XXXVIII

Felipe

—¿Puedo verla? —me pregunta Bely.

—Dame un segundo, cariño —le digo afectuosamente—, no quiero que la veas como yo la vi.

Bely asiente con la cabeza y vuelvo al quirófano de emergencia, un poco más sereno, pero todavía con mucha pena y emociones encontradas. Los asistentes han quitado todos los equipos y Rodrigo me mira atentamente.

—Ya emití el certificado de muerte clínica, Felipe, iré a dejarlo al jefe de la clínica para que lo firme y autorice la realización de la autopsia —me dice observando atentamente mi reacción.

—Bien —me limito a responder.

—¿Estás bien? —pregunta poniendo su mano en mi hombro.

—No, pero alguien tiene que mantenerse entero por ellas.

—¿Ellas?

—Las chicas... Bely... Ya sabes.

—Claro.

Rodrigo sale de la sala y me quedo solo con ella.

—Ya estás con tus chicas, Jú, están afuera esperándote —murmuro con cariño mientras le pongo una bata para reemplazar lo que quedaba de su camisa y le abrocho los pantalones—. Bely te va a extrañar mucho... Todas te van a extrañar... Y yo también.

Acaricio la frente de Júpiter y una nueva lágrima cae de mis ojos.

—Por qué te fuiste, cariño —me arrodillo junto a su cuerpo y sollozo un par de veces tomando su mano con fuerza—. Te juro que hice hasta lo imposible para que no murieras... No merecías morir así... No te conocí tanto, pero sé que eres muy importante en la vida de todas.

Me levanto del suelo e intento dejar de llorar para seguir en lo mío. Alejo los monitores de ella, busco una manta y la cubro.

—¿Necesita ayuda con eso, doctor Echeverría? —me pregunta un enfermero que entra en la sala.

—No, muchas gracias. Solo ve a pedir que se la lleven al cuarto 303, por favor. Su familia necesita despedirse de ella —le respondo con amabilidad.

—Sí, señor.

El enfermero se aleja y, cuando decido que Júpiter está lista, salgo a la sala de espera, dejando entrar a los enfermeros que se la van a llevar al cuarto que he pedido.

—Pueden entrar a verla, chicas —le digo intentando mantenerme lo más entero posible—, síganme, por favor.

Me acerco a Antonia y la llevo a través del pasillo, con todo el grupo detrás de mí. En el camino escucho los sollozos contenidos del grupo, y susurros de apoyo para Bely. Llegamos al cuarto y veo que están terminando de acomodar la camilla de Júpiter en su sitio.

—No, esa no es mi Jú —Bely cubre su boca con sus manos y se acerca a ella.

—No puedo creerlo —murmura Antonia con la voz rota.

Ninguna de las chicas se atreve a acercarse a Júpiter.

—Es... Es... ¡Es Júpiter! —Bely rompe en llanto luego de unos segundos.

Cam, Valito y Gaby van a consolar a Bely, quien no deja de llorar.

—Felipe, quiero verla más de cerca, por favor —me dice Antonia en un hilo de voz.

—Por supuesto —me apresuro a llevar la silla más cerca de Júpiter.

Antonia toma su mano derecha y la envuelve con las suyas.

—Estás tan fría, cariño —susurra ella intentando calentar su mano.

—Ya estás con nosotras, mi amor, no te preocupes —murmura Bely entre sollozos—. Encontraremos al bastardo que te hizo esto y haremos que pague, te lo juro.

—Descansa, Júpiter —dice Katrina con lágrimas en los ojos—, gracias por todo lo que hiciste por Niribia.

Me acerco a ella y pongo mi mano en su hombro.

—Estaré eternamente en deuda contigo —es lo último que dice antes de romper a llorar en mis brazos—, ¡Es mi culpa, Felipe! ¡Todo esto es mi culpa!

—Sabes que no es así, Katrina —le susurro en el oído—, y estoy seguro que harás lo necesario para encontrar al culpable de esto.

