XXV
Júpiter
Voy a mi habitación y Bely entra detrás de mí. Me quito los zapatos, el resto de mi ropa y me pongo el pijama sin decir una sola palabra, bajo su atenta mirada. No tengo el valor de dirigirle la mirada después de lo que ha pasado... No puedo.
Me siento miserable, me siento como la peor persona que ha pisado la tierra... Antonia casi muere por mi irresponsabilidad, casi muere por mi culpa.
—Háblame, por favor, cariño —me pide mientras se quita el vestido que lleva—. Me asusta que estés tan callada en un momento como éste.
—¿Qué quieres que te diga que no sepas? Me siento como el peor ser humano del universo, Bely... Dejé que se ahogara en una tina —murmuro a punto de perder la poca cordura que me queda.
Mis manos empiezan a temblar y no sé qué hacer con ellas. El pánico invade mi cerebro y trato de salir de mi cuarto para ir con Antonia, pero Bely me sujeta por un brazo y me detiene.
—No seas tan dura contigo, cariño... —dice con voz dulce.
Bely se acerca y me abraza con fuerza. Me derrumbo en sus brazos y sollozo sin siquiera molestarme en hacerlo en un volumen bajo para no alertar a Felipe.
—Casi muere por mi culpa, Bely... Casi dejé que muriera, maldita sea —sollozo sin molestarme en contener las lágrimas.
—Bebé, no pasó... Lo que sea que pudo haber pasado, no pasó —me susurra al oído—. Antonia no se ha ido, está con nosotras y va a estar bien... Te lo juro...
—Soy lo peor, Bely... —murmuro en medio de mis lágrimas.
—No, chiquita, no eres lo peor —sonríe Bely poniendo sus manos en mis mejillas—. Hiciste todo lo que pudiste para que ella estuviera bien. Lo que pasó no fue tu culpa.
Intento mirarla a los ojos, pero se me hace imposible y acabo por dar rienda suelta a mis lágrimas.
—Y no fue suficiente —sollozo.
Bely me abraza y acaricia mi espalda con paciencia, sin reprocharme nada. Me dirige suavemente hasta la cama y me recuesto en ella. Ella se acuesta junto a mí y vuelve a abrazarme, mientras sigo llorando por lo inútil que fui.
Yo acepté hacerme cargo del cuidado de Antonia, y no fui capaz de cumplirlo... No fui capaz de hacer que ella se mantuviera bien.
—Todo va a estar bien, corazón, solo tienes que tener fe... Despertó una vez de un coma, lo hará de nuevo —susurra en mi oído—. Sobrevivió a la destrucción de la cárcel, Júpiter, ¿Crees que no va a sobrevivir a una asfixia en una tina?
—No lo sé, Bely... —la culpa forma un nudo en mi garganta que me impide hablar con normalidad.
—No tenías cómo saber que la depresión de Antonia era tan profunda, cariño —me dice intentando buscar mi mirada—. Tú hiciste todo lo que estuvo en tus manos y más para asegurar su bienestar. Lo que hizo Antonia fue una señal de que necesita un tipo de ayuda que tú no le puedes dar.
—Pero pude haberlo detectado, no lo sé, haber hecho algo, ¿En qué mierda estaba pensando cuando la dejé quedarse sola en esa condenada tina, Bely? —sigo recriminándome una y otra vez el momento en el que se me pasó por la cabeza dejarla sola en el baño.
—Estabas pensando en que querías darle algo de privacidad para hacer sus cosas, justamente lo que ella lleva pidiéndote los últimos tres meses —me rebate con voz seria.
—Pero... —la conciencia sigue taladrándome.
—Júpiter, basta. No eres una superheroína, ni la madre de Antonia; solo te sientes responsable de ella.
—¿Acaso tú no? —la reprocho.
—¡Por supuesto que sí, demonios! ¡Nos salvó el pellejo! Y es gracias a esa mujer que estamos vivas y hablando aquí ahora mismo —me responde de inmediato—. Y me siento tan responsable de ella como tú, pero entiendo también que lo que pasó no pudimos predecirlo ni evitarlo, en ninguna forma posible. No tiene sentido caer en el juego de las culpas, cuando en realidad no fue culpa de nadie. Ni tuya, ni mía, ni de Antonia. Son un conjunto de factores que se dieron de esta forma.
¡Odio que sea tan jodidamente racional, maldita sea! Me limito a suspirar profundamente.
—Va a estar bien... Felipe está con ella, por favor cálmate un poco —continúa diciendo.
—¿Crees que despierte mañana? —le pregunto para no entrar en una pelea innecesaria.
—Por supuesto que sí. Felipe se va a encargar de que esté bien, y lo sabes.
—Tenemos que hablar con Antonia y decirle de una vez lo de la operación... —susurro casi sin pensarlo— ¿Qué pasa si lo intenta de nuevo y esta vez tiene éxito? Todo lo que Felipe está intentando hacer perderá el sentido.
Bely se queda mirándome unos segundos, meditando.
—Tenemos que hablar con Felipe mañana por la mañana... o en cuanto despierte Antonia y nos aseguremos que esté bien —me responde sin más—. Y de paso, ir mañana mismo con su psicólogo para contarle lo que ha pasado.
—Me da tanto miedo que lo intente otra vez —cierro los ojos y Bely me abraza.
—Cariño, lograremos que esté mejor, la ayudaremos, solo hay que tener fe y esperar a que despierte, ¿Sí? —me dice adoptando de nuevo su voz tierna.
Asiento con la cabeza en respuesta y Bely me abraza más con más fuerza.
—Te amo demasiado, preciosa, eres la mejor mujer que conozco, y sé que jamás dejarías que algo así le pasara a propósito. Por favor, no te culpes de esto, que ninguno de nosotros lo está haciendo —me susurra al oído.
Intento contener mis sollozos, pero fallo miserablemente y vuelvo a llorar.
—Tranquila, corazón, aquí estoy... Te amo tanto —sigue murmurando mientras acaricia mi cabello con parsimonia.
—T-te amo, mi vida —susurro en medio del llanto.
—Trata de descansar, mi amor —me dice con ternura.
A cada minuto que pasa, me calmo un poco más. Paulatinamente dejo de llorar y me dejo llevar por las caricias de Bely, que me comienzan a dar sueño, y acabo por cerrar los ojos. El sueño comienza a envolverme y Bely me cubre con las frazadas de la cama.
—Descansa, chiquita —susurra Bely en una voz apenas audible.
—Hmmm —ronroneo en respuesta.
El calor de la cama me ayuda a conciliar de a poco el sueño. Me volteo y Bely me abraza de cucharita. A los pocos minutos siento su respiración suave y acompasada. Se ha quedado dormida.
Intento conciliar el sueño junto a ella, pero mi mente me lleva al momento en el que encontré a Antonia bajo el agua de la tina, inconsciente y con los brazos en el borde de la tina. El pánico vuelve a invadirme e intento olvidarlo, pero no logro sacar ese momento de mi cabeza. A los pocos minutos, opto por levantarme e ir a la cocina.
Oigo a Bely moverse en la cama, pero no me detiene de salir del cuarto. Llego a la cocina, pongo el hervidor y acabo por hacerme un té con mucha azúcar. Mientras bebo, escucho los pequeños sonidos ambientales que llenan el silencio de la casa; el sonido del refrigerador y los electrodomésticos conectados a la corriente, el sonido del tazón al dejarlo sobre la encimera, el sonido de mis sollozos, y el sonido de la culpa que invade mi ser.
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