10.Angel Voice

Han pasado dos meses desde que rechacé a Frank por teléfono, es marzo, ni siquiera estamos a la mitad del año y mis padres y Mikey están insistiendo con el asunto del empleo como si ya fuese diciembre... Les doy unos tres meses más antes de que lo olviden... Mantengo la fe en que lo harán.

Además de eso, a pesar de que me he acoplado bastante bien a mi nuevo estilo de vida, Mikey no me lo ha estado poniendo tan fácil. Desde el mes pasado me obliga a hacer ejercicio con él tres veces por semana.


Estaba comenzando febrero: Gerard estaba tirado en su cama, en el cuchitril en el que se había convertido su habitación (y todo su departamento en general), ya que no había limpiado en semanas; el suelo ya estaba lleno de ropa sucia, latas de refresco, envoltorios de frituras y dulces, cómics por todos lados, una mancha de café que sería muy difícil de quitar de la alfombra, sólo faltaban unos charcos de lodo y podría perfectamente confundirse con un criadero de cerdos. Estaba mirando Himouto! Umaru-chan por milésima vez en su vida, identificándose con la protagonista, porque era la exacta representación de él cuando trabajaba como arquitecto; en su trabajo era el hombre perfecto e intachable, sin embargo, al volver a casa era un holgazán que se la pasaba leyendo cómics o jugando videojuegos mientras se atascaba de frituras y refresco de cola, salvo que, a diferencia de Umaru, él no tenía un hermano que le resolviera la vida y fuera totalmente paciente y tolerante con su personalidad de mierda, sólo tenía a Mikey... El perfecto Mikey con sus ínfulas de grandeza.

— Maldito Mikey... — Musitaba mientras veía cómo el hermano de Umaru atendía siempre sus caprichos. — ¿Por qué no puedes ser así? Debí haberte entrenado mejor.

De repente, escuchó el timbre.

— ¡Sí! — Exclamó feliz. — ¡Tiene que ser la pizza!

Estaba caminando contento canturreando repetidas veces la palabra "pizza" mientras tomaba su billetera de debajo de la cama... Sí, debajo de la cama. Gerard tenía todo un orden en su propio caos, así que sabía dónde tenía cada cosa a pesar de que éstas estuvieran en lugares inusuales. Luego se encaminó a abrir la puerta para recibir la pizza que había pedido veinte minutos atrás.

— Sí... ¿Cuánto...? — Ya se estaba apresurando a sacar el dinero de la billetera, hasta que se detuvo al ver a Mikey en su puerta, estaba todo sudado, vestido con ropa deportiva, con los audífonos colgando de su camiseta sin mangas y secando su frente con una pequeña toalla de color blanco en la cual resaltaba un fino bordado en la esquina con las iniciales "M.F.W.", las cuales significaban "Mikey Fucking Way". — Onii-chan ¿Qué estás haciendo aquí?

— Ay Gerard, qué asco. No puedes pretender que los demás no sepamos que eres todo un fracasado si eres pobre y dices palabras como "onii-chan", ten un poco de decencia, por favor.

— ¿Qué quieres entonces, hijo de mi santa madre?

—... Aparte. — Continuó con sus actitudes extremadamente correctas al hablar. — Las reglas de educación dicen que debes dejar entrar a las visitas y ofrecerles algo de tomar y/o comer. — Hablaba de modales, pero había entrado como perro por su casa sin esperar el permiso de Gerard. — Quiero tomar algo frío, gracias. Vengo muerto. — Se tiró en el sofá de la sala y subió sus pies a la mesita que había en frente.

— ¿También te gustaría un masaje en tus apestosos pies? — Preguntó Gerard de manera sarcástica.

— Sí, por favor. — Respondió él de forma indiferente. — Así se atiende a las visitas.

— Púdrete.

El mayor no hizo nada más que resoplar e ir a la cocina a cumplir el capricho de su hermanito menor, quien nunca lo visitaba y precisamente ese día había decidido hacerlo.

« ¿Qué querrá de mí?». Se preguntó. «No puede venir a verme desinteresadamente, tiene que querer algo... ¿Pero qué será? No puede ser dinero porque él tiene más que yo, por más triste que suene».

