1. Universidad
Acababa de sonar el timbre de partida. Suspiré feliz y cansada al dar por terminado ese horrible pero agobiante último día de la semana. Viernes, que glorioso pero estresante día. Todos nerviosos, intentando no derretirnos. El calor ese fin de semana era descomunal, pero eso no evitaba que quisiéramos correr. Correr para escapar de ese edificio y llegar, al fin, a aquel lugar que nos había puesto la piel de gallina desde hacía tantas semanas atrás.
—Eva... ¿me acompañarías esta tarde a buscar los resultados?
—¿Los de la universidad?
—Aja —Respondí, contenta y segura.
¿Quién era aquella pelirroja con pecas en el rostro y fino cuerpo de inocente niña pequeña? Eva, mi mejor amiga de la preparatoria. Comenzada nuestra amistad gracias a las zorras de mis ex amigas. ¡Si! No solo por falta de lealtad, si no porque trataron de bajarme a mi ex-novio, Gerard. El típico chico popular, con la cara de dios y el cuerpo perfecto. ¿Defectos? Tal vez el ser portador del titulo “chico ballet” y por ende, solo un casanova más.
Tal vez por el mismo motivo me hice la difícil, ya saben… no darle un beso a la primera cita. ¿Será cosa del destino entonces? Pues gracias a Jesús y a toda la iglesia que simplemente nuestros labios nunca llegaron a rozarse y que, después de encontrar a ese tipejo con las manos en otra chica, simplemente conservo mi increíble primer beso, el cual siempre he esperado que sea perfecto.
Suspiré al volver a pensar como una de mis mejores amigas y yo, nos había unido el destino. Justo cuando yo lloraba en una esquina y ella, sin conocerme, me daba palabras de consuelo.
—¿Y ese suspiro?
Sonreí.
—No, no es nada... solo pensaba en el pasado.
Eva rodó sus ojos.
—¿Gerard, verdad?
—Ese maldito hijo de puta —exclamé con cierto enojo mirando al cielo.
Mi amiga sonrío y me dio leves golpes en la espalda.
—Ya, déjalo pasar.
—Es que, es que…. —Dejé salir el aire comprimido—. No me importa ya nada de eso, es solo… es solo que la forma en como lo corte y como este solo puso un “a ok.” por messenger me fastidia —solté en un chillido desesperante, un tanto enrabiado.
Mi amiga volvió a sonreír en voz alta. Dejé salir otro suspiro antes de dejar el ceño fruncido y contagiarme con la risa de Eva. Si, eso había pasado hace un año. ¿Y qué? El maldito no le había importado en lo más mínimo, pues según recuerdo, el día siguiente, el chisme de que este me ponía el cuerno con tres de mis supuestas amigas y otras dos chicas misteriosas me llego de contrabando.
Bufé, intentando restarle importancia, solo por recordar cómo me había desquitado con mi mano golpeando las mejillas de mis ex mejores amigas, acabando con ello nuestra preciosa e irrompible amistad de dos años consecutivos.
Una sonrisa apareció en mi rostro entonces mientras caminaba junto a Eva por la calle, que divertido había sido escuchar tanta basura salir de sus bocas. Más aun porque entre ellas se decían sus verdades y las supuestas mosqueteras terminaron solitarias y enseñando sus verdaderas personalidades.
—Ya mujer, ¡mueve esas pompis y deja de pensar en eso!
Sonrojé un poco, solo porque alrededor mío estaban unos cuantos chicos que me miraban divertidos del recién comentario que había lanzado al aire mi mejor amiga.
—¡Eva! —La tomé del brazo para caminar las aprisa—. ¡No digas eso en voz alta!
—Te dejare atrás entonces.
—Ya ya —Dejé salir un suspiro—. ¡Estoy moviéndome!
Era tan divertido. Estábamos juntas por la calle, hablando de cualquier tontería, recién saliendo del instituto con casi toda una manada detrás nuestra. Todos iban hacia sus respectivas universidades. Hoy era el día. El día de los preciados resultados que todos esperaban desde hacía exactamente un mes y medio.
—¿Estás segura de que pasaras?
—Claro —Soné confiada—. Mi madre digo que me haría el paro.
—¿¡Tienes quién te ayude!? —preguntó sorprendida.
—El novio de ella dijo que tenía contactos, creo que es lo único bueno de que salga con un abogado —suspiré, cansada de repetírselo.
Si, mi madre no estaba junto mi padre biológico. Se había conseguido un abogado para los juicios en donde peleaban este y ella una y otra vez sin parar, dando consigo tres años en constante pelea matrimonial. Y por consecuencia, mi madre y su abogado, habían terminado saliendo a escondidas.
—¡Qué suerte tienes! —Volvió a decir mi amiga mientras doblábamos la esquina.
