Felipe
Pienso un par de segundos si ir de inmediato a la clínica o no, pero finalmente me decido y acelero el auto como alma que lleva el diablo. En el camino me llega una llamada de Rodrigo.
—¿Hola? —digo al contestar, cuidándome de poner el celular en altavoz.
—Sabes que odio con la vida que contestes el celular cuando estás conduciendo —me reprende Rodrigo.
¿Cómo demonios sabe que estoy conduciendo? Maldito brujo de cuarta.
—¿Qué ocurre? —pregunto evadiendo su reproche.
—¿Vienes a la clínica hoy? —me pregunta de vuelta haciéndose el tonto.
—Sí.
—Bien, entonces te veo aquí, tengo que decirte algo importante.
—Bien.
Corto la llamada y acelero aún más. ¿Qué tanto tiene que decirme? Llego a la clínica en veinte minutos. Estaciono y corro hasta la sala de escáner como si se me estuviera muriendo un paciente. Rodrigo me da un apretón de manos como bienvenida.
—No pensé que llegarías tan rápido, ¿Había tráfico? —sonríe Rodrigo.
—Como sea, ¿Qué tenías que decirme? —le pregunto sin preámbulos.
—Son los exámenes de Antonia... Ya los he revisado más a fondo —me dice con los exámenes en las manos.
—¿Qué ocurre con ellos? —pregunto intentando pensar que el diagnóstico es positivo.
—Creo que la lesión que tiene en la zona lumbar no tiene cura, Felipe. Su médula estuvo seriamente comprometida con esa herida de bala, y hay fragmentos de hueso que mantienen la médula comprimida. Si los movemos, podríamos afectarla aún más, y podría terminar con tetraplejia.
Reviso los exámenes intentando corroborar lo que dice Rodrigo. Veo aún unos fragmentos de vértebra que comprimen la médula espinal, pero pueden quitarse y reemplazar las vértebras faltantes por prótesis de titanio, estoy casi seguro que conozco a alguien que puede fabricar esas vértebras. El diagnóstico no se ve tan terrible, después de todo, me esperaba que la médula no sirviera o estuviera seriamente dañada, pero solo está comprimida.
—No... Me lleva el diablo... —reclama Rodrigo cuando me mira— Felipe, sé exactamente lo que estás pensando, y me niego rotundamente a ayudarte en algo así.
Miro a Rodrigo a los ojos. Está furioso, se le nota a leguas. No está para nada contento con la idea de que me aventure a intentar lo que cree que voy a intentar.
—No va a volver a caminar, Felipe —me dice—, te lo digo desde ya, es un caso perdido por donde lo mires. No hay forma de que vuelva a mover las piernas. Abandona esa idea estúpida que tienes en la cabeza de una vez, ni siquiera te hagas ilusiones al respecto.
—Puede hacerlo, estoy más que seguro —le respondo—, con unas vértebras fabricadas de titanio, podría perfectamente...
—Felipe —me interrumpe de inmediato—, ¿Sí entiendes que no estamos hablando de un conejillo de indias? Es una persona, maldita sea, puede quedar tetrapléjica si metes las manos allí y te equivocas por un milímetro.
—Rodrigo... Vamos... Sabes que podemos hacerlo —murmuro intentando conseguir su apoyo.
—No —niega rotundamente.
—¡Podríamos cambiar su vida por completo, Rodrigo! —le grito con desesperación— Imagínatelo por un segundo, maldita sea. La lesión aún es reciente, podemos hacer algo todavía, podemos cambiarle la vida a Antonia, por favor... Dio todo por nuestra nación.
—Entiendo su sacrificio perfectamente, Felipe, no creas que no lo sé —me responde—, pero insisto, no es un conejillo de indias, y las repercusiones de un error en plena cirugía son demasiado altas para la probabilidad que tiene de que la operación sea un éxito.
—¿Acaso no entiendes que es por esta razón que entré a la facultad de Medicina, Rodrigo? —le cuestiono— ¿Por qué razón entraste tú?
—No entré para tomar decisiones estúpidas e irracionales sobre la vida de las personas que tengo que salvar, Felipe —me recrimina en tono de reproche—. Antonia está viva de milagro, porque con la lesión que tenía, debería haber muerto. Sí lo entiendes, ¿Verdad?
—Sí, y también entiendo que hay posibilidades de que vuelva a caminar. Hay posibilidades de que, con vértebras de titanio y sacando los fragmentos de hueso de la médula, ella pueda volver a tener una vida normal, y es justo eso lo que ella quiere, ¿No crees que es injusto que le neguemos esa oportunidad?