Salió de la cocina con un vaso de agua con hielo y se lo entregó a su hermano para luego sentarse junto a él, apenado por el desastre en el cual se había convertido el bonito departamento que sus padres le habían entregado en diciembre.

— ¿Qué marca es? — Pregunta Mikey.

— ¿Qué?

— El agua...

El mayor no hizo más que rodar los ojos y preguntarse si en serio Mikey era su familiar por lazos sanguíneos, o si incluso eran de la misma especie.

— Pues del grifo. — Respondió el pelinegro con obviedad.

— Ugh. — Miró el vaso con asco. — Lo aceptaré sólo porque estoy sediento y mi botella de agua Fiji se acabó... Vaya... — Suspiró. — Así que así viven los pobres... Qué feo. Si me enfermo por beber esta agua cochina, te demandaré, Gerard Way.

— ¿Qué haces en mi casa, pequeño fastidioso?

— Bueno. — Se tomó el vaso de agua, suspiró y luego explicó: — Salí a correr porque estoy aprovechando la mañana... No como otros. — Y el mayor rodó los ojos por segunda vez. — Y como pasaba por aquí y tenía sed, me pregunté « ¿Qué tal estará mi hermanito? ¿Y si lo visito y así le pido un vaso de agua de mineral?», y a partir de allí surgieron más preguntas a medida que me acercaba a tu chiquero ¡Digo! Departamento. Como: « ¿Qué estará haciendo? ¿Estará haciendo llamadas movilizándose con su empleo? Seguramente Gee no me va a decepcionar»... Y luego me abres la puerta, me llamas onii-chan y me das agua del grifo... La verdad es que la palabra "decepción" se queda corta para describir lo que estoy sintiendo en estos momentos.

— Bueno, ya que tomaste tu agüita, te decepcioné y todo eso... Si no tienes nada más que hacer aquí ¿Por qué no te vas?

— ¿Por qué quieres que me vaya tan pronto? Vamos, Gerard, somos familia, tenemos que pasar tiempo juntos ¿Cuándo fue la última vez que hablamos como dos hermanitos que se quieren?

— Cuando eras chévere. — Respondió el pelinegro totalmente inexpresivo.

— Querrás decir cuando era como tú.

— Exacto. — Sonrió cínicamente. — ¡Cuando eras chévere!

— Búrlate todo lo que quieras, pero llevo días pensando en nosotros y... Me he dado cuenta de que no soy un buen hermano.


Lo que en realidad pasó:

— ¡Pienso que eres muy malo con Gerard! — Lo regañó Kristin en tono maternal cuando él le estaba contando cómo seguía presionando a su hermano mayor para conseguir una vida. Eso sucedió dos días antes en el penthouse de Mikey.

— ¿Por qué siempre estás de parte de Gerard? ¡Tu novio soy yo!

— ¡Eso no significa que tenga que estar de acuerdo con las pendejadas que haces!

— ¡Todo lo hago para ayudarlo!

— ¡Si es así, entonces demuéstraselo!

— Ya lo estoy haciendo, Kris. Su estilo de vida no es sano, lo entiendes ¿No? Por eso les insistí a mis padres en ser más duros con él. Pienso que Gerard necesita un llamado de atención para poder ordenar su vida de una vez por todas... Yo... Soy así con él porque siempre me vivo preocupando y quiero hacerlo entrar en razón de una manera más directa.

— Mikey... — Su novia se limitó a suspirar y darle un abrazo, pues a pesar de todo, las intenciones de Mikey eran nobles. — Eres un tonto.

— No odio a mi hermano como piensas, si lo odiara, no querría verlo vivir una vida más feliz y estable, sólo quiero que apague su computadora aunque sea por unas horas, salga a ver el mundo, consiga un empleo, amigos en la vida real con quienes convivir, incluso me gustaría que llegara a enamorarse y que formara una familia en el futuro.

— ¿Y qué si él no quiere ser arquitecto? Tu papá fue muy injusto con obligarlo a recuperar su empleo y nada más, así creo que empeoran las cosas.

— Sé que Gee odia ese empleo, de hecho, desde que iba a la universidad se quejaba mucho, pero es que sus aficiones son insignificantes para nuestro padre.

