XII

Júpiter

—Jú, tienes que entender que no puedes ir por la vida haciéndole ese tipo de escándalos a Antonia —me reprende Bely sin apartar la vista del camino.

—Estaba preocupada, Bel, ¿Acaso es un crimen?—frunzo el ceño mientras ella sigue conduciendo.

—Amor, el problema no es ese—me dice—, el problema es que la estás asfixiando. 

—Se supone que para eso es el psicólogo, ¿No?—rebato.

—¿Sabes qué? No importa, el psicólogo te lo dirá mejor que yo —me dice sin más.

Me limito a mirar por la ventana para no armar otra pelea innecesaria entre nosotras. Al cabo de unos diez minutos, llegamos a la clínica psicológica en la que me atiendo. Bajo del auto sin esperar a Bely, voy al mesón a hablar con la chica de servicio al cliente y, luego de darme el comprobante de atención, me piden que vaya a la sala de espera. Me siento en un sofá y espero a que llegue mi turno. Bely llega junto a mí y se sienta sin decir una sola palabra, pero toma mi mano y la aprieta con suavidad.

—Te amo, Jú—me susurra en el oído.

—Y yo a ti, Bel—murmuro de vuelta—. Perdóname.

—No, perdóname tú a mí, prometí que iba a ayudarte—susurra mirándome a los ojos de forma intensa.

Por un segundo pienso en que estamos a punto de besarnos y hay demasiada gente cerca que probablemente no esté cómoda con la idea. Bely capta mi indecisión y se aleja, notoriamente triste. Intento decir algo para excusarme, pero mi psicólogo sale por la puerta de una sala.

—¿Júpiter Hernández?—pregunta el psicólogo.

—Yo —respondo levantándome del sofá.

Camino hacia adentro y me siento en una de las sillas, mientras que el psicólogo se siente frente a mí, con el cuaderno y el lápiz en la mano.

—¿Cómo has estado? No te veo hace un tiempo por aquí—me dice. 

—He tenido unos cuantos... problemas para venir. No he tenido mucho tiempo —murmuro casi entre dientes.

—¿Cómo te ha ido?—me dice con tono amigable, sin reprochar mi largo tiempo de ausencia.

—Pues... no me puedo quejar, supongo... Antonia está bien, dentro de lo que puede, y eso me tiene tranquila. Ha tenido unas cuantas crisis, pero creo que aún todo está muy reciente, así que intento ir despacio con eso.

—¿Has dejado que la cuide alguien más?—me pregunta con el lápiz en la mano.

—N-no... Tal vez un par de veces, pero cosas muy puntuales  —digo con vergüenza.

—¿Por qué?

—Porque creo que solo yo puedo cuidarla bien, soy la que mejor conoce a Antonia, y... pues...

—¿Por qué sientes eso?

—Ella vive en mi casa, y he adaptado todo especialmente para ella, para que pueda moverse con toda la autonomía que me es posible darle en este momento.

—¿Y si alguien va a tu casa a cuidarla para que tú salgas y te despejes un rato? Debe ser agotador estar pendiente de ella todo el tiempo.

—Lo es—admito—, pero no se lo digo a ella o a alguna de las chicas. Es una carga que tengo que manejar yo sola.

—¿Por qué no, si son amigas y se supone que están para apoyarse las unas a las otras?

—Porque creo que ellas no tienen por qué saber sobre eso. Yo asumí el compromiso de cuidarla por mi cuenta.

—¿Crees que Antonia no pueda entender que estés cansada y necesites distracción?—me pregunta de forma directa.

—No quise decir eso—me excuso.

—¿Entonces?

—Creo que ella podría sentirse culpable por dedicar tanto tiempo para que ella esté bien.

—¿Le has preguntado cómo se siente con que tú la cuides?

—N-no—susurro bajando la mirada—... No lo he hecho.

—¿Por qué?—pregunta mirándome a los ojos.

—Porque seguro me diría que deje de preocuparme tanto y que salga con Bely a alguna parte.

—¿Y eso es malo? ¿No se supone que una amiga querría lo mejor para la otra?

—En parte sí es malo, porque quiero estar pendiente de ella en todo momento.

—¿Por qué crees que sientes ese afán de estar siempre pendiente, Júpiter?

—Ella hizo mucho por mí cuando estábamos en la cárcel, y... —murmuro con la voz rota— ahora no puede caminar... se sacrificó por nosotras, y creo que es justo que la cuidemos, sobre todo en el estado en el que está.

