VIII

Antonia

—¿Y qué dijiste que ibas a hacerme? —comento intentando sonar despreocupada.

—Bien —dice Felipe sin soltar el volante—, te llevaré a una clínica para hacerte un escáner completo.

—¿Y eso como para qué o qué? —le pregunto sin ocultar mi temor.

—Para confirmar el diagnóstico que aparece en la historia clínica que tienes —responde con voz neutral.

—¿Es que acaso no es suficiente el hecho que no puedo mover el cuerpo de la cintura para abajo? —le rebato.

—Antonia, ¿Puedes dejar de ser tan escéptica? —me dice con un tono de voz extraño— En el peor de los casos, se confirma lo que está en la historia clínica y listo.

—¿Para qué quieres hacerme otra prueba? —insisto.

—Quiero consultar el punto de vista de unos amigos del seminario, pero necesito que tengas paciencia.

—Bien —pongo los ojos en blanco.

—Te acabo de ver por el retrovisor, señorita —me dice con una sonrisa.

Opto por guardar silencio hasta que llegamos a la dichosa clínica. Felipe saca mi silla del maletero y me sienta en ella. Entramos a la clínica y el olor a limpio es impresionante. Observo el pasillo a medida que avanzamos y veo gente de todas las edades en sus camas de hospital leyendo el periódico o comiendo. Me acuerdo inmediatamente de la semana que tuve que estar en observación desde que desperté, en la que las chicas no dejaban de visitarme, lo que me hacía sentir acompañada, pero cuando terminaba el horario de visitas era lo difícil, porque estaba sola, no había distracciones y me sentía obligada a pedir ayuda para todo, lo que me enfermaba bastante.

—¡Qué hay, Felipe! —una voz de hombre me saca de mis pensamientos.

—Hola, Rodrigo. Te presento a Antonia Moya —dice Felipe.

—¿Acaso es una broma? ¡¿Ella es la líder del grupo que destruyó a Echeverría?! —dice con mucha emoción.

—La misma —responde Felipe.

—Oh, dios mío, es un gran placer conocerte —Rodrigo extiende su mano frente a mí y nos damos un apretón.

Me limito a sonreír con incomodidad. A veces olvido que, con todas las entrevistas que me ha tocado dar, es casi imposible que las personas no me reconozcan como "la chica mártir que lideró la operación que acabó con el gobierno de Maximiliano Echeverría"

—¿Qué necesitas que hagamos? —pregunta Rodrigo.

—Necesito que le practiquemos un escáner.

—Tus deseos son órdenes, la máquina está preparada. La chica está en ayunas, ¿Verdad?

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —me pregunta Felipe.

—Creo que hace 8 horas.

—Estamos en un buen tiempo, tenemos que empezar de una vez.

Felipe me lleva hasta un cuarto con muchas máquinas. Allí hay al menos unos cinco hombres en bata blanca y una mujer de espaldas a mí.

—Katrina, ¡Viniste! —exclama Felipe.

¿Acaso es...?

La mujer se voltea y corroboro mis sospechas, se trata de Katrina Santelices, la presidenta de la república en persona. ¿Qué hace aquí?

—Por supuesto que sí, no pensaba ni de coña perderme esto, ¿Cómo has estado Antonia? Ha pasado un tiempo desde la última vez que te vi.

Me quedo muda por un segundo y atino a mirar a Felipe, quien me sonríe.

—Creo que son muchas cosas que procesar ahora mismo, ¿Qué te parece si practicamos el escáner?

Asiento con la cabeza, porque todo lo que quiero es salir de esa situación tan incómoda. Recuerdo la última vez que vi a Katrina Santelices como si hubiese sido ayer. Felipe me recuesta en la camilla y programa la máquina. Me da instrucciones de que me quede muy quieta hasta que él me diga. La máquina empieza a funcionar y mi mente se pone a divagar en la última vez que vi a Katrina Santelices.