— Si realmente quieres que él esté bien, deberías dejar de ser cruel y darle amor y comprensión, porque eso es lo que necesita, sobre todo ahora que todo esto debe ser muy difícil para él.

— Gerard es muy despreocupado, nada le afecta.

— Claro que sí ¿A quién no le afectaría ser tratado como un inútil y vivir en la sombra de su hermano MENOR?

Era por esa razón que Kristin siempre estuvo empeñada en ser linda con Gerard y estar siempre al pendiente de él como si fuese su propio hermano, porque sabía que, aunque lo ocultara, era una persona bastante solitaria que tenía que refugiarse en su mundito de internet.

A pesar de no haber conocido a los Way en sus tiempos dorados cuando eran mejores amigos, varias veces Mikey contaba algunas anécdotas sobre aquellos días y también se le escapaban sonrisas al hablar al respecto, y Mikey casi nunca sonreía. Además, él decía odiar a su hermano mayor, sin embargo, en varias zonas de su casa tenía algunas fotos con Gerard de cuando eran pequeños, la favorita de Kristin era una en la que aparecían jugando calabozos y dragones, era demasiado linda como para ser real, ellos eran demasiado adorables juntos y de repente, las cosas habían cambiado completamente para mal. Lo cierto es que lo que Kristin realmente quería, era poder ver en persona a los hermanos Way queriéndose como antes, no sólo porque se veían lindos juntos, sino porque ella misma sentía que volver a llevarse bien era lo que esos dos necesitaban.

Kristin era como la voz de la razón.

Dicen que todas las personas testarudas deberían enamorarse de una persona dulce y racional, de esas que saben hacerte entrar en razón sin que te des cuenta, porque te dicen que estás mal utilizando todos sus encantos contigo para persuadirte; eso era Kristin para Mikey, la única que lo hacía ceder.


Después de esa charla, decidió intentar recuperar su amistad con Gerard a pesar de que ahora (aunque realmente no era así) ya no tenían nada en común.

— No me mires así, Gerard. — Se cruzó de brazos. — ¿Qué tiene de malo que quiera ser tu amigo?

— Eeehh... — Se quedó un rato mirando a la nada. — Todo.

— Quiero ayudarte.

— ¿A qué? ¿A suicidarme?

— ¡Gee, por favor!

— Es que no puedo creer que quieras "ayudarme" cuando es tu culpa que esté aquí en primer lugar.

— Es por tu bien, porque quiero que vivas una vida sana y más feliz.

— No seré feliz si me obligan a hacer algo que no quiero.

— ¿Y qué quieres hacer? ¿Qué es lo que aspiras en materia de empleo? — Gerard se sorprendió un poco, esa era la primera vez que Mikey pronunciaba aquella pregunta.

— Deja de fingir que te importo. — Gerard se estaba poniendo triste.

— Me importas. — El rubio entró en seriedad, comenzando a sentir compasión por los sentimientos de su hermano por primera vez en mucho tiempo. — Realmente me importas.

— Yo no creo que... — Se escuchó el timbre. — ¡Ahora sí tiene que ser la pizza! — Quitó su cara de melancolía y esbozó una gran sonrisa. — ¡Se supone que si tardan más de treinta minutos es gratis y pasaron cuarenta! ¡Qué suerte! — Así, se olvidó por completo de Mikey.

Gerard evadió la conversación con su hermano menor y salió corriendo directo a la puerta para no pagar ni un centavo por la pizza debido a la tardanza del repartidor.

— ¿Quién será el idiota que se tardó tanto? — Se preguntó a sí mismo antes de abrir, pues en esa pizzería siempre solían ser muy eficientes con la regla de "si tardamos más de treinta minutos, es gratis", así que Gerard supuso que debía de tratarse de algún novato.

— Disculpe la tardanza, señor. — Le dijo el repartidor, a quien Gerard jamás había visto; un joven que no aparentaba más de veinte, de cabello castaño, ojos marrones, tez blanca. — Es que soy nuevo en el empleo y siendo honesto... No conocía esta dirección y me costó llegar.

— N-no te preocupes. — Gerard sonrió amablemente. — Suerte para la próxima... — Achinó un poco los ojos al enfocar su vista en el pequeño parche con su nombre cosido a su uniforme de trabajo. — Bran... Don.

