XXX
Felipe
—¿A dónde te llevo? —le pregunto a Katrina, que se ha mantenido muy callada.
—¿Sabes qué? Llévame a casa, esta conversación todavía no ha terminado, Felipe —me responde con voz severa.
—Pero Kat, ya te expliqué con lujo de detalles lo que pasó —me quejo sin ganas de iniciar una nueva discusión entre nosotros.
—Felipe, llévame a mi casa, que allí vamos a conversar más tranquilos, por favor —insiste.
—¿No tienes que reanudar ninguna reunión pendiente?
—Felipe, por tercera vez, llévame a casa.
—Bien, pero prométeme que, después de esto, no volveremos a hablar del asunto.
—Puedo vivir con eso —dice sin más.
Acelero y conduzco a casa de Katrina. Llegamos al portón y la tensión entre nosotros puede cortarse con un cuchillo. Estaciono el auto, nos bajamos y Kat abre la puerta de su casa, dejándola abierta para que yo pueda entrar.
—¿Quieres un café? —me pregunta desde la cocina.
—Sí, por favor —le respondo mientras cierro la puerta.
Entro a la cocina y la veo poner agua a hervir en una tetera. Me hace una seña para que me siente en el taburete frente a la barra y ella se queda del otro lado.
—¿Quieres algo de comer?
Niego con la cabeza en respuesta y ella camina al refrigerador para sacar un trozo de queso. Luego, saca una tabla de la alacena y corta el queso en cuadritos pequeños. Pone la tabla frente a mí junto con galletas saladas, y el olor del queso me abre el apetito. Saco un cubito y una galleta salada.
—Sabía que tenías hambre —me sonríe levemente.
—No sabía que la tenía hasta ahora —me encojo de hombros.
Katrina no se sienta. En cuanto hierve la tetera, saca dos tazas de un mueble y pone un café humeante frente a mí. Sujeto la taza con ambas manos y bebo un sorbo. Ella se sienta junto a mí en la barra y bebemos café unos minutos en silencio.
—Quisiera disculparme por cómo te traté en casa de Júpiter —empieza a decir—. No debí haber reaccionado de esa forma, y menos sabiendo que Antonia podía escuchar la conversación.
—Kat, yo lo lamento —le respondo poniendo una de mis manos sobre la suya—. Debí haberte avisado del estado de Antonia.
Katrina mira nuestras manos unidas, luego me mira y sonríe.
—En ese momento, tú solo pensabas en salvarla, no tenías cabeza para otra cosa, y yo debí entender eso.
—Gracias, Kat —le sonrío mucho más aliviado.
Me acerco a ella y nos abrazamos por unos segundos.
—Pero estoy preocupada por ella... —murmura cuando terminamos el abrazo— Es un intento de suicidio, es algo que su psicólogo debe saber, ¿Ya hablaron con él?
—Las chicas acordaron ir a hablar con él para informarle y ver si Antonia iba a necesitar una dosis distinta de medicamentos.
—Ahora más que nunca necesito que me mantengas al tanto de la cirugía y de cómo se encuentra Antonia, y por favor, necesito que seas honesto conmigo.
—Lo prometo, Kat.
—Bien —me sonríe y saca un cubito de queso.
Saco un par de cubitos de queso y algunas galletitas. Kat me mira con una sonrisa y se levanta de la barra para sacar un trozo de carne del refrigerador y vegetales.
—Oh, no. Eso sí que no. Déjame cocinar a mí, quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí estos días —sonrío mientras me levanto del taburete.
—¿Tú cocinas? —me pregunta impactada.
—¡Por supuesto que sí! —le respondo haciendo lo posible por sonar ofendido— Me fui a otro país completamente solo. O aprendía a cocinar o me cagaba de hambre.
Katrina se ríe a carcajadas.
—Cocinemos juntos —me dice unos segundos después.
—Perfecto.
La sigo hasta la encimera y me entrega el trozo de carne en una tabla de madera junto a un cuchillo.
—¿Quieres que lo corte de alguna forma especial?
—En cubos.
Tomo el cuchillo, comienzo a cortar la carne en cubos, y ella se ubica junto a mí con los vegetales. Por un par de minutos, lo único que se oye es el ruido de los cuchillos chocar con la madera.
—Cuéntame, ¿Cómo fue sobrevivir en otro país? —pregunta mientras sigue cortando vegetales.
—¿Qué quieres saber exactamente? —le pregunto de vuelta.
—¿Tu padre intentó ir a buscarte cuando se dio cuenta de que no estabas? ¿A qué país te fuiste? No sé, cuéntamelo todo. Tenemos que ponernos al día, ha pasado mucho tiempo.
