jugando Voleibol.

Quizás por eso muchos le miraban mal a la primera presentación. Era gritón si sabías colocarle el dedo en la parte quemada. Un pillo de lengua suelta que dice lo que piensa sin pensánselo tanto. Alguien directo. Como flecha lanzada de frente a la víctima en secuencia.

Tampoco es que fuera insoportable, porque a otras voces solo era un chico que se consideraba ansioso, emocionado y de carácter fuerte. Ni mucho menos soberbio, porque tenía cualidades especiales, comerse al mundo pero no despreciar a los demás a su alrededor solo por ello. Así que sabía trabajar en equipo, reconocer oponentes dignos y también tener ciertos amigos que contaba con los dedos de una mano.

Pero todo eso dejaba a consideración, en tela de duda, la fuente de su desasosiego. La intranquilidad que sentía últimamente.

Tal vez si era alguien muy poco tratable en algunos momentos. Podías hablarle pero no necesariamente llevarte bien con él. Porque a veces era un jodido misterio. Se veía tranquilo en la duela, haciendo un exámen o entrando a su dormitorio. No era una bomba del tiempo y eso lo hacía lejano, sin siquiera inmiscuirse en su campo de visión para hacerlo perder el control por una broma, porque sabía ignorar las mismas sin siquiera esforzarse. Mientras no trataran de algo que le llamara la atención era simple, sencillo, enfocar su mirada en otras cosas y ser impredecible.

Claro, hasta que llegaste. No, tampoco así. ¿Cómo lo diríamos? Es una falta de respeto a su personalidad relatar con el “Y él era así, hasta que te conoció”.Era insulso. Muy poco realista, el amor no funciona así.

Es cierto que todo entra por los ojos, y Hoshiumi no era la excepción. Bien pudo echarte un vistazo, pero pasar de largo. Porque así era él. A fin de cuentas, si le pareciste linda o simpática, no es que fuera a perder el control. Fue otra cosa indecisa, esa modestia en tu sonrisa, la forma en como le hablabas a los demás y mientras él sentado con la mano sosteniendo su mentón simulaba lo que era un suspiro. No le desesperabas, no hacías movimientos innecesarios, tal vez algo torpes. Convirtiéndote en un antojo adorable.

Entraste por los ojos, luego a su campo de visión. Hay una enorme diferencia aunque suenen iguales.

Fue sencillo comenzar a hablar. “Préstame un lápiz” si mal no recuerda. “Buenos días”.

“¿Estudiamos juntos?”. Eras buena en una que otra cosa que él no sabía, no rodeaba el cuadro de honor y en segundo año pasaste a una clase avanzada, le pinchaba el orgullo admitirlo pero le imponía una carga el negarlo por completo. Buscar ayuda. Él entendía lo que era armonizar con el equipo pero no significaba que quería hacerlo. Así de simple.

También era así de simple que conocieras a Hirugami. Vamos que era su mejor amigo, hablaban casi que todo el tiempo y entraste en el paquete sin ser forzada a interactuar por compromiso. Tú querías. Y ahí estaba el detalle. El pequeño detalle.

Estaba Hoshiumi y luego Hirugami.

Hirugami Sachirou es el bloqueador central, candidato para ser capitán. Alguien confiable. Por ende, entablar alguna conversación con él que no fuera del todo formal te fue desmedidamente fácil, porque así era Hirugami, accesible. Y lo sigue siendo, siempre lo será. Las admiradoras no le faltaban, él las rechazaba amistosamente con aire de amabilidad, terminando por enamorar a otra chiquilla con sus actos.

El bloqueador central era un principe azul. Intachable, gracioso. Responsable.

En el tercer periodo de su segundo año, Hoshiumi se dió cuenta. Ahogado en el ritmo de tus pestañas arriba y abajo, como brillaban tus ojos, y tu sonrisa. Una mezcla impasible devora almas que ahoga la más linda libélula en tus aguas, éxtasis, deseoso souvenir precioso para él. Pero... esa sonrisa no era suya, no en ese instante, porque no lo mirabas, él era el que te miraba, atrofiado, confundido a lo lejos. Esa sonrisa que tenías, no era suya, era de Hirugami.