— Es Brendon. — Corrigió acercándose un poco para mostrar bien cómo estaba escrito su nombre. — Y son veinticinco dólares.

— Sé que eres nuevo, pero creo que deberías conocer las reglas de tu trabajo; llegaste diez minutos tarde, así que la pizza es gratis.

— P-pero...

— Gracias... — Gerard, a pesar de morirse de nervios por dentro al estar hablando con un desconocido, estaba actuando lo más normal posible en el exterior, tomándose el atrevimiento de tomar la caja de pizza en sus manos sin llegar a arrebatársela al muchacho. — Pero son las reglas, ten un buen día, Brendon.

— Pero... — El pobre chico ni siquiera pudo terminar la frase porque Gerard ya le había cerrado la puerta.

«Mierda... Seguro me despedirán en mi primer día ¡Tener un empleo es difícil!». Pensó, estando seguro de que su jefe se enojaría cuando regresara a la pizzería.

— ¿Y bien? — Le dijo Mikey una vez que regresó. El mayor lo estaba ignorando mientras dejaba la caja sobre la mesita frente a ellos.

— Si quieres ganarte mi confianza y ser mi amigo otra vez, entonces tendrás que pasar este día conmigo y hacer todo lo que yo haga.

— ¿A qué te refieres?

— Si quieres ser mi amigo, entonces hoy pasarás todo el día conmigo, comeremos esta pizza, tomaremos refresco de cola, comeremos dulces y veremos a Umaru-chan.

— ¿Aún ves ese anime de hace tantos años? — Gerard asintió seriamente.

— Luego jugaremos algún videojuego como antes, esa es la condición que te pongo para que vuelvas a entrar en mi corazón. — Se cruzó de brazos.

— Yo también te pondré condiciones.

— ¿Cómo cuáles?

— Que hagas algo saludable con tu estilo de vida mientras buscas un empleo.

— Vete de mi puta casa. — Señaló la puerta.

— ¡Gerard! Yo perderé todo un día en el que podría estar haciendo cosas productivas holgazaneando contigo, al menos déjame hacer algo bueno por ti.

— ¿Y qué cosas "saludables" propones que haga?

— Que hagas ejercicio conmigo todos los días. — Mikey arqueó una ceja sin entender por qué Gerard comenzó a carcajearse en su cara apenas escuchó la palabra "ejercicio".

— La pizza se está enfriando, mejor comamos, veamos nuestra serie y lo demás lo discutiremos después ¿Sí? — Sonrió palmeando el hombro de su hermanito.

— Al menos tres veces a la semana.

— No intentes negociar conmigo, Mikey, no ganarás.

— Incluiré a la oferta un servicio de limpieza que venga una vez al mes a combatir tu asquerosidad.

«Hmm... Si Mikey contrata un servicio de limpieza, tendré más tiempo para ser holgazán». Pensaba Gerard, dejándose llevar por la oferta de Mikey.

— Tentador ¿No? — Preguntó el menor.

— Lo acepto si adicional a eso, te quedas conmigo una vez a la semana y dejas que te eduque en el arte de la vagancia. Acepta eso y tenemos un trato.

— Oh, bueno... — Mikey soltó un suspiro exhaustivo para luego estrechar la mano de su hermano. — Tenemos un trato.


Ese fue el inicio de todo; no lo voy a negar, ahora estoy más feliz desde que puedo pasar más tiempo con Mikey, la verdad, aunque me cueste admitirlo, lo extrañaba mucho.

Desde entonces, me obliga a salir a correr con él e ir a su casa para ejercitarnos, porque Mikey le da tanta importancia a su imagen que tiene su propio gimnasio en casa, antes yo también lo tenía, antes de dedicarme a ser un nini.

Hacer algo diferente para salir de la rutina, aunque sea algo tan agotador y tedioso como hacer ejercicio, me ha estado haciendo bien, creo que es más porque disfruto de la compañía de Mikey sin importar qué.