—No digo que no quiera hacerlo, solo digo que las posibilidades son demasiado escasas, y si mueves los fragmentos de hueso un milímetro hacia donde no deberías, se acabó, la tetraplejia será inminente. No puede temblar tu mano en ningún momento, ¿Es que acaso no entiendes los riesgos de lo que estás planteando? Hay posibilidades muy remotas de que vuelva a caminar.
—Es mi especialidad y lo sabes, Rodrigo —le rebato.
—Tú recuerdas perfectamente lo que pasó la última vez que tuviste esos delirios de arrogancia, Felipe. No me hagas mencionarlo —me dice casi como si fuera una serpiente escupiendo veneno.
Bajo la cabeza de inmediato. Por supuesto que lo recuerdo. Una cirugía similar hace unos tres años. La paciente tuvo un paro cardio-respiratorio en medio de la cirugía y no logró sobrevivir. Estaba a punto de lograrlo, pero su cuerpo no dio más y no pude salvarla.
—Sabes que no fue mi culpa, Rodrigo —murmuro entre dientes.
—¿Y qué te hace pensar que ahora sí lo vas a lograr? ¿Qué te hace pensar que eres un todopoderoso que podría hacer caminar a esa chica? —me pica casi a propósito.
—Que ella es una luchadora—levanto la mirada y lo enfrento—. Dijiste que estaba viva de milagro, ¿No? ¿Qué te detiene de pensar que el que vuelva a caminar no sea un milagro? Hay que intentarlo.
Me observa evaluadoramente. Él vuelve a revisar los exámenes de Antonia, frunce el ceño, murmura cosas incomprensibles entre dientes y luego vuelve a mirarme.
—¿Estás seguro de que puedes lograrlo, Felipe? —me pregunta con temor.
—Quiero hacer todo lo posible para devolverle su autonomía. No puedo decirte que estoy cien por ciento seguro de lograrlo, pero sí creo que podemos cambiarle la vida a esa niña, y si está en mis manos el hacer algo para que mejore, lo haré sin pensarlo.
—Entonces... —murmura con indecisión— No puedo creer que esté diciendo esto, pero... Bien, te apoyaré con la cirugía.
—¿Serás parte del equipo de cirujanos? —le pregunto notoriamente emocionado.
—Sí, Felipe. Sabes que contigo hasta el final, pero no me abraces ni te pongas cursi, antes que me arrepienta. Hay que hablar con alguien confiable que pueda hacer las prótesis. No puedes confiarte de cualquier imbécil para algo así.
—Y hay que convencer a Antonia de operarse —comento, intentando que pase desapercibido.
—¿Es una maldita broma? ¿No tiene idea de lo que quieres hacer? ¡Se supone que es a ella a quien vas a operar! —me reprocha.
—Es que... —me rasco la cabeza— en primer lugar, tenía que ver cómo iban a salir los exámenes. En segundo lugar, el grupo la protege mucho, tengo que hablar con Júpiter, que es quien la cuida, y consultar la opinión del resto, también.
—Vaya... —murmura.
—Pero voy a lograrlo, iré a hablar con el doctor Maldonado, él puede ayudarnos, su hermano fabrica prótesis, según lo último que sé.
—Espero que tengas suerte con eso, porque no estoy seguro de que vea siquiera como viable la fabricación de esas vértebras.
—Bien, tengo que intentarlo. Hasta entonces no hay certeza de que lo vea como inviable.
—Considérate exitoso si no te manda con un neurólogo para verificar que todo en tu pequeño cerebro está funcionando —me dice en tono de broma.
—Imbécil —le sonrío.
—Sabes perfectamente que es cierto —me dice
—Tengo que irme —anuncio.
—¿Tan pronto? —me pregunta.
—Sí, tengo que hacer.
—Bien —dice con tono neutral—, que te vaya bien, sea lo que sea que tengas que hacer.
—Gracias.
Salgo de la clínica, algo más esperanzado. Mi plan no es tan descabellado como pensaba. Subo al auto y tomo una nota mental de comprar un aromatizante para que se vaya el olor a mi padre. Conduzco hasta el cementerio y estaciono. Bajo del auto y el viento me recibe. Veo el mausoleo a la distancia y empiezo a sentirme abrumado. Camino entre las tumbas con cierta indecisión hasta llegar a la reja. Entro al mausoleo, y casi como si fuera alguna especie de déjà vu, la veo, en el mismo lugar, en la misma posición, frente a la misma tumba. Pienso en decirle lo que estoy pensando, pero ninguna palabra sale de mi boca.
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