Le faltó aire por breves segundos, después se recompuso.

Rápidamente, negó por días esa intranquilidad posada en su estómago. No borraba la imagen de tu sonrisa, no quería hacerlo, pero si la dejaba ahí recordaría que no era para él. Era de Hirugami. Otra vez el aire se escapaba de sus pulmones, se taparía la boca asustado y fingirá que nada paso.

Hasta que en una de las últimas prácticas de febrero, un viernes, regresó a su dormitorio.

Cerró la puerta por detrás de él, se empezaría a sentir mal de nuevo. Recordaría tu sonrisa, tus mofletes alzados como dos manzanas bien rojas. El cabello que te danza cuando caminas, pero tu sonrisa, no era suya, porque jamás le habías sonreído así. Tus dientes era vistos por él antes, pero Hirugami veía otra magnitud de los mismos y ahí pasó. Lo que estuvo conteniendo por varios días reapareció, doloroso, presión en su pecho y las arcadas comenzaron.

Tosió tanto, profundo, como si el grifo fuera abierto y jamás se cerrara.

La conmoción fue tanta, que chocó de un lado a otro con la mesa de noche, una silla, la cama, hasta que dió con el baño, trató de erguirse pero la espalda le dolía y se agachó ante el lavamanos.

El vómito que no paraba era abundante, seco. Si no se detenía creía que se iba a morir, porque el estómago estaba intacto pero sus pulmones masacrados una y otra vez.

Hizo lo que pudo para dejar de toser, un alarido quejumbroso sonó en todo el baño. Y se desplomó en el suelo.

Después de 5 o 10 minutos, recuperó ansiosamente algo de oxígeno. Los colores volvieron a su rostro. Horrorizado, vio la escena del crimen por el suelo, el lavamanos, el inodoro, todo estaba lleno.

Nunca le había pasado. No creía que ni existiera semejante cosa en una realidad, no en su vida.

Eran pétalos. Pétalos púrpura, en cantidades abismales. Aquí y allá. También las que lograron escapar antes de entrar yacían esparcidas en el cuarto, haciéndole ver a gritos mentales que eran suyas, que salieron de él. No eran imaginaciones, ningún tipo de alucinación. Reclamaban por el piso el color de un púrpura suave, un lila apuñalando su esternón.

Se levantó tambaleante, ignorando el exceso de cansancio y la boca áspera. Caminó lentamente por su habitación. Tratando de buscar una explicación lógica al susodicho escenario. Como si al ver los pétalos regados en giros y vueltas todo tendría un esclarecimiento.

Sus ojos se cruzaron con el libro de mitos que su madre les leía de pequeños. Tomándolo de la repisa se sentó en medio del cuarto. Echando página por página una tras otras hasta dar con el presentimiento más jocoso: Hanahaki Disease.

El término Hanahaki proviene de las palabras hana (花), que significa «flor», y hakimasu (吐 き ま す), que significa «vomitar».

...una enfermedad ficticia nacida de un amor unilateral, donde el paciente lanza y tose pétalos de flores cuando sufre un amor no correspondido”.

Arrugó la nariz con discordia y resopló molesto. Abrumado porque lo había negado, lo había contenido por días, le gustabas.

Indignado, aprieta la tapa del libro para liberar la tensión. Pero no pudo del todo. Regurgita otra vez sin controlar otros dos, tres, cinco... Los pétalos seguían cayendo y se cubrió la boca con fuerza. Si cerraba los ojos, aparecías sonriente ante Hirugami; no podía lidiar con eso. Le dolía el pecho, como si estuvieran golpeando su corazón a puñetazos limpios. Se levanta rápido, mira la puerta del baño y se niega rotundamente. No iba a ceder tan fácil, no iba a desesperarse, no de nuevo.

