Capítulo único

—¿Así que al final se lo diste? —preguntó Nino mientras le llevábamos a casa en el coche.

—Sí, al final pude dárselo —contesté, rememorando la expresión de Marinette al recibir su regalo. En momentos así me resultaba imposible no pensar que Marinette era una chica realmente linda.

—¿Y qué?

—¿Y que qué?

—Vamos, cómo reaccionó.

—Se alegró, supongo.

—¿Solo se alegró? —preguntó Nino, haciendo un mohín en una mueca que se me tornó sospechosa—. Le diste un regalo hecho por tus propias manos, gemelo al que ella te dio, ¿y solo se alegró?

—¿Qué esperabas? ¿Que se pudiera a saltar?

—Sabiendo que hablamos de Marinette, sí.

—Marinette no es tan exagerada.

—Cuando hablamos de ti...

Entorné los ojos, decidido a no hacerle caso.

—Hablando del amuleto que te hizo, ¿es eso que llevas puesto en la muñeca?

Miré mi mano, viendo como colgaba ligeramente el amuleto como una improvisada pulsera de cuentas. Los cristales brillaban cada vez que pasábamos frente a las farolas y la luz se colaba por la ventanilla.

Nino me levantó el brazo por el codo y puso mi muñeca frente a su cara.

—Así que usó hilo rojo, ¿eh? Curioso...

—¿Qué tiene de curioso? —pregunté, deshaciendo suavemente el agarre. De alguna manera extraña, quería que los entresijos más detallados del amuleto fueran solo míos.

—Bueno, hay culturas que dicen que la tela roja protege contra el mal de ojo.

—No creo que Marinette crea en esas cosas.

—Mmm... Puede que no, pero también me recuerda a una historia que vi una vez, en el cine.

—¿Y con qué tenía que ver? ¿Con zombies y brujas? —pregunté riendo sutilmente.

—No, no tiene nada que ver con eso. Era una película japonesa. Al parecer, se cree que las personas están atadas a su pareja destinada a partir de un hilo rojo. ¿No hiciste tú también el amuleto con hilo rojo? Si Marinette también lo usara de pulsera, podría ser vuestro hilo rojo del destino.

Nino lo dijo como una mera casualidad, una broma cinematográfica de las suyas, pero la idea me hizo sonrojar. Giré la cabeza hacia la ventanilla, esperando que el frío redujera el calor de mis mejillas.

—¿Adrien? —me llamó Nino, pero fui incapaz de girarme para mirarle.

Estaba demasiado fascinado, sorprendido y entusiasmado por la repentina idea de que Marinette y yo, mediante nuestros amuletos, realmente estuviéramos conectados. Durante todo el viaje el calor de mis mejillas no desapareció, al igual que la idea que Nino había plantado en mi mente.

Lunes, 4 de diciembre de 2017

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