XXVIII
Júpiter
Felipe sale de la casa junto con Katrina. Cierro la puerta y miro por la ventana cómo suben a su auto. Estoy empezando a pensar que se hace más imposible que Antonia vuelva a caminar por sí misma, y cómo me encantaría que no fuera ella quien tiene que pasar por esto.
—¿Estás bien? —me pregunta Bely, que se acerca a mí.
—No lo sé, Bel —susurro con la voz rota—. Con cada día que pasa me convenzo de que Antonia necesita ayuda y no soy capaz de dársela. Me siento culpable de no poder hacer que las cosas se muevan más rápido. No puedo creer que ella, con todo lo que hizo por nosotras, sea la que haya sufrido más.
—Hay que ir a hablar con su psicólogo —me dice—. Sé que te sientes impotente y que no podemos hacer mucho, pero es una de las pocas cosas que podemos hacer para ver que el psicólogo la derive con su psiquiatra y que se sienta mejor. Quizá necesita una dosis más alta, cariño.
—Yo iré a hablar con él, tú quédate cuidándola, ¿Sí? Volveré dentro de un rato.
—¿Estás segura? —me mira con el ceño fruncido— ¿Quieres que te lleve?
—No, no hace falta —le respondo escuetamente.
—¿En serio? —insiste.
Asiento con la cabeza sin decirle una sola palabra y salgo de casa. Me siento asfixiada de un momento a otro y no estoy segura de poder conducir en ese estado.
Camino lentamente hasta el paradero del autobús, me siento y, mientras espero, me dejo ir y rompo a llorar. El lugar está vacío y abrazo mi vientre para llorar con algo más de fuerza, ¿Por qué es tan difícil que Antonia vuelva a caminar? Me desespera no poder hacer nada para que se sienta mejor, me frustra que siga en esa cama postrada y haya intentado suicidarse. Me vuelve loca que estemos haciendo todo lo posible y haya tantas trabas, ¡¡Por qué no pueden mejorar las cosas para ella!!
A los pocos minutos, veo un autobús acercarse al paradero y me seco las lágrimas. Hago parar el autobús y me subo. Pensar que hace apenas unos meses, lo que acabo de hacer era ilegal.
Me siento en un asiento que queda disponible al final del vehículo y me percato de que muchas personas me están mirando, lo que no me ayuda a sentir mejor. Sigo teniendo con una extraña sensación de angustia dando vueltas en mi estómago. Respiro hondo y abro la ventana del autobús, pero no entra suficiente aire fresco. Mierda, necesito estar sola. Quiero llorar, quiero llorar hasta que no me queden lágrimas en los ojos.
—Es Júpiter... Del grupo Enough —susurra alguien adelante.
Un par de niñas se me acercan sonriendo e intento sonreírles de vuelta a pesar de lo pésimo que me siento.
—Hola —murmura una de ellas, lo que me enternece.
—Hola, cariño —respondo tratando de mantener la sonrisa.
—¿Usted es quien ayudó a que una mujer fuera presidenta? —me pregunta la otra.
Sonrío emocionada y un par de lágrimas se resbalan por mis mejillas. Asiento con la cabeza intentando responder su pregunta.
—¡Tonta! ¡La hiciste llorar! —la reprende la primera.
—Oh, no, cariño, no digas eso —les digo y busco con la mirada a su madre, quien se acerca a buscar a sus hijas.
—Lo siento, señorita Júpiter, no queremos importunarla —dice mientras toma la mano de sus niñas y las aleja de mí.
—Señora, no se preocupe, no pasa nada, ¿Puedo? —hago un intento de acercar mi mano a una de ellas.
—Faltaba más, por supuesto —dice la señora casi como si estuviera bendiciendo a sus hijas.
Les hago una seña a ellas para que se acerquen a mí. Tomo a ambas niñas y siento a cada una de ellas en mis rodillas.
—¿Cómo se llaman? —les pregunto.