Veinte minutos después, boca arriba, respira hondo. Consigue calmarse. Doblegando sus pensamientos a otro sitio.

Él podía lidiar con eso. Pero no con la raíz de la situación, podía tratar los síntomas a su manera pero no con el espectro que los provocó. Entonces, decidió optar por ocultarlo en una caja de madera en lo más profundo de su ser.

Creía que iba a ser así de sencillo, tal como todo había iniciado, pero no funcionó. Te ve, le saludas y pasa Hirugami a saludarlos, sonríes.

Casi tose voraz ante ustedes. Sachirou lo observa precavido pero Kourai fue más rápido y se cubrió con la chaqueta y una mano tratando de detener la caída de los pétalos. No dejaría que los vieras, nunca dejaría que los vieras. Se apartó y se alejó. Lo miras extrañada con la cabeza ladeada, te evitó en lo que más pudo y se fue al baño. A deshacerse de esas cosas.

Comprendió que cosas así no podían ser ocultadas para siempre. Se vió en el espejo, se negó de nuevo y meditó.

Jamás podría competir con Sachirou por una chica. En primer lugar porque no eras un premio, no te podía ver así y le frustraba. En segundo lugar, Hirugami era su mejor amigo. Caíste embelesada e Hirugami ni lo había percatado. El cabello de Hoshiumi es raro, sus ojos tienen una forma poco común. Hirugami es alto, bien parecido con cabello mucho más atractivo. Hoshiumi es bajo, habla fuerte y es poco detallista. Ocurrió el pensamiento tomando otra visión, sintiendo que no valía la pena: Jamás podría competir con Sachirou por una chica, porque no era ni la mitad de competencia.

Es más ¿por qué tenía que competir? No lo iba ni a intentar.

¿Por qué tenía que volver a registrar en su mente que no era ni la mitad de lo que te llamaba la atención? Si no te gustaba, no te gustaba. Y ahí otros pétalos se escaparon sin querer. Con el puño cerrado se golpeó el pecho, abriendo espacio para el oxígeno en sus pulmones. Contrariado consigo mismo, con sus sentimientos. Porque no podía hacer nada y tenía que conformarse con eso.

Los exámenes finales a la vuelta de la esquina y la despedida de los sempais le ayudaron a enfocarse para disminuir el verte todo el tiempo. Así estando en la privacidad de su propia habitación, escupir esos pétalos que se repartían por las esquinas con manchas de sangre. La mitad de marzo, tan solo a una semana de terminar clases, ocurrió lo que menos quería.

Gao tocó la puerta emocionado, entró despabilando con su alta figura de dos metros sin preocuparse por escuchar un pasa o algo por el estilo. Venía a avisarles a él y a Sachirou que las notas se presentaron en cartelera, pero se interrumpió de continuo al ver a Kourai de espaldas por su presencia.

El albino se volteó asustado, con la cara sin filtro y frunció las cejas. Gao quedó petrificado por observar la escena. Los pétalos dibujaban distintos patrones abstractos en el piso.

—¿Qué carajos? ¿De dónde sacaste tantos pétalos? –la sonrisa de medio lado no se inmutó de que Kourai se puso nervioso–.

—Nada.

Hakuba Gao alzó las cejas inseguro ante esa respuesta amargada. Era un claro “largo o te pateo”.

—No tengo ni idea de porqué masacras flores en tu tiempo libre pero deberías hacer algo con éso –y cerró la puerta–.

Hoshiumi se quería morir, Gao los vió.

••• ✿ •••

Tres días después, tras cerrar el ciclo de entrenamientos y un año diligente por haber logrado ir a las nacionales, los sempais repartieron sus responsabilidades como padres orgullosos. El entrenador Murphy cedió la capitanía a Hirugami, tomándolo por sorpresa. Kourai estaba feliz por él.

Aunque claro, después por los pasillos, te vió felicitar a Sachirou con felicidad compartida. Se subió el cuello de la camiseta a lo que más daba para que los pétalos no salieran disparados.