—Sí, lo hizo —murmuro contestando la primera de sus preguntas—. Cuando llegué a Muria, papá puso el grito en el cielo y trató de contactarse con el embajador para que me deportaran de vuelta a Niribia.
—¿En serio lo hizo? —Kat abre los ojos y me mira.
—Le envió una carta al embajador, solicitando que me deportaran porque era menor de edad y había salido del país sin su permiso.
—¿Y cómo te pudiste zafar de eso? —dice Katrina al mismo tiempo que pone la carne que corté en una olla con aceite.
—El embajador de Niribia en Muria me contactó personalmente, y habló conmigo junto con el ministro de relaciones exteriores de Muria. Me preguntó por qué había elegido ir allá, y yo respondí que era porque tenían la mejor facultad de medicina del continente, y de paso porque mi padre era Echeverría y pues... Es bastante conocido el tema de la dictadura que estaba instaurada en Niribia y... Dejaron que me quedara, con la condición de que trabajara seis meses para el hospital público en cuanto me graduara.
—Me parece bastante razonable —murmura mirando atentamente la olla.
—¿Te llevo los vegetales? —le pregunto.
Katrina asiente con la cabeza y pongo las verduras en la olla. Busco con la mirada las especias y, cuando las encuentro, pongo comino, pimienta, orégano y sal.
—Así que Muria, ¿Eh? —me dice casi como intentando revivir la conversación— ¿Y realmente lo elegiste porque tenían la mejor facultad de medicina?
—Y también porque los pasajes para allá estaban más baratos —le confieso después de pensarlo unos segundos.
—¿Te preocupaba que tu padre hubiese logrado traerte a Niribia de nuevo?
—No lo pensé en su momento —respondo mientras voy al refrigerador y saco un poco de mantequilla—. Solo quería ser libre, y pensaba que papá solo me dejaría ir, que no valía la pena tratar de buscarme, pero fue todo lo contrario.
—¿Ah sí? —pregunta.
—Sí —saco algunas patatas de un cajón que tiene en una esquina, las lavo y las corto—. Estuvo alrededor de un año intentando contactarse conmigo, a través de cartas, tribunales... Todo medio habido y por haber, pero el embajador fue muy amable e hizo que Echeverría no volviera a molestarme.
Una vez que termino de cortar las patatas, pongo una sartén al fuego y derrito la mantequilla, para luego poner las papas en ella. Pico un poco de ciboulette y tomo un poco de romero para poner en la sartén. Le pongo sal y revuelvo bajo la atenta mirada de Kat.
—Revuelve las verduras, se te van a quemar —digo sin dejar de mirar mi sartén.
Katrina toma la cuchara de palo y revuelve la olla con verduras. Una vez que ambas cosas están listas, hago que Kat se siente y sirvo la comida para ella y para mí.
—Las patatas te quedaron excelentes —comenta luego de probar la comida—. Y cuéntame, ¿Tuviste alguna novia allá?
—¿Con qué tiempo? —me río y pruebo los vegetales— Al no tener ingresos, iba a la universidad de día y trabajaba por las noches.
—¿En serio? ¿Y eso no te dificultó más el estudiar?
—Muchísimo. Muchas veces estuve al borde de reprobar asignaturas porque no alcanzaba a estudiarme todo, pero...
El sonido del celular de Katrina sobre la mesa nos interrumpe.
—Perdona, debo contestar, seguro es del trabajo —se excusa tomando el aparato y contestando la llamada entrante—, ¿Hola?
—¡¡AYUDA!! —logro escuchar desde donde estoy.
—¿¿Júpiter?? —grita Kat al teléfono— ¡¡Dónde estás!!
Se me cae el tenedor de las manos y me quedo mirando a Katrina sin saber qué hacer. Algo malo le ha pasado a Júpiter y no sé qué es.
—¡Quién eres! —Katrina vuelve a gritar poniendo el celular en altavoz.
—Como puedes oír, tengo conmigo a nada más ni nada menos que a la mismísima Júpiter, una de las líderes de la operación que acabó con mi presidente Echeverría.
—Te ordeno liberarla de inmediato.
—¿Así tan fácil? ¿No sin antes divertirme con ella? Oh, no. Te ofrezco un trato.
—¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Cuánto quieres?
—Oh no, eso es demasiado sencillo para ti. Quiero que abandones la presidencia y devuelvas la vigencia a la antigua constitución... Si haces eso, no le haré ningún daño.
—¡¡NO LO HAGAS, KATRINA!! —llora Júpiter de fondo.
Mierda.
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