Las niñas miran a su madre y ella asiente con su cabeza.
—Karina —dice una con orgullo—. Solo me faltó la T para tener el mismo nombre que la presidenta.
—Yo me llamo Catalina —murmura la otra con el mismo entusiasmo.
—¿Cuántos años tienen? —les pregunto.
—Tenemos ocho años, somos gemelas —responde Karina.
—¿Y qué quieren ser cuando sean grandes? —les pregunto.
—Yo quiero ser veterinaria —dice Karina.
—Y yo quiero ser abogada —dice Catalina.
—Lo van a lograr, niñas —intento infundirles esperanza—. Tienen que estudiar mucho, pero con determinación y fuerza pueden lograr lo que ustedes quieran.
—¡Sí! —responden ambas a coro.
La madre de las niñas me mira con pena, y yo le sonrío.
—Déjelas soñar alto, señora —le digo con cariño—. Lo que nos oprimió a nosotras ya no está, no hay sistema que pueda detenernos.
La señora sonríe emocionada y se me acerca.
—Sus hijas nunca van a sufrir lo que sufrimos nosotras —susurro.
Dejo a las niñas en el piso del autobús y la señora me abraza con fuerza.
—Gracias, señorita Júpiter, muchas gracias por todo lo que usted y su grupo hicieron por nosotras —susurra en mi oído, lo que me hace sollozar.
—De nada —susurro respondiendo al abrazo.
Los pasajeros en el bus nos aplauden unos segundos, y la señora se aleja con sus hijas, para volver a sentarse donde estaban. Unos minutos después, toco el timbre en el paradero del centro y me bajo del autobús. Camino lentamente por la plaza de armas de Niribia y contemplo los árboles. Algunas personas me dirigen la mirada y me sonríen. Les devuelvo la sonrisa y empiezo a sentirme un poco mejor con el aire fresco dando de lleno en mi cara.
Camino por la calle principal, paso unos cuantos edificios, y siento la presencia de alguien detrás de mí. En el momento que miro hacia atrás para ver de quién se trata, un hombre me inmoviliza para arrastrarme hasta un callejón. Tiene una de sus manos en mi boca y la otra inmovilizando mis brazos, lo que me llena de miedo. No alcanzo a gritar y ninguna de las personas que anda por el centro me logra ver. ¡¡Qué está pasando!!
—Así que tú eres Júpiter, del grupito que armó el golpe de estado —murmura en mi oído con tono lascivo—, ¿Sabes cuánto me darían por tu cabeza, preciosa?
Trato de gritar, pero mete su mano en mi boca y me lo hace imposible. Intento mirarlo de reojo, pero no me deja mover mi cuello. Lo muerdo, lo que hace que saque su mano de mi boca y pateo sus testículos, lo que deja al sujeto en el suelo retorciéndose como un gusano. Corro por el callejón y trato de buscar ayuda, pero otro hombre me da con un fierro en la cabeza antes de que logre salir del callejón y caigo al suelo.
—¡¡MALDITA PERRA, ME LAS VAS A PAGAR!! —grita el primer hombre, quien se pone de pie y me da una fuerte patada en las costillas.
—Tenemos que sacarla de aquí antes de que alguien se dé cuenta—dice el otro.
Mi visión se vuelve borrosa y no logro identificar las caras de mis agresores. Tengo que mantenerme despierta, no tengo cómo avisarle a Bely, y ni siquiera sé a dónde me van a llevar. Trato de gritar otra vez, pero pierdo totalmente el control sobre mi cuerpo y mi consciencia se aleja a pasos agigantados. Me siento arrepentida de no haberle dicho a Bely que la amaba antes de irme. ¿Por qué me empeñé en pensar que no podía pasarnos nada más después del golpe de estado? ¡Es ridículo! Siempre hay detractores y personas dispuestas a hacer lo imposible por hacernos daño.
La lucha aún no ha terminado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top