El espectador a sus pasos lo notó, sin embargo. Lo que hacía Gao en los últimos tres días era echar leña al fuego anunciando por bromas divertidas cuando se encontraban cerca que las flores misteriosas no merecían ser asesinadas así o que ellas no tenían la culpa si él no quería recibir el ramo de una admiradora, pero lo comprendió. Una mirada a Kourai, otra a donde Hirugami y tú hablaban por el final del pasillo, sacó la conclusión. Se preocupó.

—Kourai, ¿por qué no dijiste nada?

El aludido fingió demencia, volteó los ojos en blanco.

—¿Desde cuándo te está sucediendo esto? –aplicando un tono medio serio, asimiló que no debía ignorarlo esta vez–.

—Hace un mes.

—Dios –resopló burlón ocultando su preocupación. No era que se llevaba de lo mejor con Kourai pero éso de alguna manera afectaría al equipo si se llegara a saber o pasaba a mayores–. Cuando era niño, a mamá le pasó.

Le miró por el rabillo del ojo, Gao fijaba la vista al suelo. Transmitiendo cierta mezcolanza por sus facciones entre nostalgia y una diminuta agonía.

—No recuerdo muy bien, ella hizo el intento de sobrellevarlo, pero fue en vano. Al final, una tía le rogó a que se sumiera a la cirugía –alzó la vista y volteó la cabeza en dirección a Hoshiumi–. ¿Por qué no lo piensas? Remueven todas las flores del corazón y los pulmones, más otros detalles que lo ocasionan.

Hoshiumi respiraba como podía. Su instinto fue mirarte enseguida. A lo lejos, en el pasillo casi vacío, le correspondes y le haces el signo de paz divertida. Sus oídos zumbaron, quizás era ira, vergüenza o miedo.

—Piénsalo. Solo tienes que renunciar a ella.

Sus excéntricos ojos verdes se abrieron con sorpresa. Obvio había averiguado de la cirugía, pero él no quería preocupar a sus padres por algo así. Gao ya se había ido, dejándolo con los puños apretados, sus ojos crispan y la amargura se posa en su pecho.

Cuando caminaba al círculo de dormitorios, aún encabronado sin saber porqué, te escucha a lo lejos.

—¡Felicidades subcapitán!

Tus brazos alzados con bochorno era la calcomanía perfecta para subirle el autoestima a cualquiera. Con tus mejillas alzadas, las cejas curvas y tu sonrisa. Carajo, él amaba tu sonrisa, porque aunque no era la misma que le dabas a Hirugami, seguía siendo tuya. Se podía ver como el halago se le subía a la cabeza, con los ojos entreabiertos y las mejillas algo sonrosadas. ¿Por qué tenías que subirle el ánimo así como así? Pero ahí venía, las arcadas. Respondió fuertemente un gracias y se fue al trote. Dejandote ahí parada.

¿Cómo podía renunciar a lo que sentía por ti? ¿Cómo? No le cabía en el cerebro, no quería atreverse a la cirugía porque estaba lejos de rendirse a ti, pero le traería mas daño seguirlo pensando. Así tomó la decisión, debía sacarte de su sistema.

En esos días libres antes de comenzar el tercer año, hizo lo irremediablemente posible en dejar de pensar en ti, dejó de hablarte de a poco por mensajes que le enviabas. Dejándose a la merced de la primavera entrante de abril, consumiendo mejor otras cosas como entrenar en su casa, hablar más con Sachirou o jactarse de presumir ante su hermano que era subcapitán.

Todo iba bien conforme al plan, ya hasta se le estaba olvidando. A la mitad de abril, te estaba evitando por completo en los pasillos cuando empezó el nuevo año escolar, carecías de importancia, y los pétalos disminuyeron en demasía.

¿Qué importaba si hasta empezabas a interceptar a Gao para preguntarle por él? Él respondería que todo estaba perfectamente normal.

Si estabas en el grupo de discusión de estudio a cierta hora con Sachirou y Gao, evitaría ir. Haciéndolo todo menos pesado e incómodo para él.