Apenas se enteraron de que desperté comenzó el revuelo, y solo se intensificó cuando salí de la clínica. Mi celular y el de las chicas se saturó con todas las llamadas recibidas. Nos llamaron un par de días después para ir a la ceremonia que Katrina haría en nuestro honor en el palacio de gobierno; yo no quería ir aún, pero las chicas me convencieron de ir, que solo sería una vez. Llegamos a aquella ceremonia, y Katrina nos dedicó unas palabras, que nos hicieron llorar a todas. Declaró que no nos tendríamos que preocupar de absolutamente nada, que le podíamos pedir lo que fuera, porque estaría eternamente agradecida con nosotras. Júpiter pidió protección, en caso de posibles represalias en nuestra contra, Bely pidió una casa para cada una, Valito preguntó si era posible que entráramos a la universidad, Cam pidió un auto para cada una, Gaby pidió que pudiéramos tener acceso a trabajo, Paloma también pidió tener acceso a cursos de conducción, Isi preguntó qué iba a pasar con los delitos que cometimos, Sara pidió un mausoleo para velar a los padres de todas nosotras, los cuales murieron luego del golpe y Clarita pidió acceso a terapia psicológica para digerir y procesar todo lo que pasó. Me preguntaron qué era lo que yo quería y no fui capaz de pronunciar una sola palabra, ¿Qué podía pedir yo? No podía estudiar medicina, no quería quedarme sola, no podía siquiera pensar en la posibilidad de volver a caminar, estaba abrumada.

Yo me encargaré de ella —dijo Júpiter— Vivirá conmigo hasta que se reponga de todo esto. Quizá cuando se sienta mejor y logre pensar con claridad, podamos contactarla y decirle qué es lo que ella quiere.

Entiendo perfectamente —dijo Katrina—. Antonia, te tengo una especial admiración y aprecio. Sin ti nada de esto hubiera sido posible. Por favor, pídeme lo que quieras en cuanto te sientas lista, y yo me encargaré que sea un hecho. Sólo pidelo.

Luego de eso, nos entregaron medallas y recibimos los aplausos de mucha gente. En ese momento me sorprendió que estuviera tanta gente en contra del sistema, pero me alegré. Pasando los meses, las chicas hicieron sus cursos de conducción, les regalaron un auto y una casa a todas, nos otorgaron la amnistía en una nueva ceremonia, y...

—¡Antonia! —escucho la voz de Felipe.

—¿Eh? —le digo cuando vuelvo a la realidad.

—Ya hemos terminado con tu escáner —me dice recuperando su sonrisa—, ¿En qué estabas, pequeña?

—Solo pensando en algunas cosas —le digo.

Felipe me levanta y me pone de vuelta en la silla.

—¿Te molesta quedarte con Katrina un momento? Tengo que ir con los chicos a revisar esos exámenes.

—De acuerdo —le digo.

Felipe y los otros hombres desaparecen, quedando solo Katrina en el cuarto. Pone una silla frente a mí y se sienta.

—Ha pasado tiempo, ¿Has estado bien? —pregunta con una sonrisa.

—Todo lo bien que puedo estar desde una silla de ruedas —comento—. Júpiter y las chicas se han encargado de mí todos los días, no tengo nada que decir sobre eso.

—Mira, entiendo que sea complicado para ti —me responde—. Y junto a Felipe nos encargaremos personalmente de que puedas vivir tu vida de la mejor manera posible y con la máxima autonomía, ¿De acuerdo?

Asiento con la cabeza.

—Bien, pero, ¿Podemos hablar de otra cosa? Creo que le estamos poniendo demasiada atención a mi condición.

Se nos van un par de horas conversando sobre los pormenores de la nueva fundación del estado, cómo estaba gestionando Echeverría los recursos y la redacción de la nueva Constitución, la cual estaba siendo seguida muy de cerca por ella. Al par de horas llegan Felipe y su amigo con un sobre en la mano.

—¿Todo bien, pequeña? ¿Me extrañaste? —me pregunta con una sonrisa.

—Ni un poquito —le digo en tono neutral.

—Bien, creo que se nos ha hecho un poco tarde con la revisión de estos exámenes y me da un poco de miedo conducir de vuelta a casa de Júpiter de noche, no quiero que te pase nada malo.

—Vaya —murmuro.

—Creo que lo mejor es que te quedes en mi casa esta noche, queda a unos diez minutos de aquí. Te prometo que mañana por la mañana te iré a dejar a casa de Júpiter.

—Amm... —murmuro enarcando una ceja.

Esto me da mala espina, muy mala espina. Fue apenas anoche que le dije a Felipe que nuestro encuentro tenía que ser en casa de Júpiter, porque me da miedo estar sola con él, salvo que no dije eso último, ¿Qué dirá Júpiter cuando la llame y le diga que no llegaré a casa? No puedo irme sola con él.

—Si quieres puedo ir a dejarte de igual forma, o pagarte un taxi, no lo sé —me dice.

Luego lo pienso un poco mejor. Creo que lo mejor que puedo hacer es quedarme, ¿Qué pasa si él tiene acceso a otras cosas de Max?

—No pasa nada, llamaré a Júpiter —le digo tomando el teléfono del bolsillo de mi vestido.

—Te daré algo de privacidad —dice Felipe con una sonrisa.

Él se va de la habitación junto con Katrina y su amigo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top