XVI

Júpiter

Con algo de temor, decido finalmente ir a la cafetería en la que me ha citado Felipe. Son las diez de la mañana y le he pedido a Bely que se quede con Antonia en lo que yo vuelvo a casa.

Abro la puerta de la cafetería y el aroma a café y medialunas invade mi nariz.

Veo a Felipe sentado en una mesa, y me hace señas para que me siente frente a él.

—Hola —me dice con una sonrisa—, me alegra que pudieras venir.

—H-hola —respondo con un hilo de voz.

—No sé si quieres desayunar conmigo, puedes pedir lo que quieras.

—No, gracias —niego su oferta—, ya he comido antes de venir.

—De acuerdo —responde bastante tranquilo.

—Al grano, ¿A qué me has hecho venir? —increpo.

—Tranquila, Jú, no te haré nada malo ni te diré nada que pueda...

—Para ti es Júpiter —le corrijo—, si eres tan amable.

—Perdona... Júpiter —responde aparentemente entristecido.

—Mira, puede que Antonia, al par de días de conocerte, se haya atrevido a quedar a dormir en tu casa sin ofrecer mayor resistencia, pero ella está a mi cargo, que no se te olvide.

Felipe escucha cada una de mis palabras, al parecer, con expresión neutral y sin quitarme la mirada de encima.

—Y como persona a cargo de su cuidado —le explico—, tengo que velar por su integridad física y psíquica. Por ende, no voy a dejar que tú alteres eso.

Felipe me mira por un par de segundos más. Como ve que no digo ni una sola palabra más, cambia su postura y comienza su discurso.

—Te he citado aquí justamente para hablar de eso, Júpiter —me dice—. Creo que es casi un objetivo del estado que Antonia tiene que estar bien y hacer su vida de la mejor manera posible. Tanto Katrina Santelices, como tú, las chicas y yo, queremos eso, y te he traído hasta esta cafetería para explicarte qué es lo que vengo a proponerte.

—¿Puedes ir al grano de una vez? —le pregunto— Me estás poniendo muy nerviosa.

—Le practicamos exámenes a Antonia junto a mis compañeros de seminario en la clínica —me dice adoptando una postura profesional.

Intento no mostrar la curiosidad que todavía me provoca el hecho que Felipe se haya tomado la molestia de practicarle exámenes, ¿Es que al fin va a decirme qué resultados obtuvo?

—¿Y qué con eso, Felipe? —le pregunto— Porque no me has dicho nada que yo no sepa.

—Hay trozos de vértebra comprimiendo la médula espinal de Antonia. Si las sacamos mediante una cirugía, y reemplazamos las vértebras destruidas con piezas de titanio, eventualmente Antonia podría recuperar el movimiento.

Abro tanto los ojos que comienzan a arderme por no pestañear. Abro la boca tan grande que juro por lo que sea que van a entrar moscas. Felipe observa mi rostro desencajado de pura sorpresa y me apuesto el pelo a que está ansioso y expectante por mi reacción.

—¡¿Qué?! —intento no gritar para no llamar la atención— Maldita sea, Felipe, no te creo. Quiero creerte, pero no puedo.

—No me creas a mí, Júpiter, créele al informe —me dice mientras pone un sobre en sus manos.

Tomo el sobre, lo abro, saco el papel y empiezo a leer.

"Antonia Fernanda Moya Sepúlveda, 17 años, 1.63 centímetros de altura, 68 kilos.

Fecha del examen: 02 de agosto de 2018

La paciente presenta paraplejia debido a compresión grave en médula espinal.  Esta tiene como causa la presencia de fragmentos óseos de vértebras lumbares extraídas en cirugía de emergencia para extracción de proyectil balístico realizada con fecha 18 de enero de 2018.

En caso de extraer los fragmentos de vértebra y, reemplazar las piezas óseas faltantes con prótesis de titanio y discos intervertebrales artificiales, la posibilidad de respuesta nerviosa en las extremidades inferiores en las primeras 72 horas es de 40 a 60%.

Documento firmado por:
Dr. Rodrigo Ignacio Hidalgo Paredes
Dr. Felipe Nicolás Echeverría Salvatierra.

Informe autorizado por el ministerio de salud y la presidenta de la República de Niribia, Katrina Michelle Santelices Salgado"

—Faltan tres firmas —le comento mientras le entrego el informe.

—Así es —Felipe guarda el papel en su bolsillo—, la del jefe de clínica, la del tercer cirujano que estará en el equipo y la de la persona que fabricará las prótesis.

—Vaya —intento ocultar mi sorpresa por la noticia—, ¿Y Antonia lo sabe?

—Ese es el punto. Tú la conoces mejor que nadie. Ella se encuentra muy inestable emocionalmente, y sé que si le suelto esta noticia de sopetón, probablemente entre en pánico.

—Yo no sé siquiera si Antonia sea apta para la operación, si me permites decir —le digo de inmediato—. Como tú mismo has dicho, Antonia no se encuentra con una salud mental estable, y no estoy segura de que físicamente esté en condiciones de soportar una operación de ese calibre.

—Si hubiese algún factor que comprometiera el resultado de la cirugía, el escáner lo habría detectado de inmediato —Felipe intenta tranquilizarme—. Mira, estoy hablando contigo primero porque estás a cargo de Antonia y me interesa que ella esté bien y pueda rehacer su vida después de lo que pasó. Niribia no necesita una mártir, Júpiter. No quiero que Antonia se sienta como la víctima de la operación y víctima de Echeverría, porque ella es de todo menos eso, ¿Entiendes? Ella es una heroína, y mi prioridad es que ella pueda tomar las riendas de su vida cuanto antes.

Me quedo embobada observando a Felipe hablar. Tiene un sentido de la justicia y una determinación envidiables. A ratos me recuerda a Max, y se me llenan los ojos de lágrimas.

—Estamos buscando exactamente lo mismo, Júpiter —sigue hablando como si no se diera cuenta de las emociones que me embargan—, ambos buscamos que Antonia esté lo mejor posible, y esta es la forma que veo viable para lograrlo.

Me quedo muda, sin poder decir una sola palabra. Estoy completamente de acuerdo con lo que me está diciendo, con cada una de sus palabras, y puede que Felipe ni siquiera dimensione lo mucho que se parece a su hermano Max.

—¿Júpiter, estás bien? —me pregunta con preocupación.

—Sí, cariño, no te preocupes —le digo con una sonrisa.

Un par de lágrimas traicioneras asoman por mis mejillas. Felipe hace amago de acercar su mano a mi cara para limpiarlas, pero se detiene al ver que no reacciono. En lugar de ello, me pasa una servilleta y seco mis lágrimas con ella.

—¿Qué pasa, Júpiter? —insiste.

—Es que... Sé que puede ser extraño para ti, pero... Demonios, sí que te pareces a tu hermano.

Felipe se sonroja y me mira. Esta vez es él a quien se le llenan los ojos de lágrimas.

—¿D-de verdad? —murmura con la voz rota.

—Por supuesto que sí, Felipe —le digo con voz tierna—. Oírte hablar a ti fue como escuchar hablar a Max.

—No sabes todo lo que significa para mí lo que acabas de decir, Júpiter, de verdad —susurra Felipe intentando ocultar sus lágrimas.

Le paso la misma servilleta que él me entregó para que limpie sus lágrimas y me mira, claramente conmocionado.

—Gracias, Júpiter —insiste.

—Dime Jú, cariño —le digo con voz tierna—, dime Jú.

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