Todo iba bien. Conforme al plan imaginario que trazó. Nada impediría que tuviera buen rendimiento en el equipo.

Claro, hasta que una tarde, en el círculo de dormitorios, a cierta hora disponible para pasearse todavía por ahí, tocarías la puerta de su habitación. Hoshiumi pensaría que era Hirugami o Hakuba, abriría la puerta, sin esperarse que fuera tu persona con los ojos llorosos, las palmas llenas, sosteniendo en forma protectora tantos como la figura menuda de tus brazos lo permitiera.

—Kourai-kun... yo...

Tu garganta carraspea, abandonando el último manifiesto de la fuerza de voluntad en ti misma, y en él. Toses a secas, dolorosamente. Tropiezas hacia adelante. Te sostuvo antes de caer. Todos los últimos días se fueron a fregar tras verte así.

Pétalos rojos, no paran de lanzarse con frenesí de tu boca al suelo. Ya había cerrado la puerta, antes mirando a todas partes para comprobar que nadie te había visto pasar.

Seguías tosiendo sin parar. Los pétalos rojos como rubíes, tantos, que ya no podías estar de pie y él te ayudó a sentarte en el suelo. Le dolía verte así, hizo lo que pudo. Para controlarte y controlarse también, porque él mismo botó sus propios pétalos púrpura, imaginando que ya había logrado al fin superarte, pero el hecho de que estuvieras así, le ponía tan mal, porque lo sabía, tu amor no era correspondido y él sufría contigo.

Sus pétalos púrpura ya no eran pétalos, se convirtieron en flores enteras y tuvo miedo.

—¿Es contagioso?

El pánico en tu voz ya cansada ayudó a difuminar el miedo en él. Sentados en el suelo, estaban uno al lado del otro. Agitados por lo que acababa de pasar. Tristes y acongojados.

—No lo es.

—¿Y tú por qué..?

—Lo tengo desde hace tiempo.

Se volteó a la ventana. No quiso cruzar miradas contigo. El cosquilleo en su estómago seguía alojado.

—Lo siento –dijiste en voz baja– ¿Por eso te habías alejado? ¿Quién es ella?

—No la conoces. Y no te disculpes, tonta.

Si no estuvieras tan triste y agotada, hubieras hecho un mohín, pero no te salió como querías y terminaste inflando las mejillas.

—Tú también eres un tonto.

Suspiró cansado. Te empujó con su hombro y le devolviste el empujón. Empezaron a reírse. Te dió hipo y Hoshiumi se burló de tí. Ahí riendo, con los últimos rayos del sol golpeando en su perfil, el cabello caído al natural, sus ojos verde amarillentos recuperaron un brillo esencial que los caracterizaban todo el tiempo y que habías notado que ya no tenían las últimas semanas.

—¡Te ríes! –acortó las carcajadas de golpe, confundido–.

—Claro que me río. Suenas ridícula con hipo.

Ahí estaba. Hoshiumi recordaba porqué le gustabas. Nadie parecía querer a Hoshiumi Kourai, y a él no le podría importar menos. Muchas chicas lo evitan, porque es pedante, gritón, determinado solo con lo suyo. Pero luego estabas tú, él podría decirte de la nada que dejaras de comerte los mocos con su tono altanero muy enserio y lo que harías era lo mismo que hacías en ese momento: reír sin parar, hasta que te dolieran las mejillas, que tus ojos se aguaran y por breves instantes él creía que valía la pena.

Entonces ¿por qué le dolía tanto? Porque esos pétalos que él lanzaba te pertenecían pero aparentemente no los querías.

—Entonces, Sachirou... ¿no sabes..?

—No tengo ni idea –tus tristes comisuras curvadas te hacían ver tan hermosa que Kourai se quiso cachetear–. Pero sea quien sea, es una persona suertuda.

Pegaste tus rodillas a tu pecho, enrollando los brazos a tus piernas. Te veías pequeña.

