XXIII

Antonia

Llegamos a casa de la terapia, y cuando entramos, vemos a las chicas bebiendo té y conversando.

—¡Hola, corazón! —Jú corre a saludarme— ¿Cómo te fue con la terapia?

—El fisioterapeuta la regañó por no hacer los ejercicios en casa —me acusa Valoro de inmediato, lo que me hace poner los ojos en blanco.

—Trato de ayudarla con eso, pero se resiste —dice Júpiter en tono triste.

—Son por su propio bien, creo que hay que hacérselos de igual forma... Luego nos lo agradecerá —Paloma se une a la conversación desde la mesa, casi ignorando que estoy justo aquí y puedo oírlas a todas.

—Creo que me iré a tomar una siesta, el ejercicio me dejó cansada —les digo completamente indignada.

Me voy a mi cuarto sin esperar a que nadie responda y hago todo el ritual para recostarme en la cama y tratar de dormir, pero me paso toda la tarde pensando en los ejercicios y lo estúpidos que me resultan. No voy a volver a caminar, ¿Para qué voy a hacer ejercicios?

Luego de unas horas, llamo a Júpiter y le pido que me lleve al baño para darme un baño de tina. Pienso en pedirle que me deje hacerlo sola, pero no estoy segura

Júpiter llega a mi cuarto, me sienta en la silla y me lleva hasta el baño. Pienso una y otra vez si decirle o no lo que quiero hacer. Prefiero abrir la boca y que ponga el grito en el cielo antes que pensar eternamente en el qué hubiera pasado si Jú hubiese dicho que sí.

—Quiero bañarme sola esta vez, Júpiter —le digo con una sonrisa mientras ella cierra la puerta del baño.

Júpiter frunce el ceño, me mira y se acerca a mí con indecisión.

—¿Segura, Antonia? —me pregunta Jú mientras empieza a desvestirme.

—Sí, cariño, no te preocupes, puedo hacerlo sola esta vez. Ya sabes... Para ser un poco más independiente —le digo.

Júpiter termina de desvestirme y me observa de reojo, con cara de duda. No está segura de dejarme sola en el baño. Podría pasarme cualquier cosa, y sé que lo está sopesando.

—Bien, cualquier cosa, por pequeña que sea, me llamas, ¿De acuerdo?

—Sí, seguro. Gracias.

Júpiter llena la tina con agua tibia, me deja sentada en ella, pone el shampoo, acondicionador y jabón a mi alcance, besa mi frente y sale del baño.

Júpiter ha optado por confiar en mí, ha optado por confiar en que, si me siento en problemas o me pasa algo, la llamaré para que me ayude. Por primera vez en mucho tiempo, tengo unos minutos de paz, y no sé exactamente cómo aprovecharlos.

Me quedo mirando el agua tibia con indecisión. Tomo el shampoo y hago espuma al restregar mi cuero cabelludo. Cierro los ojos para sentir el masaje de mis dedos y, cuando termino, tomo el jarrón plástico para llenarlo de agua y enjuagar mi cabello.

Dejo el jarrón a un lado y observo el agua llena de espuma; la tina es lo suficientemente grande para caber recostada. Pongo mis manos en los bordes de la tina y me impulso con los brazos para empujar mis piernas hacia adelante, pero aún no tengo la suficiente fuerza en los brazos para levantar mi cuerpo completo sin apoyo.

No quiero hacer mucho ruido, para no alertar a Júpiter, así que desisto y tomo el acondicionador para aplicarlo en mi cabello.

Una lágrima se desliza por mi mejilla, ¿Qué carajo estoy pensando? No puedo hacerle esto a mis padres, ni a Max. Ellos no se sacrificaron para que yo pensara en esta estupidez... Pero... Los extraño demasiado, y yo no debí haber salido viva de esa operación.

¿Es realmente una estupidez extrañarlos y querer irme con ellos?

Sé que las chicas y, en especial Júpiter, se han desvivido para que yo esté lo mejor posible, pero la vida se me hace insostenible... No puedo hacer nada sola, todos mis planes se derrumbaron como un castillo de arena que se lleva la marea.

¿Realmente vale la pena seguir con vida, ser libre, si este es el precio? A ratos dudo de la respuesta.

Si Max estuviera aquí, me daría de cachetadas por no estar disfrutando de mi vida al máximo, estaría dándome sermones sobre lo mucho que hay más allá de la operación que acabó con el sistema, que no hicimos todo lo que hicimos para lamentarnos por todo lo que salió mal, que es una suerte que estemos vivas, pero...