Katrina respira hondo, deshace el abrazo y me mira a los ojos con intensidad.

—Haré hasta lo imposible —se limita a decir.

—¿Dónde la encontraron? —pregunta Bely sin soltar la mano de Júpiter.

—En la orilla de la carretera 5-Sur que va a Puerto Renzo. Dicen que hay un hotel cerca de allí —responde Katrina.

—Quiero todos los registros de ese maldito hotel. Júpiter tiene que haber pasado por allí —exige Bely.

—¿Ahora? —pregunta Katrina con el ceño fruncido— N-no es necesario que...

—Ahora —responde Bely con determinación—. Júpiter merece justicia, su muerte no será en vano.

—Bely... —le rebate Antonia— Tenemos que sepultarla y velarla primero, no es necesario empezar a buscar culpables ahora...

—El culpable escapará si no lo encontramos a tiempo, Antonia. Tú o cualquiera de nosotras podríamos estar en peligro si no hacemos algo pronto.

—T-tenemos que esperar a ver qué dice la autopsia antes de hacer cualquier cosa —digo  después de unos segundos—. Si se determina que pudo haber participación de terceros, se podrá hacer algo, pero si no es así...

—No, Felipe —Bely se me acerca y pone un dedo en mi pecho con agresividad—. La muerte de la mujer de MI vida no va a ser en vano. Me importa un maldito carajo. Si no la hubieran secuestrado, nada de esto habría pasado y Júpiter estaría en casa con nosotras bebiendo té y buscando la forma de que Antonia pueda volver a caminar; estaría en casa haciendo el amor conmigo, no muerta en esta camilla.

—¡¿Qué?! —grita Antonia— ¡¿De qué estás hablando?! ¡¿Cómo que buscando la forma de que yo vuelva a caminar?!

—No es el mejor momento para hablar de eso, Antonia —le respondo.

—¡¿Tú también lo sabías?! —me grita de vuelta.

—Todas lo sabíamos —responde Gaby.

—¿Qué? —responde luego de unos segundos con un hilo de voz.

—Estábamos gestionando eso en conjunto con Felipe —le responde Katrina—. Tus exámenes arrojaron que tenías posibilidades de recuperar el movimiento de tus piernas.

—¿Y por qué demonios nadie me dijo nada, maldita sea? —Antonia rompe en llanto— ¡Traté de suicidarme sin tener puta idea de que podía volver a caminar! ¡La muerte de Júpiter es mi culpa! ¡Si yo no hubiera hecho esa estupidez, ella estaría con vida!

—No estabas preparada para que te dijéramos una noticia de ese calibre, Antonia. No es cien por ciento seguro que puedas volver a... —murmuro.

—¡Pero había esperanza, Felipe, maldita sea! —me interrumpe a gritos sujetando fuertemente la mano de Júpiter.

Por primera vez, Bely se voltea y observa a Antonia. Casi pareciera que se hizo tres veces más pequeña en su silla.

—Antonia... Cariño, esto no es tu culpa... Y nunca lo fue —Bely se acerca a Antonia y se arrodilla frente a ella.

—Bely, yo... Por favor perdóname, yo no tenía idea de que... —empieza a murmurar.

Bely abraza con fuerza a Antonia y, luego de unos segundos, besa su frente y la obliga a mirarla a los ojos.

—Dame tiempo para encontrar a quien le hizo esto a Júpiter, es lo único que te pido.

Antonia asiente con la cabeza en medio del llanto.

—No te preocupes por nada, porque yo me haré cargo de ti y de tu bienestar desde ahora, porque es lo que ella hubiera querido.

—N-no es necesario que hagas eso, Bely —intervengo—. Puedo encargarme de ella, la llevaría a mi casa y...

—No, no pienso alejarme de la casa de Júpiter —me contradice Antonia—, y menos ahora.

Me limito a asentir con la cabeza y respetar su decisión.

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