Guardó silencio con intención de no interrumpir tus pensamientos. Pasada ya la hora límite, se levantó para echarte de su habitación antes de que te metieras en problemas.

—Te ves bien con el cabello así.

Ese comentario inocente lo tomó desprevenido, recordó que tenía el cabello caído al natural sin su excéntrico peinado de punta hacia arriba y se avergonzó. La vena de cólera en su cuello se enmarcó justo cuando buscaste acariciar sus hebras blancas como si fueras su mascota.

—¡Para! ¡No te burles de mí!

—No me burlo de ti –ajá, por supuesto, te reías por su reacción–. Lo digo de verdad, me gusta tu cabello en ese estilo.

Se calló, apretando la mandíbula. Cruzó los brazos con notable molestia y la cara roja. Tenías que irte o se le haría más difícil. Contigo siempre era así, lo dejabas sin palabras, desarmado. Odiaba eso y por ello le gustabas tanto.

—Gracias por, bueno, por estar aquí.

No supo cuando, cómo o qué. Lo olvidó. El tiempo se detuvo. La calidez de tus labios en su mejilla lo sacaron de órbita. Así haya durado solo 0.01 segundos, era comparable cuando estaba en un partido e iba a rematar, en camara lenta.

—Me voy a mi cuarto –te diste media vuelta y cerraste la puerta–.

Nadie parecía querer a Hoshiumi Kourai, y a él no le podría importar menos. Muchas chicas lo evitan, porque es pedante, gritón, determinado solo con lo suyo. Pero luego estabas tú. No supo cuando, cómo o qué. Lo olvidó. El tiempo se detuvo. Lo último que vió esa tarde fue tu sonrisa, luego tu espalda, con una vibra de agradecimiento. El aire dejó de ser denso, un sentimiento inefable se agolpó en sus fibras de adentro hacia afuera.

¿Por qué sonreía como un bobo? Le sonreía a la nada. No había nadie ahí. Pero ¡Demonios! Sintió que eso significaba todo. Se peinó el cabello hacia atrás, con unas inmensas ganas de gritar emocionado, saltar como nunca hasta golpear su cabeza con el techo.

Ésa noche, Kourai no vomitó tantos pétalos.

••• ✿ •••

No quería abandonar su plan imaginario. Evitarte seguía ahí en el aire, pero por algún motivo, los días siguientes pasaban demasiado rápido. Estaba sonriendo más a menudo, entrenaba como mejor se le daba. Sus saques con salto agarraban más potencia, un vivo color azul como arco de victoria trenzado en una afinidad de sonrisas que los kohais de primer año no habían escuchado según los rumores tenebrosos del Pequeño Gigante de Kamomedai, pero si daban terror, de ése que admiras y que no puedes odiar porque son pulcros, de una buena esencia propia.

No era que se debiera por ti. No eras el ancla a su amorío descabellado por el voleibol. Eras otro tipo de constante. Si bien los jugadores de Kamomedai tienen una fuerza mental de hierro, son poco vulnerables a los altibajos, despreocupados como si nada, reuniendo la información vasta. Así que, teniendo energías recargables, con un Buenos días de tu parte, su corazón bombeaba sangre a mil a sus orejas. Le hablabas con el semblante en un principio tan decaído que Hirugami tuvo miedo de qué les pasaba. El decaído primero había sido Kourai, después tu persona. Intuyó que tenían un acuerdo privado del que él no tenía conciencia. Pero le restó importancia sin meter la mano en la masa. Porque ibas recuperando cada día un color más saturado e intenso que el anterior y cabe destacar que no andaba tan preocupado.

Tus pétalos del rojo vivo se acumulaban poco a poco en tu cesto de basura. Imaginando que algún día debían de parar. Te dolía, te dolía en el pecho apretar los dientes y una que otra lágrima por las noches. Pero al mismo tiempo lo que más dolía era que no podías hacer nada al respecto, si no darle su debido tiempo y eso te daba un tajo de prepotencia como cal pesado por tu estómago.

Pero Kourai, seguía ahí.