Mi hermanito puede llegar a agradarme cuando no actúa como un cretino. Al principio las cosas eran incómodas entre nosotros pero poco a poco fuimos tomando confianza y comenzamos a comprender un poco el mundo del otro; él aún no está de acuerdo con mi estilo de vida, pero yo admiro un poco el suyo, pues tiene tiempo para todo; para ser el mejor de su universidad, para tener la vida social de una celebridad, una relación estable, ejercitarse. Y nunca parece sentir presión, es como si fuera un superhéroe que puede con todo. Nunca pensé que llegaría a admirar a mi hermanito menor.

Justo ahora, agradezco que Mikey me presionara para ejercitarme con él; porque nuestra relación está mejorando y también porque comencé a verme un poco mejor en el exterior, cosa que está bastante bien considerando cierto encuentro en el mini-mercado.


Frank se había olvidado por completo de la existencia de Gerard, se dio por vencido después de un mes, sin embargo, pasó todo ese mes hablando de él, mirando el celular a cada rato esperando algún mensaje suyo, incluso iba más seguido al mini-mercado con la esperanza de volver a encontrarlo de casualidad, pero eso nunca sucedió, era imposible que tuviera tanta suerte. Por eso mismo, no le quedó de otra más que superarlo.

— De verdad quería que lo encontraras. — Le estaba diciendo Bert cierto día durante el almuerzo en la oficina, después de que Frank ya tenía totalmente olvidado el tema de Gerard.

— ¿A quién?

— A voz de ángel, duuhh. Tenía la esperanza de que lo encontraras y me lo presentaras.

— ¿Todavía pensando en eso?

— Es que lo recordé hace poco porque encontré unos registros de unos planes de obras sin terminar, hechos por Gerard Way. Entonces suspiré. — Soltó un laaargo y exagerado suspiro. — Ojalá pudiera conocerlo en persona ¡Te envidio!

— Si quieres conocerlo, deberías probar suerte igual que yo yendo al mini-mercado que está cerca de mi casa. Sabes cuál es ¿No? Donde compramos unas cervezas la otra vez. — Bert asintió. — Aunque no creo que tengas tanta suerte, yo tardé semanas intentando volver a verlo ahí.

— Es que eres imbécil. Tienes su número de teléfono, si no le vas a sacar provecho, dámelo a mí.

— Olvídate. — Rió Iero. — Si quieres su número consíguelo tú mismo, además, no volví a enviarle un mensaje o llamarlo porque pareceré un acosador desesperado, no es lo mismo que encontrármelo por casualidad en algún lugar público.

— Por más que quieras venderlo como un "encuentro casual", sigues actuando como un acosador, baboso.

— Da igual, hace tiempo que me rendí. Tú deberías hacer lo mismo, si yo no me lo encontré por arte de magia, a ti tampoco te pasará.

— ¿Quieres apostar? — Miró a su mejor amigo arqueando una ceja de manera desafiante.

— Eres un pendejo, Bert. — Negó con la cabeza. — Claro que no podrás encontrártelo así como así.

Aunque lo creía capaz, Frank dudaba que Bert se atreviera a ir al mini-mercado solamente a perder su tiempo, a veces McCracken podía llegar a ser un tonto, pero hacer eso sería como superar sus límites.

Por la noche, después de salir del trabajo, Bert se fue al mini-mercado sin decirle a Frank.

Algunos días Ray Toro solía trabajar también durante el turno de la noche, sólo lo hacía cuando tenía tiempo y necesitaba algún dinero extra. Eran las ocho de la noche, no había ni un alma en todo el establecimiento, por lo cual el joven aprovechó de sacar su celular, colocarse sus audífonos y pasar el rato escuchando música. Después de la tercera canción, tuvo que quitarse los audífonos ya que había llegado un cliente, una cara nueva; un hombre alto, con traje elegante, portafolios, tenía el cabello rubio y corto, ojos azules, una barba de pocos días, pulcramente recortada, y por su cuello se asomaban unos tatuajes, tenía pinta de ser un tipo genial y serio. Tenía la mirada perdida, Ray pensaba que quizás estaba filosofando sobre cosas importantes, esa era la impresión que daba... Qué decepción se habría llevado al saber que en realidad el cliente, o séase, Bert McCracken, estaba distraído porque estaba reproduciendo en su mente un capítulo de Los Simpsons.

