XXIX
Antonia
Con cada minuto que pasa, más crecen mis ansias por saber qué demonios están hablando, porque sé de sobra que soy el tema principal. Oigo algunos gritos distorsionados y me frustra no poder ir a ver qué está pasando, ¿Por qué no me dicen nada?, ¿Por qué tantos secretos y cosas a mis espaldas? Luego de unos diez minutos aparece Bely y se sienta a los pies de mi cama.
—¿Cómo estás, pequeña? —me pregunta con una sonrisa.
—¿Qué estuvieron hablando? —pregunto de vuelta— Por favor, dime la verdad.
Bely me mira unos segundos y luego desvía su mirada hacia algún punto en mi cama. Respira hondo un par de veces, casi como pensando si es una buena idea decirme o no.
—Júpiter se acaba de ir a hablar con tu psicólogo —murmura.
—¿Por qué? —le pregunto alarmada.
—Porque lo que pasó no podemos dejarlo así. Necesitamos que tu psicólogo te mande con tu psiquiatra y te diga si necesitas más medicamentos.
—No, no los necesito, Bely, y lo sabes —niego con la cabeza.
—Antonia, cariño —Bely se acerca y pone una de sus manos en mi mejilla—, no estás bien, necesitas ayuda, y es irresponsable de nuestra parte empeñarnos en que no tienes que volver con el psiquiatra, cuando no es así.
—Estoy bien —digo con dureza y alejo su mano de mí—. Lo que pasó no significa nada.
—Antonia, no seas terca, por favor. Estamos intentando hacer todo lo posible para que estés mejor, y hablar con tu psicólogo e informarle lo que pasó es absolutamente necesario.
—No necesitan decirle nada al psicólogo, Bely, maldita sea —frunzo el ceño.
—Antonia Fernanda Moya Sepúlveda —me responde en el mismo tono que usé con ella, llegando a sonar cruel—, trataste de suicidarte ahogándote en la tina del baño, ¿Crees que eso está bien? ¿Crees que eso no es importante? Trataste de acabar con tu vida, maldita sea. Nos provocaste un susto de muerte.
Cada palabra que me dice cala hondo en mi corazón. Intento no demostrar mis emociones, pero acabo sollozando y mirándola con odio por hacerme sentir así. Bely se acerca todavía más, y solo así puedo notar que sus ojos están vidriosos.
—Antonia —dice con la voz rota, pero tratando de mantenerse entera—, nosotras podemos contenerte, podemos llevarte todas tus comidas a la cama, podemos contarte cuentos para dormir y sacarte a pasear al cementerio, pero nada de eso va a ayudarte a sentirte mejor. Necesitas ir con tu psicólogo y te ayude a manejar las cosas que sientes. Solo tú sabes cuán profunda es tu pena, solo tú sabes qué tan dañada con todo esto, solo tú sabes cuánto te duele la partida de Max y de tu familia. Ni Júpiter ni yo podemos ayudarte a superar esto, porque la ayuda que tú necesitas, no pueden dártela tus amigas.
—Bely, yo... —susurro en medio del llanto.
—No, Antonia —murmura— no hay vuelta atrás. Lo que pasó, ya pasó. La única opción que tenemos ahora es ir con tu psicólogo y que te suba los medicamentos. Ya está decidido, y no puedes hacer nada para cambiar nuestra opinión.
Dejo de mirar a Bely y lloro cada vez más fuerte. Los ojos me arden, mi cara se enrojece y se hincha. Ella me abraza inmediatamente y terminamos llorando juntas.
—Me muero si te pasa algo, Antonia —susurra en mi oído—, haríamos lo que fuera necesario para que no tuvieras que pasar por esto.
—Quiero superarlo, Bely, de verdad que sí —le digo—, pero es algo más allá de mi control, no sé si pueda salir de esta.
—Lo harás, cariño —murmura y deposita un beso en mi cabello—. No hay nada que no puedas hacer.
Bely sigue abrazándome hasta que empiezo a calmarme y dejo de llorar. Ella me acerca papel higiénico para limpiarme los mocos y tira los residuos en el basurero.
—¿Quieres algo de comer? ¿Un café o algo? —me pregunta una vez que ya me veo más tranquila.
—Quisiera que fuéramos al comedor y bebiéramos un café juntas, digo, si no es tanta la molestia.
—Considéralo hecho, cariño —responde con una sonrisa.