Siempre ahí.

Como sospechabas, ¿quién superaría a Hirugami Sachirou de la noche a la mañana? La duda de porqué no te que veía como tu a él te carcomía a ratos. Pero Kourai estaba ahí. Siempre ahí.

Y algo te hizo click.

El puntero te señalaba cosas no antes vistas por tu rango de visión.

Por ello se dió tan natural, cuando una tarde, por el pasillo a la hora de almuerzo viendo las nubes pasar, Gao te pregunta si notabas a Kourai en mejor estado.

—¿Tú lo sabías?

Alzó los hombros indiferente. Evitando el regaño futuro de tu parte.

—Claro que lo supe. Lo vi vomitar una vez...

—¿Sabes quién era ella? –tu interrogante le interrumpe. Te analiza silencioso, a tu lado, Gao era una jodida montaña. Apoyado en el ventanal con una expresión difícil de leer–.

—Creo que sí. ¿Tú no?

Su tono juguetón fue ridículo. Miras otra vez las nubes y te quedas callada. Porque el puntero volvió a señalar lo obvio, te señalaba a ti y los colores se te subieron a la cara, decorando hasta tus orejas como luces de avenida.

—No es gracioso.

Suspiró pesado y se rascó la nuca.

—Mira, ¿sabes si quiera por qué no lo había intentado? –se tomó una pausa dejando el redoble de tambor– porque no lo mirabas igual. ¿Qué podía hacer él? Le había dicho hasta lo de la cirugía pero no sé si lo pensó...

—No puede ser...

—¿Qué cosa?

Las puntas delanteras de cada lado de tu cabello las cruzaste por tu rostro. Tapando esa vergüenza que creció a manera turbulenta.

Kourai no lo había hecho. Descubriste de la nada por qué no lo había hecho y tu corazón dio un acelerado latir hasta escucharlo por tus orejas.

No lo había hecho porque aún te quería, y algo hizo click.

Sonriendo como tonta le das las gracias, dando marcha buscando al pequeño albino de ojos brillantes. Pensando banalidades. Más allá del pensamiento del que Kourai haya sufrido, más allá de que pudo haberte olvidado por completo, mucho más allá de eso, Kourai te quería. Justo aquello era tan importante. Que no seguiste meditando en otra desfachatez tras verlo bajar las escaleras del tercer piso, ponerte de frente, darle un precipitado abrazo y decir:

—Kourai, lo siento tanto.

Parpadeó, inmóvil. Sin reconocer lo que sucedía a sus alrededores.

Fue posicionado en esa situación y no supo qué carajos. Hasta que el hipnotismo fue despertado por reconocer que el olor de tu cabello estaba demasiado cerca. Su espalda se tensó, frunció las cejas e hizo lo que pudo para separarse de ti. Su piel erizada se estaba calentando y él era tan blanco que no lograría disimularlo ni un poquito.

—No entiendo.

Tus ojos aguados y la nariz rojiza fue suficiente señal. ¿Qué sucedía? ¿Por qué sonreías así cuando pareciera que estabas a punto de colapsar? Basta, deja de hacer eso o él no podrá...

—Lo siento. Lamento no haberte visto hasta ahora.

Alzó las cejas. Tu voz en su cuello, tus orejas caoba, tus manos en su espalda. La rigidez se aflojó un poco abriendo paso para abrazarte y enterrar su cara en tu cuello firmemente.

—No digas eso. No fue tu culpa.

¿Cómo podía decir eso? Tantas noches que debió de sentirse a morir por los pétalos, esos meses que lo ocultó de ti y se alejó. El globo lleno de agua se te explotó encima. Te llevó aparte de otro corredor para que nadie te viera hacer una escena.

—Oye no, para –las manos con las que cubrías tu cara las sujetaba por las muñecas. Tu columna daba con una pared y Kourai buscaba la manera de calmarte–. Mírame.

Suavizó la voz. Un detalle poco visto en él. Te obligaste a obedecer.

