XLII

Bely

Cierro la puerta del cuarto de Júpiter con pestillo y vuelvo a lanzarme a su cama. Presto atención a los ruidos provenientes del comedor; las chicas no han vuelto a cruzar palabra, lo que me tranquiliza, porque ya era hora de que cerraran la maldita boca.

La almohada aún tiene el olor de Júpiter, y cierro los ojos para concentrarme en ella, en su presencia, en lo que sea que me permita mantener su recuerdo conmigo.

Casi puedo imaginármela levantándose de la cama, buscando en el armario una toalla, alguna camiseta sencilla con una falda plisada corta de esas que le gustaban tanto, y saliendo de su cuarto para ir a la ducha.

Me recuerdo a mí misma levantándome detrás de ella, siguiéndola sin que se diera cuenta y terminar duchándonos juntas en medio de risas y coqueteos. Puedo traer a mi mente el olor del shampoo impregnado en su cabello, la forma graciosa en la que la espuma del jabón se posaba en su cara formando una especie de bigote, y lo precioso que era su cuerpo ante mis ojos, a pesar de lo mucho que se acomplejaba de él por las cicatrices que le quedaron de la salida de la cárcel.

"—¿Por qué me miras así? —me preguntó evidentemente sonrojada.

—¿Es que acaso no puedo? —le pregunté de vuelta acariciando su mejilla.

—M-me... —empezó a decir como si estuviera confesándome algo.

—¿Qué, cariño? —le pregunté.

—M-me... Avergüenza... Ya sabes... Que me veas así.

Fruncí el ceño y la miré fijamente. Sin decirle una palabra, cerré la llave del agua y la tomé de la mano para que saliéramos juntas de la ducha. La puse frente al espejo y, al verse frente a él, su mirada se tornó triste.

¿Qué es lo que te avergüenza de tu cuerpo? —murmuré en su oído con la voz más dulce que pude.

—N-no me gusta esto —me respondió señalando una cicatriz en su muslo.

Me acerqué a ella por detrás y puse una de mis manos en su cicatriz. Ante mi toque, se estremeció.

—¿Qué más no te gusta? —insistí.

—T-tampoco me gusta esta cicatriz aquí —señaló unas puntadas en su vientre, las cuales toqué con mi otra mano.

—Pues a mí me encantan —le dije mordiendo con suavidad el lóbulo de su oreja.

—Estás... Estás loca —me respondió con un hilo de voz, ante lo cual reí.

—Eres la mujer más hermosa que he visto, cariño, y unas cuantas cicatrices no van a cambiar eso —le dije con honestidad.

—Bely... —susurró con ternura.

—Di mi nombre otra vez —incité poniendo mis manos en sus pechos.

—B-bely... —susurró cerrando los ojos y entregándose a mi caricia— Antonia nos puede escuchar.

—Antonia está dormida, corazón —le respondí."

Y me la llevé a la cama esa mañana, y me di el tiempo de besar cada una de las cicatrices que me dijo que no le gustaban, hice todo lo posible para que se reconciliara con su cuerpo y estuviera orgullosa de él, de esas cicatrices que la hacían aún más perfecta, pero siempre habían días en los que yo despertaba sin que ella se diera cuenta y la descubría odiándose una y otra vez por las marcas que tenía en el cuerpo.

Si tan solo la hubiera acompañado al psicólogo de Antonia, o si la hubiera llevado en el auto, nada de esta mierda habría pasado y podría seguir empeñándome en que Júpiter se viera a sí misma tal y como yo lo hacía...

Solo tendríamos que enfocarnos en Antonia, en nosotras, en salir adelante juntas... Pero se ha ido... Un maldito bastardo me la ha arrebatado de las manos de la forma más cruel que se le ocurrió, la destruyó de la forma más cobarde posible. Casi puedo imaginar todo lo que le hicieron mientras estuvo secuestrada, y aborrezco profundamente la idea. Intento quitar esos pensamientos oscuros de mi mente, pero no lo consigo.

Ese maldito bastardo tiene que pagar por lo que ha hecho, y no hay condena en el sistema de justicia que pueda compensar todo el daño que provocó, y no hay cárcel que pueda frenarlo de hacerle daño a Antonia o a cualquiera del equipo.

Los ojos me empiezan a arder, y no quiero acabar llorando como una estúpida. Me levanto de la cama y saco una cajetilla de cigarrillos de mi cartera, haciéndome recordar con una sonrisa lo mucho que odiaba Júpiter que hiciera eso.

"—Deberías dejar esa mierda —me dijo cuando me descubrió la primera vez en el patio trasero.

Me limité a darle una nueva calada al cigarro en respuesta.

—Bely... No destruimos la dictadura de Echeverría para joderte la vida con esa mierda.

—No —le respondí con una sonrisa—, la destruimos para tener la libertad de hacer lo que quisiéramos sin pensar en que sea ilegal. Y, en uso de mi libertad, elijo fumarme este cigarro, lo que es totalmente legal.

Júpiter puso los ojos en blanco y me quitó la cajetilla de las manos.

—Bien —me respondió sacando un cigarro—, en uso de mi libertad, elijo fumarme este cigarro, lo que también resulta ser totalmente legal.

—¿Ah, sí? Quiero ver que lo fumes por completo —la desafié—. Si lo haces, no volveré a fumar.

—Y si no, ¿Qué harás? —me preguntó con tono desafiante.

—Haré que te arrepientas toda la noche de haber sacado ese cigarro de la cajetilla —di dos pasos hacia ella.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —me preguntó con voz curiosa esta vez.

Me reí y me acerqué a su oído.

—Te haré gemir mi nombre toda la maldita noche sin descanso —le susurré.

Júpiter jadeó, se alejó de mí y encendió el cigarro. Tosió como una novata, me burlé de ella, pero no se detuvo hasta que, ante mis ojos, se fumó todo el cigarrillo, dejándome con la boca abierta.

Cuando lo terminó, lo apagó, tiró la colilla en el basurero y se acercó a mí como creyéndose la dueña del mundo por haber logrado fumar un cigarrillo sin morir en el intento, lo que me hizo reír a carcajadas.

—Ahora tú dejarás de fumar para siempre, Bely —murmuró en mi oído con voz triunfante—, y serás tú quien tenga que gemir mi nombre toda la maldita noche sin descanso.

Esa noche la besé, y el olor a tabaco en su boca me hizo besarla con más ahínco. La levanté en mis brazos, me la llevé a la cama con ella riendo y dejé que ella tomara las riendas. Efectivamente, terminé gimiendo su nombre toda la noche."

¿Cuánto dura un "para siempre"? Puede durar un segundo, puede durar meses, años... O una vida.

Mi "para siempre" sin fumar duró tres meses, nuestro "para siempre" duró cerca de dos años, pero mi "para siempre" sin ella, durará toda una vida.

Saco un cigarrillo de la cajetilla, abro la ventana y lo enciendo, para luego darle una larga calada. Dejo salir el humo de mi boca en cuanto siento que me raspa la garganta. Si Júpiter me estuviera viendo, se enfurecería y me apagaría el cigarro en la lengua si fuera necesario.

Pero no me estás viendo, amor... No estás aquí para detenerme, y como quisiera que no te hubieras ido jamás.

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