No invitada
Verónica contó con emoción todo lo que había vivido en el vecindario durante la noche. Malany estaba contenta, le parecía que finalmente la gran misión estaba llegando a su fin. Admiró su torta una vez más, sabía que era el momento de abordar lo siguiente.
—Gracias por la torta, Verónica —dijo Malany dándole otra mordida—. En verdad la necesitaba hoy.
—Malany... ¿Estás segura de que nada te está pasando?
Por un momento, la chica dudó en decirle, pero sabía que eso era absolutamente imposible; así que finalmente se recompuso y sonrió.
—Necesitamos avanzar a la siguiente lección y, precisamente, tiene mucho que ver con esto —comentó la chica.
—Dime, lo que sea, estoy lista para cualquier cosa.
—Ya estuvimos trabajando en el vecindario, como siempre, pero en esta ocasión necesitamos trabajar sobre tu presencia en el vecindario de otros.
—Creí que ya lo tenía, quiero decir. He estado haciendo mucho por los demás. He podido ayudar a tantas personas desde que comenzamos.
Malany asintió con una sonrisa mientras terminaba la torta y le daba un trago al Boing de mango.
—Claro, le has ayudado absolutamente a mucha gente, pero habrás notado que todavía no desbloqueas la habilidad de viajar entre vecindario y vecindario.
Verónica reflexionó un momento sobre aquella afirmación. Era cierto, nunca había estado en el vecindario de otra persona.
—¿Por qué es que todavía no lo he desbloqueado si en realidad he hecho mucho por todos, como tú dijiste?
—Bueno, en realidad eso puede suceder porque lo que importa es el fondo de la intención en lo que hagas —comentó la chica levantándose para limpiar todas las moronas—. Puede ser que, aunque hayas interactuado con maldad, en realidad lo que querías era ayudarte a construir un mejor vecindario.
Aquello provocó que la chica reflexionara sobre sus verdaderas intenciones.
—¿Cómo es que puedo reintencionar lo que estaba haciendo?
—Bien, pues... para hacerlo es necesario que te intereses verdaderamente en las personas. Para hacerlo, simplemente requieres... sentirlo. Poco a poco podrás ser invitada a los vecindarios de más gente, verás que vale mucho la pena.
Verónica se había vuelto un poco adicta a saber qué era lo que podría desbloquear en el vecindario, por lo que le pareció absolutamente interesante la idea de poder viajar a otros lugares que no fueran el suyo.
Pasó algunos días intentándolo. Continuaba haciendo buenas obras, como siempre, sin embargo, esperaba cada noche y nada sucedía. Se quedaba sentada en una de las banquitas del parque principal. Ya ni siquiera se molestaba en asistir a los conciertos, que había sido su última mejora en el vecindario; sino que permanecía inmóvil, como si no tuviera nada más interesante que hacer más que alcanzar ese siguiente logro.
Se levantó con un ímpetu fúrico uno de esos días y miró al cielo que empezaba a volverse negro. Era como si una tormenta eléctrica estuviera a punto de llegar.
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—Dame una pista —le dijo a Malany al día siguiente.
La joven se le quedó mirando mientras comía un poco de mango picado. Terminó de disfrutar su pequeño bocadillo antes de empezar a hablar. Algo en ella lucía distinto, como si en verdad se hubiera relajado. Tenía el brillo de siempre y la calma para poder tomar los minutos que le parecieran necesarios antes de formular cualquier oración.
—Ya te la di —dijo finalmente antes de picar otro mango para comérselo.
Verónica estaba a punto de perder la paciencia, pero le pareció que Javier se estaba mirando muy tenso, así que decidió tomar un largo suspiro y después volver a repasar todas las palabras de Malany en su mente.
Claro, continuaba haciendo obras para los demás, lo hacía con la intención de que ellos fueran felices.
—¿O... no? —se cuestionó mientras seguía en la banca del parque nuevamente.
Una gota de lluvia le cayó en la nariz, al igual que una idea que probablemente le ayudaría a encontrar la solución.
—Javier, creo que ya sé qué pasa.
A la mañana siguiente, despertó de muy buen humor. En lugar de darle vueltas al asunto sin sentido, se había ido a ver una película en su vecindario. Ir al cine era una de las actividades que más le gustaban. Se preguntaba si a Malany no le gustarían, porque nunca había visto uno en su vecindario, de hecho, ninguno de los centros que se supone eran para divertirse, los había visto en el vecindario de Malany. Tan solo su enorme biblioteca.
El día comenzó muy bueno para ella. Las clases, otra vez las sintió amenas, y procuró concentrarse firmemente, no en su objetivo, sino en lo bonito que sonaban las aves esa mañana. Tampoco sintió esa furia que había estado dirigiendo su semana, porque simplemente se encontraba con la mirada fija en la deliciosa gelatina que estaba comiendo después del descanso. Continuó contenta todo el día y esperó con ansias la noche, para poder disfrutar de un delicioso postre en una de sus heladerías preferidas del vecindario.
Así continuó por un par de semanas. Estaba contenta porque sabía que lo que estaba haciendo era lo que requería hacer desde el inicio y para siempre, disfrutar.
Fue una preciosa noche, que se encontraba deleitándose con las palomitas de mantequilla que había conseguido, que finalmente pudo notar un pequeño cuadrado de luz que enmarcaba la distancia.
Se alejó del pequeño grupo de gente con el que había entrado. Vecinos (ahora se llevaba muy bien con sus vecinos, quién lo diría), nuevos amigos, compañeros de la escuela e inclusive familiares.
La chica escuchaba el sonido de sus propios pasos. Estaban firmes en el pavimento, se podían percibir como una pequeña melodía que ya llevaba tiempo componiéndose. El cielo estaba abierto, con un enorme plano de estrellas que se preparaban para deslumbrar a cualquiera.
La luz se iba haciendo cada vez más intensa, el corazón se latía, en especial cuando notó que lo que estaba frente a ella empezaba a tomar la forma de una puerta. Las manos le estaban sudando, pero estaba contenta. Aquello era justamente lo que había estado esperando.
Aquel brillo empezó a disminuir su intensidad y pronto se notó el picaporte tan claro, como que finalmente lo había logrado.
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Ese sitio era muy diferente. Era un vecindario completamente nuevo, nada que hubiera visto en el de Malany, ni en el propio. Javier iba a su lado, con esa fuerte pose que siempre imponía a cualquiera que lo viera. A pesar de aquello, lucía como alguien curioso, que también estaba disfrutando de la estancia.
El clima del vecindario no era muy agradable, pero las casas por supuesto que lo eran. Se preguntaba de quién sería, porque no reconocía muchos de los gustos que se notaban en ese lugar. Ni los árboles, ni el estilo de las flores o de las edificaciones le resultaban familiares.
Decidió no darle la mayor importancia, seguramente el dueño del vecindario pronto le daría razones sobre su pertenencia y la invitación que había logrado obtener.
A lo lejos, notó la silueta de una persona. Le resultaba ligeramente conocida, pero al mismo tiempo, completamente extraña.
—¿Hola? —preguntó tratando de sonar lo más amable posible—. Soy Verónica, gracias por invitarme a su vecindario —continuó mientras le dirigía una mirada a Javier, sin saber qué hacer.
La chica siguió su camino, colocando un pie tras otro, hasta encontrarse cada vez más cerca de la persona. Aún no la reconocía, porque estaba de espaldas, tan solo sabía que era una mujer mayor.
¿Cómo era que una desconocida la había invitado a su vecindario?
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