LIV

Bely

—¿Estás segura de lo que quieres hacer, Bely? —me pregunta Felipe una vez que le entrego el celular.

Con lágrimas en los ojos, me limito a asentir con la cabeza y respirar hondo.

No me gusta la decisión que estoy tomando, no me gusta tener que entregarme a la policía y someterne a un juicio, pero si me mantengo prófuga, lo único que lograré será que me tachen de culpable, y no tengo nada que esconder.

Felipe asiente con la cabeza y me abraza de nuevo, pero esta vez con suavidad.

—Cualquier cosa que necesites, por favor avísame. No temas en pedirme ayuda, ¿De acuerdo? —murmura en mi oído.

—Solo te pido que te encargues de Antonia y el resto —susurro en su oído de vuelta—. Yo estaré bien.

—Yo me encargaré, Echeverría —dice Rodrigo—. Estará en buenas manos, me encargaré de que nada le falte.

Felipe deshace el abrazo y mira a Rodrigo.

—Más te vale que así sea, porque si no es así, me encargaré personalmente de hacer de tu vida un infierno —dice con mucha seriedad, pero Rodrigo sonríe, y él sonríe unos segundos después.

Al parecer tienen esa clase de bromas.

—¿Qué te ha dicho Galaz? —le pregunta a Felipe.

—Ha dicho que sí, firmó el documento y está al pendiente, así que hoy iré a solicitar el permiso al jefe de clínica.

—Te acompañaría, pero tengo que emitir el alta para acompañar a Bely a la comisaría —responde Rodrigo.

—No te preocupes, puedo ir solo, pero... ¿No sería más fácil que vengan a buscarla aquí? —pregunta Felipe.

—Sí —respondo—, infinitamente más fácil, pero no quiero causar tanto revuelo aquí en el hospital. No quiero que mi detención sea más mediática de lo que ya lo será. Quiero hacer esto de la forma más discreta posible.

—Pero igualmente se van a enterar, Bely, ¿Crees que no van a pasar tu detención en las noticias? —me rebate, y sé exactamente a quiénes se refiere cuando lo dice.

—Pero para cuando se enteren, nadie podrá detenerme o hacer algo para evitarlo —susurro después de unos segundos.

Ahora ambos me miran.

—No puedo creer que vayas a hacer esto —murmura Felipe con la voz rota.

—Es lo que tengo que hacer —le respondo—. Si no voy a la policía ahora, y me encuentran, será peor no solo para mí, sino para ellas también. Tengo que entregarme, es lo mejor para todos, ¿Qué pasaría si van a las casas de las chicas con una orden de allanamiento? No podría perdonarme el hacerles más daño. Es a mí a quien quieren, no tiene sentido.

Felipe se queda en silencio, y podría jurar que una lágrima empieza a asomar por sus ojos. Sin decirme una sola palabra, me abraza de nuevo.

—Cuídate mucho, maldición.

—Cuídalas.

—Te veré más pronto de lo que piensas.

—Nos veremos pronto, lo prometo.

Felipe deshace el abrazo y vuelve a mirarme. La despedida se me está haciendo eterna.

—Ve a dejar el documento y pide la autorización al jefe de clínica de una buena vez, Felipe —dice Rodrigo—. Eso no puede esperar más tiempo.

Felipe asiente con la cabeza y, sin decir una sola palabra más, sale del cuarto.

—Voy a emitir el alta y nos vamos, ¿De acuerdo? —me dice una vez que Felipe se va.

Respondo con un asentimiento de cabeza y Rodrigo sale también.

Vuelvo a encender la televisión y siguen transmitiendo en vivo, pero esta vez desde el área forense de la Clínica de Niribia. Están entrevistando al encargado.

Han identificado los cuerpos y tratado de notificar a las familias, pero no han logrado localizarlas. Espero que no hayan tenido familia, porque si es así, la culpa sería demasiada, por más que haya sido en legítima defensa.

Vuelven a mostrar la escena del crimen y se me revuelve el estómago al recordar lo que pasó.

El área está acordonada y veo a la brigada trabajando en el lugar, levantando huellas, buscando evidencia, revisando el auto de punta a cabo. Mierda.

—Deja de mirar eso, Bely, te hará peor y lo sabes —me dice Rodrigo entrando al cuarto con una carpeta y una bolsa de plástico.