—¿Sientes la necesidad de retribuir su sacrificio?—pregunta, y siento que da exacto en el clavo.

—Sí, es exactamente eso—sonrío como si hubiera descubierto América.   

—Quien la está cuidando actualmente eres tú, ¿Sientes que otra chica del grupo podría cuidarla tan bien como tú?—me pregunta.

—No.—digo rotundamente.

—¿Por qué?—frunce el ceño.

—Porque no la conocen tan bien, no son tan cercanas a ella como lo soy yo.

—¿Y si les enseñaras a cuidar de Antonia? ¿Crees que entonces ellas podrían cuidarla para que tú puedas salir a distraerte?

—Seguro cometerían algún error.

—¿Y tú no cometes errores?

—No quería decir eso... —murmuro moviendo las manos nerviosamente— Quise decir que... No sé cómo explicarlo...

Me quedo callada un segundo y el psicólogo me mira atentamente, lo que me pone más nerviosa. No encuentro las palabras para expresar lo que quiero decir sin sonar como un monstruo.

—Quiero decir que... como la conozco mejor... demonios, eso también suena mal—refunfuño.

—Adelante, dilo como lo sientas. Sabes que no voy a juzgarte.

—Es que me cuesta explicarlo en palabras, pero creo que va por el hecho que, como ya llevo tres meses a cargo de su cuidado, y ya estoy acostumbrada a todo lo que ella necesita, enseñarle a otra de las chicas para que me ayude sería un problema, porque habría que partir de cero.

—¿Y con quién está Antonia ahora?

—Con Gaby—le digo.

—¿Y por qué le cediste el cuidado a Gaby y no a otra de las chicas?

—Porque era la única que podía, y solo es por un rato. 

—Mira, Júpiter. Tienes un instinto protector muy desarrollado, lo cual es muy positivo, y creo que delegar tus labores de cuidado sería aún mejor para ti, porque... Antonia se sacrificó por todas, y es justo que todas asuman su cuidado, no solo tú, ¿Entiendes?

—Bueno, ammm...  —balbuceo.

—Escucha. Nadie te dice que la dejes tirada, pero sí delegar ciertas funciones de vez en cuando, para que todas tengan oportunidad de cuidarla, ¿Sí? Inténtalo.

—Se quedó una noche afuera—confieso.

—¿Ah, sí? Cuéntame sobre eso, ¿Con quién se quedó?

—Se quedó en casa de un cirujano que era hermano del soldado de Echeverría que...

—¿Hablas de Max Echeverría? ¿El hijo del ex presidente?

—Ese mismo.

—No sabía que tenía un hermano.

—Nosotras tampoco, y pues... Felipe se la llevó para practicarle unos exámenes, pero se les hizo tarde y pasaron la noche fuera.

—¿Y cómo te sentiste con eso?

—Muy abrumada, sentía esa necesidad de llamarla cada cinco minutos.

—¿Y la llamaste cada cinco minutos?

—No.

—¿Por qué?

—Bely me ayudó a distraerme del asunto...—confieso ruborizada. 

—¿Cómo va tu relación con Bely?

—Bien, supongo... Igual se ha desgastado un tanto porque paso pendiente de Antonia demasiado tiempo.

—¿Ella te entiende?—me pregunta tomando apuntes.

—Todo lo que puede. Lo hemos hablado apenas ayer, y prometió que me ayudaría... Y es por eso que estoy reanudando las terapias.

—Me parece muy positivo, has dado un buen paso adelante, Júpiter. ¿Cómo va tu horario de sueño?

—Sigo teniendo pesadillas y despertando en medio de la noche.

—¿Estás tomando tus medicamentos?

—Sí, estoy tomando la pastilla de melatonina que me recetó y la fluoxetina para el día.

—Tranquila, las terapias y los medicamentos no funcionan de inmediato, date tiempo y ten paciencia, ¿Sí?

Asiento con la cabeza en respuesta.

Hablamos de otros temas relacionados a Antonia, mis problemas para ceder el control de sus cuidados, mi miedo a las represalias en relación al golpe de estado, mi afán por retribuir el sacrificio de Antonia, entre otras cosas. Me cita para la semana siguiente, me despido y salgo a la sala de espera. Bely se levanta y me recibe en sus brazos.

—¿Todo bien, amor?—me pregunta.

—Todo bien, amor—le respondo. 

  

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