XXXIX

Antonia

—Entiendo tu intención, Felipe —le digo intentando suavizar lo que dije—, pero no quiero alejarme de Bely, y menos en un momento así, ¿Entiendes? 

Él asiente con la cabeza en respuesta, y en ese momento llega el amigo de Felipe, Rodrigo.

—Ya le entregué el certificado al jefe de clínica —dice con voz neutral—. Acaba de autorizar la realización de la autopsia. Tenemos que llevárnosla, Felipe.

—¿Puedo quedarme a solas con ella un segundo, por favor? —murmura Bely con una voz apenas audible.

—Por supuesto, cariño —le responde Katrina—. Chicas, dejemos a Bely despedirse de Júpiter antes que se la lleven para la autopsia.

Felipe sujeta mi silla y me lleva hacia afuera, con el resto del grupo detrás. Llegamos a la sala de espera y las chicas se sientan. Nos miramos de reojo de vez en cuando, sin decir una sola palabra por unos minutos... Minutos que parecen cada vez más eternos.

—¿Estará bien? —pregunta Rodrigo mirando la sala desde donde está.

—Tenemos que darle su tiempo —comenta Felipe al aire—. Cuando esté lista, nos avisará.

—¿Estás bien, Antonia? —me pregunta Katrina, y todo el grupo me dirige la mirada.

—No sé qué responder a eso —le digo con sinceridad.

—Lo que tú quieras —dice Gaby.

—Lo que te nazca decir —complementa Cam.

—Ella... —empiezo a murmurar, pero me arden los ojos y me detengo.

—Tú puedes —me anima Felipe con una sonrisa.

—Ella... No quiero... Es decir... —balbuceo una y otra vez intentando encontrar las palabras.

Cierro los ojos y dejo escapar un par de sollozos.

—No la conocí mucho —dice Felipe—. Pero cuando me reuní con ella en la cafetería para contarle sobre lo que hallé en los exámenes... Sentí que podía confiar en ella, ¿Saben? 

—Ella siempre nos protegía —sonríe Paloma—. Desde que la conocemos, asumió un rol muy protector. El punto fijo de reunión siempre era su casa, y siempre tenía las galletas favoritas de todas nosotras.

—Eso es cierto —comenta Cam—. Con ella siempre era hora de té y galletitas.

—Siempre se las arreglaba para cuidar a Antonia sin fallar un solo día —susurra Valito.

—Siempre se las arreglaba para llevarme al cementerio a ver a Max —logro decir por fin—, y siempre se preocupaba de que yo estuviera bien... Y aunque a veces se excedía... Nunca pude agradecerle todo lo que hizo por mí. 

—Antonia... —susurra Katrina.

—Júpiter se encargó de mí desde mi primer día en la cárcel —susurro con la voz rota—. Me ayudaba a dormir, me daba ánimo cuando nada parecía estar bien... Y nunca pude agradecérselo.

Escucho pasos provenientes del pasillo y todos miramos a Bely acercarse a nosotras y sentarse en silencio. Felipe le hace una seña a Rodrigo y ambos se ponen de pie para volver al cuarto, imagino que para llevársela a que le realicen la autopsia.

Me quedo mirando a Bely y ella me mira de vuelta. Las lágrimas inundan su cara, su nariz está enrojecida, y tratan de abrazarla, pero se resiste.

—No, por favor no me abracen —murmura dirigiendo su mirada al suelo—. No quiero que sientan pena por mí, no quiero que traten de contenerme... Con cada abrazo que me dan, me recuerdan que no podré abrazarla a ella nunca más, y eso me destroza.

Katrina se levanta del sillón y sale de la sala de espera. Intento ir por ella, pero Gaby detiene mi silla.

—Yo iré a ver si está bien, cariño. No te preocupes —dice antes de soltarme y salir detrás de ella.

Respiro hondo un par de veces y vuelvo a mirar a Bely. Su pierna está temblando, no deja de juguetear con sus manos. Ninguna se atreve a decir algo, y la atmósfera de la sala de espera está empezando a ponerse tensa. Echo a andar mi silla hasta los ascensores y, a los pocos segundos, siento la presencia de alguien detrás de mí.

—¿Quieres que te acompañe? —me pregunta Cam.

—No, gracias —le respondo.

—¿Segura?

Asiento con la cabeza en respuesta y presiono el botón para poder bajar al primer piso. Cuando el ascensor llega, entro en él y presiono el número 1. En cuanto llego, voy hasta la salida y busco la rampa para salir. Hace una semana, Júpiter no dejaría que hiciera eso sola. 

—¿Te dejaron venir aquí sola? —pregunta Katrina, que está sentada en una banca de concreto junto a un árbol a la distancia.

Me acerco a ella y asiento con la cabeza. Gaby está junto a Katrina, y se limita a mirarme.

—Necesito saber qué tan cierto era que están evaluando mis posibilidades de volver a caminar.

—No es el momento, Antonia —protesta Kat.

—Lo sé, por eso preferí preguntarte a ti antes que a Felipe o a Bely —digo sin más.

Ella suspira y me sonríe de forma casi imperceptible.

—Tus posibilidades son de un 40 a 60%. Conseguimos a un profesional que fabricara tus prótesis, solo nos falta otro cirujano que quiera sumarse a la operación y la autorización del jefe de clínica.

—¿De qué depende?

—Del destino, supongo —dice mirando al cielo—, de quien sea que nos esté escuchando ahora mismo y tenga algún poder de decisión.