—¿Por qué no me lo dijiste? –el decibel en tu voz quebradiza se hizo escuchar–.

Hoshiumi realizó una mueca, torció los ojos. Estaba molesto. No contigo. Consigo mismo. Era como si él lo hubiera ocasionado.

—¿Para qué? –alzó las manos exageradamente–. No te gustaba.

Y ahí se hizo ver. Tu sonrisa. Esa por la que cayó redondito la quinta vez que la vió. Le era una imagen deleitable. Los orbes cristalinos que te acompañan junto a la nariz enrojecida.

—No sabes eso.

Deja de actuar así. Se va a morir.

—No tengo nada que ver contigo mientras gustas de Sachirou –se volvió a excusar–.

—No lo sabes.

Dobló la espalda hacia delante. Para volverse a erguir, como si fuera a pegar un grito al cielo. No iba a desesperarse. No contigo.

—¿Ah sí? –la vena de cólera le palpita por la sien, él no va a...–.

—Sí.

Te quería agarrar por los hombros y sacudirte para que dejaras de mirarlo así. ¿Lo más extraño? No había dejado de pensar en los malditos pétalos púrpura. Todo iba tan bien, entonces por qué.

—Kourai –le tomaste de las mejillas–, es cierto que no eres igual a Sachirou pero eso no quiere decir que seas peor o mejor que él. Por éso, no lo sabes.

Te acarició las manos que sostenían su rostro y cerró los ojos. Se sonrojó de lleno, pero sin vacilar dejó de dudar. Más aunque sea, no había renunciado a ti. Estúpidas esperanzas, así de determinado inconscientemente es él. De broma no había dejado de respirar por las flores, que ya para esas alturas debían de haberlo matado pero no había sucedido.

Me gustas ¿ok? Está bien si no sientes lo mismo. No puedo hacer nada con eso, pero igual ya lo dije, ya lo sabes, entonces olvidemos esto que no quiero verte más con esta cara de trauma ni...

Aguantas una risotada y clavas la cabeza en su cuello. Tal vez iba a desfallecer de ira o vergüenza. Eras una flecha que le da de lleno.

—¿Ves que no lo sabías?

—¡Ya cállate! –empezó a tartamudear enfurecido como un tomate. Soltó un montón de garabatos incorregibles uno tras otros y te ibas riendo peor en su cuello, haciendo que se ponga más encendido– ¡En ese caso sal conmigo de una buena bendita vez! ¡Maldita sea!

—Sí.

Se tornó azul, su cerebro se vació.

—¿“Sí” qué?

—Sí saldré contigo, tonto enano gritón.

Se separó de ti. Se puso pálido. Sus reacciones tan impredecibles te causaban mucha gracia. Rascándose el cuello nervioso, no supo que decir. Terminó por sonreír ampliamente con un toquesito de orgullo.

Dicen que la enfermedad de Hanahaki Disease tiene finales trágicos. De esos que te desconsuelan la vida porque el amar es doloroso, patético y triste si no eres correspondido. Pero por alguna razón, no dejamos de amar. Porque como si se tratase solo de eso, los pétalos son el efecto unilateral, ese rasgo que te recuerda que por mucho que ames, no te aman. Y aún así somos tan tontos, que amamos sin rendirnos. Amamos sin querer. Si medir nuestro amor por termómetro. Amamos sin condiciones, y tal vez, solo tal vez, Hoshiumi no se había rendido por eso. Nunca colocó condiciones, buscando la manera de olvidarte sin desterrar tu recuerdo del todo.

¿Tú? Te habías rendido, no le diste mucha vuelta. Dejaste de pensarlo, y quizás, solo quizás, por eso viste a Kourai. Hay que ver que tenemos el antídoto en nuestras manos desde un comienzo.

••• ✿ •••

_____________________________________

No quiero que miren esto como despecho
O que Kourai fue la segunda opción
Casi nunca veo cositas de él
Pero me encanta tanto que terminé escribiéndolo de todas maneras.
*.✧ Gracias por leer *.✧

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top