Miro a Rodrigo tomar el control de la televisión y apagarla. Me mantengo en silencio.

—Tu alta fue autorizada, ya podemos irnos.

—No tengo ropa —respondo.

—Te traje un par de cosas en esta bolsa —me dice poniendo la bolsa sobre mi cama—. Puedes ir al baño a cambiarte, yo te espero aquí fuera. ¿Puedes vestirte sola? ¿O prefieres que llame a un enfermero?

—Creo que puedo sola, gracias —me limito a responder.

Entro al baño con la bolsa y la reviso. Hay una camiseta blanca, ropa interior del mismo color y unos jeans con unas zapatillas. Me quito la bata de hospital y me tomo un segundo para observar mi cuerpo.

Los moretones siguen allí, cuando presiono me duele. Me pongo la ropa con cuidado, pero las costillas me siguen doliendo y el yeso de la mano me molesta.

—¿Necesitas ayuda? —me pregunta Rodrigo desde el otro lado de la puerta.

—N-no es necesario —le respondo.

Sigo vistiéndome, pero tardo una eternidad con una sola mano. Me miro nuevamente al espejo e intento peinar la maraña que tengo por cabello con los dedos y algo de agua, pero fallo.

Me lavo la cara y me miro una vez más antes de salir. Rodrigo me mira y salimos del cuarto.

Caminamos por el pasillo, salimos por la puerta de atrás y me lleva en su auto hasta la comisaría.

Él baja primero y, una vez que ve que todo está despejado, me hace bajar a mí. Entramos rápidamente a la comisaría y vamos al mesón.

—Hola, ¿En qué le puedo ayudar? —dice el policía del mesón a modo de saludo.

—Soy Bely Barroso y vengo a entregarme —murmuro casi con un hilo de voz.

Un par de policías se acerca a mí con unas esposas. Rodrigo se aleja de mí y deja que el personal proceda.

—Muy bien. Tienes derecho a guardar silencio, todo lo que digas puede ser usado en tu contra.

El policía que tiene las esposas en la mano mira al otro sin saber qué hacer con mi yeso. El del mesón busca en un cajón unas esposas más grandes y me esposan desde el brazo.

Una vez termina de esposarme, deja que el policía del mesón siga hablando.

—Tienes derecho a un abogado. Si no tienes los medios, el estado de Niribia te proporcionará uno. Eres inocente hasta que se demuestre lo contrario en un juicio y exista una sentencia firme en tu contra.

Miro de reojo a Rodrigo y veo que se mantiene impávido. Si me hubiese acompañado Felipe, estaría hecho un mar de lágrimas, estoy segura.

—Desde este momento serás imputada por el asesinato de Samuel Ricardo Varas Toloza y Gabriel Antonio Pérez Infante —sigue diciendo el policía del mesón—. Serás llevada al calabozo en lo que gestionamos el traslado a la cárcel de máxima seguridad de Niribia.

Asiento con la cabeza en respuesta. La información pasa tan rápido por mi mente que no logro procesarla.

—Llévensela —ordena el policía y me llevan hasta un pequeño cuarto en el que me revisan de pies a cabeza, para ver si tengo alguna cosa que pueda servirme para huir. Luego de la revisión, me llevan a un calabozo en el que hay tres hombres presos.

Ellos me miran con el ceño fruncido por un instante, lo que me da un poco de temor.

—¿Tú eres una de las que hizo explotar la cárcel de mujeres? —me pregunta uno.

Me limito a asentir con la cabeza.

—¿Y qué haces aquí? —me pregunta el otro.

—Qué bruto eres. No te va a decir —se queja el tercero.

—Oí que mataste a dos hombres, ¿Es cierto eso?

Me quedo callada y evito mirarlos a la cara.

—¡¿Para esto se tomaron el estado tú y tu grupito, anarquista de mierda?! —me grita— ¿Para tener licencia para matar?

—No tengo porqué darte explicaciones de lo que he hecho, quien quiera que seas —mascullo entre dientes.

—Deberíamos romperle la otra mano, para que se empareje la cosa, ¿No creen? —incita el tipo a los otros, y estos asienten con la cabeza.

—¡Silencio! —grita el policía que nos vigila.

Esto será muy largo.

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