XLIII
Felipe
Cierro los ojos y trato de quedarme dormido, pero me resulta imposible. El resultado de la autopsia de Júpiter me tiene intranquilo. Me doy varias vueltas en la cama, pero no concilio el sueño. ¿Kat les habrá avisado que ya está listo el trámite? Tengo que estar seguro, ¿Qué pasa si se le pasó? Tomo el celular y le escribo de inmediato un mensaje
—¿Le avisaste a las chicas que mañana las iremos a buscar a primera hora para ir a la clínica? —le envío a Katrina solo para asegurarme.
—Ya lo hice, tranquilízate de una vez, ¿Quieres? —me responde a los pocos segundos.
—¿A quién se lo enviaste? El mensaje, quiero decir —le escribo.
Me temo que, si le decimos esto a Bely de buenas a primeras, podría no tomárselo tan bien.
—A Gaby. Dijo que ella se encargaría de decirle al resto para que estén preparadas.
—Perfecto —tecleo para terminar la conversación y acomodarme en la cama.
—¿No puedes dormir? —me envía luego de un par de minutos.
—¿Tanto se me nota? —le envío avergonzado.
—Yo tampoco puedo hacerlo, ¿Quieres que vaya a tu casa para...?
—Kat, ¿Estás segura que quieres tomar el auto y conducir en medio de la noche hasta aquí? No creo que sea una buena idea en lo absoluto, si se me permite opinar.
—Ya lo hice.
Frunzo el ceño en el momento exacto que siento el toque de la puerta. ¿Esa es Kat? ¿Cómo hizo para abrir el portón sin que yo me diera cuenta? Me levanto de la cama de un salto, bajo la escalera y abro la puerta. Katrina me mira sonriendo al verme en pijama.
—Linda pijama —me dice conteniendo una risa.
—Comprenderás que no esperaba que vinieras aquí —le sonrío de vuelta.
—¿Me invitas a pasar?
—¡Claro! ¡Mierda, qué tonto soy! —le digo y me aparto para dejarla entrar.
—¿Felipe Echeverría Salvatierra ha dicho "mierda"? —comenta en tono divertido al pasar junto a mí.
—Vamos, Kat, nunca he sido puritano en ese sentido —cierro la puerta y la sigo hasta la barra de la cocina, casi ofendido—. Me sorprende tu comentario.
Katrina se ríe y me queda mirando un par de segundos con diversión.
—Dijiste que cocinabas, ¿Verdad, Felipe? —Kat me cambia el tema mientras se sienta en la barra.
—Pues... Sí —le respondo.
—¿Sabes hacer lasaña? —me pregunta.
—Pues... Creo saber —respondo a su pregunta con el ceño fruncido.
—Sorpréndeme —me incita con una sonrisa—, tengo antojo de lasaña y algo me dice que eres el indicado para prepararla.
Por alguna razón, a los cinco minutos me veo sacando cosas del refrigerador para cocinar.
—Felipe, no hemos buscado al tercer cirujano —me dice con cara de preocupación al par de minutos.
—Mi portátil está en la barra. Ábrelo y busca en la base de datos con tus claves. No tiene contraseña —respondo sin mirarla.
—Bien.
Katrina abre la laptop, mientras yo corto los vegetales para saltearlos y hacer el relleno de la lasaña.
—¿Qué tal César Infante? —me pregunta sin despegar la vista de la pantalla— Tiene varios diplomados en...
—Fue expulsado del colegio de médicos por conductas antiéticas contra los pacientes.
—¿Me estás jodiendo? —frunce el ceño con indignación— ¿Y por qué demonios sigue en la base de datos de profesionales autorizados por el ministerio? ¡Es una locura!
—Ese es el problema de la base —comento estando de acuerdo con su indignación—. La actualizan una vez al año, y la expulsión fue reciente. Hay que esperar al siguiente año para que deje de aparecer.
—Por eso necesitaba que hiciéramos esto juntos. Tú sabes mucho más que yo, me imagino que estás más al día con estas cosas.
