XXI

Felipe.

—Si el doctor Maldonado no quiere ceder, déjame entrar en la oficina y lo convenceré, ¿De acuerdo? —me dice Katrina.

—De acuerdo —le respondo.

Ambos entramos al edificio y tomamos el ascensor para llegar al décimo piso, que es donde se encuentra la consulta del doctor Maldonado. Entramos por la puerta que lleva su nombre grabado y la secretaria nos mira desde su mesón.

La chica pone la mirada en mí fijamente, mordiéndose el labio inferior y guiñándome un ojo, lo que me hace sonrojar.

—Amm... B-buenos d-días —balbuceo ridículamente, avergonzado por cómo me está mirando.

—Hola —me dice la chica poniendo un mechón de cabello detrás de su oreja—, ¿Qué puedo hacer por ti, corazón?

—S-soy el doctor Echeverría Salvatierra. Tengo cita profesional con el doctor Maldonado hoy a las 10, hablamos por teléfono —murmuro intentando encontrar la calma.

—Oh, claro —pone su dedo índice en su boca—, ya recuerdo, hablé con usted hace un par de días... Si hubiese sabido que se trataba de alguien tan guapo como usted, habría hecho el sobrecupo de inmediato.

—Señorita, por favor —intento calmarla—, solo necesito ver al doctor Maldonado, muchas gracias.

—Le diré al doctor que usted ya llegó, no se preocupe —me dice mientras toma el auricular del teléfono sin dejar de mirarme de forma coqueta.

Retrocedo hasta llegar junto a Katrina, quien se ríe poco menos que a carcajadas.

—Vaya... Sí que tienes facha, ¿Eh, Felipe? —sigue riendo.

—Muy graciosa, Kat —pongo los ojos en blanco.

Nos sentamos a esperar a que el doctor Maldonado me llame en silencio. Cada tanto la secretaria me mira y Kat, al darse cuenta, me da un codazo, lo que me hace sonrojar más todavía.

Por fin, al pasar unos cinco minutos, aparece el doctor Maldonado y me ve. Me levanto para ir a saludarlo.

—¡Felipe! ¡Dichosos los ojos que te ven! —me dice mientras me da un fuerte abrazo.

—Cómo estás, Samuel —le digo respondiendo a su gesto.

—Ven a mi oficina, hermano, dime en qué puedo ayudarte.

Ambos entramos a su oficina, él se sienta frente a su laptop y yo me siento frente a él.

—Y dime, Felipe —insiste con una sonrisa—, ¿Qué te ha traído de vuelta a Niribia? Cuando mi secretaria me dijo que vendrías, me sorprendí gratamente.

—Volví porque supe lo de la destrucción de la cárcel de mujeres y la muerte de Echeverría. Quería llegar a Niribia para buscar a mi hermano y tratar de recuperar el tiempo perdido, pero resulta que él también murió en la cárcel, y él fue quien ayudó al grupo Enough a matar a nuestro padre.

—Lo siento mucho, Felipe, mis condolencias —dice Samuel—, realmente lo siento.

—Pero bueno, al grano —intento cambiar el tema para no ponerme sensible—. Vine aquí porque estoy tomando un caso en particular, el de Antonia Moya, y sé que tú puedes ayudarme.

—¿La líder de la operación que mató a tu padre? Estás enfermo, permíteme decirlo —dice con una sonrisa.

—No, Samuel, sabes que fue lo mejor que ella pudo hacer —protesto de inmediato—. Seamos honestos, mi padre era un imbécil.

—No puedo llevarte la contraria, Echeverría —contesta sin dejar de sonreír—. El tipo era un dictador violento y desalmado, me alegra que haya muerto y poder darle un trabajo a mi hermana como mi secretaria.

—¿La secretaria que está en recepción es tu hermana? —le pregunto sorprendido.

—Sí, ¿Por qué? ¿Se conocían de algo o qué? —me pregunta extrañado.

—Olvídalo, hay que volver al punto por el cual vine —le digo intentando olvidar el vergonzoso incidente.

—Bien, dices que estás tomando el caso de Antonia Moya, y hasta donde entiendo, ella está parapléjica.