Amor... No estás aquí.

Una nueva lágrima baja por mis mejillas. Max no está aquí para recordarme qué es lo verdaderamente importante, y no tengo el completo discernimiento para encontrar la respuesta por mí misma.

Sé que mis padres querían que le demostrara a Echeverría que su visión del mundo estaba equivocada y que las mujeres podemos ser mucho más que esposas, dueñas de casa y madres, pero... Los extraño tanto... Maldita sea, ellos no tenían que irse... Al menos no tan pronto.

Al final del día, Echeverría logró llevarse a mis padres, se llevó mis piernas... Y se llevó a Max.

Tú ganas.

Dejo el acondicionador a un lado y hago un nuevo intento por empujar mi cuerpo hacia adelante, pero vuelvo a fallar. Pongo mis brazos detrás de mi espalda, en la base de la tina, y hago un nuevo impulso para levantar mi cuerpo. Lentamente logro mover mis extremidades y me empujo lo más rápido posible hacia adelante... Lo más adelante que pueda. Suelto mis brazos y, apoyándome en ellos, me recuesto en la tina hasta tener el agua a la altura del cuello.

¿Estás segura, Antonia? —reclama mi conciencia.

"Max no se sacrificó para que hicieras esto."

"Tus padres dieron su vida y más para que pudieras vivir en el sistema que tanto querías. No puedes rendirte ahora."

Ninguno de esos argumentos es válido para dar marcha atrás a lo que estoy a punto de hacer. Termino de recostarme y el agua cubre mi cabeza.

Siento sabor a shampoo y acondicionador en el agua, y siento el impulso de salir, pero intento resistirlo lo más posible. El agua entra por mi nariz hasta invadir mis vías respiratorias.

Cierro los ojos, me siento asfixiada. Mi cuerpo me implora salir del agua, pero trato de hacer hasta lo imposible por mantenerme tranquila. Yo quiero hacer esto. Quiero irme de una vez por todas.

Mis brazos intentan impulsar mi cuerpo hacia arriba, pero me es imposible. Bendita paraplejia, de algo que sirva.

—¿Todo bien? —oigo a Júpiter distorsionada desde fuera del baño.

No le respondo, basta solo un minuto y estaré fuera de aquí.

—¿Antonia? —insiste Júpiter.

Siento el sonido de la puerta, pero se oye lejos. Mis brazos dejan de intentar llevarme hacia arriba y se adormecen junto con el resto de mi cuerpo.

—¡Antonia! —oigo una voz muy a lo lejos, pero no reacciono. Mi cuerpo no responde.

Siento que me mueven y me sacan del agua. Me invade algo de frío, pero ya no me importa, no me queda mucho aquí.

—¡Júpiter, qué pasa! —escucho otra voz igual de distorsionada que la primera.

—¡Llama a Felipe, pero ya, maldita sea! —grita la primera voz.

Siento la leve impresión de que me han dado una cachetada para que reaccione, pero es inútil, no puedo moverme y empiezo a perder la conciencia.

—Qué hice, qué mierda hice, por qué te dejé sola —murmura la primera voz—, resiste, maldita sea, resiste, ya viene en camino la ayuda.

Intento abrir los ojos o decir algo, pero el agua en mis vías respiratorias no es de mucha ayuda.

Estoy lista para cerrar los ojos y partir, por muy egoísta que eso sea.

Perdóname, Júpiter, pero no puedo seguir amarrada a la silla. Soy una cobarde, pero no puedo seguir así, no puedo seguir abusando de tu buena voluntad, no puedo seguir esperando a que simplemente algo cambie. No puedo esperar a ser independiente un día, porque nunca lo seré, y todas lo sabemos.

Escucho los sollozos distorsionados de alguien cerca de mí, pero no logro distinguir de quién.

Deberían haber sabido que estaba rota por dentro y que, difícilmente, iba a recuperarme de esto.

Perdónenme, chicas, pero creo que es lo mejor para todos, que todo pase como debió haber sucedido desde el principio.

Recuerdo de pronto la primera vez que estuve ante las puertas de la muerte. Me arrastraban justo antes de lo que sería la destrucción inminente de la cárcel. La sensación es familiar, pierdo la conciencia, me estoy yendo... Finalmente estoy tranquila y lista para decir...

Adiós.

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