—Ajá —respondo mientras pongo los vegetales en una sartén—. La voz corre bastante rápido en el colegio de médicos, precisamente por esta razón.
—Debería proponer una reforma al sistema del ministerio de salud para que esto no siga sucediendo, de todas formas. Es peligroso para los mismos pacientes —comenta al viento.
Sonrío con su afán de arreglar el mundo cada vez que ve un problema. Miro de reojo a Katrina. Ella sigue examinando cirujanos en la computadora y yo saco las láminas de lasaña de la alacena para armarla en una budinera.
—¿Qué piensas de Raimundo Ortega?
—Yo no me confiaría de él. No estudió en Muria y no tiene estudios de postgrado.
—¿Y Francisco Galaz?
—Él es una opción —sonrío con nostalgia al escuchar su nombre—. Estudiamos juntos y le iba bastante bien, por lo que recuerdo. Por lo último que supe, acaba de terminar un diplomado en cirugía reconstructiva.
—¿Qué piensa Hidalgo de esto? Creo que sería buena idea que le preguntaras.
—Dejó la decisión en mis manos, dijo que trabajará con quien yo elija —le respondo, lo que hace que se sorprenda.
—Confía plenamente en ti, entonces —dice luego de unos segundos.
—Y creo que esa fue la única razón por la que accedió a hacer esta cirugía conmigo.
—Es un buen amigo —me mira y sonríe.
—Ciertamente lo es.
Termino de armar la lasaña, la meto en el horno y me quedo mirando a Katrina unos segundos con expectación.
—Le acabo de dejar un correo —me comenta—. ¡Crees que lo conteste mañana por la mañana?
—Sin falta, estoy seguro —respondo con una sonrisa.
—Perfecto.
—¿Quieres una copa de vino?
—Sería genial, muchas gracias.
Saco dos copas y una botella. Pongo la copa frente a Katrina y sirvo vino para ambos.
Me siento en la barra junto a ella, quién acerca la laptop para que quede en medio de los dos. Ambos bebemos de nuestras copas y, por el tiempo que la lasaña está en el horno, revisamos nombre por nombre de la base de datos.
—¿Cuántas opciones necesitas para esto? —pregunto al bajar del taburete para ir por la lasaña.
—Mínimo tres, en caso de que alguno rechace participar en la cirugía.
Saco la lasaña del horno, y sirvo una porción para ella y una para mí.
—Eso se ve maravilloso, Felipe —dice Kat cuando pongo el plato frente a ella.
—Espero que sepa igual —comento en respuesta.
—No seas tan modesto —sonríe cuando la prueba—, cocinas de maravilla.
Probamos un par de bocados y seguimos buscando cirujanos al mismo tiempo.
Una vez que encontramos las tres opciones que necesitamos y ella envía los correos pertinentes, Katrina cierra la laptop y nos concentramos en comer.
—Gracias por ayudarme con todo esto, ya sabes... Lo de la cirugía —le digo con una sonrisa.
—Gracias a ti por ayudarme a hacer posible el cambio de vida de Antonia, cariño. Sé que no querías que interviniera demasiado, pero creo que no podía ser de otra forma.
—Me alegra que estemos unidos para mejorar la vida de Antonia y el resto de las chicas—complemento.
Karina sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Acude a su copa de vino y bebe un par de sorbos. Por unos cuantos segundos, mi mirada se pierde en un punto por detrás de ella.
—¿Qué ocurre? —me pregunta con el ceño fruncido.
—N-nada —esta vez me concentro en ella y en su cara de confusión.
Bebo un nuevo sorbo de la copa y observo detenidamente su cara. Las leves arrugas en su ceño, la expresión de sus ojos y, por un momento, nos recuerdo en aquella cafetería con diecisiete años y sonrío. Me alegra haber forjado una amistad tan buena con una mujer tan fuerte, la admiro por todo lo que ha tenido que pasar y por todo lo que ha logrado hasta ahora.
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