—No por mucho —le entrego una copia del informe que le di a Júpiter.

Samuel lo lee con detención y, al llegar al final, sonríe.

—¿Hiciste firmar esto a Hidalgo? ¿Cómo lo convenciste de que te acompañe en esta cirugía?

—Me ha costado convencerlo, pero finalmente decidió tomar el caso conmigo.

—¿Y en qué puedo ayudarte yo? —me pregunta.

Le pasó el sobre con la radiografía de Antonia y él la examina con detención.

—No es cierto... —dice a punto de reírse—, Quieres que fabrique las vértebras que faltan y los discos intervertebrales, ¿No es así?

—¿De qué te ríes? —le pregunto.

—Eres ambicioso, Echeverría, igual a tu padre.

—No me compares con él —frunzo el ceño.

—No te ofendas —deja de mirar la radiografía y me sonríe—, la ambición es muy buena, el problema es el fin que mueve esa ambición. Lamentablemente tu padre nunca dirigió su ambición a un buen fin, y por eso terminó todo de esta forma.

—Es cierto, pero me sigue incomodando que me compares con él, Samuel.

—No puedes negar que él fue tu padre, Felipe —él pone una mano sobre mi hombro en señal de apoyo y sigue mirándome—. Lo único que puedes hacer es no ser como él.

—Y agradecer que mi hermano no siguió sus pasos —comento con tristeza.

—Volvamos al punto —dice Samuel al ver que me estoy poniendo triste—, quieres que haga las vértebras y los discos intervertebrales.

—Exacto.

—Es arriesgado lo que me estás pidiendo, Echeverría.

—Lo sé... Pero confío plenamente en tus capacidades.

—Sigue siendo arriesgado, Felipe. Mi habilidad para fabricar prótesis de titanio no quita el hecho que es un enorme riesgo.

—Mira, Samuel, no quiero presionarte, de verdad que no —le digo—, pero el caso de Antonia Moya es un asunto de estado, y está monitoreado directamente por la presidenta de Niribia.

—¿Estás de broma? ¿Katrina Santelices está monitoreando el asunto personalmente? —pregunta con evidente tono de sorpresa.

—Samuel, aquí entre nos, ella está aquí afuera. Es importante, no estoy jugando... Es de vital importancia que Antonia pueda hacer su vida de la mejor forma posible, y si hay probabilidades de que pueda volver a caminar, quiero hacer todo lo posible para que así sea.

—¿Es tan importante para ti? —me pregunta— ¿Dejando de lado que es un asunto de estado?

—Solo con tu ayuda y la de otro cirujano que quiera sumarse, podemos plantarnos ante el jefe de la clínica para que autorice la operación y poder cambiar la vida de esa chica.

—Bien —comenta al examinar nuevamente la radiografía—, hubiese sido otro, ni siquiera me habría atrevido a intentar fabricar esas vértebras de titanio, muchacho. Es ambicioso y peligroso lo que me pides.

—Estoy consciente de los riesgos —le insisto—, pero realmente creo que puedo hacerlo.

—Tienes que tener muchísimo cuidado, esto no es un juego ni un conejillo de indias —me insiste como si le hablara a alguien recién egresado de la facultad—. Se trata de una persona, a la que puedes dejar incluso con tetraplejia si algo sale mal en esa operación. Lo entiendes, ¿Verdad?

—Estoy muy consciente de lo que puede pasar, es por eso que me especialicé en esta área. Las personas en situación de discapacidad son la razón por la cual entré en la facultad de medicina.

—Admiro tu entusiasmo y valor, Felipe, ¿Cuándo pretendes realizar la operación?

—En cuanto fabriques las vértebras y des el visto bueno.

—Puedo tenerlas en un mes, si es tan urgente.

—Me parece perfecto.

Le entrego el informe original para que lo firme, apuntamos los números personales, nos despedimos y salgo triunfante de la consulta.

—¿Y? —me dice Katrina en cuanto me ve.

—Esta dentro —sonrío.

—¡Excelente! Vamos a celebrar —dice con tono alegre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top