El rubio comenzó a verse sospechoso ante los ojos del cajero cuando pasó más de media hora dando vueltas por los anaqueles sin comprar nada, pero McCracken sólo estaba esperando un poco a ver si su objetivo aparecía, de verdad que no quería fracasar en su misión de encontrar a Gerard Way, porque luego Frank le diría "te lo dije" cuando se lo contara al día siguiente, y ya estaba cansado de que Frank ganara siempre. Pero ni modo. Pasó mucho tiempo en la tienda, aparecieron varios clientes que compraron y se fueron, pero ninguno era su "voz de ángel", así que para no irse con las manos vacías y quedar como un raro, metió a su cesta de compras unas galletas y otros dulces.

Mientras el cajero escaneaba sus productos, Bert se dio cuenta de que lo estaba mirando raro, porque claro, seguramente parecía un loco después de haber pasado más de treinta minutos perdiendo el tiempo sólo para llevar unos malditos dulces.

Yendo de salida, un hombre iba caminando distraído, casi chocó con él y de hecho, al esquivarlo, Bert le dijo "ten cuidado por donde caminas" en un tono amable y aquel hombre del cabello negro demasiado largo y alborotado, tez blanca y hermosos ojos verdes que iba distraído, le respondió: «Lo siento». Y ambos siguieron su camino.

«Wow...». Pensó Bert llegando a su auto. «Qué linda voz tenía ese hombre, siento que la he oído antes. Me recuerda a...». Entonces tuvo todo un flaskback de aquella vez que Gerard Way le dijo "lo siento" por teléfono. « ¡Es voz de ángel!».

Se emocionó más de la cuenta aunque en su mente sentía que existía la posibilidad de que no fuera él, pero todo eso le dio igual, ya estaba corriendo para entrar de nuevo al mini-mercado.

A Ray le pareció aún más extraño que el sujeto misterioso regresara, más sorprendido se quedó cuando lo vio acercarse al anaquel donde se encontraba Gerard Way, el cliente de todos los días, comprando comida congelada como casi todas las noches.

— Disculpa... — Bert se acercó "sutilmente", sobresaltando a Gerard. El rubio actuaba como si estuviese interesado en comprar alguno de esos productos tan poco saludables. — ¿Compras estos alimentos aquí seguido? Porque no sé qué comprar... Tú... — Lo miró de reojo, dándose cuenta de que el pelinegro estaba sonrojado. — ¿Me recomendarías algo?

— O-oh... — Gerard no sabía qué hacer, ni qué decir. Se sentía como en una especie de deja vu al tener que interactuar por segunda vez con un hombre tan guapo en el mini-mercado, primero Frank Iero y luego Bert. — N-no lo sé... Yo... ú-últimamente estoy... Estoy llevando mucho la carne con patatas.

De hecho, tomó la caja en la cual se mostraba irónicamente la foto de una verdadera comida casera, la metió en su cesta de compras y le dio la espalda a Bert para irse, pero el rubio no se lo iba a poner tan fácil.

— ¿Sí? — Dijo, obligándolo a detenerse. — Es que hoy almorcé carne, así que... Me gustaría probar otra cosa. Usualmente no compro comida congelada pero especialmente hoy me da mucha flojera cocinar. — Gerard sólo asentía fingiendo interesarle la vida de un desconocido.

— B-bien... E-en ese caso, la pizza o los macarrones con queso nunca fallan. — Cerró la frase con una sonrisa nerviosa.

Este hombre era muy distinto al Gerard Way que tanto había visto en fotografías; era demasiado tímido, inseguro, estaba en fachas, pero sin duda, era adorable, muy, muy adorable. Bert no podía negarlo, era agradable escucharlo hablar en persona y no a través de la bocina de un teléfono de oficina. El que tenía en frente no era aquel Gerard Way prepotente y líder innato que era temido y odiado en los pasillos de la empresa, sino el Gerard Way dulce y frágil que se permitió llorar en aquella llamada telefónica.

Bert sentía la necesidad de escuchar esa voz por horas, de verlo alguna otra vez, varias veces, llegar a conocerlo. Por esta razón, no lo pensó dos veces antes de invitarlo a salir. 

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