Mi mirada se pierde en un punto en el horizonte. En este momento no veo como algo posible el volver a caminar.

—No te preocupes de eso, Antonia —me dice Gaby—. De eso nos estaremos encargando nosotras, ¿Sí? Tú enfócate en estar tranquila y llevar tu vida lo más normal posible.

—¿Normal? —frunzo el ceño sin dejar de mirar al horizonte— ¿Qué es normal para ti?

—Sabes lo que quiero decir, cariño.

—No, no lo sé, y no sé si quiera saberlo.

—Antonia...

—Piénsalo... ¿Podemos realmente llevar una vida normal?

—Basta, Antonia —dice Gaby con voz severa y el ceño fruncido—. Para ninguna esto es fácil, en lo absoluto.

Me preparo para responder, pero Gaby mira a un punto por detrás de mí y me volteo. Las chicas y Felipe aparecen por la puerta del hospital.

—Le están realizando la autopsia, y pedí que tuvieran los resultados para mañana —nos dice Felipe en cuanto nos ve—. No tenemos nada más que hacer aquí, lo mejor será que vaya a dejarlas a casa.

—¿Y cómo sabes que estará listo el resultado para mañana? —le pregunto, sin querer, en tono mordaz.

—Me avisarán, Antonia.

—Felipe tiene razón —dice Katrina—, es hora de que las dejemos en casa.

Vamos hasta el auto, Gaby me levanta en sus brazos y Bely pliega mi silla para guardarla en el maletero. Me dejan en el auto asegurada con el cinturón de seguridad y, solo entonces, las demás suben.

El viaje a casa es tan silencioso como desesperante. Me limito a mirar por la ventana y dejar correr el tiempo hasta que veo pasar el cementerio.

—Por favor, déjenme aquí —le pido a Felipe.

—¿Qué? —me pregunta mirándome por el espejo retrovisor.

—Por favor —le ruego.

Felipe estaciona el auto, abre el maletero para sacar mi silla y Gaby se baja para ponerme de vuelta en la silla.

—¿Puedo ir sola? Me tardaré un minuto, lo prometo —le pregunto a Gaby.

—¿Segura?

—Sí.

Me deja en la entrada del cementerio y muevo mi silla por el camino pavimentado hasta el mausoleo. Siento el impulso de mirar hacia atrás para ver si alguno viene detrás de mí, pero lo contengo. Entro al mausoleo y veo la tumba de Max.

—¿Tenías que llevártela a ella también? —digo en voz alta, como si pudiera escucharme— ¿Estás contento? ¿Te das cuenta que ahora no solo tengo que llorar tu muerte, sino también la de ella?

Sé de sobra que ninguna de las cosas que estoy diciendo es, siquiera, racional, pero no sé con quién más desquitarme. Júpiter se ha ido al igual que Max y, en ninguno de los dos casos, he podido hacer algo para evitarlo. Golpeo su tumba con mis puños una y otra vez hasta terminar llorando destrozada, sin fuerzas para nada. Me arde la cara y estoy segura que no puedo volver así al auto. Intento respirar hondo para calmarme, pero no lo consigo y la sensación me desespera.

—Sí sabes que él no tiene la culpa, ¿Verdad? 

Miro hacia la entrada del mausoleo y Felipe me mira con cariño. Da un par de pasos hacia mí y se arrodilla junto a mi silla.

—Estoy seguro de que mi hermano jamás habría permitido que algo así pasara. Él te amaba.

—Cállate —le digo con la cara bañada en llanto.

—Él no...

—¡Cállate, maldita sea! —le grito enfurecida— ¡Sé que tu maldita intención es buena, pero la culpa me está comiendo por dentro!

—No tienes que sentirte culpable —murmura con lo que creo que es compasión.

—¿Ah, no? ¿Y cómo se supone que deba sentirme? —le vuelvo a gritar— Si hubiera hecho algo para sacar a Max de la cárcel, él seguiría con vida.

—No tienes cómo saberlo —protesta.

—Y si no hubiera tratado de suicidarme, Júpiter jamás habría tenido que ir con mi psicólogo y nada de esto le habría pasado, ¡Demonios! 

—Estás siendo demasiado injusta contigo —Felipe acaricia mi mejilla y me mira a los ojos—. Nada de lo que pasó fue tu culpa, y nada de lo que pudiste hacer cambiaría el curso actual de las cosas... Me costó mucho aprender eso. Cuando estudias medicina, crees que tienes el poder de dar vuelta cualquier diagnóstico, pero con el pasar de los años te das cuenta de que hay cosas que, por más que quieras, no puedes controlarlas... Y no puedes cambiar su curso.

Miro a Felipe y él me sigue mirando con cariño, ¿Cómo le hace para no odiarme por haber provocado la muerte de su hermano? 

Él acaricia mi mejilla y yo acaricio la suya. Tanto él como yo nos sentimos vulnerables y, en un momento, casi podría jurar que acerca su rostro al mío. Su pulgar seca una lágrima cerca de mi boca y cierro los ojos un par de segundos. Me acerco a él y una sensación extraña se instala en mi estómago. 

Su aliento roza mis mejillas, su nariz y la mía se rozan, su perfume me invade. Felipe traga saliva y cierra los ojos, al mismo tiempo que miro de reojo sus labios y cierro los míos.

—Es hora de irnos a casa, chicos —oigo la voz de Katrina desde la entrada del mausoleo.

Nos separamos de inmediato y, sin decir una sola palabra, Felipe lleva mi silla hasta el auto, para volver a subirme y partir a casa de Júpiter.









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