—¡Lo sé! —Me escuché arrogante—. Espero que me consiga una beca como a mi hermano... ¿Sabes? ¡Solo paga cien miseros pesos en todo un semestre!
—¡Qué bárbaro! Seguro que es listo.
—Al igual que yo. —Le saqué la lengua intentando parecerle una broma.
Mi amiga comenzó a reír.
—Claro, estoy segura que tendrás el primer lugar de todos los graduados —Me elogió.
Sonrojé de nuevo. No me gustaba que lo dijeran de esa forma. Yo, Ashley Meller, era tan solo la chica lista, algo chistosa y obediente. Y como todos decían, “La virgencita diecisentenaria” ¿Por qué? Bueno, la mayoría de las chicas del instituto estaban ya más que rotas a sus diecisiete años de edad y ninguna se mantenía virgen. Igualmente, nadie creía que aún conservaba mi primer beso intacto, no por como siempre lucia.
Cabello un tanto ondulado y castaño. Un bonito cutis. Bonitos ojos claros, un tanto pegando a ser mieles. Buena forma y lindo carácter. Aparte de eso, me gustaba estar presentable todo el tiempo. Buen cabello y lindo maquillaje, nada exagerado.
¿Vanidad? Si, tal vez un poco, pero nada comparado con Eva.
Ella misma decía que no le importaba mucho su apariencia. Su cabello rojizo y su piel blanca eran bellos. Es decir, no necesitaba de mucho maquillaje para verse hermosa. Aunque claro, toda mujer necesita de ellos para sentirse bonita. Pero ella… ¡ella ni siquiera los tocaba! Muy apenas tenia amistad con el polvo y rara vez platicaba con el lápiz negro, que a diferencia mía, ellos eran mis mejores amigos. Todo el tiempo me los ponía.
Suspiré de nuevo desganada.
—¿Por qué otro suspiro? —sonó animada y divertida ante mis gestos repetitivos.
Me contagié de su sonrisa unos instantes para luego volver a ser mi gesto que ya parecía una forma de ser desde hacia dos días.
—Ahora que lo pienso, no tendré nada de vacaciones, ¿sabes? ¡Entraremos a la universidad antes de que nos graduemos de la preparatoria! Dos horribles semanas que estaremos palmados de exámenes finales y las nuevas tareas universitarias.
Mi amiga sonrío.
—Y dicen que la universidad es difícil…
—¡Ni que lo digas! Mi hermano mayor se desvela casi siempre hasta las cuatro de la madrugada haciendo tareas ¡Ten por seguro que me veras con ojeras en la siguiente semana! —solté feliz y un tanto sonriente.
Eva me observo reprobatoriamente.
—Eres rara.
Comencé a reír y luego le dedique una tierna sonrisa.
—¿Entramos?
—¡Primero paga Ashley!
—Ya, ya….
Lo único bueno de todo esto, es que la universidad en donde entraría, estaba a solo una estación del metro de donde nosotras nos bajábamos para ir a casa. Si, éramos prácticamente vecinas. Unas cuantas cuadras de separación, solo eso.
Como siempre, el recorrido estuvo lleno de risas, comentarios estúpidos pero a la vez divertidos. Eva sonreía con cada locura que se me venia. Cualquiera, en serio: “Que el señor gordo, que la señora me mira raro, que el chico ese esta guapo”.
“Siguiente parada: Hospital”
La vocecita grabada de una tipa hizo estremecerme. Sonreí, me pare del asiento y empuje a mi amiga un tanto hiperactiva hacia afuera del servicio público.
—¡Vamos Eva, vamos! —Sonreí como una niña pequeña.
—Ya tranquila.
Jugueteé por mi comportamiento, pero por alguna razón mi corazón no dejaba de latir.
Caminamos un largo recorrido… unas siete u ocho cuadras, pero cuando aquel enorme edificio de Medicina se interpuso entre nosotras, no pude evitar sonreír alucinada. Entramos las dos un tanto cohibidas pues yacían aún algunos chicos universitarios y mujeres en bata de laboratorio. Alguna que otra maestra y, para empeorarlo todo, todos nos miraban divertidos.
Arqueé una ceja confundida. Miré a mi mejor amiga, parecía en el mismo estado que yo. Le enseñé unos encorvados hombros y entonces la risa se contagió entre ambas. Caminamos juntas hacia donde habían dicho que estarían las listas de aprobación. Lo extraño fue no encontrarlas. Suspiré aterrada, pensando en lo peor.
¿Me habría equivocado de día? No, no lo creo. Hoy era el día, todos irían por su respuesta… no podíamos estar todos equivocados.
—¿Y ahora qué? —pregunto Eva desde atrás.
Indagué un poco dentro de mí, poniendo los ojos en blanco.
—Bueno, cuando presenté yo fui a la dirección… ¿qué tal si preguntamos ahí?