Bely se levanta de la cama, despliega la silla de ruedas y me sienta con mucho cariño en ella, para llevarme al comedor. Ella se va a la cocina y llega a los pocos minutos con café, galletas con chispas de chocolate y el azúcar. Se sienta conmigo, le ponemos azúcar a nuestras tazas y bebemos el café lentamente en silencio.
Casi se siente como esos días en la cárcel, cuando bebía café con Max en silencio. Si cierro los ojos, por un miserable segundo, puedo imaginarme en esa oficina, con el leve olor a moho y encierro, con sus penetrantes ojos negros mirándome atentamente. Y sonrío; sonrío porque todavía lo recuerdo con nitidez, porque aún puedo traer a mi mente cada momento juntos, porque seguirá vivo en mi memoria.
—¿Estás bien? —comenta Bely preocupada.
—Lo recuerdo, Bely —le sonrío con lágrimas en los ojos—, recuerdo cada segundo con él.
—Entonces honra su recuerdo y sal adelante, cariño.
Luego de beber el café, nos quedamos conversando en la mesa hasta que nos damos cuenta de que ya ha pasado bastante tiempo desde que Júpiter se fue, y debería haber llegado.
—Qué extraño —dice Bely—, ¿Debería llamarla?
—Seguro se retrasó o se quedó haciendo algo en el camino, cariño —le sonrío—. Ya te dirá cuando llegue.
—Creo que prepararé el almuerzo mientras llega —me responde—, ¿Quieres ir a la cocina conmigo?
—Por supuesto, cariño —le sonrío.
Me lleva a la cocina y Bely lava vegetales, pero su ánimo ya no es el mismo. Por más que trata de concentrarse en preparar el almuerzo y mantener nuestra conversación, parte de su mente está en Júpiter y pensando en qué le pudo haber pasado para que se retrasara en la vuelta a casa. Mientras ella no me está mirando, tomo mi celular y le envío un mensaje a su celular.
"Hola, cariño, ¿Estás bien? Bely está vuelta loca porque aún no llegas a casa, ¿Llegas pronto?"
Vuelvo a mirar a Bely cocinar. Le pido que encienda la radio para animar el ambiente y le pregunto si puede venir el resto del grupo a comer con nosotras para que no estemos tan solas.
—¡Faltaba más! ¡Llámalas a todas para que almorcemos juntas! —dice Bely de mejor humor.
Le mando un mensaje de texto a cada una de las chicas y luego de una hora, están todas en casa, animando el ambiente y ayudando a arreglar la mesa para almorzar.
—Oye, ¿Y Júpiter? —pregunta Paloma luego de poner los vasos.
—Salió hace ya un rato, pero todavía no llega... —responde Bely— Me estoy preocupando, chicas, ¿Le habrá pasado algo?
—¿A Jú? —dice Cam— Naaaaaaah. Júpiter sabe cuidarse sola, cariño. Seguro llega pronto, no te preocupes, ¿Necesitas ayuda con esa ensalada?
Bely intenta sonreír, pero el gesto no llega a sus ojos. Se nota a leguas que está preocupada. Cam sigue picando tomates para poner en la ensalada, mientras que Bely se excusa para ir al baño y sale de la cocina.
Reviso mi celular, pero Jú no ha respondido mi mensaje todavía, ¿Lo habrá leído? Frunzo el ceño y empiezo a sacar la cuenta de cuánto tiempo ha pasado desde que dijo Bely que se fue, ¿Qué estará haciendo Júpiter?
—Ay, Antonia —se queja Cam al verme—, ¿También tú? Júpiter es una mujer grande. Recuerda que era la líder de armamento. Está preparada para cualquier cosa.
—¿Estás insinuando que pudo haberle pasado algo? —enarco una ceja.
—No, cariño —Cam niega con la cabeza—, para nada. Solo te digo que, en caso de pasar algo, Júpiter sabe dar la pelea y defenderse como Dios manda. En todo caso, no creo que le haya pasado nada, seguro se distrajo viendo ropa en alguna tienda, hace mucho que no pasa tiempo sola.
Medito su respuesta un segundo y me hace sentido que Júpiter haya aprovechado su tiempito sola y haya pasado a hacer otra cosa, pero me sigue teniendo alerta que ni siquiera le haya avisado a Bely o a mí que se iba a retrasar.
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