—¿Preguntamos?
—Ya, ya… yo pregunto.
Entramos mas ella se quedó a varios pasos de la entrada. Tímida y silenciosa. Sonreí. Me acerqué con paso seguro a la ventanilla.
—Disculpe —Traté de sonar formal—. Es que el papel decía que los resultados estarían hoy y…
—Los publicaran a las seis, vía Internet.
—¿No los tienen ya?
—Los publicaran a las seis, vía Internet —Volvió a decir la secretaria, un tanto fría y ocupada.
Hice una mueca pero agradecí en silencio y, sin escuchar un de nada por parte de ella, simplemente partí con mi amiga destrozada a la salida.
Nos detuvimos en la tiendita de la esquina. Esta vez si suspiré muy triste. Tanto camino, tanta emoción... ¿para nada? Mi amiga me vio y me regaló una sonrisa de aliento.
—¿Qué tal si te vienes a mi casa y nos vamos a ver una película? Luego checamos los resultados.
Me quedé pensante.
—Está bien —Sonreí.
Muy mala decisión ¿Por favor, películas? ¡Todo el día estuvimos fuera! En la plaza, platicando, hasta nos atrevimos a hablarle a un chico que esta misma conocía. El asunto del examen, universidad, resultados… se esfumoó de mi cabeza.
Me la pasé en la calle hasta las ocho de la noche, solo hasta que mi madre me recogió un tanto molesta en su casa. Sonreí al subirme al coche, más esta no parecía nada feliz.
—¿Estas enojada? —pregunté un tanto inocente.
—¡No me hablaste en todo el día! Pensé que te había pasado algo.
Rodeé mis ojos hacia aun lado. De nuevo iba a empezar con el sermón que prácticamente me echaba en cada momento que tenía oportunidad.
—¿Sabes que es peligroso estar a estas horas de la noche en la calle y mas si son solo dos chicas adolescentes? ¿Sabes cuántas personas andan sueltas ahora matando a otras? La ciudad es peligrosa…
El relato continuaría si no pensaba en algo para detenerla.
—Ya, lo siento… marcaré la siguiente vez.
— ¡Siempre dices que marcaras la siguiente vez! Nunca lo haces Ashley Meller.
Bufe molesta. Rayos, el plan para “Haz callar a tu mama para que no te sermonee” No había funcionado. Traté de pensar en otra cosa, un tanto a prisa.
—¿A que no adivinas qué?
Mi madre paro a su regaño. Me miró.
—¿Qué?
—Hoy son los resultados, pero publicaban hasta las seis de la tarde… no pude conseguirlos porque no tenia la contraseña a la mano —expliqué, ciertamente mintiendo—, pero no importa porque pasare de todos modos —solté sonriente, asegurando mi éxito.
Mi madre solo sonrío.
—Llegas y lo checas.
—¿Por qué checarlo si yo ya estoy adentro?
—Solo para estar seguros.
El “solo para estar seguros” y la sonrisa traviesa de mi madre me caían como espinas de cactus en los ojos. Maldijé en silencio y entonces, mi corazón volvió a latir, esta vez con miedo y cierta desconfianza.
Llegamos muy rápido. No me molesté en bajar mi mochila. Corrí directamente hacia el segundo piso. Crucé la puerta de mi cuarto y encendí el ordenador.
Se escucho el sonido tradicional de Windows y mi nerviosismo casi rompe el teclado al intentar agilizarla sin éxito.
Sentí una pulsada al aparecer la página principal de la universidad. Algo me decía, que algo estaba muy mal.
Mi mano tembló. El mouse de la computadora parecía no querer escucharme, jugo por todos lados sin obedecerme. Cerrando programas, picando en lugares que retrazaban ese momento especial. Maldije en voz alta y entonces deje de temblar. Pase saliva y en unos cuantos minutos, ya estaba tecleando el código que tenia a mano en una hoja que había impreso antes.
Suspiré con profundidad. Y entonces apareció la lista de los aceptados. Todos esos nombres que no conocía, acomodados alfabéticamente. Suspiré. Sencillo, siempre casi al principio.
“Marshall”
“Mitchell”
“Murrey”
“¿N-Nichols?”
Arqueé una ceja. ¿Dónde? ¿Dónde estaba “Meller”? Pase saliva. Volví a observar la lista desde el principio. ¿Desordenados? Si, eso debía de ser.
La repasé de arriba a bajo, de abajo a arriba. No estaba.
Mis lágrimas inundaron mis ojos. Sollocé.
Veinte minutos después de haber llegado pude comprender la realidad. Había reprobado el examen a la entrada de la universidad. Todas esas noches en vela, todos los grupos de estudios, todos esos fines de semana en donde no salí, todo ese mes de antisocialismo no había valido la pena para nada.
—¡No estoy...! —grité—. ¡No estoy!
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